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Joaquina Cáncer Bailo


Para muchas mujeres del mundo rural, servir en las casas ricas fue su única salida laboral. Otras muchas mujeres marcharon a servir a Barcelona, Madrid o Zaragoza, donde ganaban más. Ha sido un trabajo escasamente reconocido, por no decir nulo, no se pagó la seguridad social ni repercutió en su pensión. Pero no todo fue malo y Joaquina guarda muy buenos recuerdos de su época en casa Ruata de Alcubierre y así nos transmite sus memorias con una envidiable y entrañable vitalidad.

Juaquina Rostro

Joaquina Cáncer Bailo

            Joaquina Cáncer Bailo nació en Zaragoza el 3 de febrero de 1938, aunque su vida siempre ha transcurrido en Alcubierre y es toda una alcoberreña de pies a la cabeza. De familia de labradores, sus padres Eulalia Bailo y Antonio Cáncer tuvieron cuatro hijos Pilar, Carmen, Pascual y Joaquina.

            Con el inicio de la guerra de España de 1936, su familia marchó a Zaragoza, junto a sus vecinos de la posada de “La Campana”. Primero pasaron unos días en la posada de Leciñena donde encontraron muy buena acogida, pero ante la falta de trabajo se vieron obligados a continuar su viaje hasta Zaragoza. Una vez en Zaragoza, su padre encontró trabajo en la base militar, gracias al coronel Antonio González Gallarza. Allí trabajó de portero en la base y al finalizar, el teniente González le redactó una carta de recomendación, un salvoconducto. El militar González Gallarza (1898-1986) fue pionero en la aviación española y se retiró en 1957 con el grado de Teniente General.

            La familia de Juaquina marchó a Zaragoza sin nada. Gracias a José Lacruz, natural de Alcubierre, que tenía el establecimiento zaragozano de telas “La Palma”,  cerca de la plaza del Pilar, pudieron tener sabanas y mantas. La madre de Juaquina fue muy buena costurera y junto a una modista prepararon el ajuar necesario para la ordenación de Vicenta Ruata en la orden religiosa de Santa Ana, de la que llegó a ser superiora. La familia Ruata también se había instalado en Zaragoza durante la guerra. Eulalia pasó muchos días cosiendo los hábitos y poco a poco se fueron apañando y pudieron ir tirando adelante.

            Joaquina nació en Zaragoza, en el Barrio del Arrabal, en la Calle las Ranas. Juliana «La Calderera» (hija de Mariano Gavín Campo, hermano de Cucaracha, por parte de padre), tenía teléfono en casa, y cuando Eulalia Bailo tuviese los primeros síntomas de parto, debía telefonear a Ascensión Rufas (esposa de Agustín Ruata) para poner en marcha la asistencia al difícil parto que se avecinaba. Ascensión preparó todo lo necesario (paños, ropa…) y bajó con el médico al domicilio de Eulalia y Antonio.

            A su vuelta a Alcubierre, la familia encontró la casa familiar desvalijada y gracias a unas pocas gallinas y unos tocinos pudieron ir subsistiendo. Compraban al trueque, huevos por lechugas, hortalizas o verduras.., la moneda más común era la cebada o el trigo. Juaquina fue a la escuela hasta los 14 años, recuerda con gran cariño a la maestra Doña Rosario Rodriguez Román, una maestra toledadana que sufrió la represión franquista y fue desterrada de su tierra para acabar ejerciendo en Alcubierre. Su marido vino con ella y trabajó como practicante. De joven, Joaquina iba a segar, las mujeres daban las mies y los hombres ataban los fajetes, cuando tenían 7 u 8 fajetes los ataban con los fencejos. También iban a coger olivas, recogían grandes olivares de familias ricas y se quedaban con una cuarta parte de lo recolectado.

            En Alcubierre había viñas y almendros y siempre ha habido una excelente miel, en casa Andresa (La Leciñenera), casa Licer y casa Barrios. Para la siega llegaban muchos segadores a Alcubierre y en casa Ruata una vez faltaron dos personas para llegar al centenar de segadores. Se formaba una gran fila a la hora de comer, dormían en las cuadras y venían de Murcia, Soria… A Juaquina le gustaban muchos los higos verdes.

