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Cosetas de Sena


En el municipio monegrino de Sena, en el marco del Museo de Oficios Antiguos de Monegros, un grupo de mujeres conversó y dialogó sobre las cosetas de antes, los recuerdos y vivencias que narran una forma de vida que queda en el pasado. Así, recogemos los testimonios de Pilar Royo Naya, nacida en Huesca en 1943, aunque ha vivido toda su vida en Sena; Paz Ferrer Uriol, nacida en Sena en 1943; Josefina Almerge Opi, nacida en Sena en 1953; Rocío Sanz Redrado, natural de Boquiñeni donde nació en 1970, desde 1990 vive en Sena; Nieves Hernández Laborda, natural de San Juan, desde 1990 vive en Sena y Pili Monter Ardanui, nacida en Sena en 1942.

Cuando Josefina llegó al mundo, en su Sena natal, “El médico estaba borracho”, pues era el médico de la localidad quien se encargaba de los partos. En Sena, durante muchos años, estuvo el doctor Ignacio. También las familiares y vecinas ayudaban en los partos, sobre todo preparando agua caliente. “Si bajaba puntiagudo es que iba a ser chico”, pues antes se prefería que fuese chico “Que hacía la casa grande”. Aunque tristemente había mucha mortalidad, enfermedades como el sarampión provocaban muertes prematuras, la vida era más frágil. Cuando alguien moría a corta edad las campanas tocaban las a mortijuelo.

A los recién nacidos se les bautizaba pronto, a los ocho días y durante el bautizo se tiraban peladillas. A las chicas se les hacía  pronto los agujeros en las orejas, a los pocos meses, con una aguja “y antes de los pendientes se ponía un hilo”. Se les daba galletas con leche, especialmente cuando no había mucha leche. Pronto se llevaban a las monjas, iban desde lo dos a los seis años y de los seis hasta los catorce años se iba a la escuela pública. Las clases eran separadas por sexos y también el patio de recreo. Las monjas hacían teatro, hasta los seis años lo hacían juntos y después separaban a chicos de chicas. En la escuela se aprendía geografía, matemáticas, ortografía, se hacían dictados y enseñaban religión. Por las tardes aprendían a coser, bordar, ganchillo, realizaban paños de costura, punto alado y escapulario. Las monjas cobraban por enseñar a coser. Paz fue a coser a casa del sastre. En la escuela daban leche en polvo y queso en lata (1956-1960). Las mujeres no salían a estudiar fuera, “al seminario de Huesca solo iban hombres”. 

También en la iglesia había separación por sexos “Los hombres a la izquierda y las mujeres a la derecha”. La ropa debía de ser muy correcta y había que ir con velo, chaqueta o manguitos cubriendo los brazos, falda larga y con medias. Por Sena, los curas de la diócesis de Lérida eran mucho más severos que los de Huesca. Todos los domingos tenían catequesis. Cuando se hacía cine, en la plaza, las películas se clasificaban por colores: “El blanco para todos los públicos, el azul a partir de los 12 años, el rosa desde los 21 años y el grama era peligrosa para todos”. 

En el río se bañaban con un viso, estaba muy mirado con quien iban las chicas. Al baile no les dejaban entrar hasta que no eran mozas, hasta los 14 años, normalmente iban en cuadrilla. Antes les tenía que llevar un chico, el novio o algún chico que les fuese a buscar. Incluso en la escuela castigaban a quienes habían ido al baile, doña Asunción les daba con una regleta.

A la plaza acudían de vez en cuando los Ongaros (Húngaros), “¡Qué han venido los Ongaros!” y los zagales y zagalas corrían a la plaza para ver el espectáculo donde hacían bailar a un pobre onso (oso).  

Se casaban pronto, a partir de los 24 años y como ajuar normalmente mantelería o sabanas. Después de la boda muchas marchaban pronto de viaje de novios, a las tres de la madrugada para ir a coger el tren al Tormillo o el coche a Barbastro o Lérida. Paz recuerda que cogió el tren en el Tormillo a Barcelona, llevaron dos pollos en segunda clase, como pago para alojarse en casa de unos familiares.

Se hacían la propia lana y tejían jerseys, toquetas y calcetines, se hilaba la lana y escorpinaba (desanchar la lana). Con cantaros, sobre la cabeza, iban a buscar agua a la acequia y la llevaban a las casas. No había agua corriente, ni mucho menos baños, así que las necesidades se hacían en el corral. El aseo personal se realizaba con palanganas “Poquer a poquer se iba dando uno agua por las partes del cuerpo”. La ropa se lavaba en la acequia y para blanquearla se calentaba agua con ceniza y se colaba, luego, aquella agua, se empleaba para lavar la ropa blanca. Para fregar el suelo de rodillas se utilizaba una almadeta para proteger las rodillas.

