Archivo por meses: enero 2018

Adiós Los Monegros, adiós


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Tierra muda y cortante que se desquebraja herida al sol. Tierra árida y seca que abre sus alas para huir y vagar del incandescente y abrasador sol. Tierra desnuda que trata de escapar del sol y buscar refugio en huidizas sombras. Tierra despejada donde siempre hay un abrigo bajo la sabina, cobijo que los hombres ya ni siquiera sabemos valorar. Los Monegros, secarrales de extensos estíos, de albardín, ontinas y sisallos, donde van mis amores, entre yermos y baldíos, entre balsas y cebadas.

También hay noches de cielos abiertos, tan oscuros que dejan entrever la luz, la luna, las infinitas estrellas y las purnas fugaces que surcan raudas y veloces el firmamento. Tremendamente ciegos quienes no saben contemplar la luz en la oscuridad. Tristemente ciegos quienes no saben contemplar la belleza de estos montes negros.

El cierzo, siempre tan presente azota esta tierra incansablemente, incesantemente, imparable. Escampa las boiras y nos descubre un cielo limpio y claro, de azules inmensos que inundan los amplios horizontes. Empenta la ciercera la tierra abrupta y quiebra la inexorable piel monegrina, constituyendo parte indisociable de su esencia, del paisaje y de sus gentes. También las boiras y los fríos, las rosadas y la niebla dorondonera, las heladas y gélidas ventoleras. La huidiza lluvia, la escasa y deseada lluvia se aguarda para que alivie tanta sed de tantos secanos que ansían respigar en la venidera primavera. Adiós a la boira juguetona entre sabinas y bienvenido de nuevo al sol, a su calor. Sol, a veces tan cercano y otras tan lejano.

Arena, margas y arcillas. Tierra de cielos celestes que se tiñen caprichosamente de tonos fuego, rojizos, anaranjados y morados intensos, puras creaciones artísticas que la madre naturaleza nos regala, de vez en cuando, en cada amanecer y cada atardecer. Un cuadro en movimiento de suntuosos trazos, de fantasía y armonía.

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El esparbero y el ratonero, la raposa y el tejón, el cucute, la golondrina, el abiarol, la cigüeña, la avutarda y el sisón. Fuina, fardacho, jabalí y salamanquesa. Los Monegros, has sido tierra de lobos y serás tierra de lobos. Y cantan las cardelinas y revolotean los gurriones. Tierra de aromas, sutil privilegio de esencias y fragancias. Entre tamarizeras y ginestras, carrascales y pinares, espartos y tremoncillos; florece el ababol, la aliaga y el romero.

Corretean fugitivas las capitanas, rodando libremente por güebras y rastrojos, acabando arremolinándose entre los margüines y ribazos de los campos y las calles de nuestros pueblos, deteniéndose en el tiempo. El polvo también se levanta recorriendo su propia tierra, erosionando y labrando el paisaje, también a la gente, con nuestros pliegues y arrugas, con nuestra memoria y con nuestros rostros. Bastos paramos de historias y leyendas, de forajidos bandoleros, del celebre y temible Cucaracha.

Llegan las tronadas con lluvias torrenciales a una tierra hermosa que anhela el agua. Se moldea la tierra para luego volver a desquebrajarse, retrocerse y lamentarse hasta que vuelve de nuevo el agua caprichosa a fluir en su presencia y en su ausencia. Atrevidos Alcanadre, Guatizalema e Isuela, sois vida.

Y el monte va quedando solitario, con sus casetas, masadas, malladas y aldeas, con sus pozos, balsas, balsetas y balsetes. Poquer a poquer la enrona acumula una forma de vida destruida que se desvanece. Ya no se juntan las familias alredol de los fogariles, las cadieras son de adorno, ya no hay tardes a la fresca con los vecinos, ni hay puertas abiertas, ni puertas vueltas, anchas o pataleras, ni hay historias que contar… Aquellas vidas arraigadas a la tierra, de cultura y tradiciones, de sabiduría popular, ya no se transmiten y no hay vuelta atrás. Lo aprendido durante miles de años lo desechamos, lo despreciamos, nos hemos vuelto ignorantes de nuestra propia esencia humana, de nuestra naturaleza.

