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Cae agua nieve, matacabras, solían decir las gentes del lugar, por aquí la nieve rara vez cubre la tierra. El invierno suele ser duro, con sus heladas y boiras dorondoneras, las rosadas y sus gotitas de hielo posadas, como frágiles pajarillos, en las finas ramillas, que parecen querer escapar. Las hojas caídas, los árboles desnudos contrastan con los de hoja perenne, aquellos que aparecen inmutables al rigor de las bajas temperaturas, como si el tiempo no fuese con ellos. Antes se helaban las balsas y se recogía el hielo, se guardaba para verano. Antes las chimeneas humeaban el fuego que respiraba las historias y relatos que se contaban a su alrededor. Ya no se cuentan, ya no se sienten.

El abuelo alimenta el fuego, añade troncos que pronto comienzan a prender, atiza el fuelle y brincan las purnas, hay quien pide un deseo en esa noche estrellada, de estrellas fugaces. – ¡Ojalá siempre todo hubiese sido igual! -. Yaya da vueltas al puchero que condimenta con romero y tremoncillo, canturreando una de sus muchas melodías que aún me acompañan las solitarias tardes noches de invierno. Su dulce voz y bravas jotas. La silla coja, aún siento el balanceo, el traqueteo, y el olor a humo, patatas asadas, tostadas con ajo, los abuelos en la cadiera calentándose los pies y manos. Las manos de yaya cogiendo las mías, el gélido aire llamando a la ventana, silbando, y la luz parpadeante del mismo fuego que va consumiendo un tiempo ya agotado.  

El guirlache, el vino rancio del abuelo y yaya con su toquilla y sus patucos de lana, la boina y el viejo bastón de abedul del yayo, con su risueña sonriseta callada, sus gestos y sus manos tan duras que tanto extraño, como sus ojos brillantes que no paraban de mirarme, llenos de complicidad. Se me arremolinan los recuerdos, me hacen un nudo en la garganta y estómago, mientras me seco una lagrimilla que se me escapa, con tu pañuelo blanco de tela con el que me limpiabas mis inocentes legañitas – ¡tanto os echo de menos! -.

Las tostadas con aceite, miel o vino y azúcar, tus arrugas yaya, tus raíces abuelo. Las rosquillas con sabor a anís, el moscatel, las torrijas y los crespillos. El tocino con un piazico de pan. Tus caricias, tus abrazos tan profundos, esos besos que acababan en pedorretas en la tripa, las cosquilletas interminables, las risas y carcajadas, el trote sobre tus rodillas, volverme a fundir en tus abrazos y tremendos achuchones, sentir un amor infinito e inquebrantable, llevarme a encolicas a la cama o con mis brazos recogidos sobre tus hombros, acostarme, un beso en la mejilla, ese – ¡dulces sueños!  y un te quiero-, – ¡Buenas noches mi amor! -. 

Vuelven aquellas historias que creía de siempre y ya solo son del pasado, de aquel bandolero Cucaracha cabalgando por la sierra, los trabajos en el campo, la siembra y la cosecha, la vieja aldea en el monte donde nacisteis un verano que la tierra ardía y la sed ahogaba… vuelve la tierna mirada de yaya y sus caricias. Vuelven las lágrimas a brotar, a escaparse entre una mirada perdida y un rostro feliz ante una chimenea apagada que hace años no se vuelve a encender. Ya no quedan ni las cenizas de un tiempo remoto del que ni siquiera me despedí.  Solo el frio atusa mi cabello, como solía hacer yaya, y un escalofrió recorre mi cuerpo. Solo el aire susurra como yayo, con sus historietas de siempre, aquellas que aún guarda la vieja casa, con sus ecos perdidos que parecen querer volver a resonar entre sus habitaciones de ausencias. Fríos muros, donde un viejo soplo de aire perdido sigue recorriendo la vacía casa donde hace tiempo no regreso.

La noche está despejada, las estrellas abarrotan el cielo, ya no pido deseos, solo sonrío, una felicidad me sobre encoje al igual que la nostalgia. Creo que sin quererlo encendí de nuevo el viejo hogar, calenté la noche de invierno y fría navidad, con las velas de cera consumiéndose en cada rincón de la casa, los candiles de aceite y esa silla coja en la que me sentaba y me balanceaba a trompicones. Mientras, fuera nevaba y parecía que todo se teñía de blanco.

Hay ausencias que ocupan mucho espacio, demasiado, pero siempre regreso, aunque sea por un momento, siempre regreso.

A mi yaya. A mi amor infinito.

Diario distópico de Los Monegros


Caseta

Día 0 antes del aislamiento.

Los primeros días decían que el virus estaría de paso, seguramente viajaría por la nacional II y con suerte solo se detendría por alguna de las áreas de descanso de Bujaraloz o Peñalba, tomaría un café y continuaría de nuevo con su infeccioso viaje. Simplemente estaría de paso.

Aquí, en Los Monegros, no suele venir mucha gente, así que parecía un lugar seguro. La situación parecía controlada, pero las noticias no pararon de alarmar, en Madrid se estaba haciendo fuerte y pronto iban a tomar medidas muy duras por todo el país. El virus se estaba extendiendo.

