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José Esteban Senabre


José Esteban Senabre nació en Barcelona el día de San Esteban del año 1915. El mundo estaba en guerra, en España reinaba Alfonso XIII y Francisco Franco era ascendido a Capitán por sus méritos en la guerra del Rif de Marruecos.

Por Jesús Esteban.

José era hijo de militar, cuando nació, su padre andaba luchando en tierras africanas, tratando de hacer carrera. Poco o casi nada se preocupó de él, de hecho, no se conocieron hasta después de finalizada la guerra civil. Fueron sus abuelos, Rodrigo y Zoila, los que cuidaron de su crecimiento y educación. Rodrigo, de origen cántabro, era marino mercante, capitán de barcos de vapor como el Alcudia o el Sagunto.  

·        Sargento del Bon (Batallón)de Zapadores Ejército Popular de Cataluña (Centro Documental de la Memoria Histórica, DNSD-SECRETARIA, FICHERO,17,E0043983).

El inicio de la guerra civil le pilló con 20 años en Barcelona, donde se mal ganaba la vida como contable. Los ideales de juventud, unido al clásico “estar en el lugar y momentos adecuados”, le llevaron a enrolarse en las milicias republicanas, previo paso por la Escuela Popular de Guerra, creada para dotar de mandos intermedios al Ejército Republicano. En dicha Escuela se formó como mando antes de tener un destino en el frente: Sargento del Batallón de Zapadores en el frente de Aragón, unidad perteneciente a la columna Lluis Companys. Era el mes de Abril del año 1937.

Sargento, propuesto para ingreso en la Escuela Popular de Mando y Enseñanza Militar de Valencia. S.M. Carp. 2066. Fol. 33. (Centro Documental de la Memoria Histórica, DNSD-SECRETARIA, FICHERO,17,E0043983).

Sargento de la 4ª Compañía del Batallón de Zapadores del frente de Aragón. (
Centro Documental de la Memoria Histórica, DNSD-SECRETARÍA, FICHERO,17. E0043981)
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José Esteban pasó por Sariñena en torno a junio de 1937, inmortalizándose en una fotografía en el río Alcanadre. La imagen la envió a sus «Queridos primos Santiago y José Luis» firmado por Pepe, Sariñena (Huesca) a 6 de junio de 1937. Para Antonio Olivan, el lugar parece responder «A la zona entre El Tozal de Mataliebres y la gravera de Albalatillo, más concretamente enfrente donde está ahora la depuradora, que casualmente allí existía un vado antiguamente, y que te llevaba a mitad recta de Sena y en línea recta en la otra dirección está el Campo de Aviación». Quizá podemos suponer que estuvo alojado en el campo de aviación de «Alas Rojas», no hace muchos días antes, el Batallón Los Topos pertenecientes al Regimiento de Zapadores Minadores, se había establecido en la localidad de Sariñena, a los que el Consejo Municipal de Sariñena tuvo que buscar alojamiento para tareas de desescombro tras la explosión del polvorín en pleno centro de la localidad (La guerra civil en Sariñena).

José Esteban Senabre en el río Alcanadre a su paso por Sariñena. Hay un detalle en el cinto del uniforme: la torre que indica que pertenecía al cuerpo de ingenieros.

José estuvo en el batallón de Zapadores del frente de Aragón cuya delegación política estuvo ubicada en los locales que ocupaba el Primer Parque de Ingenieros en Sariñena.

En el frente de Aragón luchó hasta su derrota y retirada en la primavera del 1938. Volvió con vida a Barcelona, que era mucho, donde presenció la entrada en la ciudad de las tropas nacionales el 26 de Enero de 1939.

Terminada la guerra rehízo su vida. Contrajo matrimonio con Conchita Rierola y tuvieron 7 hijos, 6 chicas y un varón, a los que hicieron crecer con salud y, pese a las enormes dificultades económicas, darles una educación. Falleció en Barcelona el 8 de Octubre de 1982, a la edad de 66 años.

La sierra callada


El horizonte se abre paso en un abanico de paisajes y contrastes, al norte los Pirineos y la sierra de Guara; al sur el Ebro y las serranías turolenses; al oeste el Moncayo y al este, por donde discurre el Alcanadre, amaneces astro sol. Te abres paso en el horizonte y la sierra oscura despierta al canto de la cardelina. Murmura el cierzo un aliento de nuevo día, sierra callada, sierra dormida que desperezas. Despunta el alba y tus rayos finos solares se adentran entre los barrancos, vales y enriscados parajes. Te cuelas entre las copas de los árboles, entre sus hojas y finas acículas de pinos. A tus pies, tierra plana, escampa la boira, se disipa la neblina mañanera y escudriñas la sierra, la tierra donde ejerces tu ardiente gobierno. Serás implacable, como siempre.

Una pareja de cuervos sobrevuela San Caprasio y juega con sus graznidos en el silencio, lo rompen, está bien, es agradable. De nuevo, el silencio sobrecoge, es una preciosa calma. Mientras, el cielo es intenso, azulado y claro, con sus pomposas nubes blanquecinas que lo surcan y se pierden, igual que los barcos en la inmensidad del mar. El cierzo también juega, silbante sacude las ramas, mece los árboles y susurra; ellos saben de lo que hablan. Los árboles se mueven, tienen movimiento, parece un baile, una perfecta coreografía. La misma mar con distinto oleaje donde dejarse llevar.