Aguardan al fondo los Pirineos, lejanos al norte aparecen majestuosos como guardianes, centinelas, colosos olimpos que contemplan un Aragón inmenso. Ya no bajan rebaños de sus montañas ni suben de tierra plana, ni pastores ni repatanes, ya ni se sienten las esquillas ni los trucos. Trashumancia que unía y forjaba profundos vínculos, quedan caminos, cabañeras sin romances y sin canciones, sin jotas, sin palabras, ni versos. Pobres parideras y pastizales vacíos.

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Ni el jadón, ni la jada, ni el jadico han reblado en esta tierra dura y salvaje, miles de veces no han cejado ante el mallacán. Viejas almendreras, oliveras y viñas, raíces vivas que plantaron nuestros antepasados. Se han segado a hoz y dalla campos de doradas espigas de trigo y cebada. Pero el sudor ya no corre por las frentes de jornaleros y ahora llegan aguas lloradas, donde los ríos ya no unen sino separan. Tampoco las manos se agrietan arrancando el esparto, ni en la era trillando, ni abentando el trigo, ni yendo a carrear agua.

Desaparecen los gurriones, igual que las casas quedan desiertas. Pueblos de olvido y de futuro incierto. Y llegada la modernidad aún toca luchar por sobrevivir en esta tierra hermosa y salvaje de solitarios sasos, lomas, cerros, barrancos y estoicos torrollones. Un hogar y un paisaje, cuando, a veces, Los Monegros son simplemente un frágil susurro en la inmensidad.

Adiós Los Monegros, adiós.

Las dichas y venturas del Tío Migueler


 En un lugar de Los Monegros, de Alcubierre para más señas, y a los pies de la sierra que el mismo nombre porta, se forjó la vida, hazañas y proezas del gran Migueler. Historias que se hacen leyendas, de un hombre difícil de igualar al que nadie se atrevería a disputarle el trono de las múltiples y variadas correrías. Así, que las manos fuera de los bolsillos y adentrémonos en las dichas y venturas del Tío Migueler.

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El gran Tío Migueler

 

El Tío Migueler

Miguel Puivecino Cano nació en Alcubierre el 18 de enero 1888 y murió a los 72 años de edad, el 19 de febrero de 1960. De familia de albañiles, desde pronto quisieron que Migueler se forjase en los estudios. Pero Migueler, muy arraigado a su tierra, y con grandes inquietudes en la destreza de las artes de la construcción, ejerció el oficio de albañil durante toda su vida. Hasta en dos ocasiones trataron de internarle en un colegio de Zaragoza, llegándose a escapar hasta en dos ocasiones seguidas. La primera vez que se escapó tenía sobre unos diez años y regresó caminando hasta su hogar natal de Alcubierre. Su madre enseguida lo condujo de nuevo al internado pero a lo que volvió a Alcubierre, Migueler ya se encontraba en casa, se había vuelto a escapar y corriendo había llegado antes que su madre. ¡Por mucho atajo que pudo coger, naide se lo podría creer!.

            Fue rebelde con causa, de retar la normalidad y desafiar la gravedad, sin malicia alguna y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Fue hombre de gran corazón. Sus dos hermanas, Conchita y Modesta, recibieron buena educación y ejercieron de maestras. Migueler tuvo tres hijas y un hijo, su primera mujer Cristobalina Taules era de La Almolda y falleció poco después de dar a luz con tan sólo 28 años. Su segunda mujer fue Laureana Campo de Lanaja, a quien conocían como Laura. Fruto de su primer matrimonio nacieron Conchita y Migueler y de su segundo matrimonio Aurora y Ascensión.

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Vino de Gabarre. Tonel año 1874 «Superviviente de la guerra» vino de agua de balsa de Monegros.

            La puerta de su casa siempre estaba abierta, cosas de antes. Si a alguien veía pasar por delante de su puerta enseguida decía: “Anda, entra un rato y echa un traguer”. Era muy amigo de Rafael Nogués, gran ganadero ovino, eran vecinos y muchas veces iba a comer a casa. Migueler era muy generoso, hasta el punto que su hermana a veces le recordaba: “a ti en el pueblo no van a decir que Migueler es bueno, sino que Migueler es tonto”. Debió de ser muy confiado y fiarse bastante de la gente, sobretodo en el trabajo. Debió de ser muy buen albañil y trabajo para las mejores casas de Alcubierre. También hizo el puente del Pucero, cerca de la balsa del Pucero camino de Zaragoza. Trabajó mucho para casa Gabarre, se llevaban muy bien y cada año le regalaba botellas de vino: “Especial para los amigos y elaborado con las mejores anilinas y agua de balsa de monegros”. Un año hubo plaga de conejos y Gabarre le pagó por conejo cazado, Migueler fue un extraordinario cazador.

