Hilario Murillo Castelreanas, alcalde de Perdiguera por Izquierda Republicana.

«El recuerdo más nítido que guardo es el de la mañana en que mi familia se vio obligada a huir de Perdiguera, cuando varias personas, sobre todo mujeres, lanzándonos piedras al carro en el que montábamos mi padre Hilario, mi madre Carmen, mi hermano Carlos, más pequeño que yo, y mi hermano Benedicto , todavía lactante, que meses más tarde fallecería, nos gritaban : ¡ Rojos fuera de aquí! justo cuando pasábamos por la balsa Las Fuengas.»

Así comienza Jesús Murillo, el hijo mayor de Hilario y que entonces tenía 5 años, el relato de como tuvieron que salir de Perdiguera al poco de comenzar la guerra civil.

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Hilario Murillo Castelreanas

De como salvó la vida Hilario Murillo Castelreanas, alcalde de Perdiguera por Izquierda Republicana.

Por Constantino Escuer Murillo

      ¿Qué delito había cometido Hilario para tener que huir con su familia y las cuatro pertenencias que le cabían en el carro, dejando atrás casa, campos, trabajo, madre y amigos? El delito de ser el presidente en Perdiguera del partido Izquierda Republicana, el delito de ser elegido alcalde tras las elecciones que el Frente Popular ganó en febrero del 1936 y el delito de ser una persona comprometida y luchadora que buscaba el bien común y la justicia social.

      Continúa el relato su hijo Jesús: «Las prisas y la edad de mi abuela Estefanía (62 años), madre de Hilario, propiciaron que ella se quedara en Perdiguera. Por otro lado nada hacía temer por la buena mujer, devota cristiana que acudía a misa todos los domingos y festivos y que además ayudaba a limpiar la Iglesia y aquellas tareas que precisara la parroquia.

      Sin embargo, al llegar la guardia civil junto con, presumiblemente, otros colaboradores – cuyos miembros se comenta acostumbraban estar borrachos- fue conducida acompañada de otros vecinos a las afueras del pueblo y fusilada. Todos ellos fueron enterrados en una fosa común detrás de la casilla de los peones camineros.(Años más tarde, ya acabada la guerra, se exhumaron los cadáveres y fueron inhumados bajo una lápida común a la entrada del cementerio de Perdiguera, donde en la actualidad descansan).

      Ese mismo día llegamos a Peñaflor, donde fuimos acogidos por unos amigos de mi padre, la familia Pola, que vivía junto a la ordana (una acequia). No recuerdo cuanto tiempo estuvimos aquí y desconozco porqué Hilario no prosiguió la fuga, el caso es que un día se presentó un coche con dos personas que se llevaron a mi padre a Zaragoza. Recuerdo haber oído en alguna ocasión contar a Hilario que uno de los que le conducían propuso al compañero :”por qué no le pegamos dos tiros y lo tiramos a la cuneta”. Afortunadamente, prevaleció el criterio del otro y llegó a la cárcel de Torrero en Zaragoza. Mi madre y nosotros seguidamente marchamos también a la ciudad donde nos dio techo una tía de mi madre en el Coso nº 119.

       La providencia sonríe a Hilario cuando al pasar en el vehículo que lo conducía a la cárcel por la calle Don Jaime es visto, desde el mirador de su vivienda, por Amalia Castelreanas -su tía, por parte de madre- y su marido. El hijo de ambos, Santiago Cuenca, es informado de que su primo Hilario se encontraba en prisión y hace valer su influencia y relaciones con el poder gobernante en Madrid, intercediendo por Hilario.

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Acta constitución ayuntamiento Perdiguera.

       Aunque su primo le salva la vida, también el azar colabora con él, ya que durante más o menos el año que está encarcelado en Torrero, se dieron ocasiones en que pudo haber acabado siendo ejecutado. Recuerdo contar en alguna ocasión a mi padre que en la cárcel había madrugadas que acudían los soldados a las celdas con una lista de presos a los que se había decidido dar la libertad. Posteriormente, se enteraron que estas personas habían sido fusiladas. De tal modo que las veces siguientes no había ningún encarcelado que saliera cuando era nombrado. Tal circunstancia no disminuyó el número de fusilados puesto que los elegidos, mientras dormían, dependían de que los soldados les dieran una patada y los levantaran para luego llevarlos “de paseo” hasta las tapias del cementerio.

      El recuerdo más vivo que tengo de la estancia de mi padre en Torrero es el de un día que lo fuimos a visitar con mi tío Valero -hermano de mi madre- que volvía de permiso del frente (fue reclutado en Perdiguera por el ejército nacional). Aunque gracias a mi tío se nos dispensa un trato amable, al marcharnos, Hilario se asoma a una ventana para despedirnos con un pañuelo. Inmediatamente los soldados que se encuentran de vigilancia disparan una ráfaga de disparos hacia la ventana donde se encontraba mi padre. No olvidaré las semanas de angustia e incertidumbre que pasó mi madre hasta que llegó una carta de Hilario.

      Felizmente, es puesto en libertad –creo que después de un año, más o menos- y nos trasladamos a vivir a la calle San Miguel. En un principio mi padre comienza a trabajar con la familia Cuenca. Luego lo hace con “Los Mesaches”, que se encargaban de realizar el transporte con mulas y carros procedente de la estación del Norte. Finalmente, con Celedonio como socio, abren una carbonería en la calle de La Cadena.

     Una vez finalizada la guerra vuelve a Perdiguera ya que se le devuelven las tierras que le fueron confiscadas. No ocurre lo mismo con las caballerías. Al enterarse que una gran mesa que tenía en el corral de gran valor es utilizada en las escuelas la reclama. Dicha mesa le fue devuelta tras ser arrojada desde una ventana de un piso alto de la escuela.»

     En un última reflexión, Jesús dice que su padre Hilario hasta el momento de su muerte siempre defendió sus ideales y que estuvo en frente, dentro de lo que se podía, del dictador y sospecha que si no hablaba de los hechos que acontecieron aquellos años fue por el miedo que tenía a que su familia pudiera ser perjudicada, dada la dura experiencia que le tocó vivir.

     Acompaño este relato con una foto de Hilario, el acta de posesión de su cargo como alcalde y la de su destitución cuatro días después del golpe militar que dio comienzo a la guerra civil, comunicada por el sargento del puesto de Leciñena «por orden superior»

      PD: Agradezco a Carlos Murillo, hijo de Jesús y nieto de Hilario, que me hiciese llegar hace ya algunos años este texto que transcribió del relato que le hizo su padre.

Zancarriana w

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