En Sena había buena huerta. Se hacía matacías, se hacían farinetas y se comían los lechacines. Para elaborar las farinetas primero se cernía el panizo. Pan con manteca y azúcar o pan con vino y azúcar, era la típica merienda, sobre todo después del recreo. Lo normal era tener en casa manteca de bochiga (vejiga de cerdo),  la bochiga se llenaba de manteca para almacenarla colgada en la cocina. Había estraperlo con la estación de ferrocarril del Tormillo, a donde se iba a vender trigo, cebada y harina. Además se hacía esparto y algo de sogueta, principalmente para su uso local. Hacer sogueta era cosa de hombres. La calderada, a base de patata, remolacha y todo lo que sobraba, se daba a los tocinos. 

Cuando celebraban los quintos había una semana de bailes, se ponían unas botas y pedían por el pueblo huevos con los que hacían farinosos o panetes de pan. Las puertas de las casas se ataban con fencejos para no dejar salir, era una trastada.

Para santa Agueda las mujeres sacaban a bailar a los chicos, ellas elegían. Se tocaba las campanas, se merendaba y en la plaza se hacía una rueda y se cantaba.

Algunas noches se espanotaba, de las panotas del panizo se separaba la cascarota para hacer colchones, también las cascarotas se daban como forraje a las vacas. A las fincas de Presiñena iban las chicas a plantar espárragos que acababan en la conservera de Sariñena.

Se amasaba en casa y se llevaba a cocer al horno. A servir marcharon muchas mujeres, sobre todo a Barcelona y también a Francia. En los cañizos secaban melocotones (orejones) e higos “¡Ay! que habrá tronada, a entrar los cañizos al cubierto”. Embotellaban tomates, para conserva y lo hacían en botellas porque no había botes. Comían cantillos de pan, que tostaban y daban con ajo y luego escaldaban con agua hirviendo. Muy parecido a las conocidas sopas de ajo.

El luto era muy riguroso, a Paz le duró siete años, no le dejaban ni comprar una aradio (radio). Las mujeres mayores llevaban el luto para siempre “Señal de luto-medio luto”.

La entrevista se realizó en Sena el 26 de abril del 2018. Gracias al Museo de Oficios de Monegros por abrirnos sus puertas a su maravillosa ventana al pasado, atesorando objetos que enseñan una forma de vida que hemos ido dejando atrás. Y gracias a Pilar, Paz, Josefina, Rocío, Nieves y Pili.

La memoria de ellas


La memoria de ellas responde a una síntesis de todo lo recogido con la serie biográfica de Rostros, una retrospectiva sobre la mujer monegrina. Una reflexión sobre el papel de la mujer rural en nuestro pasado más reciente, aportando una visión etnográfica y a la vez social. Ellas, un motor de cambio social que ha configurado nuestra realidad actual y que continúa luchando por una sociedad más justa e igualitaria.

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En el sistema patriarcal, la mujer ha estado predeterminada a ocupar un papel secundario, dirigido tanto por la educación tradicional en la escuela como por la religión, estableciendo un rol secundario de servidumbre bajo el control familiar y conyugal. Hasta hace unas pocas décadas las mujeres eran educadas para sus labores, para satisfacer a su esposo, hijos e hijas y sin reconocimiento social ni laboral, reproduciendo así las desigualdades estructurales entre hombres y mujeres. Todo sin derechos, que han tenido que ir conquistando: el derecho a voto, a disponer de sus propios bienes, a abrir una cuenta sin la autorización de su marido, a acceder al mercado laboral, a adquirir la patria potestad sobre sus hijos/as, al divorcio, al aborto…, con un horizonte de igualdad abierto pero aún por vencer: equiparación salarial, cuotas de poder y de dirección, eliminación de la explotación y la violencia….

En 1915, las mujeres de Lanaja marcharon caminando a Huesca reclamando pan y trabajo, reivindicando el futuro de su pueblo. A pesar de ser expulsadas de Huesca por la fuerza y devueltas hasta Lanaja en dos autobuses que fletó el propio Gobierno Civil, aquellas mujeres se convirtieron en todo un ejemplo de lucha.

La educación tradicional subordinaba a la mujer para ser una buena esposa, sin posibilidad ni expectativas de acceder a estudios superiores ni desarrollar una carrera profesional. Las labores de costura han ocupado gran parte de su “educación”: punto atrás, hilvanes, vainica, pespuntes, costuras, ojales, bordados, lagarteras, punto de cruz, festones, patrones de ropa… y tal como recuerda Manuel Antonio Corvinos, en Las Escuelas Nacionales de Sariñena en los años cincuenta, “Mientras cosían una compañera les leía pasajes de algún libro religioso”.

Clases separadas por sexo, una educación sesgada con un fin sexista de una sociedad patriarcal y machista. El franquismo ahondó en la sociedad Española un modelo de mujer dependiente del hombre, de aquel “macho ibérico”, retrocediendo los avances que había significado la segunda república Española, aboliendo el voto femenino, el divorcio, el aborto y volviendo a una educación separada por sexos. Una impronta aún presente en el subconsciente social español.

