La memoria del hambre

carretillo

La memoria del hambre es la historia de esta árida tierra monegrina, de escasas precipitaciones y malas cosechas, de duros trabajos y de emigración a las grandes urbes. La llegada del regadío ha transformado el medio y nuestra nueva forma de vida deja atrás el hambre, la sed y su memoria, que hoy se asoma para no olvidar de donde venimos y quienes somos.

Además del cultivo del trigo y la cebada, en esta tierra, el panizo nos ha ayudado a sobrevivir; a pesar de su principal producto, el grano, su aprovechamiento abarcaba toda las partes de la planta: la “cascarota” para hacer colchones, el pelo de la “panocha” o “panota” pa infusiones para las infecciones de orina y con el “zuro” y las “cañuflas” s´hacía fuego. En las hogueras se quemaba todo lo que se podía, pues la leña en esta zona escaseaba, se aprovechaba la paja y hasta las “antostas”, el fiemo seco de las cuadras. Cuando aparecían los pelos negros de la panocha, se “espuntaba” el panizo por encima de la panocha y con lo replegau s´hacían fajos para alimentar al “vacumen” (conjunto de ganau vacuno).

La leña la bajaban las gentes de Lanaja desde la sierra d´Alcubierre; de Castejón y Pallaruelo de Monegros traían romeros para vender o cambiar por remolacha o patatas. Alguna casa rica del lugar compraba al año un par de carretas de fajos de romeros y los repartía entre las gentes más necesitadas.

En la festividad de los animales se celebraban las hogueras de San Antonio, ningún animal realizaba faina alguna y las caballerías se quedaban en las cuadras; hasta la Guardia Civil amonestaba a quien hacía trabajar a un animal. En las hogueras se bailaba y se cantaba, en cada barrio s´hacía una hoguera y se asaban patatas. Era la fiesta de las caballerías, los agüelos prendían la hoguera, se sentaban arredol y regañaban a los zagales que enredaban con la hoguera. Un día de fiesta, de descanso, de güen vino y güena compañía.

Con el panizo royo se obtenía la harina con las que se elaboraban las farinetas, alimento básico al igual que la salvadora patata. Las tostadas de vino y azúcar fueron un gran aporte nutricional para los zagales y zagalas de nuestra tierra, ¡toda una gran merendola!.  S´ha comido de todo, verduras que en otros lugares se despreciaban, aquí han sido y son un manjar, como las borrajas y los cardos. Igual ha sucedido con las tripas y vísceras: chiretas, cabezas de cordero, sesos, libianos, madejas… lo que antaño era una necesidad, aura la casquería forma parte de la alta cocina. Lagartos, gurriones fritos, serpientes, tordos e incluso rabosas servían de alimento.  El hambre ha empujado a las gentes a sobrevivir, al furtivismo en la caza, al estraperlo e incluso al bandolerismo, muy célebre en nuestra comarca por la cuadrilla del Cucaracha.

Los huesos del muladar de la Laguna eran cambiados por naranjas. Por la laguna se juntaba el ganau de diferentes casas: vacas y ovejas eran pastaus por los guayateros (encargaus del rebaño común). Muchos zagales iban a buscar, con cantaros de leche, el caldo de cocer las bolas y butifarras de las matacías de las casas más ricas y lo aprovechaban como apreciado caldo. Tamién se iba al Casino para comprar los “posos de café” que se aprovechaban para volver a hacer un café “una miaja flojer” en casa. En los hornos de pan, los zagales pedían algún corrusquer de pan, había un horno en la calleta, entre la casa de Juan Torres y Mariano Torres y otro cerca de la plaza de la iglesia.

De la “pastura”, que es un cocido pa los tozinos con salvado (cascarilla del trigo)  y patatas, recuerda Arturo Morera con los amigos coger algunas patatas antes de que bulcasen el caldero en la zolleta.

Algunas mujeres acudían a las vías del tren a recoger el carbón quemado “cagacierros”, que los maquinistas arrojaban a la vía. Aquellas mujeres daban tanta pena que los maquinistas tiraban alguna que otra vigueta de carbón (carbón sin quemar), que se la disputaban aquellas sufridoras mujeres y que incluso alguna de esa disputa, por la necesitada vigueta, acabó a puñetazo limpio. Las mujeres llenaban pesados sacos que transportaban sobre sus espaldas caminando hasta Sariñena. Muchas portaban el saco sobre su cabeza, llegaban agotadas, negras del carbón, con el miedo a ser interceptadas por la Guardia Civil y les fuera incautada su precaria subsistencia. Muy dura fue la época de la postguerra, de un hambre horrible y una represión terrible. La dignidad de la supervivencia y la lucha de aquellas mujeres es un ejemplo, una memoria, la nuestra, la de nuestro pueblo que no se ha de olvidar.

Zagales y zagalas recibían como “Cabo d´año” un higo seco con una almendra dentro, tamién se hacían collares “zerollos” o “collares zerollicos”, en una cuerda iban poniendo los higos secos con la almendra hasta formar un collar, asinas que, poquer a poquer, se lo iban comiendo.

Muchas gracias a todas las personas que comparten sus recuerdos, aquí quedan plasmados en nuestra revista “Quio”, contribuyendo a recuperar nuestro pasado reciente, de una gran sabiduría de la que es un placer ir aprendiendo. Muy especialmente, gracias a Simone y a los Migueler (padre e hijo)  por abrirme el arcón de los recuerdos de la cadiera monegrina, que no se cierre y olvide nuestra memoria, de la que muchos y muchas, siempre nos sentiremos orgullosos.

Zancarriana w

3 comentarios en “La memoria del hambre

  1. ELENA ENCUENTRA NOGUES

    ESTOY EMOCIONADA RECORDANDO VER AMI MADRE EN EL TRABAJO DE TRAER CARBON DEL PUENTE DE LA ESTACION . ES MUY FUERTE RECORDAR AQUELLA EPOCA DE MI VIDA. UNA TRISTE VIDA PARA AQUELLAS MUJERES. GRACIAS

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  2. Pingback: La memoria de la sed | os monegros

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