Una rabosa merodea y, advertida, se apresura a desaparecer. Hay rastro de jabalí, sus pezuñas hundidas en el barro y en la balsa huellas del ganado, las ovejas que con sus pequeños pasos cuidan estos montes. Sapos y ranas brincan adentro de la balsa. Un mochuelo observa desde el espaldado tejado ruinoso de una pequeña aldea, las piedras, que tanto cobijo dieron, se derrumban. También se derrumbó algo en nosotros, nuestro pasado, cuando lo abandonamos. Se cierne el cernícalo, una bandada de perdices emprende un vuelo desconcertante y los buitres planean la sierra callada. Las puertas quedaron abiertas, con la dalla y la hoz tirada, el botijo roto en mil pedazos y el trillo abandonado en la era. Se hundieron las chimeneas y ya nunca volverán a humear, ya nadie regresa, donde tan solo se posa la majestuosa águila culebrera.

Ya nadie canta jotas por tus caminos, no se desgarrarán bravas las voces por los campos. El silencio se ha adueñado de vales y lomas, los abuelos ya no cuentan historias de siempre y solo son tiempos pasados arrinconados en la olvidada memoria. Ya no se preparan ranchos para las interminables jornadas de siega, ni jornaleros descansan a la sombra de viejas carrascas. Ya no se sienten las caballerías y el traqueteo de los carros, ya no, sierra callada, ya no lloran por tus montes las ilusiones que nacían. Ya no bajan alegres los leñadores de la sierra de Alcubierre.  

Contemplo uno de los muchos pinos, retorcido, me enseña que la vida no es recta, que a veces hay que torcerse para tirar hacía adelante por muy difícil que sea. Se han abierto paso, buscando luz, retorciéndose, eso es sobrevivir, peleando por crecer, en un suelo pobre, sin apenas agua. Se han revuelto, han luchado y allí están, con sus cicatrices, con su corteza agrietada y llena de cicatrices. A su manera están erguidos, meciéndose todos juntos y tocando el cielo, en una sierra callada que grita. Son como un libro abierto, no hay sabiduría sin arrugas.

La tierra, seca, también muestra sus arrugas, agrietada de sed y la vida del hambre. Secanos de cebada y trigo, con tus margüines de retamas y esas imponentes sabinas que empequeñecen al hombre. Abrazo tu tronco, sabina, trato de abarcarte y me vuelvo a sobrecoger, tomo aire, respiro, aquí es puro, sé que me das la vida. Sé de mis raíces.

Pajarillos chapotean en el agua, dan pequeños saltitos, pian y pian y salen volando. Un valiente ratoncito se refugia entre las piedras, abejas rondan los romeros en flor y un fardacho toma el sol. Una gineta permanece escondida, la salamanquesa también se esconde y una culebra serpentea. Una araña teje su tela y un alacrán se asoma tímidamente. Un conejo corre veloz a su madriguera, una lavandera merodea un charco y un águila atraviesa el cielo.

Cada gota importa y cada gota es una inmensidad; donde hay un charco hay un mar y donde una balsa hay todo un océano. Un risueño petirrojo se posa entre las espinosas matas de un endrino, revoletea y, callado, en la sierra, me observa. Las sombras de los cuervos acarician la sierra, mecidos los árboles se tocan. Vuelan entre el silencio y la sierra callada. Acecha la noche y cielo se tiñe de rojo fuego, arde y las purnas llenan el firmamento de estrellas. -¡Hola Luna!-, sobrecoge la sierra callada.

Relacionado: Sierra de Alcubierre, consideraciones.

Cueva del capitán y otras de Robres


El frente de Aragón, durante la guerra de España de 1936 a 1939, se estableció, en parte, en la sierra de Alcubierre. Particularmente, la localidad de Robres estableció su propio sector defendido por milicias de la columna Carlos Marx, ubicando su cuartel general en la localidad vecina de Tardienta. Más hacía el frente de Alcubierre, operaron la columna Macià-Companys y milicias del POUM, esta última estableciéndose con fuerza en la población y demás posiciones de Alcubierre.

En la ruta de la memoria democrática de Aragón, del Frente de Los Monegros, entre otros vestigios, en Robres se señalan los refugios y trincheras cerca de la posición de La Pajera en plena sierra de Alcubierre, destacando una serie de seis cuevas excavadas por el hombre durante la contienda.