Así, desde muy jóvenes ellas comenzaban a realizar tareas familiares: cuidar a sus hermanos/as, ir a buscar agua y leñas, cocinar, limpiar, lavar, fregar, ayudar a cuidar a los mayores en casa… Ahora resulta inconcebible no tener agua corriente, ni luz eléctrica, ni calefacción, ni productos sin elaborar… recursos básicos donde la mujer resultó vital para la supervivencia familiar. El agua la iban a buscar a las balsas, a las fuentes, a los pozos o a los ríos; especialmente en Los Monegros a las balsas, pues el agua ha sido un elemento vital escaso. Con los cántaros sobre su cabeza, las mujeres dedicaban gran parte de su tiempo a acarrear agua a las casas y la almacenaban en tinajas que luego poco a poco se iba disponiendo en los hogares.

Igualmente sobre sus cabezas portaban los cestos de ropa que iban a lavar a los lavaderos o a los ríos, el esfuerzo de restregar, una tarea de horas interminables sufriendo los fríos invernales y los calores estivales. Horas restregando la ropa sobre la piedra de lavar, a veces de rodillas, igual que cuando fregaban el suelo. También lavaban profusamente la lana esquilada de las ovejas y la cardaban para luego hilarla y tejer jerséis, chaquetas, toquillas, calcetines… Y los colchones y almohadas de lana, que cada cierto tiempo había que varear para esponjar y limpiar la lana.

De jóvenes no podían salir solas, a los bailes debían ir acompañadas y siempre vigiladas, era el chico quien sacaba a la chica a bailar. Los casamientos tenían que contar con el consentimiento paterno, influyendo la condición social y económica, encorsetando también en muchos casos al hombre.

Ellas hacían su propio ajuar, bordaban cuidadosamente sábanas y manteles y además se confeccionaban sus trajes de novia, de color negro tradicional hasta que llegó el blanco. Cuando se casaban ellas se dedicaban a sus labores, a cuidar del marido, hijos/as y mayores de la casa. Un trabajo ni valorado ni reconocido.

Recoger leña, mantener el fuego, hacer la comida, atender las gallinas, los conejos y tocinos, matar pollos y gallinas, desplumarlos, la matacía, capolar, embutir, cuidar el huerto, hacer conservas, ordeñar las vacas y las cabras, limpiar la caza y guisarla, amasar el pan y llevarlo al horno, administrar la casa, recoger almendras, las olivas, los higos, secar, hacer mermeladas…

Dejar a fiar y a deber, el trueque entre productos, la economía familiar, enseñar a coser, hacer apaños, parches, remendar y arreglar descosidos; las cosas se reutilizaban, no había abundancia, sino escasez. Además las tareas eran más pacientes y más costosas, las lentejas se limpiaban desplazando de un montón a otro una a una, las borrajas y los cardos se limpiaban finamente, la cocción era más lenta… todo era más artesanal.

Ellas iban a la siega, a dar la gavilla y a atar las garbas, a la trilla… se cubrían los brazos para que el sol no les tomase pues era síntoma de baja condición social. Las más pobres iban a respigar los campos ya cosechados y en algunos lugares se iba a la remolacha, durante el invierno, pasando mucho frío. Ellas recogían el esparto y lo trabajaban hasta elaborar con sus duras manos la sogueta.

Había más solidaridad, se ayudaba en los partos, las comadronas, y existía la figura de ama de leche, mujeres que ayudaban a sacar adelante amamantando criaturas que sus madres no podían alimentar. El hambre fue una constante. Se casaban muy jóvenes y la mortalidad infantil fue muy grande.

Muchas iban a servir a casas por dormir y comer, sin sueldo. Muchas marchaban a las ciudades para tener condiciones más dignas, tener una pequeña remuneración; algunas sólo tenían unas horas libres los domingos por la tarde.

La decencia y la apariencia, bien tapadas y recatadas, el no significarse, el control social de la iglesia, la confesión y en misa, las mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda. El duelo, guardar el luto al hombre imponiéndose el negro y la tristeza durante años; la alegría y el color respondían a una falta de respeto al difunto que la sociedad no toleraba. Se velaban los muertos en las casas y el luto se extendía a todas las mujeres de la casa. Incluso mujeres jóvenes encadenaban lutos de algún hermano y padre, perdiendo su juventud e incluso la edad para casarse. Ellas, que se quedaron viudas, con trabajos que no fueron reconocidos y se encontraron con miserables pensiones no contributivas.

Ellas tomaban la fresca por las noches de verano, se juntaban a la caída de la noche para hablar y contarse las cosas, en invierno se recogían al calor del hogar. Ellas han sido motor de la transmisión oral, del saber popular, de recetas, remedios tradicionales y medicinales, trucos, consejos, refranes, historias, leyendas, juegos… ¡Cuánta memoria se pierde con ellas!.