Aurora bajó pronto a Sariñena, era sábado, un 14 de marzo del 2020. Al aproximarse a la tienda observó gran cantidad de gente que se encontraba agolpada en el interior. Había de todos los pueblos y muchos habían vuelto desde las ciudades a refugiarse, salían con los carros repletos, estaban acaparándolo todo. El riesgo de contagio era muy alto.

Aurora volvió al pueblo sin la compra y sin perder un segundo se reunió con su marido. Antonio estaba con ella, cogieron a sus tres hijos y a la abuela María y les comunicaron su decisión: Se iban a refugiar todos en la antigua caseta del monte.

Prepararon todo, cargaron alimentos en la furgoneta, enseres de cocina, colchones, mantas ropa, herramientas, libros, cuadernos, lápices y bolígrafos, pozales y tinajas llenas de agua… y la muñeca de Elisa, la pequeña de los tres hermanos. Incluso en el remolque subieron las gallinas, unos tres cerdos y a Mallacán, un perro Beagle joven y vital que no paraba de correr y que costó lo suyo subir al carro.

Partieron antes del anochecer, con el tiempo justo de acomodar la vieja caseta, recoger algo de leña, encender el fuego, cenar caliente y acostarse.

Día 1 de aislamiento, 15 de marzo del 2020.

Amanecieron en la caseta con los primeros rayos de sol entrando por la maltrecha ventana. La puerta tampoco andaba muy lejos, también dejaba pasar el aire y la luz y el tejado necesitaba una conveniente revisión. De manera que el tejado fue una prioridad, se avecinaban lluvias y había muchas cosas por hacer.

Pronto Antonio se puso manos a la obra, arreglando el tejado, colocando bien las tejas y cambiando las que estaban mal. Mientras, Aurora reconstruía algunas partes del corral para instalar bien las gallinas y tocinos. Le ayudaba Josete, el hijo mayor, mientras Clara, la mediana, se dedicaba a recoger leña junto a Elisa, que andaba distraída jugando con el imparable Mallacán.

A la hora de comer, la caseta ya se encontraba en orden y la abuela María había cocinado una riquísima sopa, -como  las de antes-, viejos sabores que le traían agradables recuerdos.

Por la tarde vieron como las nubes iban acechando y poco a poco todo se fue oscureciendo, amenazaba una gran tronada. No tardó la fuerte tormenta en aparecer, haciendo temblar la caseta, arreciando una gran airera que sacudía los pinos de la sierra como si fuesen a caer. Los relámpagos entraban por la aún maltrechas ventana y puerta. Todos se agruparon a la lumbre, la hoguera les daba luz y calor. Elisa sujetaba fuertemente su muñeca y el silencio se veía interrumpido por intermitentes y estrepitosos truenos. Josete atribuyó todo al cambio climático, mientras Clara veía una mano maligna para desestabilizar a China con el Covid-19, sin embargo para  Antonio todo eran tonterías. Aurora les interrumpió, no quería que la joven Elisa se asustase más y comenzó a tatarear una vieja canción que creía olvidada.

La abuela María no pudo evitar conmoverse de felicidad, ha vuelto a su niñez con sus padres y hermanos en la caseta que la vio nacer y donde ahora se encontraba con su hija Aurora, con Antonio el yerno y los nietos Josete, Clara y Elisa.

Pasada la tormenta la noche estuvo en calma. Se acostaron pronto sumiéndose en la profundidad de la noche hasta que un inesperado chillido irrumpió los serenos sueños. Era Elisa.

Día 2 de aislamiento, 16 de marzo del 2020.

El chillido de Elisa había despertado a todos pero en la caseta no se veía nada, el fuego del hogar había perdido vitalidad y apenas iluminaba; ninguno sabía lo que pasaba.

Aurora encendió una vela y el interior de la caseta se iluminó con sus sombras y penumbras. Elisa estaba de pie, agarrando su muñeca, la estrujaba, mientras un ratón chiquitín se encontraba acorralado por Mallacán. –No, atrás Mallacán- gritó Elisa –No le hagas daño-. Rápidamente Antonio agarró por el collar a Mallacán y lo empujó al otro lado de la caseta. Aquel momento lo aprovechó el escurridizo ratón y ágilmente desapareció a través de una pequeña grieta en la pared. Se había evitado una matanza segura.

Ratoncín, Elisa dijo que así se llamaría su nuevo amigo y lo iba a proteger frente al malvado, cruel y despiadado  Mallacán. Elisa estaba bastante enfadada con el joven Beagle y  aunque por la mañana la despertó muy alegremente, mantuvo su enfado durante unos largos, larguísimos cinco minutos.

El día apareció lluvioso y la familia no tuvo más remedio que permanecer dentro de la caseta. Confinados como estaban en el resto de las casas, continuaron realizando mejoras, arreglando la ventana y la puerta, resguardando bien las provisiones y el resto de utensilios y enseres.