De casa Gabarre recibió afecto y amistad, las botellas de vino las regalaba en contadas ocasionmes.”

 Alberto Lasheras Taira    

           Seguro que participó en rondas, bailes y subió raudo y veloz de romería a San Caprasio, a la cumbre de la sierra de Alcubierre. De zagal seguro que participó en la Vieja Remolona con sus amigos. Una tradición que aún se mantiene y que caracteriza la Vieja Remolona con trapos y paja en un palo de escoba. Luego la pasean por las calles replegando naranjas, longanizas y chullas de tocino que vecinos y vecinas dan a zagales y que estos pincharían en el espedo, una varilla de acero acabada en punta. ¡Migueler llevaría por las alturas a la Vieja remolona!.

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Tío Migueler en la sagrada Familia.

            Migueler pasó algunas temporadas en Barcelona, donde fue a parar parte de su familia. En una de sus visitas, Migueler contempló y admiró la Sagrada Familia, no pudiendo mas que exclamar: “Cuando Colón baje el dedo y Gaudí vuelva a nacer, la Sagrada Familia se terminará de hacer”. Su hijo, también llamado Miguel, fue a vivir a Barcelona y su nieto, como no ha podido ser de otra manera, lleva de nombre Miguel, Miguel Puivecino Suñen. Preciosa y peculiar es la anécdota del hijo de Migueler que, paseando por las ramblas, conoció una chica que curiosamente resultó ser de Alcubierre. Era Victoria Suñen Aparicio, que acabó siendo su mujer. Una historia realmente bonita que cuenta Miguel Puivecino Suñen y su mujer Lola Bernal. Ambos residen en Barcelona, pero él y su familia a Alcubierre siempre lo llevan en el corazón.

            Victoria Suñen Aparicio fue antepasada de Paco Paricio, de los Titiriteros de Binefar. Los titiriteros rescataron magistralmente la “historia de Mariano Gavín, el bandido”, una obra estrenada en 1989 y que recorrió numerosas plazas de Aragón. Una obra que hizo las delicias de zagales, zagalas y mayores, una fascinante obra que dio a conocer y a hacer celebre al gran bandolero alcuberreño “El Cucaracha”. Curiosamente, el apellido ha perdido la “a”, quizá para no ser de los primeros de la clase y poder estar atrás enredando con títeres y marionetas.

            Fueron tiempos muy duros. Se sucedieron muchas vicisitudes y correrías, muchas aventuras que al final tan sólo buscaban sobrevivir en una sociedad muy empobrecida, con muchas necesidades. Pero a la vez fueron tiempos llenos de familiaridad, fraternidad y de amistad entre vecinos y vecinas, de solidaridad y ayuda mutua, de valores muy fuertes que no hemos sabido heredar.

«Veo a Migueler como una persona trabajadora, bueno, con carácter, ingenio, humor, espíritu de supervivencia, capaz de superar situaciones difíciles y con un fuerte sentimiento de apego a su pueblo, que no quiso abandonar. No quiso alejarse de sus raíces. «

Alberto Lasheras Taira    

           Por concluir, apreciareis, como buenos lectores, cierta socarronería en la redacción, algo que tan solamente puede responder a la incapacidad del autor de estar a la altura del sensacional, singular, inigualable, excepcional, asombroso y sorprendente Tío Migueler. Así, disculpen las molestias y disfruten de las historias, correrías y gestas del Tío Migueler.

¡Ay! este  Migueler

Que intrépido que es

Ten cuidau no te vayas a caer

Ten cuidau no te vayas a caer

¡Que el mundo no es al revés!

 

Un furtivo muy vivo

Escopeta Migueler

Escopeta de Tío Migueler

Migueler fue cazador furtivo y con extraordinaria astucia burlaba a la guardia civil, con sutil picaresca evitó más de una vez caer en sus manos. Una travesura elegante de un hombre hecho y derecho que cazaba para comer, una forma de sobrevivir que se convirtió en un juego. Pues ingenio nunca le faltó y su reputación a pulso se ganó, fue un hombre bravo y valiente que a nadie indiferente dejó.

