Archivo por meses: diciembre 2017

Carmen Nogués Cáncer


La memoria del pasado se ha transmitido generaciones tras generaciones pero los nuevos tiempos y la tecnología han ido rompiendo la correa de transmisión. Ellas atesoran la sabiduría, la herencia acumulada durante siglos que permitía sobrevivir con escasos recursos. Ellas guardan la memoria de los usos y técnicas tradicionales, una producción artesanal y casi de autosuficiencia del saber popular completamente ligada a nuestra tierra y a nuestra gente.

Carmen Rostro

            Carmen nació en Alcubierre el 18 de marzo de 1918. Su padre Rafael Nogués Pérez (1880-1966) descendía de una casa pobre y su madre Justa Cáncer Gracieta de casa de labradores. Rafael fue ganadero, llevaba ovejas pero también fue tratante, gozó de gran inteligencia y ello le permitió prosperar. Además, Rafael fue alcalde y juez de paz de Alcubierre. El padre de Rafael murió cuando este contaba con tan solo tres años, y él y su hermana se vieron obligados al auspicio, desde muy pequeños aprendieron a ganarse la vida. Rafael fue a Madrid en 1929 a reunirse con los diputados liberales Romanones y Portela Valladares. En 1931 Rafael construyó un corral enorme, vendía los corderos y montó dos carnicerías en Alcubierre. Tanto su madre Justa como Carmen trabajaron en las carnicerías. Del matrimonio nacieron dos chicas y dos chicos, aunque el mayor murió a los doce años, quedando Luis, Ascensión y Carmen.

            A la escuela Carmen acudió desde los seis años hasta los catorce, habían construido el ayuntamiento de Alcubierre y a cada lado estaba la escuela. En un lado los chicos y en el otro las chicas. Por las mañanas estudiaban las diferentes materias y por las tardes les enseñaban labor. También se separaban los chicos de las chicas cuando iban a la iglesia, era normal las mujeres delante y los hombres atrás. Entonces eran cuarenta en la escuela, aunque muchos abandonaban la escuela para trabajar de pastoretes o criadetas, a muchas familias les tenían que llamar la atención para que llevasen a sus hijos a la escuela. “Primera, segunda y tercera sección”, también había clases nocturnas para niños que tenían que trabajar. Carmen recuerda llevar una pequeña caldereta, una estufeta, una pequeña caja metálica que llenaban con brasas, normalmente de la panadería, con una rejilla sobre la que ponían los pies para calentarse.

            De pequeña jugaba con muñecas, a saltar a la comba, a marro con la pelota, a hacer casetas… con todo hacían juguetes “¡ah! y los chicos les mandaban papeletes en clase”.  Carmen no era muy atrevida pero le gustaba ir con las más atrevidas “había mucho hambre y eso hacía que la gente fuese atrevida”. Le gustaba ir a ver los patos nadando en la balsa grande, donde está el molino, iban después de la escuela. También iban hasta el Balsón, a coger moras a una gran morera que había en la balsa.

            Estaba el Plegadero, la plaza donde se juntaban los jornaleros antes y después de enganchar a trabajar. En la plaza había antes una gran balsa que ocupaba casi toda la plaza, la taparon con sarmientos y enrona. También, de cada casa salía una o dos cabras que juntaba el cabrero, a las siete de la mañana tocaba el cuerno y las llevaba al monte, después volvían a casa solas. Rafael, el padre de Carmen dejó un rebaño de 1000 ovejas cuando se jubiló y se lo vendió a los Basilianos.

            Carmen es pura memoria, recuerdos vivos de la historia reciente de Alcubierre. Mucho ha quedado relegado al pasado, al olvido, una forma de vida tradicional y muy arraigada que constituye un patrimonio de incalculable valor. Carmen mantiene vivo el recuerdo de las casas cuando se llenaba todo de polvo blanco de moler el yeso, de los hornos de yesos. Recuerda las rondas de Alcubierre “siempre había rondas”, el Tío Patricio Jordán cantaba acompañado de guitarras y los chicos iban a rondar a las chicas. Se hacían bailes, los jóvenes aprovechaban para festejar, había músicos en el pueblo que tocaban en el baile: la guitarra que tocaba el ciego Lorenzin, Franchón el violín y el tío Pascual Lasheras el piano. También se contaba que había habido dance, Carmen había escuchado de pequeña que antes se decían dichos y motadas, donde salía a relucir todo lo que pasaba en el pueblo y además estaba casa el gaitero,  de “Pascuala la gaitera”.