También se dedicaron a la lectura o a pasar el rato mirando fijamente el fuego; alguna vez se asomaban por la puerta y salían corriendo a buscar algo de leña. Aprovecharon la lluvia para recoger agua, incluso Antonio fue a la pequeña balseta de la caseta para arreglar con la azada el abandonado sistema de captación de agua. Sin embargo, a Josete y Clara la falta de su teléfono móvil y el ordenador les empezaba a inquietar, no entendían como no estaban como los demás, en sus casas, como la gente normal, con agua, luz, internet y televisión.  Todo acabó en una bronca monumental. Elisa habría preferido la tormenta del día anterior, pero como siempre, la calma volvió tras la tempestad.

Cenaron con las malas caras de Josete y Clara, estaban mudos, refunfuñando de vez en cuando. Ni se reían con las muecas de Elisa, se enfadaban más.  La abuela María trataba de ser cuidadosa y amable, no sabía ser de otra manera.

No tardaron en recostarse pronto, al caer la luz poco o casi nada había que hacer. Elisa trató con todas sus fuerzas no quedarse dormida, con la mirada atenta esperando que Ratolín apareciese de nuevo. Miraba fijamente, sin distraerse, pero también pensando en lo que había escuchado decir a sus padres sin que se hubiesen dado cuenta: habían cerrado las fronteras, no dejaban salir a las calles e incluso en muchas tiendas había desabastecimiento. Prefirió no pensar en ello y permanecer atenta a que se dejase ver Ratolín con sus alegres ojillos. Pero Elisa cayó dormida, a pesar de las historias terribles que contaban sobre el virus y que Josete no escatimó en detallar, describiendo como a los infectados les aparecía un nuevo ojo en la frente, antenas en la cabeza y se volvían verdes como los marcianos.

Día 3 de aislamiento, 17 de marzo del 2020.

Los ladridos de Mallacán despertaron a toda la familia, Elisa en seguida temió por Ratolín e inmediatamente se puso a chillar. Antonio tropezó al tratar de coger a Mallacán y cayó al suelo llevándose a Clara con él. Al fin, Aurora consiguió encender la luz y ver el desorden en que se había convertido todo. Clara lloraba al haberse lastimado un poco la pierna, Josete trataba de ayudar a Antonio a levantarse y por poco se caen los dos. Entre tanta confusión, Elisa continuaba con sus chillidos.

Mallacán no gritaba por Ratolín, era por algo que había escuchado afuera. -Quizá sea alguna ave nocturna, una lechuza o un búho-, dijo Clara, aún magullada por el golpe. Aurora abrió la puerta de la caseta y miró al exterior, después salieron todos menos la abuela María que no paraba de advertir que tuviesen cuidado. Sin darse casi cuenta, Mallacán salió disparado perdiéndose en la oscuridad, con sus fuertes ladridos. Elisa se asustó y comenzó a llamar a Mallacán, todos se sumaron a llamarlo, pero Mallacán no volvía; tampoco lo veían ni podían ir a buscarlo entre tanta oscuridad. Elisa comenzó a llorar a la vez que continuaba llamando desesperadamente a Mallacán. Hasta que de repente, entre la oscuridad, de la misma manera que había desaparecido, volvió Mallacán a aparecer. -¡Mecachis!- Elisa lo abrazó con fuerza mientras Mallacán movía alegremente la cola. Todos regresaron a la caseta, reprendiendo y a la vez acariciando al atrevido Mallacán.

Por la mañana simplemente el día goteaba un poco, los romeros, el tomillo, las aliagas… estaban en flor, los aromas embriagaban y los cantos de los pajarillos alegraban el amanecer. Clara descubrió unas pisadas, no eran las de Mallacán, eran muy parecidas pero no coincidían con la del joven Beagle. Josete encontró cerca otro rastro, eran unos excrementos sobre una piedra, debían de ser de una rabosa que había estado merodeando por la noche. -Por eso había ladrado Mallacán- exclamó Clara.

Tras la presencia de la rabosa había que reforzar el corral, proteger las gallinas y levantar más la tapia. La familia se puso en ello, fueron trayendo y colocando piedras en el muro. Tenían que tener cuidado al levantar cada piedra del suelo, debajo podía aparecer un alacrán y picar.  El espinguitero de Josete le dijo a Elisa que si le picaba un alacrán le transmitiría el virus y se volvería verde. Elisa dejó de coger piedras y se entretuvo jugando con Mallacán, no quería volverse una marciana.

Tras la cena, estuvieron un rato agrupados al calor del hogar, recordaron lo que había pasado por la madrugada, soltaron decenas y decenas de risas y carcajadas. Elisa también reía pero a la vez no dejaba de observar a su familia, tal vez alguno pudiera haber sido picado por un alacrán y pudiese comenzar a volverse verde.

Elisa pronto comenzó a caer rendida, cansada del duro día. En seguida se fue a dormir, colocando un poquer de grano para Ratolín, cerca de la grieta por la que había desaparecido por última vez. Trató con todas sus fuerzas de no quedarse dormida para poder ver de nuevo a su amigo, esperando que tampoco estuviese afectado por el virus y no fuese un ratón marciano.