            Tenía una escopeta del calibre del 16 y a los del 12 les decía: “¡con ella ya podéis cazar!”, pues era más fácil acertar con el disparo. Por la sierra colocaba lazos para cazar, llevaba perros de caza y hurones; se conocía la sierra a la perfección y se desenvolvía con extraordinaria facilidad por sus vales y barrancos, por sus cerros y lomas. La sierra no tenía misterios para Migueler, de Puiladrón a Monteoscuro, del Monte Viejo a Puchinebro y de Puigsabina a Loma Gorda.

Fabricaba su propia munición

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Cacharros de Tío Migueler para fabricar los cartuchos de caza.

El mismo elaboraba su propia munición que luego utilizaba para cazar. Migueler tenía las herramientas y útiles necesarios para la recarga de los cartuchos: caja de pólvora, medidor de pólvora, caja con perdigones, rebordeador de cartuchos del 16 y maquina de quitar y colocar pistones. Migueler era muy mañoso, ¡qué decir!, pues Migueler era hombre de diversas y variadas cualidades.

 

Las correrías con la benemérita 

Su incontrolable afán por los desafíos y su afición por la caza más de una vez le llevó a protagonizar diversos encontronazos con la guardia Civil, episodios de persecuciones y correrías por la sierra de Alcubierre. Inevitablemente, la similitud nos traslada al forajido y bandolero Mariano Gavín Suñen, archiconocido, allende de los áridos desiertos de la redolada monegrina, como el terrible y temible bandido Cucaracha. Salvando las distancias, Migueler era bondad, no hacía daño a nadie y ayudaba a todos. Y, a pesar de mil correrías por la sierra, con la guardia civil siempre mantuvo un verdadero y sincero respeto.

            Una vez le persiguieron durante horas, le seguían por el monte pero mientras no le pillasen con las manos en la masa no le podían acusar de ningún delito. ¡Cómo hacía correr a la Guardia Civil! ¡Cómo se divertía el Tío Migueler!, era como un juego, una emoción, adrenalina, un riesgo infantil con enormes dosis de realidad, de la supervivencia de capturar caza prohibida que permitía sobrevivir en una tierra dura y salvaje. Una vez, tras varias horas de persecución, subiendo y bajando cerros y lomas, Migueler regresó rápidamente a Alcubierre, se lavó en casa y luego pasó por el puesto de la Guardia Civil de Alcubierre. Al tiempo llegó la patrulla de guardias civiles que habían participado en la persecución, con evidentes signos de agotamiento y fatiga, quedándose estupefactos al enterarse que hacía rato que Migueler, todo fresco, había pasado a saludar por el cuartel. ¡A Migueler no le hubiera pillau ni el Cucaracha!.

            Seguramente Migueler haría algún trabajo de albañilería en el cuartel y los guardias conocían su valía, al igual que conocían sus tretas furtivas. Pero casi podemos decir que entre ellos había una relación de caballeros, de cierta cordialidad ya que los guardias, en repetidas ocasiones, pasaban por la casa de Migueler a echar un traguer o tomar un café y de paso charrar un poco. En ningún caso fueron a su casa a molestarle o echarle alguna reprimenda.

            Tenía amistad con el sargento y algún guardia. El sargento le decía: “Migueler, si te encorren los guardias, corre tú más que si no te agarran, no pasará nada”.

Alberto Lasheras Taira    

El reclamo preso

Solía ir mucho a cazar con Rafael Berdún de casa Puliceto. Utilizaban a menudo la técnica de caza de reclamo. Para ello colocaban una perdiz disecada a la vista mientras ellos se escondían al otro lado. Además tenían un instrumento de caña que soplaban imitando el sonido de la perdiz o del perdigacho.

            Otras veces usaban una perdiz enjaulada como reclamo, la dejaban en un lugar estratégico y se ocultaban esperando a que se acercase alguna perdiz y tratar de atinar con la escopeta. Pero un día, la perdiz debió de errar en su canto y a quien atrajo fue a la patrulla de la Guardia Civil. De sopetón apareció la de la Guardia Civil y casi ni se dieron cuenta. Pero al final no los vieron ya que estaban bien escondidos entre matojos. Bien quietos en la mata tuvieron que aguardarse ocultos hasta que los guardias, cansados de buscarles, marcharon y se perdieron de vista. La que acabó detenida fue la incauta perdiz, aunque presa ¡ya estaba!.