            En aquellas rondas se recitaban preciosas coplas, algunas picantes y otras verdaderas obras de arte. Carmen nos recuerda algunas. En casa Ruata había seis chicas, además muy guapas a las que el Tío Patricio les rondó la siguiente copla: “Estas si que es casa, casa/ esta si que son paredes/ donde está el oro y la plata/ y la sal de las mujeres”. A la hermana de Carmen, Ascensión, le cantaron cuando era jovencita: “Capullito, capullito/ ya te vas volviendo rosa/ y la va siendo momento/ de decirte alguna cosa”. Y a potra chica de Alcubierre: “Esta es la calle del aire y el rincón del remolino, donde se remolinea, tu corazón con el mío”.

            Un suceso que causó gran revuelta en Alcubierre fue la irrupción de mosen Pedro en el baile. Entró enfurecido y gritando en el baile mientras la gente se escondía tras las sillas y las mesas, entró con el santo cristo y con dos monaguillos, obligando a que se posasen de rodillas y criticando que se bailase en cuaresma.

            Al acabar la escuela Carmen se puso a trabajar en una de las carnicerías familiares. Llevaban los corderos al matadero municipal y después los llevaban a hombros a la carnicería. La carne tenía que estar sellada por el servicio veterinario y el alguacil pesaba los corderos y se pagaba un porcentaje al ayuntamiento; “y cuando iban a Zaragoza les cobraban por la mercancía que llevaban”. Para llevar bien la cuenta de lo que fiaban en la carnicería, cortaban una caña por la mitad e iban haciendo muescas que tenían que coincidir.

            Cada casa tenía su mote: “píe de burra”, “matalobos”, “chinchetas”, “pifote”… Pifote viene de persona de fácil enfado, de  empifotarse: enfadarse por algo banal. Estaba casa la comadre, una mujer que atendía los partos, la gente pagaba lo que podía.

            Su marido Pedro Sos Pérez llegó a Alcubierre como secretario en 1940. Al principió no tenía plaza fija así que también ejerció de secretario en Castejón de Monegros y en Lanaja. Aquello le obligó a tener que ir en bicicleta desde Lanaja a Alcubierre para festejar con Carmen, era muy madrugador y a las 6 de la mañana ya llamaba desde la calle a su amada Carmencita. Al casarse, en 1945, cogieron a una chica para la carnicería y Carmen se quedó trabajando en casa. La nueva carnicera, Carmen Cáncer “Carmen la carnicera” acabó casándose con Luis Nogues, hermano de Carmen Nogues.

            En Alcubierre estaba la posada del Centro, donde se alojaba la gente más pobre, con aquellos burricallos, burros pequeños y enclenques. Desde Sariñena acudía el Tío José Cano a vender hortalizas y verduras, productos de la huerta, “aquí, en Alcubierre, no había hoja verde”. Había muchos males por la mala calidad del agua, se bebía agua de balsa, como en la gran parte de Los Monegros y se producían muchos quistes hidatídicos. Aragón fue una comunidad con gran incidencia de quistes hidatídicos. En cada calle había un pozo público, pero el agua era salina, en invierno en las plazas patinaban. Los patios se limpiaban con excrementos de las caballerías, los cagallones se mantenían algo húmedos y contenían abundante paja, los esparcían por el suelo y al escobar sacaban brillo de los suelos.

            Durante una lifara nocturna en casa de Lorenzin, una vez se halló presente José Gavin Casaus, “El Pajarito”, quien formó parte de una banda de pistoleros. José extendió una gran suma de billetes sobre la mesa, de un atraco en Barcelona, y les dijo a  los presentes: “mira, vosotros sudando sin parar de trabajar y no tenéis un duro y yo en una noche”.

            Algunas mujeres marchaban a servir a casas, se hacían modistas o trabajaban en el campo. Muchas que trabajaban en el campo se ponían unos manguitos en los brazos y un pañuelo sobre la cabeza para que no les tomase el sol, preservar la piel blanca era síntoma buen posicionamiento social. Existían las respigadoras, mujeres que iban detrás de los segadores recogiendo las espigas. Algunas de las criadas de casa Ruata dormían en las cuadras de la casa, con las mulas.