Día 4 de aislamiento, 18 de marzo del 2020.

La noche por fin fue completamente tranquila, durmieron de un tirón y sin ningún sobresalto. En la vieja caseta se levantaron temprano, no sin antes remolonear al abrigo de los sacos de dormir. El día amaneció nublado, como los días anteriores, pero ya sin nada de lluvia. Alimentaron el fuego y se llevaron algo a la boca en forma de desayuno. Sin dilatar más el tiempo se dispusieron a trabajar.

Josete, Elisa y la abuela fueron a buscar agua a la balseta, es lo que la abuela había hecho desde su niñez hasta que llegó el agua corriente a las casas. Iban con pozales y cantaros sobre sus cabezas, casi todos los días acudían a buscar agua a la balsa, para beber, asearse, fregar, lavar la ropa… -No fuiste a la escuela, abuela- preguntó Josete, -Entonces a la escuela se iba poco, había que ayudar en casa- respondió la abuela. Además de ir a buscar agua a la balsa, María les contó muchas de las cosas que hacía de pequeña: ayudaba con todas las faenas de casa, cocinar, fregar, lavar la ropa, cuidar a sus hermanos y además atendía los animales del corral, iba a la siega, cogía esparto, hacía sogueta… -¿Sogueta?- pregunto extrañada Elisa sin saber qué era -Ya te contaré- contestó la abuela –Aura vamos pa la balseta a coger agua, que no tenemos toda la mañana-.

Elisa nunca se había imaginado que la abuela hubiese hecho tantas cosas, incluso era capaz de hacer las más sabrosísimas croquetas, unos súper peducos de lana para ir por casa y unas cosquilletas o bufadetas y pedorretas insufribles por la pancha y el melico. Sin lugar a duda, era una híper mega súper abuela.

Todos continuaron haciendo muchas faenas hasta la hora de comer, luego se permitieron descansar un ratico.

Esquilas, sin esperarlo comenzaron a escuchar esquilas de un rebaño y el balido de ovejas y cabras. Así fue, un rebaño de una doscientas cabezas comenzó a asomar tras la loma. Ya era por la tarde y el pastor recogía el rebaño para que no se le echase la noche. Aurora y Antonio conocían al pastor, era del pueblo. Hablaron un rato con el pastor y consiguieron que les dejase unas cuatro cabras para leche y un choto, -Cuando todo pase te las devolveremos, prometió Antonio. Federico, el pastor, marchó cabeceando y exclamando –Dura, muy dura va a ser esta batalla, ¡Qué os vaya bien!-. Entre tanto, Clara tuvo que sujetar a Mallacán para que no se abalanzase sobre las ovejas.

A Elisa la situación le comenzaba a intrigar demasiado, Federico había comentado que hacía días que habían movilizado el ejército  por todo el país y la gente permanecía confinada en sus casas, la situación era muy preocupante. El ataque del virus alienígena era una terrible amenaza, se estaban librando grandes batallas por todo el mundo y había que estar preparados. Elisa se durmió urgiendo un plan contra los extraterrestres: volverse invisible.

Día 5 de aislamiento, 19 de marzo del 2020.

A media noche Elisa despertó decidida a poner en práctica su arduo plan contra los extraterrestres y sin contemplaciones se puso manos a la obra para hacerse invisible. Aunque lo pensó mejor y vio que no era suficiente con hacerse solamente ella invisible, debía de hacerlo extensible a toda la familia.

Al alba, una ligera boira cubría el horizonte y, aunque el gorjeo de los gurriones alegraba la mañana, el invierno resistía a marcharse. Pero ¿Qué pasó con el plan de Elisa? ¿Había hecho a su familia invisible?.

La familia despertó con un sobresalto al contemplarse los unos a los otros, quedándose perplejos, turulatos y patidifusos; todos menos Elisa, la única que no puso cara de sorpresa. Tal vez, por algo todos la miraron con aires acusatorios, sabiendo que ella era la responsable. Ante tal inesperada sorpresa, flipe y alucine, no pudieron dejar de desternillarse, descuajaringarse y troncharse de risa. Pero esto, claramente, para nada iba a quedar así y una buena carrañada planeaba sobre Elisa.

Todos llevaban la cara pintada de verde y un tercer ojo en la frente, Elisa les había transformado en marcianos –Así el virus no nos atacará!-, era la mejor forma de volverse invisibles al virus –Ahora somos marcianitos y pensaran que somos de los suyos-, pero el resto de la familia no la tomaron en serio. Todos acabaron restregándose la pintura de la cara a pesar del fastidio de Elisa, pues en vano se resistió a quitarse la pintura. Pero lo peor de todo es que le confiscaron las pinturas, no habían entendido el plan de Elisa, eran unos irresponsables y sus vidas estaban en peligro.