De correría en correría

¡De correria en correria casi cogieron a Migueler cazando!, pero este Migueler se las sabía todas. En estas, los guardias civiles consiguieron agarrarlo por la chaqueta, pero el habilidoso y escapista Migueler logró zafarse de la chaqueta que acabó en manos de la benemérita. Ya liberado corrió como una liebre consiguiendo escapar. ¡Raudo y veloz!, en Migueler, la suerte nada tenía que ver.

            En otra correría con los civiles, Migueler andaba cazando por la paridera de los vales de Gabarre. Al avistar la presencia de los guardias, Migueler corrió alredor de la caseta hasta encontrar el botero abierto (hueco o ventana del pajar para meter la paja) y, en lo que canta un gallo, por el botero se metió en el pajar escondiéndose entre la paja. Los guardias dieron vueltas y vueltas, examinado todo sin encontrarlo, hasta que desistieron y rendidos abandonaron su búsqueda. ¡Con la fama que tiene el Migueler, a ver quién es el listo que lo puede coger!.

            Y en una de tantas otras correrías, a Migueler le encorría la benemérita pisándole los talones. Para despistarlos se vio forzado a brincar una tapia, pretendiendo que le perdieran de vista. ¡Cuál sería su sorpresa al ver que al otro lado de la tapia del corral había dos guardias almorzando! Éstos sorprendidos por la aparición de Migueler y los gritos de los otros guardias que lo perseguían, se lanzaron tras él pero no pudieron agarrarlo. Migueler, durante la persecución, perdió la escopeta que recogieron la Guardia Civil y tuvo que ir otro día al cuartel a recogerla. No sabemos si tuvo que hacer frente a alguna multa.

            ¡¡Las correrías que no sabremos!!!

El sombrero de Demetrio Oto Borau y de Nicasio Gavín Casterad

La presente historia resulta contemporánea a Migueler, le iguala en ingenio y talento a cualquier correría de Migueler, ya que cuenta con gran similitud en su particular modo de actuar. Para hacer honor a la verdad, decir que de primeras nos la contaron como propia de Migueler. Pero a Alberto Lasheras nada se le escapa y, lo que acontece a continuación, a Demetrio Oto y Nicasio Gavín les sucedió:

            ¡Ya fue casualidad!, caprichoso destino, ¡Qué Nicasio se comprase el mismo sombrero que Demetrio Oto! o ¡Qué Demetrio se comprase el mismo sombrero que Nicasio!. ¿Quién sabrá?, ¿quizá se compraron los sombreros juntos?. ¡Y qué más da!

            ¡Qué pinchos y contentos iban Nicasio y Demetrio! Los dos con sus sombreros nuevos, ¡como los lucían por las calles de Alcubierre!. ¡Hasta para cazar lo llevaba Demetrio!, como aquella vez que perseguía perdices cerca del corral de Ruata. La guardia civil le sorprendió pero, como también era tan templado y ligero, pronto les dio esquinazo con la mala fortuna que el sombrero perdió. La pareja de guardias civiles quedaron satisfechos con tan preciado botín, pues ya tenían la prueba del delito, ¡por fin tenían pillado al furtivo Demetrio!. Pero este, que de avispado tenía lo suyo, regresó raudo y veloz a Alcubierre, cogió el sombrero a Nicasio y por el cuartel de la guardia civil se pasó a saludar. Cuando la pareja de guardia civiles regresó, algo sofocados pero con la prueba del delito, no daban crédito a lo que les contaban, pues hacía un rato que Demetrio, completamente relajado, descansado y escoscado, se había pasado con su flamante y elegante sombrero.

La última pizca de Alcubierre

Deben de ser avispados estas gentes de Alcubierre y siempre muy acogedores si por sus lares caes, ¡pueden hacer gala de buen carácter!. Pero para quien no les conozca, a buen seguro que la siguiente costumbre y anécdota no les dejará indiferente.

            Dicen por todos los lugares, que es bien conocida y por todos reconocida, que la última pizca es la de Alcubierre. Pues cuando solamente queda la última pizca en el plato o fuente, a la gente siempre le da reparo cogerla; así que, en Alcubierre, discurrieron ingeniosa solución. Siempre apagan la luz y así nadie sabe quien coge la última pizca. Pero la verdad no deja ser algo a medias, ya que las manos acaban luchando entre ellas, con las luces apagadas, disputando la última pizca de Alcubierre.