            En Alcubierre había Almendreras, olivares y vid.  En la placeta de las Cuevas, en honor a Enrique de las Cuevas, quien dirigió la repoblación, se juntaba el rebaño de cabras, la vicera (o la vecera).

Muchas que trabajaban en el campo se ponían unos manguitos en los brazos y un pañuelo sobre la cabeza para que no les tomase el sol, preservar la piel blanca era síntoma buen posicionamiento social.

Durante la guerra carmen se fue al monte con su familia. El día de San Juan, el 24 de junio de 1937 a las 10:00 horas ya dijeron por el pueblo que iba a ser un día inolvidable, que iba a haber un bombardeo terrible y así fue. Tropas republicanas habían formado en la plaza de Alcubierre, incomprensiblemente se mandó que mantuviesen la formación y el bombardeo terminó causando un elevadísimo número de bajas. Hay testimonios que narran que una bomba cayó en la balsa del pueblo y las ranas aparecieron estampadas en la torre de la iglesia. Carmen se encontraba en casa Calvo, donde entonces habían instalado la cooperativa de la colectividad, y la pila de lavar salió disparada hasta la balsa. Después apareció un escenario desolador, muertos por las calles, casas derrumbadas, cables caídos… Durante la guerra quemaron el archivo municipal, el archivo parroquial y el retablo de la iglesia, del fuego que hubo se desprendió parte de la bóveda.

Carmen Nogues (7)

Joaquín Ruiz, Alberto Lasheras, Pedro Sos, Carlos Sos y Carmen Nogues.

            Carmen y Pedro tuvieron dos hijos: Carlos y Enrique. Con mucho sacrificio y trabajo lograron que los dos tuviesen estudios universitarios, Pedro tuvo que ejercer por las tardes de secretario en otros pueblos. Carmen siempre le decía a Pedro: “si pides pueblo que tenga huerta”. Pedro era muy culto y muy inteligente, le encantaba la música, su padre “Enrique Sos Bustos” fue compositor y director de la banda de Albacete. Cuando se jubilo depositó su batuta de plata en el Tesoro del Pilar.

            Hay recuerdos para el tío Migueler, Miguel Puivecino, un hombre ágil y audaz que subió más rápido trepando a la torre de la iglesia de Alcubierre que otro por las escaleras. Migueler era a quién llamaban cuando un pozal se caía al fondo del pozo y de quién decían “Si Migueler no vuelve del otro lado, es que no se puede volver” (Al otro lado se refiere a la muerte).

            A San Caprasio subían con carrozas, subían las cuadrillas del pueblo como ahora. Entonces se tardaba tres horas en subir, arriba se hacía misa y se comía, luego otras tres horas para bajar. Subían también desde Farlete y Perdiguera, desde Alcubierre se hacía una parada en la caseta de los catalanes para almorzar, una caseta de cazadores catalanes antes de empezar la subida a San Caprasio. El 1 de noviembre, la noche de ánimas el sacristán subía al campanario con un barral de vino y chullas de jamón, tocaba toda la noche a muerto. Había un santero, vivía por el barrio del hospital y estaba la casa del rezador que solía llevar la virgen. A las doce del mediodía tocaban el Ángelus, la gente paraba y se descubría la cabeza, se quitaban la gorra o la boina y rezaban. A las dos iban a la escuela y a las cuatro salían, iban a la iglesia, se cubrían con la mantilla y rezaban el rosario, luego ya salían a jugar. El domingo había misa primera, a las seis de la mañana misa rezada para las criadas y jornaleros y a las once la misa mayor, misa cantada para la gente más acomodada. “A perdiz por barba y el otro a patatas”.

            Carmen se fue la primera alcoberreña que se casó abiertamente de blanco en Alcubierre, primero fue una de casa Ruata. Fue en noviembre y generó cierta expectación “mañana no iremos a coger olivas que iremos a ver la boda”. A los zagales y zagalas se les daba peladillas, como obsequio por la boda, cosas sencillas como la vida misma. Recuerdos y testimonios de una forma de vida que dejamos atrás, que forman parte de nuestra esencia y que ahora desterramos como si fueran prescindibles, pero es la vida misma, la vida real, la que ha construido durante generaciones nuestras sociedades rurales, con los pies en la tierra y el sudor en la frente.

            Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Carlos Sos, Pedro Sos y Alberto Lasheras.