El sol por fin apareció y dejó atrás la ligera boira. Tuvieron que ir a buscar mucha más agua, se estaba convirtiendo en una rutina pero hoy era mucho más necesaria, habían gastado mucha para lavarse la cara. A Josete aún se le marcaba el tercer ojo, logrando la burla y recochineo de Elisa y Clara durante toda la mañana.  –Así nos aseábamos antes, calentábamos el agua al fuego y luego nos íbamos aseando poco a poco con el agua y a los más pequeños dentro de un barreño- contó la abuela, -Ahora vivimos como tú antes, abuela- respondió Clara y así es, nunca María había imaginado terminar viviendo en la vieja caseta con sus nietos.

Cocinar lento al fuego del hogar, lavar la ropa y secarla al aire libre, alimentar las gallinas, coger los huevos, sacar a pastar y ramonear a las cabras, ir a buscar leña… todo obligaba a ir realizando faena tras faena. Pero hoy había una novedad, había que ordeñar las cabras. Las colocaron una a una sobre un altero, les limpiaron con agua tibia las ubres y luego las ordeñaron cuidadosamente depositando la leche sobre un pozal. Colaron y guardaron la leche para hervirla varias veces antes de consumirla. Todos bebieron un poco de leche de cabra antes de acostarse a dormir.

Elisa se acostó sabiendo que su plan había fracasado, era una pena, pero lo mejor era que habían sobrevivido un día más al letal virus alienígena. -¡Ay!-, había caído en cuenta que hace tiempo que no sabía nada de Ratolín y el grano que había dejado aún estaba. Se quedó contemplando la grieta pero el sueño le venció sin llegar a ver a Ratolín.

Día 6 de aislamiento, 20 de marzo del 2020.

Ratolín había salido de su escondite, olisqueaba todo y poco a poco fue acercándose al puñado de comida que Elisa había depositado sobre el suelo. Justamente Elisa abrió los ojos y lo contempló por un instante hasta que Ratolín se esfumó al advertir su presencia. Por un momento se habían mirado directamente a los ojos, una mirada inocente y fugaz, pero que bastaba a Elisa para saber que verdaderamente era su amigo. Y suerte que, por esta vez, Mallacán no se había enterado.

La primavera había llegado. Amaneció el día despejado, al principio algo frío pero fue mejorando a la vez que el sol transcurría a través del horizonte. Esta vez desayunaron leche de cabra. La leche de cabra era rara, tenía un sabor diferente pero no había otra, así que tenían que ir acostumbrándose. Había que habituarse a muchas cosas nuevas, no había baño ni forma de ducharse, tenían una zona determinada, un aujero detrás de unas coscojas donde pichar y hacer asuntos mayores. Allí iban todos, todos menos Mallacán que lo hacía donde le venía en gana a pesar de las muchas carrañadas que se llevaba.

Las mañanas se estaban convirtiendo en una rutina de trabajos mientras que las tardes eran más libres, para jugar, pintar o leer. Elisa acababa agotada todas las mañanas y aquel mediodía se tumbó sobre la húmeda hierba. Mallacán había hecho lo mismo pero a la vez mordisqueaba un palo que, poquer a poquer, fue despedazando. Entre tanto las nubes flotaban en el cielo, con sus formas de seres y objetos, una se parecía a Ratolín y otra a la vieja cafetera de la abuela -¡Qué bonitas son las nubes!-, pensó para sí misma Elisa.

Ovnis

No, no podía ser, unas nubes parecían platillos volantes, trataban de confundirse con las nubes, pero Elisa no iba a caer en esa trampa. Los llamó a todos y les señaló los ovnis, los había desenmascarado. –A la caseta, a la caseta a esconderse- gritó Elisa mientras su familia, siguiéndole el juego, obedeció apresuradamente. Allí permanecieron ocultos hasta que Elisa comprobó que el peligro había desaparecido, se había pintado la cara de verde y un tercer ojo en la frente, le faltaba la antena, pero corrió con ese riesgo y se asomó a través de la ranura de la puerta. Minuciosamente comprobó como las nubes alienígenas habían desaparecido y felizmente todos pudieron salir seguros y en calma.

La tarde fue tranquila, al resguardo de la caseta y el calor del hogar. María lavó a Elisa cuidadosamente y luego le cepilló el cabello detenidamente. Tras la cena estuvieron hablando de muchas cosas, de cómo irían las cosas por el pueblo y si todos estarían bien. Pronto Elisa se fue a dormir, pensando que no podía quedarse con los brazos cruzados, tenía que hacer algo para mantener a salvo a su familia. Sabía que tenía que tramar un plan, pues esos malditos marcianos no iban a ganar.

Distopico

Día 7 de aislamiento, 21 de marzo del 2020.

Los días de aislamiento comenzaban a causar desánimo en la familia, después de todo habían desconectado socialmente y tecnológicamente del resto del mundo, sin ningún tipo de noticias por teléfono móvil, internet, televisión, radio o prensa y sin contacto con familiares, amigos o vecinos. No obstante, si bien se habían aislado completamente, podían gozar de una comedida libertad en plena naturaleza. Resulta una vuelta atrás, a la vida de sus antepasados, renunciando a las comodidades de hoy en día pero con la esencia de la condición humana, de valorar lo verdaderamente importante y sustancial, de estar juntos en familia. Una forma de vida plenamente ligada a la naturaleza, a las raíces profundas de los saberes y cultura ancestral que nos han acompañado y definido durante siglos.