Las cuevas se localizan a unos 2,6 kilómetros de Robes, partiendo desde Robres dirección al indicado refugio de la Pajera (Coordenadas aproximadas 41.851715, -0.493747). De acuerdo con Víctor Pardo Lancina, ciudadano, escritor, periodista y gran investigador de la guerra en el Altoaragón, las cuevas se ubican “En el punto kilométrico 2,6, se alza en la parte derecha del camino un montículo conocido popularmente como «Grada Blanca», si bien la denominación topográfica es la de Val Socarrada. Se encuentra exactamente en la ladera de la cota 500, en cuya superficie se ha construido una balsa para almacenamiento de agua destinada al servicio de granjas ubicadas en el entorno. El aspecto desmochado del montículo es inconfundible, apreciándose, además, un desbordamiento de lodos que, precipitados hacia el campo, han laminado parte de la ladera sembrada de matorrales. Mapa Topográfico Nacional de España. Robres. 324-III.”

Las cuevas, excavadas aproximadamente en septiembre de 1936, aparecen a media cota, en la zona conocida como «la filada»: “Se pueden observar seis oquedades y una depresión en tierra que ofrece el aspecto de una cueva hundida.” Víctor Pardo Lancina aporta una detallada descripción de las cavidades, un conjunto que “ofrece una interesante panorámica de las condiciones de vida de los artilleros durante el conflicto”.

  • El primer agujero a la izquierda, el más próximo al camino, es el resto de una cueva que tuvo grandes dimensiones pero que sólo se conserva en parte: 1,5 metros de profundidad e idéntica altura. Se accede, como en las demás, a través de un breve surco practicado a la entrada.
  • La segunda cueva, hacia la derecha, se encuentra igualmente en estado semi ruinoso.
  • La tercera oquedad aparece hundida, y es bien visible el desmonte a pesar de matojos y rastrojeras.
  • El cuarto de los refugios se conserva en buen estado, siendo sus dimensiones de 5 metros de fondo, 3 de ancho 1,5 de alto. Es de señalar una suerte de habitáculo contiguo que servía como hogar o lugar destinado al fuego, siendo bien visible una gran chimenea que se abre a la ladera en un diámetro de 80 centímetros. Excavada en tierra arenisca, son visibles las vetas de yesos, mineral abundante en todo el terreno.
  • La antepenúltima de las excavaciones es la conocida como «Cueva del Capitán», en la que se llegaron a refugiar y pernoctar hasta 17 personas, de acuerdo con el relato de Miguel Bolea Cuello, artillero y colaborador en los trabajos necesarios para adecuar el habitáculo. En la actualidad se conserva una gran sala en la entrada de 4 metros de profundidad y 3 de anchura, con una altura de 1,6 metros. Al fondo se abre otra oquedad de 3 metros de anchura y 1 metro de fondo. Repisas laterales practicadas en la tierra y una chimenea en la parte derecha son bien visibles en el interior de esta cueva. La denominación de «Cueva del Capitán» deriva del hecho de albergar en la misma el mando de las piezas artilleras y obuses de 11,5 mm instalados en el entorno. Además, en el techo un miliciano esculpió una estrella de cinco puntas labrada en un círculo de piedra, adherido a la tierra compacta, de casi un metro de diámetro.
Cueva del Capitán. Fotografía Víctor Pardo Lancina.
  • A la derecha, en la parte de la ladera más lejana al camino, la penúltima de las cuevas se encuentra totalmente arruinada.
  • En la zona superior, entre la «Cueva del Capitán» y la última mencionada, aparece otra también en estado de deterioro, si bien todavía es perceptible una oquedad de 2 metros de anchura y 1,5 de fondo. La entrada se halla muy poblada de vegetación y se hace complicada su localización en la ladera.
Estrella cueva capitán Robres. Fotografía Víctor Pardo Lancina.

Ya en las afueras de la localidad se encuentra el refugio de la Pajera, en un montículo conocido como Grada Blanca (Val Socarrada). En la vaguada se excavaron seis cuevas, la de mayor tamaño para albergar hasta diecisiete personas, la Cueva del Capitán, en cuyo techo se grabó una estrella de cinco puntas dentro de un anillo circular de un metro de diámetro.

Escenarios de la Guerra Civil en la provincia de Huesca. Paseos por la Historia.
Diputación Provincial de Huesca.

Imagen Guerra Civil en Aragón. Comarca de Los Monegros.

Las excavaciones fueron construidas por la mano del hombre. Cinco de ellas son más bien pequeñas, pero en la sexta se refugiaron y pernoctaron hasta 17 personas. Es llamada “la cueva del capitán”. En el techo de esta última se labró sobre el techo una estrella de cinco puntas dentro de un anillo circular de un metro aproximadamente de diámetro. La que conserva la estrella es de las últimas a la derecha mirando el conjunto desde la pista.

Memoria Aragón Democrática Frente Rutas de memoria de Aragón.

Las cuevas se encuentran en mal estado de conservación con problemas de humedad, afectadas por la construcción de una granja y balsa en sus proximidades, La estrella de cinco puntas ha sido de lo más destacado de las cuevas, siendo incluso utilizada su imagen por la comarca de Los Monegros en su difusión y puesta en valor del patrimonio de memoria histórica de la comarca monegrina «Patrimonio recuperado». Lamentablemente se ha perdido, tal y como cuenta Víctor Pardo Lancina “El gran fragmento desprendido se encuentra en el fondo de la cueva”. Es paradójico su puesta en valor y a la vez la falta de protección, un patrimonio que vamos perdiendo.