Animales son amores

A Migueler tenía perros y hurones, le encantaban los animales y tenía una mano especial con ellos. A un perrito le enseñó ir  a comprar a la carnicería. Al perrito le colocaba una cestita con el dinero y lo mandaba de compras a la carnicería. Allí le colocaban el pedido y los cambios en la cestita y el perrito volvía a casa con el encargo para Migueler. El bueno del perrito nunca abusó de la gran confianza depositada en él y la suculenta carga siempre llegó a buen destino.

            Su habilidad también quedó patente cuando adiestró a dos perros en el ejercicio de la caza. Los perros iban solos a cazar, la primera pieza de caza era para ellos y las siguientes para Migueler.

            En una desafortunada ocasión, uno de sus perros se adentró en un corral ajeno y trató de montar una perra. El vecino los sorprendió, cogió una horca y mato al perro de Migueler. Este se enojó tanto que trató de rendir cuentas, pero al final desistió.

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Tío Migueler, un hombre de alturas.

El reto de la torre

Al Tío Migueler le encantaban los retos, desafiar a los más jóvenes y superarlos, en destreza y agilidad nadie le superaba, grandes dotes que su fama precedían. Aún contando con cierta edad, no dudaba de retar, lo llevaba en la sangre.

            La preciosa torre mudéjar de la iglesia de Alcubierre fue escenario de uno de sus mayores y rememorados retos. El desafío era ver quien subía antes a lo alto de la torre. Desafió a Manuel el guarnicionero a subir los más rápido a lo alto de la torre de Alcubierre y tocar la campana. El contrincante subía por las escaleras y Migueler trepando por el exterior. Migueler ganó la apuesta y esta hazaña dejó profunda huella en la memoria de Alcubierre.

            Hay que reseñar, tal y como dice Alberto Lasheras, que entonces la torre estaba muy deteriorada y presentaba numerosos entrantes y salientes que facilitaban extraordinariamente su escalada. Pero que nadie se engañe, esto no justifica ni infravalora su renombrada epopeya y que nadie se atreva a ponerlo en duda. Pues no hay mayor valor ni maestría que la que Migueler poseía.

Campanadas a mangazos

Durante la guerra las campanas de la iglesia de Alcubierre desaparecieron. ¿De alguna manera tenían que ingeniárselas par dar las campanadas?. Así, que buena solución idearon. Y como era de esperar, optaron por la única solución imaginable: cogieron una enorme llanta, la colgaron con una soga y con un mallo (una maza o martillo grande) fueron dando campanadas. Pero de tanto mallar, pues todas las horas debían de dar, la soga se rompió y la llanta disparada salió, rodando calle abajo hasta la plaza. Por poco no causó ninguna desgracia: ¡podría haber matado a alguien!.

Las campanas de Alcubierre

Las campanas se tuvieron que reponer a primeros de la década de los cuarenta. Las trajo Ángel Cisterna, que se dedicaba a carrear paja. Las descargaron al pie de la torre de la iglesia y Migueler y su hijo fueron los encargados de subirlas a la torre. ¡Todos los críos fueron a ver como subían las campanas!. Pero mientras subían una campana, la estructura del andamiaje cedió y una campana corrió un serio riesgo de caída, ¡estuvo a punto de caer!. Migueler, rápido y valiente, se descolgó por los andamios y consiguió amarrar fuertemente la campana a una soga, impidiendo que se precipitase al vacío. Evitaron una tragedia cantada y definitivamente pudieron subir las campanas que volvieron la alegría a la torre de la iglesia de Alcubierre.

            Para probar una de las campanas, el hijo de Tío Migueler se puso a bandear la campana con tanto brío que no la soltó y quedó agarrado a ella saliendo afuera del campanario y volviendo a entrar, al volver la campana al interior de la torre. Tuvo que tener gran pericia y agilidad mental para sujetarse bien y evitar que la inercia lo despidiese hacia fuera arrojándole al vacío. De tal palo tal astilla.

El pozal al pozo

Cuando un pozal caía al fondo del pozo llamaban a Migueler para que lo recuperase, ¡quién sino!. Descendía con gran destreza, apoyando la espalda en la pared  y con las piernas en la otra pared. Bajaba a los pozos y recuperaba los valiosos pozales que se caían en la localidad de Alcubierre.