Amadrugó el 21 de marzo en pleno equinoccio de primavera, a partir de ahora los días iban a alargar. Las cebada estaban preciosas, crecidas y vigorosas, frondosas y verdes; la abuela decía que este año iba a ver una gran cosecha. Cerca de la balsa, por los margüines salían rojos ababoles y florecillas blancas y otras amarillas. Revoloteaban las mariposas y una marieta centró la atención de Elisa, era una mariquita roja de siete puntos negros. Elisa se encontraba bajo una sabina, una de las muchas que salpican Los Monegros. Una piedra blanca, completamente blanca llamó su atención, era preciosa.

Elisa le enseñó la piedra a su abuela -Es una piedra de yeso. Antes las recogían para cocerlas en un horno, luego las molían y de esta forma obtenían el yeso en polvo para construir-. Definitivamente, la yaya María sabía muchas cosas. –Para el horno empleaban de leña fajos de romero que ataban con un fencejo-. -¿Qué es un fencejo?- preguntó Elisa. –Es una sogueta, de esparto, servía para atar muchas cosas como las gabillas, fajos de cebada o trigo, durante la siega-.

De verdad que era una piedra muy bonita, blanca, brillante… y había muchas más, esta se la iba a guardar.

Por la noche, recogidos al calor del hogar la abuela contó algunas cosas más  sobre la sogueta, de la que curiosamente había un trozo en la misma caseta. -Recogían el esparto y luego hacían sogueta muchas mujeres y niños y niñas por las calles en verano o en las casas durante el invierno, al calor del hogar. -¡Cómo sufrían las manos!-, pero su elaboración ayudó mucho a salir adelante a las gentes humildes de Los Monegros. –Para evitar plagas en los frutales, en la noche de san Juan, se ataba un trozo de fencejo en el tronco y se hacía un ñudo- Era una especie de amuleto protector. Cumpliendo con las creencias antiguas y viejas supersticiones la familia decidió por unanimidad colocar en la puerta un trozo de sogueta viejo que había por la caseta a modo de objeto protector.

Era noche de luna menguante y próximamente habrá luna llena. Elisa ya contaba con un buen amuleto que le iba a asegurar protección, su piedra blanca y brillante de yeso. Igualmente contaban con el fencejo en la puerta de entrada de la caseta que la hacía inexpugnable frente al virus, alienígenas y otros seres malignos. Pero no había que bajar la guardia, la batalla iba a ser larga.

Día 8 de aislamiento, 22 de marzo del 2020.

La sabina se había convertido en su refugio particular, un lugar donde escaparse y jugar con su muñeca; era su rincón favorito. -La sabina era muy longeva-, contaba la abuela, -pueden alcanzar más de 500 años-. Elisa sentía su fuerza cuando abrazaba el tronco de la añosa sabina. Aparecen aisladas y en pequeños bosquetes –Son un relicto de antiguos bosques del periodo Messiniense o Mesiniano, hace entre 7,246 y 5,332 millones de años atrás- continuaba relatando la yaya. – ¡Uff, qué vértigo dan tantos años!- exclamó Elisa -¡Del año catapum!-. Pero una cosa tenía segura: la sabina era un árbol precioso, imponente y majestuoso. Había de dos tipos de sabinas, una era la albar, la más clara y abundante, con el fruto rojizo (gálbulo), y la otra la negral, que como bien dice su nombre es más oscura, con el fruto azul. La madera es muy aromática y antiguamente era quemada como incienso, con su olor resinoso intenso y agradable –Su olor ahuyenta a los insectos y hace huir a las serpientes-. -¿Y a los virus?-, preguntó Elisa –Seguro que sí- respondió la yaya María.

Elisa recogió ramillas secas de sabina, los fue guardando en una bolsa y a partir de ahora las irá arrojando al fuego una a una  cuando estén todos alredol del fogaril. La protección iba aumentando, había que hacer todo lo posible para evitar ser contagiados. Los virus alienígenas no iban a poder con Elisa y su familia. Asimismo, en ello coincidieron todos, la ramilla de sabina perfumaba maravillosamente la caseta.

El recorrido del sol comenzaba a ser familiar, solo con verlo ya sabían, más o menos, que hora del día era. La hora de comer era sagrada y solía coincidir con el sol en lo más alto.

Por la tarde, Elisa comenzó a subir a una pequeña colina desde la que divisaba un amplio territorio, desde allí vigilaba cualquier presencia, veía a rapaces surcar el cielo y olía el romero o el tremoncillo. Era como una atalaya o torre de vigilancia. Josete y Clara solían aprovechar las tardes para sus estudios y Elisa, aunque se escaqueaba bastante, también tenía que hacer sus tareas de estudio, leer y pintar.