Sobrevivieron valientes, sin tiempo para la rendición. En Sariñena subían al barrio de la Estación y cogían carbón de los trenes para calentar sus hogares, arriesgándose a encontrar a la Guardia Civil que les requisaba el cargamento. También formaron parte del estraperlo que hubo entre poblaciones y en especial con la línea de ferrocarril, se vendía trigo a comerciantes que iban en los trenes, era una forma de sobrevivir.

El tiempo atrapa aquella memoria y el silencio se apodera de una memoria a veces tan amarga que resulta casi imposible pronunciar. Cómo recuperar la realidad de tantas mujeres que se vieron obligadas a conseguir avales para salvar a sus padres, maridos e hijos tras la guerra, al chantaje y abuso al que se vieron sometidas, para que no fuesen fusilados. Aquellas luchadoras que acudían al Auxilio Social con sus hijos/as hambrientos, señaladas,rapadas, castigadas, encarceladas y desterradas. Aquellas que se les presentaba en casa la guardia civil preguntando sobre sus maridos, hijos o padres para encontrarlos y fusilarlos. Aquellas despreciadas socialmente y aquellas obligadas a ser obedientes, aguantar y callar. Aquellas mujeres cumplieron un doble castigo: ser roja y mujer. Aquellas que primero fueron pecadoras, luego brujas, histéricas y locas.

Ellas, mujeres de nuestra memoria más reciente son nuestras raíces y su memoria debería no ser olvidada, pues su lucha es ejemplo para continuar construyendo una sociedad más justa, libre y plenamente igualitaria. Ellas no se merecen el olvido, ni la desmemoria porque ello significa renegar de nuestra esencia, de ellas, como de nuestra madre naturaleza.

A la memoria de ellas.

María Rebeca Tricas Puyalto


Mujer comprometida por su pueblo: activa, dinámica, concienciada y luchadora. Todo un ejemplo de mujer capaz de articular una intensa actividad asociativa, cultural, artística y conseguir revitalizar la vida de un pueblo que lucha contra la despoblación. Una mujer más de nuestros pueblos, una mujer más y a la vez única, imprescindible para sacar adelante iniciativas titánicas por el bien y el futuro de su pueblo.

Maria Tricas

Mari Tricas

            Mari nació un 15 de abril de 1950 en Huesca y aunque vivió en Peralta de Alcofea, su vida ha transcurrido ligada a San Lorenzo del Flumen. Antes, por un tiempo, vivió en Sodeto, donde contrajo matrimonio. Pero en Sodeto, el joven matrimonio no tuvo suerte, pues no les tocó ni casa ni lote y se vieron obligados a mudarse a San Lorenzo del Flumen. En 1970 consiguieron una casa y un lote en el nuevo pueblo de colonización monegrino. Lamentablemente, el lote era de renuncio y arrastraba una pilma, unas deudas de semillas a la que tuvieron que hacer frente.

            El pueblo de San Lorenzo del Flumen se fundó en 1963 y se construyó en dos fases: la primera fase en 1963 y la segunda en 1968. En la primera casa, los cinco primeros meses los pasaron sin luz, debido a que el transformador se quedó insuficiente para llevar la luz a todas las casas. El lote fue de unas 12 hectáreas y además se complementaba con un huerto y una vaca preñada de la que tenían que devolver una novilla preñada. Compraron una vaca que tuvieron que pagar en tres años y unos años más tarde, por 1971, a un tratante le compraron 2 vacas más.

            Las tierras las tuvieron por la partida de la Mallata, por las Ventas de Ballerías, una huerta vieja pero con una tierra buenísima. Su marido fue tractorista de colonización y siempre trabajó de tractorista y de albañil. Con el tiempo compraron 26 hectáreas que pusieron en regadío. Al principio se puso mucha remolacha, alfalfa, cebada y maíz, pero luego, en san Lorenzo del Flumen, se plantó mucho pimiento. Desde entonces, en San Lorenzo del Flumen se celebran unas jornadas culturales sobre el pimiento y el arroz, pues el cultivo del arroz fue la única solución para muchas tierras salitrosas.

            Mari siempre sintió un interés especial por un terreno singular, un campo con un bello y característico tozal monegrino, propiedad del marques de la Venta de Ballerías. Sin dudarlo trató de adquirirlo, a lo que le marques respondió “que si alguna vez lo vendía, Mari sería la primera”. Al final, el marques cumplió su promesa y el tozal pasó a manos de Mari, quien trabajó su tierra, bordeando el pequeño y gran tozal con numerosos frutales, de oliveras, almendreras y viña.

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Mari con el logo de Ganadería El Tozal.