Trinidad Capistros Becana


Su familia, su casa, sus recuerdos y ella, Trini. Una mujer puntal de su familia, cercana y querida por los suyos. Trini ha sido muy feliz y ha querido mucho a su marido, con trabajo nunca les ha faltado de nada. Se ha ganado la vida con sudor, sabiendo que todo tiene su esfuerzo y que al final la felicidad es la satisfacción de haber salido adelante y estar junto a los suyos.

Trini Rostro

Trinidad Capistros

            Hija de labradores, Trinidad nació en Robres el 21 de enero de 1930. Su madre tuvo 14 hijos de los que solamente sobrevivieron cinco chicas, Trinidad y sus cuatro hermanas. Las cinco han vivido en Robres, aunque alguna vez han tenido que salir fuera a ganarse la vida sirviendo en otras casas.

            En casa tenían mucha viña, incluso a veces no tenían suficiente sitio para guardar el vino que producían; además tenían oliveras y campos de secano. A Trinidad nunca le gustó ir a la escuela, fue hasta los catorce años, pero en cuanto podía se iba al campo a ayudar a su padre: a vendimiar, a podar, a recoger fajuelos, a recoger las gavillas, a llevar en bicicleta la comida a la siega…

            En casa, en una pequeña cueva se encontraba la zolleta y durante la guerra la convirtieron en refugio: “era el lugar más seguro”. Cuando sonaban las sirenas corrían a refugiarse a la zolleta y con un colchón tapaban la entrada. En un bombardeo se taponó la entrada y su tío tuvo que abrir una salida al pajar de al lado. En aquel bombardeo, Robres quedó muy destruido: “Esos recuerdos nunca se olvidan, madres que lloraban la marcha de sus hijos, familias en carros que escapaban… el frente estaba muy cerca.”

            Durante su niñez compraban un kilo de naranjas por un kilo de trapos, jugaban al corro de la patata, a escondrijos, a las tabas, a muñecas de trapo y les hacían vestidos. Trinidad recuerda como desde Sariñena acudían a comprar hierro. En Robres cada casa tenía su pozo, el agua la usaban para lavar y para fregar. El agua de boca la iban a buscar a las balsas, principalmente a la balsa buena y a la balsa nueva. Cuando llovía recogían el agua que bajaba por el barranco y llenaban las balsas. En el pueblo había tres carros con cubas grandes que se arrendaban para ir a buscar el agua, la llevaban a la balsa y con cubos la llenaban. Gracias a casa de su madre tenían caballería, dos yeguas y una mula muy nerviosa, con ellas realizaban trabajos agrícolas y acarreaban agua. Una vez en casa llenaban las tinajas y la almacenaban. Cuando la consumían la colaban, colocaban un paño, un ziazo, para que no pasasen los cuquetes: “el agua no se estropeaba nada”. Trinidad aún se acuerda cuando se lavaban en un balde, se aclaraba el pelo con agua con un poco de vinagre y desinfectaba las posibles liendres y piojos… La ropa se lavaba en casa, en el bación, y la aclaraba en el pozo y años más tarde en el abrevadero.  Cuando llegó el agua a Robres pusieron una red de fuentes y con los años ya llegó directamente a las casas.

            A los diecisiete años marchó a servir a Alcubierre, a casa del médico. A Trini le daba mucha pena dejar su familia y su pueblo, siempre ha sido muy familiar, estar con los suyos y, aunque estuvo poco tiempo y cerca, no dejo de enviar cartas a casa para mantener el contacto. Estuvo poco más de dos meses, hacia faenas del hogar y abría la consulta recibiendo a los pacientes. También marchó a servir a Zaragoza, de niñera a cuidar los cuatro hijos de una familia. Aguantó un año y pronto se volvió a Robres, pues por aquellos tiempos ya cortejaba con su futuro marido. Había que marchar a servir, te daban alojamiento, comida y algún dinero, así se quitaba una boca que alimentar en casa.