Elisa ya tenía su sitio especial, un refugio seguro bajo la vieja sabina, fuertemente enraizada atestiguando el paso del tiempo, de sucesos, hechos y vicisitudes. Además, Elisa siempre llevaba consigo misma su amuleto, la blanca y brillante piedra de yeso. Al acostarse no olvidó de depositar, sobre el suelo, un puñado de grano para Ratolín, que aunque no lo viese, todas las noches salía para comer lo que, con mucho cariño, le dejaba.

Día 9 de aislamiento, 23 de marzo del 2020.

Ciertamente, la leche de cabra cada vez estaba más buena. Para ello tenían que ordeñar y sacar las cabras a pastar todos los días. A las cabras les gustaba trepar por la misma loma por donde Elisa había establecido su atalaya. No resultaba extraño, ya que se entretenían por el lado sur, donde había una mayor pendiente y por donde no dejaban ir a Elisa para evitar que se despeñase. Tampoco era tan patosa y la valiente Elisa se atrevía a deslizarse por una pendiente por donde se escurría de culos, a modo de esbarizaculos, hasta que sus pantalones comenzaron a desgarrarse y despedazarse. Josete y Clara descubrieron su divertimento y no desaprovecharon la oportunidad de bajar por el divertidísimo tobogán de Elisa.  Por fortuna, Caprasio custodiaba la sierra, rebaños, campos y gente.

Desde la atalaya de Elisa se veían los Pirineos y la sierra de Guara. Elisa decía que la sierra de Guara estaba a un tiro de gayata -¿cómo?- preguntaron Josete y Clara. –Así lo cuenta la leyenda de san Caprasio- respondió Elisa, a quien la abuela María se la había narrado: Caprasio debía su nombre a que fue pastor de cabras por la sierra de Guara, donde cuidaba su rebaño hasta que descubrió su vocación de monje. Con todas sus fuerzas lanzó su cayado de pastor que vino a parar a la sierra de Alcubierre. En el lugar exacto comenzó milagrosamente a emanar agua y allí se erigió la ermita en su nombre. De esta manera, San Caprasio es la mayor de las atalayas de la sierra de Alcubierre y con sus 834 metros de altitud sobre el nivel del mar es la cumbre más alta de Los Monegros. La segunda cima de Los Monegros es Monteoscuro, con una altitud de 824 metros.

“Plétora de selenita”, cuenta la leyenda como en el lugar elegido abundaba en selenita, un mineral de yeso parecido al amuleto de Elisa pero cristalizado, brillante y transparente. No obstante, la abuela decía que los selenitas también son los habitantes de la luna. Quizá morasen seres lunares por estas tierras, escondidos en los recónditos lugares, en esas cuevas escavadas en el salagón. -¡Ojalá los selenitas aterroricen a los marcianos!-.

De nuevo ha vuelto a pasar el pastor Federico cerca de la caseta, el sonido de las esquilas ha advertido su presencia. Traía noticias pero no eran buenas, se habían detectado personas infectadas en Sariñena y en otros pueblos de la provincia. La situación se estaba poniendo fea y el periodo de confinamiento se iba alargar, al menos, dos semanas más.

El estado de ánimo se había mermado bastante en la familia. Josete, Clara y Elisa echaban de menos sus amigos, el colegio, la plaza, los columpios, el tobogán… También habían hablado que los mayores tenían que tener mucho cuidado, que eran personas de alto riesgo. A la hora de dormir, Elisa cogió su amuleto, su piedra blanca y brillante de yeso y se la entregó a su abuela María para que estuviese protegida, pues ella la necesitaba mucho más.

Día 10 de aislamiento, 24 de marzo del 2020.

A media noche una luz cegadora atravesó los muros de la caseta iluminando completamente el interior. Elisa se levantó desconcertada, turbada, confundida… observando a su alrededor una luz deslumbrante y constatando que su familia no se encontraba en la caseta, ni siquiera estaba Mallacán. Las piernas se tambaleaban ante la intrigante situación, inquieta y nerviosa fue acercándose hacía la puerta tratando de salir al exterior a pesar de la pesadumbre de su cuerpo, como si fuese arrastrando las piernas. El miedo producía un escalofrío que recorría su cuerpo paralizándolo, se estremecía  cada vez que daba un paso. El miedo iba adueñándose de la joven Elisa, el misterio, la incertidumbre, el suspense aceleraba el corazón y la respiración. Al asomarse por la puerta no vio nada, se había quedado completamente cegada por la luz.

Ahí estaba ante un paisaje desértico, lunar, como las salinas de Bujaraloz sin agua. Una docena de marcianitos la estaban esperando, amenazantes, completamente verdes, con una antena y un tercer ojo en la frente que le miraban fijamente. Elisa buscó apresuradamente su amuleto pero no lo encontró, mientras los marcianos la amenazaban con sus pistolas láser, de rayos gamma y haz de virus alienígenas. Los extraterrestres emitían maléficas y endiabladas carcajadas, habían transformado a todos, incluso a Mallacán que era completamente verde, sus orejas eran antenas y soltaba babas repugnantes por la boca. También habían capturado a los selenitas, los seres lunares con ojos grandes y saltones.