            Mari pronto comenzó con las vacas, empezó con dos vacas y al año siguiente sumó otras dos más. Después continúo quedándose con las novillas que las vacas parían, mientras vendía los novillos. Al principio inseminaba las vacas en la parada, la casa donde tenían al macho semental, y después, Mari adquirió un buen novillo semental para su ganadería. Fue pionera con la genética, inseminado sus vacas y creando una ganadería selecta de gran valor. Criaba de la raza “frisona” y su ganadería no pudo llamarse de otra manera: “Ganadería el Tozal”. Llegó a contar hasta con 50 vacas, las soltaba por el corral y montó una de las primeras salas de ordeño por estas tierras. Tuvo las vacas prácticamente desde 1971 a 1998 y fue en 1975 cuando adquirió la sala de ordeño: “mucha gente la venía a ver ya que era la única por la zona”. Antes de la sala de ordeño simplemente tenía dos ordeñadoras sencillas de la época.  Cuando se quitó las vacas en 1998, por la vaca Marisa le daban un millón de pesetas, pero Mari prefirió vender todas las vacas juntas a un ganadero de Asturias, por 170.000 pesetas cada una. Mari siempre ha estado dada de alta, a la seguridad social, como agricultora y ganadera.

“Si quieres beber algo natural, bebe leche de la ganadería el Tozal”

            Mari fue a vender a muchos pueblos la leche, se compró un Mehari y con el iba a todas partes, hasta cargaba las pacas en el Mehari. Las pacas y el alfal de los campos era para mantener la vaquería. En el coche cargaba los cantaros y se desplazaba por los pueblos, en Huesca vendía hasta 300 litros de leche. En 1992 Mari vendía en Huesca la leche en una lechería que ella misma montó en la calle Ramón J. Sender. Para llevar la leche se vio obligada a instalar un tanque refrigerador en el Mehari, pero la tienda apenas duró seis meses. Principalmente, la leche se vendía a la RAM de Grañen, donde la vendían la mayoría de ganaderos y ganaderas de vacas de leche, y a la Letosa de Alcolea. En los últimos tiempos, la leche se tuvo que vender a la cooperativa Copla de Pedrola.

            Su vida social y comprometida con el pueblo resulta igualmente intensa. En octubre de 1984 fundaron la asociación de Amas de casa de San Lorenzo del Flumen, cuando desapareció la Sección Femenina. Fue la primera asociación de ese tipo en Los Monegros y la quinta en la provincia de Huesca. Mari ocupó la presidencia de la asociación los primeros años y retomó la presidencia en 1996, cuando comenzaron con el proyecto de levantar una ermita en la localidad. Para tal fin constituyeron la cofradía y con diferentes actividades y la ayuda de vecinos y vecinas lograron financiar y construir una esplendida ermita. Dedicada a Santa Agueda representando a las mujeres, a San Lorenzo en representación del pueblo y a San Isidro en honor al campo. La ermita fue inaugurada en 2005 y su interior alberga un magnifico retablo de cerámica que ellas mismas realizaron. Un trabajo artesanal que les apasionó y que no dudaron de continuar, creando la Asociación Cultural Flumen Monegros de Cerámica Artesana. La ermita la complementaron con la realización de un vía crucis de diferentes cerámicas.

Mari Tricas (6)

            Con la asociación cerámica han acudido a diferentes ferias y mercadillos medievales, llevando como bandera su lugar, San Lorenzo del Flumen. Para el cincuenta aniversario del pueblo elaboraron un impresionante mural cerámico compuesto por unas 220 baldosas.

            Las asociaciones han dinamizado la vida del pueblo, un motor social vital y muy activo que ha ido generando una amplia variedad de cursos, jornadas culturales, café tertulias, charlas, fiestas… Desde el 2011 la nueva Asociación de Vecinos  ha puesto en marcha la encomiable iniciativa de crear una residencia de mayores y un centro de día para el pueblo, una Casa-Hogar que con trabajo y tesón seguro que conseguirán.

            El empeño, el esfuerzo y el trabajo, son cualidades muy necesarias para ir sacando adelante nuestros pueblos y nuestras familias. El valor humano es fundamental y en Mari es desbordante, sorprendiendo con su pasión y su sentimiento, su forma de ver la vida que plasma en versos dando forma a su reciente poemario “Poemas de una Colona”. Su amor por esta tierra queda marcado a fuego en sus poemas, al aire, al cielo, a la niebla, al sol, a su gente… a los sentimientos de una colona, por ser colona pues “Colonos los llamaban/ pero nada les importaba:/ ya tenían bastante/ con salir adelante”.

Poemario Mari

            Y adelante ha salido su poemario, por una buena causa, para contribuir con la Casa Hogar. Un esfuerzo valiente, de una gran mujer que no deja de sorprendernos. Poemas escritos en 1987 que florecen en este 2017 como flores en primavera, aquellas flores: “como el amor/ te dan una alegre sensación,/ están hechas un primor/ que te llega al corazón”. Una mujer más, como todas, indispensable.

               Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas  gracias Mari por abrirme las puertas de tu casa, todo un placer.