            La hermana mayor aprendió costura, ejerció de modista y enseñó a Trini a coser: “Antes si se rompía la albarca se cosía con liza y un punzón”. En casa tenían su propio horno donde cocían su pan, hacían aceite y vino, uvas pasas, higos secos y tenían su pequeño huerto. El huerto lo tenían en casa y lo regaban gracias al pozo, con una carrucha sacaban el agua a pozales. Tenían tocinos, ovejas, gallinas, pollos, conejos y cabras que apacentaba un mozo del pueblo con el resto de cabras de Robres: “sólo se bebía leche de cabra, no había otra”. Su tío era muy leñero, recogía ontinas, aliagas, fajuelos de la vid y si podían hacían algún pino si dejaban por Leciñena. En casa vivían ocho personas: las cinco hermanas, los padres y el tío. A su padre le gustaba mucho trabajar en el campo, tenían una caseta de labranza en el campo donde tenían las oliveras y la viña. Trinidad de niña iba a llevar la comida al campo y a dar la gavilla en la siega y a trillar a la era, “¡hacía mucho calor!”.  Por la sierra tenían unas fajas por Pui Ladrón (San Simón/ Las tres Huegas), estaba lejos y tenían que quedarse una semana segando, se quedaban en una caseta que tenían en el monte junto a una balseta. Bajaban ya con el grano, trillaban y aventaban en el mismo monte. Trinidad heredó de su padre las ganas de ir al campo

            Trinidad se casó a los veintiún años con Alberto Tolosana, tras dos años de noviazgo. Como las mujeres de su época, Trini se casó de negro. Alberto era de casa de agricultores, casa a la que fueron tras contraer matrimonio. Allí vivieron con su suegro y una hermana de Alberto, la casa estaba algo vieja y tenían pocos recursos. Era una casa vieja de adoba, con suelos de tierra y abajo tenía una pequeña bodega con las tinajas y toneles. Hacía poco que habían puesto la luz y aún recuerda como en casa de su madre iban con el candil de aceite y la lámpara de carburo.

            En 1945 compraron una vaca y dos terneros, por lo que comenzaron a ir vendiendo leche a algunas casas vecinas. Pronto vendieron los terneros y compraron otra vaca, llegaron a tener ocho vacas y hasta un despacho de leche que vendía  a todo el pueblo.

            Su marido Albero aprendió a escribir a maquina a pesar de tener el brazo derecho malo, sabía escribir y leer: “pequeño pero listo y trabajador”. A veces Alberto iba a esquilar con un tío suyo, a tijera, para ganarse algo de dinero. Con el tiempo se compraron un tractor y fue haciendo faenas para otros, mejoraron mucho su situación y pudieron construirse una nueva casa.

            Han viajado mucho, a la montaña y viajes con el Inserso a Mallorca, Canarias, Benidorm…. En Robres iban mucho al hogar del jubilado, Alberto fue presidente de la asociación de la 3ª edad. En verano se salía a tomar la fresca y se hacía hasta alguna cena conjunta. Fruto del matrimonio nacieron Aurora y Ángeles.  Trini siempre ha sido muy familiar y le gusta que le vaya a visitar su familia. Su marido falleció el año pasado y de él guarda muchos recuerdos y cariño. Puro ejemplo de mujer de profundas raíces monegrinas.

       Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Silvia Herrera.

 

Esperanza Pérez Ancho  


La dedicación en los negocios siempre ha implicado a toda la familia y en el mundo de la hostelería la implicación es absoluta. Esperanza trabajó en la taberna de sus padres desde bien chica y esa herencia le ha acabado acompañando toda su vida. Una mujer de esfuerzo y de lucha, de tesón y emprendimiento que nunca nos dejará de sorprender.

Esperanza Pérez

            Esperanza Pérez Ancho nació en Sariñena el 12 de mayo de 1952. De casa Ancho, su abuelo Ramón Ancho fue guardia civil y además llevó una taberna muy pequeña, con una mesa y un banco, a la que se accedía a través de un patio. Fueron los inicios de la “Taberna Casa Ancho” de Sariñena.

             El padre de Esperanza, Casildo Perez era de Villarroya, un pueblecito cerca de Arnedo, La Rioja, y vino a Sariñena a montar la fabrica de mosaicos Hnos. Pérez. En Sariñena conoció a Paquita Ancho y fruto del matrimonio nacieron Esperanza y Carlos Pérez Ancho. El matrimonio continúo con la taberna casa Ancho, la reformaron y le dieron entrada desde la calle: «la taberna pasó a ser café bar». Estaba la  bodega de venta de vinos, cervezas, refrescos etc. Para refrescar al principio traían grandes barras de hielo, mas tarde compraron una nevera que después de 40 años seguía funcionando.