            Una vez tubo que bajar para sacar un pollino, una mula joven que se había caído a un pozo. Las gentes del lugar trataron en vano de sacarlo con ganchos, ¡para haberlo matau!. Así que apareció Migueler y en un suspiro bajó al pozo, formó un braguero a modo de arnés atando al pollino y con una buena soga, correas y una garrucha izaron al pollino hasta ponerlo a salvo.

            En Alcubierre el agua de pozo contenía abundantes sales, así que no era apta para consumo humano. El agua de boca se obtenía de las balsas que recogían el agua de lluvia.

La virgen del pozo

Tanta fama tenía Migueler rescatando pozales de los pozos que, después de la guerra, lo llamaron de otro pueblo para rescatar unas imágenes religiosas de un pozo. Hay quien sitúa el hecho en La Almolda, otros en Monegrillo, aunque lo verdaderamente certero es que solo Migueler era capaz de tal empresa. Durante la guerra civil ocultaron en un pozo dos esculturas pequeñas de la virgen. Una era de yeso que se deshizo en el pozo y otra de bronce que fue la que rescató el Tío Migueler.

La burla a la muerte

Durante la guerra Migueler salía por la parte de atrás de su casa y burlaba el toque de queda de Alcubierre; ¡él salía cuando quería! pues Migueler era un alma libre difícil de dominar. Pero sus escapadas se volvieron conocidas en la localidad hasta que le estuvieron esperando, consiguiendo sorprenderle saltándose el toque de queda. A Migueler le acusaron de espionaje y lo llevaron detenido a Tardienta. Cuando su familia acudió a visitarlo, Migueler les entregó el reloj y alguna pertenencia creyendo que su fusilamiento era inminente e inevitable. Pero por suerte, una pariente conocía a un alto mando que le ayudo. Ella había trabajado de maestra en un pueblo del Somontano de Barbastro, donde él acudió a dar un mitin y le conoció al tenerle que entregar las llaves de la escuela. Al parecer, aquel encuentro dejó profunda impresión entre ellos. Ella lo buscó antes que ejecutasen a Migueler y gracias a su elevada posición en el ejército republicano, pudo interceder para que soltasen al pobre Migueler. Para ella y el militar fue el comienzo de una gran historia de amor, de vicisitudes y exilios, pero con final feliz. Para Migueler, ¡esta vez sí que esquivó la muerte de verdad!

            Migueler era bravo y valiente, aunque pecaba de cierta ingenuidad. Una vez, en la plaza mayor de Alcubierre se hallaba un miliciano de barba larga y con un aspecto fiero, bruto y feroz que infundaba razonado respeto y temor. A Alcubierre llegaban cientos de milicianos. El miliciano se encontraba sentado afilando un enorme machete cuando el atrevido Migueler, sin consideración alguna y con cierta inocencia, le soltó: “¡quiere que se lo afile yo, que afilo bien!”. Quienes apreciaron esa escena no pudieron evitar un frío escalofrío recorriendo sus cuerpos, afortunadamente, este hecho ya no tuvo más recorrido.

El ingenio como juego

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Juego de habilidad del Tío Migueler

Migueler debió de ser muy manitas, una de sus aficiones era realizar juegos de ingenio. Uno de aquellos juegos era una superficie con anillas por los que en determinados movimientos había que pasar un alambre. Migueler debió de ser un alma con inquietudes, retos y destrezas.

El tocino escoscau

Migueler era muy amigo de Julian Mene, de Gabarre y del cura de Alcubierre. De tanta amistad gozaba que no dudaba en pedirles consejo y opinión. Cuando en una ocasión el tocino le se puso malo a Migueler estos le dieron buena solución, ya que resfriado y fiebres podía tener, el tocino enseguida debía de bañar “¡y ya verás que pronto se recuperará!”. Y de esta manera, fiel a sus amigos, Migueler actuó y a su apreciado tocino bañó. Pero por causas del destino, la fatalidad provocó que el tocino a los pocos días falleciera. Cuando la gente le preguntaba a Migueler “-¿qué tal el tocino?-” este respondía: “Ni dios, ni el cura, ni Julián Mene me harán lavar el tocino otra vez!”.