Pilar Redrado Pérez


Son generaciones sin infancia, de esfuerzo y  trabajo,  en casa y en el campo. Sin tiempo para la escuela, ni juegos, fueron educadas en la responsabilidad y en el trabajo, en la necesidad y en la supervivencia. Vidas de un tiempo pretérito de una sociedad rural en constante transformación, donde  la mujer se tuvo que abrir camino y afrontar un presente difícil y complicado. Verdaderas heroínas, verdaderos referentes que deberíamos de distinguir y revalorizar.

Pilar Redado Pérez

Pilar Redrado Pérez

            Pilar nació en Vera del Moncayo en 1941 y fue bautizada en el monasterio de Veruela. Su padre trabajó de pastor para un hacendado del lugar y su madre se dedicó a las múltiples tareas del hogar y la huerta. (Fueron tres hermanos, dos chicas y un chico que ya falleció).

            A los tres años  fueron a vivir a Borja, el dueño se vendió el ganado y tuvieron que mudarse. Estuvieron en Borja hasta los diez años cuando de nuevo se trasladaron a Boquiñeni. Pilar no fue mucho a la escuela, pronto  tuvo que abandonarla para contribuir en el trabajo de la casa. A los trece comenzó a trabajar a jornal en el campo, iba a la huerta a esclarecer la remolacha, las tomateras, a recoger cebollas y tomates, arreglar las cajas de tomates… A Pilar no le gusto tener que ir a servir a casas ricas “te mandaba hasta el gato”, pues en el campo, en el momento que cumples con tu trabajo, “ya te puedes ir pa casa”.  Pilar con tan sólo diez u once años trabajó sirviendo en una casa, cuidando a los tres hijos; trabajaba las veinticuatro horas del día y le daban alojamiento y comida por un escasísimo jornal.

            En Boquiñeni había mucho trabajo en el cultivo de hortalizas y mucha necesidad de salir para adelante, por ello se veían obligadas a dejar pronto los estudios y a contribuir al sustento familiar. No tenían tierras en propiedad: “La mitad de la cosecha era para la casa rica, se trabajaba mucho pero el trabajo, al final, no era para ellos”.

“Lo peor era cuando se pedían dineros a las casas ricas, si alguien no podía pagar sus deudas, por una mala cosecha, las tierras se las quedaban las casas ricas y así iban aumentando su patrimonio”.

            Pilar se casó con Santiago Sanz en la basílica del Pilar de Zaragoza, “con uno de Boquiñeni”. Santiago tenía vacas y tierras arrendadas en las que cultivaban tomates, pimientos, cebollas, alparce para las caballerías… A Pilar le tocaba de todo, tanto en la casa como en el campo. El agua la iba a buscar con cantaros a la acequia o al pozo, a las vacas les llevaban el agua con pozales. Tuvieron dos hijos: Santiago y Rocío, ambos nacieron en Boquiñeni.

            En 1972 llegaron a San Juan del Flumen, allí les correspondió un lote de 20 hectáreas y además una vaca, una mula y un remolque, pero como ya lo traían de Boquiñeni no lo aceptaron.

            A Santiago siempre se le conoció como “El de Boquiñeni”. El lote se lo dieron sin nivelar, así que tuvo que trabajar duramente para poder regarlo. Al principio sembró panizo, pero cuando por fin lo nivelaron perdieron un año de cosecha. Entonces las acequias eran de tierra, hasta que años mas tarde colocaron las canaletas, pretensados Alcanadre. Luego ya plantaron pimientos, tomates, cebollas y remolacha, que llevaban con remolques a venderlo a Monzón y Luceni.

            San Juan del Flumen fue fundado en 1969 y en el 2019 celebrarán su 50 aniversario. Cuando Pilar llegó a San Juan, con toda su familia, no conocía a nadie, pero “pronto me llevaba bien con todo el mundo”. Ya había gente viviendo, había luz y agua. Tenían seis vacas de leche que vendían, las ordeñaban a las seis de la mañana y a las siete de la tarde. Había una zona de huerta y cada lote tenía su huerto, de unos 2000 metros cuadrados. “Impresionaba llegar y no conocer nada ni a nadie”, la casa tenía agua corriente y tuvieron suerte que la casa fuese de solamente planta baja. Las calles eran de tierra y como había habido mucho movimientos de tierras había mucha liebre y conejo. Santiago acudió al sorteo y al poco llegaron desde Boquiñeni con un camión, portando una vaca, dos tocinos y los enseres, fue un 2 de abril de 1972.

            Por la década de los ochenta se pusieron en San Juan del Flumen muchos lotes de pimientos. Hizo falta mucha mano de obra, principalmente de mujeres, que fueron pilares fundamentales para llevar a cabo las distintas labores agrícolas: plantar, escardar, recolectar… De media se ponía una hectárea y media o dos hectáreas de pimientos por familia. En San Juan del Flumen se creó la cooperativa “La hortícola”, dedicada a las hortalizas.