            Paquita principalmente llevaba la cocina de la taberna, preparaba callos, caracoles, bacalao, anchoas, sardinas de cubo… Esperanza pronto comenzó a trabajar en la taberna y desde que tuvo fuerzas para coger una botella ya llenaba botellas y botos de vino del tonel. En casa Ancho vendían vino a granel. 

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Los balcones de Paquita, cuadro de Jorge Casasnovas.

 

Casa Ancho lucía rebosante de plantas y flores que colgaban de los balcones. «Paquita era una enamorada de las flores y tenia más de 200 macetas, eran sus amigas.»

 

 

            Con un tocadiscos ponían jotas y a Manolo Escobar, entre mucha música de la época, “entonces la gente cantaba mucho, principalmente jotas”. Se jugaba a las cartas, sobretodo por las noches y a puerta cerrada. También se jugaba al siete y medio y al póquer. Esperanza recuerda la primera televisión que compraron, mucha gente se acercó al bar para la ocasión e incluso pusieron las sillas como si fuese un cine para que la gente viese la televisión. Se bebía en porrón y cuando se podía se discutía de política, siempre en voz baja y callaban cuando la pareja de la guardia civil pasaba por la calle.  A Esperanza le gustaba mucho escuchar a la gente y muchos querían hablar “échame un vaser de vino” y aprovechaban para contarle cosas. Se vivía mucho en la calle, había mucha vida y por las noches la gente salía a las calles para tomar la fresca.

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Esperanza con sus padres en casa Ancho.

            En una libreta se apuntaba lo que consumía la gente que iban a “semanadas”, iban apuntando cada consumición hasta que al final de la semana se pagaba todo,  “algunos clientes eran los que iban a fiar, pero eran los menos”. Casildo iba a catar  el vino en bicicleta, a Castejón, La Almolda,  etc.., después lo iba a buscar con toneles de madera alquilando un camión. En casa lo probaban todos, su madre, su hermano y Esperanza: “Siempre lo compraba seco y recio, porque  se guardaba mejor y gustaba mas a la gente del campo, se vendía moscatel, vinagre y vino rancio, nuestra madre nos daba novenas (nueve días) de yemas de huevo batido con el vino viejo  (o rancio como lo llamábamos entonces) por las mañanas… yo creo que tengo buen color desde entonces..”. Para merendar era normal el pan con vino, o con aceite, o con agua y azúcar y de niña era costumbre cambiar trapos por naranjas a un vendedor que venía desde Valencia.

            Su padre Casildo vendía hortalizas, sardinas de cubo “con un periódico las golpeaban para quitar las escamas”, cecina, bacalao…. Sembraba los cacahuetes y los tostaba en casa, los media con un almud y los vendía.

            A la escuela Esperanza no faltó nunca, comenzó con las monjas y después pasó a las nacionales. Allí les daban leche en polvo y queso como complemento alimenticio. Las clases estaban separadas entre chicos y chicas y a ellas les enseñaban costura y cocina por las tardes. Cuando acabó la escuela, sobre los quince años, se quedó ayudando a Don. Fausto, maestro director de la escuela y marido de Carmen Dueso Pueyo. Aprendió mecanografía y ejerció como ayudante del entonces director de la escuela Don Fausto.

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            Al tiempo, Don fausto le recomendó para trabajar para la Lechera Catalana-Rania, la central lechera que se instaló en Sariñena. Primero tuvo que marchar a Barcelona para formarse y trabajó en el laboratorio donde analizaban la leche. En Sariñena trabajó unos ocho años hasta que cerró, por lo que se volvió a Barcelona donde continuó trabajando cuatro o cinco años más. A Barcelona marchó junto a su marido Luis, quien trabajó como repartidor, y su hijo Sergio, allí nació su hija Sara.

            En Sariñena, en la Rania se recogía la leche de las vaquerías, se enfriaba y se metía en cisternas para llevar la leche a Barcelona. Esperanza se llevaba trabajo a casa, sentía que tenía que estar a la altura y eso le hizo trabajar mucho más de lo que le correspondía.