La escopeta confiscada

Por orden de los militares republicanos presentes en Alcubierre, Migueler se vio obligado a entregar su querida escopeta en el antiguo cuartel de la Guardia Civil. Pero a Migueler no lo iban a privar tan fácilmente de su querida escopeta. Así que cogió la escopeta y la desmontó en tres partes: los cañones, la culata y la acción. Solamente entregó la culata y los cañones, así nadie la podría usar. Unos días después, aprovechando el barullo que había en el puesto de la guardia civil, un hombre salió con las dos partes de la escopeta y al trajinarlas y ver que eran inservibles las tiró. El hijo de Migueler lo vio y no dudó en recoger las partes y llevárselas a su padre, este se debió de alegrar, pero a la vez se molestó por el riesgo que había corrido su hijo.

La edad no perdona

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Tío Migueler por el puerto de Barcelona.

Sus atrevimientos le acompañaron durante toda su vida, sobretodo sus triquiñuelas con los cuerpos de seguridad. De hecho se llevaba bien con la guardia civil, pero la edad no perdona y esta vez si que cayó.

            Ya algo mayor, Migueler fue a cazar furtivamente con otro amigo. Se colocaron en una zona algo distantes, pero se veían. La guardia civil apareció de repente por detrás de Migueler y por muchas señas que le hizo el amigo, Migueler no se enteró y la guardia civil acabó atrapándolo. El Tío Migueler se estaba haciendo mayor e iba perdiendo oído, adquiriendo paulatinamente una cierta sordera.

Anécdota de Juliana Suñen Frantiñan

La bisabuela de Miguel Puivecino Suñen, Juliana Suñen Frantiñan, protagonizó un curioso encuentro que aún permanece en la memoria familiar. Una jovencísima Juliana volvía una vez  a casa cuando de repente se encontró con un hombre desconocido:

-¿A dónde vas pequeña?-

-Voy a casa corriendo, que me ha dicho mi madre que tenga cuidado que puedo encontrarme con el Cucaracha-.

-Pues ya puedes marchar tranquila, que esta noche al Cucaracha ya no te lo vas a encontrar-.

            Siempre supusieron que aquel hombre fue el bandido Cucaracha. Mariano Gavín Suñen, celebre bandido conocido como “El Cucaracha” que actuó en Los Monegros a principios de la segunda mitad del siglo XIX.

El Tío Migueler, la leyenda

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Recreación del Tío Migueler en la portada de Forbes.

A Migueler no le gustaba que nadie llevase las manos en los bolsillo: “¡rediós!, quítate las manos de los bolsillos”. Expresión que aún dijo estando en el lecho de muerte cuando un amigo le fue a visitar. Siempre las manos fuera de los bolsillos y las manos abiertas, nunca cerradas. El Tío Migueler no las podía ver en los bolsillos, sufría y carrañaba a quien las llevaba en los bolsillos. En ninguna fotografía se ve a Tío Migueler con las manos en los bolsillos ni con las manos cerradas.

            Cuando Tío Migueler falleció en 1960, por todo Alcubierrre y redolada se corrió la peculiar expresión: “Si no vuelve Migueler, es que no se puede volver”. Migueler había salido airoso de todas sus peripecias, pero de la última… Ágil, intrépido y audaz, nuca hubo hombre sin igual por estos agrestes territorios monegrinos. Tío Migueler es toda una leyenda.

            Por último y por finalizar, comentar que, tras arduas consideraciones, se ha considerado oportuno y prudente omitir una muy pertinaz consideración. Así pues, para evitar desconsideraciones, para nada comentaremos la extraña, rara y al parecer reiterada torpeza de las gentes de Alcubierre con las artes del pozo; pues por lo visto muy a menudo se les caían los pozales al fondo del pozo. Para no herir sensibilidades  y susceptibilidades ignoraremos y obviaremos la falta de destreza izando pozales de las gentes del lugar de Alcubierre, para así llevar a buen termino las dichas y venturas del Tío Migueler.

            A la memoria de Tío Migueler, que andará feliz por las alturas sin querer baja

 

               – FIN –

 

            Las historias del Tío Migueler son reales y responden a un trabajo de investigación realizado por Alberto Lasheras Taira y Joaquín Ruiz Gaspar.  Muy especialmente gracias a los testimonios de Miguel Puivecino, descendiente del Tío Migueler, nieto,  y Lola Bernal, mujer de Miguel. La publicación de «Las dichas y venturas del Tío Migueler» se ha realizado el 18 de enero del 2018 en conmemoración de su centésimo trigésimo aniversario de su nacimiento.