            Hacían la matacía y Pilar iba a otras casas a ayudar con otras matacías y hacer el mondongo. Pilar nunca paraba de trabajar, movía los sacos de tercerilla, sacos de 50 kilos para las vacas que mezclaba con panizo. Compraban leña de Barbastro para alimentar una pequeña estufa que calentaba la casa.  Pilar ha trabajado mucho “¡como una mula!!”, lavaba la ropa después de cenar y la tendía para que estuviese lista para el día siguiente. Hasta para las fiestas se encargaba de hacer la comida para las orquestas.

            Los abonos y las semillas las compraban en Sariñena, a Segarra. También compraron un tractor que pagaron en mano, a tocateja. Entonces se pedían muchos créditos y se pagaba mucho. Aquel año les apedregó (granizo), de tres a cuatro hectáreas de pimientos, fue por 1982. Al principio ponían pimiento de bola que vendían en el mercado de  Zaragoza, luego llegó el pimiento de piquillo que vendían a Navarra. Se hacía todo, desde la simiente, el plantero, plantación, riego, quitar la hierba, abonar, recolectar….

            La remolacha la arrancaban y la colocaban en un montón grande, luego la limpiaban (entre Noviembre y diciembre) y las apilaban en los carros. Para soportar el frío calentaban piedras en las hogueras y se las metían calientes en los bolsillos. La remolacha era un cultivo seguro que les aportaba unos ingresos ya que es un fruto subterráneo al que no le afecta las pedregadas.

            “Si no vas al jornal no vivirás”, Pilar y su familia han luchado muchísimo por forjar su destino, por ser libres y depender de su propio trabajo, de sus tierras y sus cultivos. No ha sido fácil, todo lo contrario, pero con el tiempo pasado, una gran sonrisa y un profundo sentimiento de satisfacción describen a Pilar y su familia. Ahora, Pilar vive en Sena, junto a su familia, donde he tenido el gran placer de conocerla y entrevistarla. Todo un ejemplo, toda una mujer luchadora y trabajadora de nuestro querido mundo rural, una imprescindible.

                   Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Rocio Sanz Redrado.

 

Joaquina Cáncer Bailo


Para muchas mujeres del mundo rural, servir en las casas ricas fue su única salida laboral. Otras muchas mujeres marcharon a servir a Barcelona, Madrid o Zaragoza, donde ganaban más. Ha sido un trabajo escasamente reconocido, por no decir nulo, no se pagó la seguridad social ni repercutió en su pensión. Pero no todo fue malo y Joaquina guarda muy buenos recuerdos de su época en casa Ruata de Alcubierre y así nos transmite sus memorias con una envidiable y entrañable vitalidad.

Juaquina Rostro

Joaquina Cáncer Bailo

            Joaquina Cáncer Bailo nació en Zaragoza el 3 de febrero de 1938, aunque su vida siempre ha transcurrido en Alcubierre y es toda una alcoberreña de pies a la cabeza. De familia de labradores, sus padres Eulalia Bailo y Antonio Cáncer tuvieron cuatro hijos Pilar, Carmen, Pascual y Joaquina.

            Con el inicio de la guerra de España de 1936, su familia marchó a Zaragoza, junto a sus vecinos de la posada de “La Campana”. Primero pasaron unos días en la posada de Leciñena donde encontraron muy buena acogida, pero ante la falta de trabajo se vieron obligados a continuar su viaje hasta Zaragoza. Una vez en Zaragoza, su padre encontró trabajo en la base militar, gracias al coronel Antonio González Gallarza. Allí trabajó de portero en la base y al finalizar, el teniente González le redactó una carta de recomendación, un salvoconducto. El militar González Gallarza (1898-1986) fue pionero en la aviación española y se retiró en 1957 con el grado de Teniente General.

            La familia de Juaquina marchó a Zaragoza sin nada. Gracias a José Lacruz, natural de Alcubierre, que tenía el establecimiento zaragozano de telas “La Palma”,  cerca de la plaza del Pilar, pudieron tener sabanas y mantas. La madre de Juaquina fue muy buena costurera y junto a una modista prepararon el ajuar necesario para la ordenación de Vicenta Ruata en la orden religiosa de Santa Ana, de la que llegó a ser superiora. La familia Ruata también se había instalado en Zaragoza durante la guerra. Eulalia pasó muchos días cosiendo los hábitos y poco a poco se fueron apañando y pudieron ir tirando adelante.

            Joaquina nació en Zaragoza, en el Barrio del Arrabal, en la Calle las Ranas. Juliana «La Calderera» (hija de Mariano Gavín Campo, hermano de Cucaracha, por parte de padre), tenía teléfono en casa, y cuando Eulalia Bailo tuviese los primeros síntomas de parto, debía telefonear a Ascensión Rufas (esposa de Agustín Ruata) para poner en marcha la asistencia al difícil parto que se avecinaba. Ascensión preparó todo lo necesario (paños, ropa…) y bajó con el médico al domicilio de Eulalia y Antonio.