            Estando en Barcelona compraron un tractor y todos los fines de semana Luis volvía al pueblo a labrar y luego cogieron tierras en arriendo en la montaña. Estuvieron diez años, en la década de los ochenta, en Jabierre de Olsón, pequeña localidad sobrarbense, donde vivían tres familias. Llevaban tierras y hacían mucha leña para nivelar y arreglar los campos. Esperanza cargaba los camiones mientras Luis cosechaba, una vez le llegaron seis camiones para cargar, pero el último se negó a que le cargase una mujer. Esperanza no pudo menos que instarle a que esperase a que Luis terminase de cosechar y ya le cargaría él, pero pasaron unas cuantas horas y el camionero tuvo que aceptar que le cargara Esperanza.

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            Luego volvieron a Sariñena, han trabajado muchísimo, emprendiendo negocios que con enorme esfuerzo han ido sacando adelante. En su casa llegaron a alojar a gente, hasta tres habitaciones llegaron a tener ocupadas y Esperanza les hacia la comida y limpiaba las habitaciones. Construyeron un secadero, granjas, una explotación de terneros mamones, han llevado tierras, han plantado remolacha y cebollas… y regentan dos bares de la localidad. Y aunque los últimos años el trabajo ha sido más de gestión, no ha dejado de realizar faenas agrícolas o de tener que dar leche a los terneros.

            Siempre ha leído mucho y le ha gustado escribir, tiene escritos cantidad de poemas que algún día espera publicar. Hace años participó en un concurso de poesía que celebraba la asociación cultural del Casino de Sariñena, ganó más de un premio como una maquina de escribir o lotes de libros.

            Esperanza lleva once años luchando contra el cáncer, consiguió derrotar un primero tras cuatro años de lucha, pero un segundo le hace librar una dura y larga batalla que afronta con firmeza y serenidad. Ha sido premio Gabardera 2012 a la mujer emprendedora, que concede la Coordinadora de Asociaciones de Mujeres de Los Monegros. Como dijo Margarita Périz, entonces presidenta de la coordinadora, “a su faceta de empresaria hay que sumar el ejemplo vital de superación”.

        Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias Esperanza.

 

Inocencia Salillas Vived


Inocencia es una mujer que ha trabajado toda su vida, activa y dinámica que continúa redescubriendo la vida, creando verdaderas obras de arte con la talla de madera. Ha trabajado en el campo, en el cultivo de la remolacha, cuando la mujer desempeñaba un papel fundamental en la agricultura. El trabajo de la mujer rural fue vital para el desarrollo familiar y social de nuestros pueblos, un pilar que sustentó las precarias economías rurales. De la mano de Inocencia, nos acercamos al esfuerzo, a la dedicación, al trabajo y al cariño por nuestro pequeño mundo que nos rodea.

 

Inocencia Rostro

 

            Inocencia nació un 28 de agosto de 1938 en Lanaja, aunque su vida ha transcurrido principalmente en la localidad monegrina de Grañen. De casa de “los Simpato”, su padre Lorenzo Salillas se dedicó a la fabricación de tejas, las hacía a mano y fue hermano del famoso corredor Julián Salillas. Julián Salillas fue un corredor muy conocido en su época por participar y ganar carreras pedestres “corridas de pollo” en los años treinta, el ganador ganaba tres pollos, el segundo dos y el tercero un pollo. Julián también corrió la tradicional y singular carrera del hombre contra el caballo de Lanaja y trabajó de guarda de caza por la sierra de Lanaja.

            Su madre Gregoria Vived, de familia de guarnicioneros tuvo un primo muy reconocido por su trabajo de guarnicionero, que ejerció en la localidad monegrina de Huerto. Fueron ocho hermanos, cinco chicos y dos chicas. Inocencia fue muy poco a la escuela, pues tuvo que ayudar en casa y cuidar de sus hermanos. En Lanaja vivió cerca de tres años, pero el trabajo de tejero de su padre les llevó por diferentes lugares. De Lanaja, la familia Salillas-Vived, marchó a Lalueza, luego a Grañen y al poco a Tormos, donde estaban construyendo el embalse de La Sotonera. Cuando llegaron a Tormos, Inocencia contaba con unos siete años y trabajó ayudando a su padre ante la gran demanda de tejas que requería la construcción del nuevo pueblo de colonización de Ontinar de Salz. Inocencia iba a preparar el barro, lo pisaba como las uvas para hacer vino, luego lo cortaba con una enorme cuchilla de más de un metro de larga y más de siete kilos de peso. Las tejas las horneaban, Inocencia iba a buscar leñas para alimentar el horno, quemaban lo que podían: carrizo, coscojo, ontinas, sisallos, paja…