            A los 20 años Joaquina sirvió en casa Ruata, durante cinco años, “estuvo muy bien, aunque carrañaba mucho con la dueña, pero siempre en un tono muy familiar”. Una vez discutieron fuertemente Juaquina y la Tía Ruata, Ascensión Rufas Aguareles, Juaquina no quería bajar a la bodega a coger el agua, tenía miedo a las ranas. Tras la discusión, Juaquina se marchó de la casa pero enseguida Ascensión la fue a buscar y Joaquina volvió a casa Ruata. Las tinajas las llenaban en invierno y de ella bebían todo el año, también tenían un deposito y cada día, con cantaros, subían el agua necesaria para la casa. Juaquina trabajó muchísimo: lavó, fregó, planchó… vivía en la misma casa y cobraba 825 pesetas al mes. De cocinera estaba Silvestra, de casa Silvano. Recuerda un cumpleaños del amo Agustín Ruata, el 28 de agosto, cuando a Juaquina la llevaron a Zaragoza para uniformarla de sirvienta, fue una ocasión especial.

            Años más tarde Juaquina marchó a servir a casa del Médico y a casa Gavín, las dos a la vez. Cuando algo se rompía o se hacía perder dinero los amos decían “iras al descuento” y descontaban del jornal la parte proporcional.

            Joaquina se casó en 1977 con Alfredo Valero de casa El Molinero. La familia de Alfredo se encargaba del horno de pan, donde la gente del pueblo llevaba su masa, ya preparada, y la cocían en el horno. La familia de Alfredo construyó el molino, María y Cecilio eran hermanos del padre de Alfredo, vinieron de La Zaida (provincia de Zaragoza, en la Ribera Baja del Ebro), y llevaron la corriente eléctrica para mover el molino, (aún sigue en pie el edificio, aunque por dentro está totalmente cambiado). El viejo horno se encontraba en el edificio que el gremio de Los Ganaderos construyó para aquel fin y donde ahora aún podemos encontrar la tradicional panadería familiar Valero.

            En Alcubierre había y siguen estando dos hornos de pan, el de la familia Valero fue construido por el Tío Calvo. Después de la guerra, la gente iba a cocer el pan al horno llevando las masas en una tabla que la llevaban sobre la cabeza. Como combustible usaban aliagas, paja… “entonces los hornos conservaban mucho el calor”. Juaquina comenzó a trabajar en el horno al pronto de casarse con Alfredo, la gente ya no llevaba la masa y el oficio de panadero era como actualmente lo conocemos, “aún hubo un tiempo que la gente traía su propia harina”. Cada día se hacían unos 180 panes de kilo que las familias consumían durante dos semanas, todo se anotaba en una libreta y se contabilizaba todo lo elaborado. También se hacía alguna barra y algún chusco, cuando el pan se hacía duro lo llamaban pan asentado. Antiguamente se cocía un pan que se llamaba la Polla.

            Joaquina y Alfredo continuaron con la panadería, tuvieron dos hijos, chico y chica, que aún continúan con la panadería. Juaquina trabajó haciendo las faenas de la casa y la panadería, sobretodo atendía en el despacho de pan. Juaquina destaca el trato con la gente, cercano y familiar, en un pueblo que a principios del siglo XX contaba con cerca de 1600 habitantes y que actualmente apenas llega a los 500.

            Tortas de almendra, de anís, de coco, farinosos, empanadicos… y torta legañosa, una torta de pan con aceite y azúcar, una larga tradición panadera y repostera de sabores auténticos. Juaquina aún permanece por la panadería, con sus hijos y nietos, con los recuerdos que tanto marcaron a las generaciones pasadas. Vidas pretéritas que permanecen con el sabor de siempre, en nuestra memoria y en nuestros corazones.

  Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Alberto Lasheras Taira.

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