            A su vuelta a Alcubierre, la familia encontró la casa familiar desvalijada y gracias a unas pocas gallinas y unos tocinos pudieron ir subsistiendo. Compraban al trueque, huevos por lechugas, hortalizas o verduras.., la moneda más común era la cebada o el trigo. Juaquina fue a la escuela hasta los 14 años, recuerda con gran cariño a la maestra Doña Rosario Rodriguez Román, una maestra toledadana que sufrió la represión franquista y fue desterrada de su tierra para acabar ejerciendo en Alcubierre. Su marido vino con ella y trabajó como practicante. De joven, Joaquina iba a segar, las mujeres daban las mies y los hombres ataban los fajetes, cuando tenían 7 u 8 fajetes los ataban con los fencejos. También iban a coger olivas, recogían grandes olivares de familias ricas y se quedaban con una cuarta parte de lo recolectado.

            En Alcubierre había viñas y almendros y siempre ha habido una excelente miel, en casa Andresa (La Leciñenera), casa Licer y casa Barrios. Para la siega llegaban muchos segadores a Alcubierre y en casa Ruata una vez faltaron dos personas para llegar al centenar de segadores. Se formaba una gran fila a la hora de comer, dormían en las cuadras y venían de Murcia, Soria… A Juaquina le gustaban muchos los higos verdes.

            A los 20 años Joaquina sirvió en casa Ruata, durante cinco años, “estuvo muy bien, aunque carrañaba mucho con la dueña, pero siempre en un tono muy familiar”. Una vez discutieron fuertemente Juaquina y la Tía Ruata, Ascensión Rufas Aguareles, Juaquina no quería bajar a la bodega a coger el agua, tenía miedo a las ranas. Tras la discusión, Juaquina se marchó de la casa pero enseguida Ascensión la fue a buscar y Joaquina volvió a casa Ruata. Las tinajas las llenaban en invierno y de ella bebían todo el año, también tenían un deposito y cada día, con cantaros, subían el agua necesaria para la casa. Juaquina trabajó muchísimo: lavó, fregó, planchó… vivía en la misma casa y cobraba 825 pesetas al mes. De cocinera estaba Silvestra, de casa Silvano. Recuerda un cumpleaños del amo Agustín Ruata, el 28 de agosto, cuando a Juaquina la llevaron a Zaragoza para uniformarla de sirvienta, fue una ocasión especial.

            Años más tarde Juaquina marchó a servir a casa del Médico y a casa Gavín, las dos a la vez. Cuando algo se rompía o se hacía perder dinero los amos decían “iras al descuento” y descontaban del jornal la parte proporcional.

            Joaquina se casó en 1977 con Alfredo Valero de casa El Molinero. La familia de Alfredo se encargaba del horno de pan, donde la gente del pueblo llevaba su masa, ya preparada, y la cocían en el horno. La familia de Alfredo construyó el molino, María y Cecilio eran hermanos del padre de Alfredo, vinieron de La Zaida (provincia de Zaragoza, en la Ribera Baja del Ebro), y llevaron la corriente eléctrica para mover el molino, (aún sigue en pie el edificio, aunque por dentro está totalmente cambiado). El viejo horno se encontraba en el edificio que el gremio de Los Ganaderos construyó para aquel fin y donde ahora aún podemos encontrar la tradicional panadería familiar Valero.

            En Alcubierre había y siguen estando dos hornos de pan, el de la familia Valero fue construido por el Tío Calvo. Después de la guerra, la gente iba a cocer el pan al horno llevando las masas en una tabla que la llevaban sobre la cabeza. Como combustible usaban aliagas, paja… “entonces los hornos conservaban mucho el calor”. Juaquina comenzó a trabajar en el horno al pronto de casarse con Alfredo, la gente ya no llevaba la masa y el oficio de panadero era como actualmente lo conocemos, “aún hubo un tiempo que la gente traía su propia harina”. Cada día se hacían unos 180 panes de kilo que las familias consumían durante dos semanas, todo se anotaba en una libreta y se contabilizaba todo lo elaborado. También se hacía alguna barra y algún chusco, cuando el pan se hacía duro lo llamaban pan asentado. Antiguamente se cocía un pan que se llamaba la Polla.

            Joaquina y Alfredo continuaron con la panadería, tuvieron dos hijos, chico y chica, que aún continúan con la panadería. Juaquina trabajó haciendo las faenas de la casa y la panadería, sobretodo atendía en el despacho de pan. Juaquina destaca el trato con la gente, cercano y familiar, en un pueblo que a principios del siglo XX contaba con cerca de 1600 habitantes y que actualmente apenas llega a los 500.

            Tortas de almendra, de anís, de coco, farinosos, empanadicos… y torta legañosa, una torta de pan con aceite y azúcar, una larga tradición panadera y repostera de sabores auténticos. Juaquina aún permanece por la panadería, con sus hijos y nietos, con los recuerdos que tanto marcaron a las generaciones pasadas. Vidas pretéritas que permanecen con el sabor de siempre, en nuestra memoria y en nuestros corazones.

  Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Alberto Lasheras Taira.

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