            En Tormos aún fue algo a la escuela, como el trabajo de tejero implicaba vivir a las afueras del pueblo, para Inocencia era una forma de juntarse con amigas y jugar, sobretodo a las tabas. Pero Inocencia no aprendía mucho, del “a e i o u” pasaron al “mi mama me ama y mi mama me ama a mí”. Le mandaban a buscar leñas para la escuela, iban al borde del embalse y recogían aliagas, con el pie las apretaban y las ataban haciendo fajos. Se llevaban más de un pinchazo e Inocencia aún no entiende como algún día no cayeron al embalse, arriesgaban mucho. Las aliagas las llevaban a la escuela donde al final se acababan calentando los niños de las casa ricas, mientras los pobres recogían la leña. Al final, la madre de Inocencia la sacó de la escuela: “para que se calienten los hijos de los ricos, que se calienten tus hermanos”.

IMG-20171104-WA0008            Con la llegada de las cerámicas el trabajo artesanal de tejero desapareció. A los catorce años, Inocencia comenzó a trabajar con la remolacha y a arrancar lino. En Grañen la remolacha fue un cultivo muy importante y ocupó a muchas mujeres. Se cargaba en el tren y se llevaba a la azucarera de Monzón. Inocencia trabajaba plantando la remolacha y la recogía en invierno, hacía mucho frío. Cando se recogía se “escoronaba”, se quitaba la corona de la remolacha. Para calentarse se daban repetidamente palmadas en la espalda, con gran energía para tratar de entrar en calor. A veces hacían alguna pequeña hoguereta, pero no podían estar mucho rato paradas, tenían que trabajar. Les pagaban 25 pts al día, más medio pan que el sábado se concretaba en tres panes que alimentaban, durante toda la semana, a la familia Salillas-Vived. Para plantar la remolacha, Inocencia se ataba un saco a la cintura donde guardaba la planta que una a una iba plantando. Para la recolección se tenía que inundar de agua el campo, como si fuese arroz, “se arrancaba con el agua hasta las rodillas”. Había dos clases de remolacha, una forrajera, para los animales, y otra para azúcar.

            Jesús y Félix, hermanos de Inocencia recuerdan aquellos años: “entonces si que había crisis, se pasaba mucha hambre, la comida estaba muy racionalizada y había que estirarla para al menos comer un poco cada día”.  Félix marchó muy joven a trabajar de cabrero por la sierra de Alcubierre, vivió un tiempo en Lanaja pero pronto se volvió para trabajar haciendo tejas con su padre y aunque trabajaba igual que él, ganaba muchísimo menos. Se hacían los pitos, las canicas, de barro y los cocían en el horno con las tejas, también hacían comederos y bebederos para gallinas y pollos. Entonces el colchón era de cascarota del panizo.

            Inocencia trabajó sirviendo en casas de Grañen, limpiando, cocinando, lavando… los cristales los limpiaban con periódicos. También sirvió en una casa de Tramaced, mientras un hermano suyo se dedicó a realizar labores del campo, a Inocencia más de una vez le tocó ir a espigar.

            En tiempos Inocencia fue a huronear, a cazar conejos para comer, en casa siempre han tenido huerto, gallinas, pollos, tocinos y vacas. En 1959 se casó con Julián Gracía, descendiente de Bespén. Han vivido en una torre próxima a Grañen, Torre Bespén. Al principio tuvieron bueyes de labrar y después se pusieron vacas de leche, su marido las ordeñaba a mano. Inocencia fregaba hasta 34 cantaros de leche cada día, hasta que cerró la RAM, “Sacabamos el fiemo a carretillos hasta que nos compramos una pala para el tractor”.  Actualmente la explotación continúa en manos de uno de los dos hijos que tuvieron, dedicándose a la cría de terneros. El otro hijo se dedica a la fabricación de remolques.

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            Inocencia participó en el programa Zarrios de Aragón televisión y siente una gran afición por las antigüedades, gran parte de su tiempo lo dedica a la restauración. Pinta y trabaja la madera con gran maestría, es toda una artista en la talla de madera, laboriosa y perfeccionista crea obras maravillosas llenas de esfuerzo y cariño que dan un valor extraordinario a sus múltiples y variadas creaciones. Una gran mujer por descubrir.

               Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias Inocencia.