De repente los marcianos dispararon a Elisa su haz, recibiendo un shock tremendo, todo se volvió blanco, quedándose paralizada y sin voz para gritar. Elisa despertó sobresaltada, incorporándose violentamente y con la respiración acelerada. Su amuleto estaba con ella y poco a poco se fue relajando y tranquilizando. Ratolín le observaba distante con prudencia y al instante desapareció atravesando la grieta. Jolín, vaya pesadilla había tenido Elisa. Mallacán se había despertado, olisqueó la zona y se acurrucó cerca de Elisa.

El día fue normal realizando las faenas habituales. Por la tarde Elisa se quedó en la caseta, estudiando y haciendo ejercicios. Luego todos hicieron un rato de lectura y Elisa leyó algunos de sus tebeos, el de los irreductibles galos Astérix y Obélix. La caseta era esa aldea irreductible, invencible ante la pandemia vírica que acecha al mundo. -¡Por Tutatis, están locos estos marcianos- pensaba Eisa para sí misma imaginando a Obélix derrotándolos a guantazo limpio.

Por la noche Elisa salió afuera de la caseta con su abuela, hacía fresco y sobre los hombros María le colocó una de sus toquillas de lana que ella misma había tejido. Había luna nueva y el cielo estaba completamente despejado,  pudiendo contemplar un maravilloso cielo estrellado, un firmamento amplio y esperanzador: -Todo irá bien, Elisa, con paciencia pronto volveremos a casa y recuperaremos la normalidad-  tranquilizó María. Elisa se durmió enseguida, sabiendo que su mejor protección era su familia.

Día 11 de aislamiento, 25 de marzo del 2020.

Ratolín con sus ojos saltones debía de ser un selenita, todo tenía sentido, por eso siempre estaba vigilante por las noches, cuidando de todos cuando estaban más indefensos. El mal sueño de Elisa, la noche anterior, aún daba mucho que pensar, había que tomar nota y estar prevenidos. Por suerte, los selenitas estaban con ellos.

La leche de cabra empezaba a entrar con ganas y mucho mejor caliente en un día que había amanecido nuboso y frío. La rabosa no había causado mayores problemas, había merodeado por el corral, pero este se mantenía seguro y las gallinas iban poniendo riquísimos huevos. Les dieron de comer y beber, también a las cabras les daban de beber ya que a la balseta, donde cogían el agua, no dejaban que los animales se acercasen.

La yaya solía encargarse de la comida, tenía mucha paciencia y la hacía poco a poco en el hogar, para subir el fuego metía más leña o si quería menos la retiraba. También calentaban el agua para lavarse, para que no estuviese tan fría y se aseaban a la antigua, casi sin gastar agua, y luego se secaban calentándose al calor del hogar. Lavar la ropa también era complicado, más bien llevaba mucho más tiempo y esfuerzo, no era tan fácil como meterla en la lavadora en casa. Había que restregarla a mano, enjabonarla y luego aclararla muy bien, era mucho esfuerzo y uno acaba agotado.

Las mañanas eran duras, pero se pasaban rápidas, casi sin darse cuenta. A Elisa ni le daba tiempo de pensar en virus ni marcianos. Eso sí, el que mejor vivía era Mallacán, siempre jugando de aquí p´allá, -¡Qué envidia!-

La sabina ocupaba parte de su tiempo, sobre todo las tardes. La yaya María le había contado historias de un antiguo bandolero que robaba a los ricos y daba a los pobres, era el temido Mariano Gavín Suñen: El Bandido Cucaracha. –Contaban- decía María- que el Cucaracha escondía parte de su botín enterrado bajo una sabina- Esta podía ser la sabina del Cucaracha, donde tramaría sus hurtos y robos y se sentiría seguro ante sus perseguidores- pensó Elisa -Igual, además de su botín, podría estar el trabuco del célebre Cucaracha. ¡Cómo lo encuentre ya se poden ir preparando los malvados marcianos!-.

Hoy empezaba la fase de luna creciente y seguro que la luna ayudará a combatir el virus. Elisa se sentía segura, en la sierra donde se refugió el malhechor Cucaracha. Mucha gente estaba luchando contra el virus mientras otros tenían que resguardarse. Era lo que Antonio y Aurora repetían cada día, lo debían de hacer.

Hemos aprendido a guardar las distancias, pero nos hemos vuelto más humanos.

Día 12 de aislamiento, 26 de marzo del 2020.

Amaneció un día claro, despejado y algo frío. Aurora había alimentado el fuego pronto por la mañana, había echado una buena toza y la caseta se encontraban cálida. Ratolín se había comido todo, debía estar hecho todo un glotón. Mallacán también era un comilón, tragón y zampón, había que tener cuidado sobre todo para las comidas, pues en un santiamén te arramblaba alguna chulla. Era un terremoto, no paraba cuenta con nada y llevaba a la familia de calle. A veces pillaba la turruntera con algún palo, zaborro o cacharro o se entretenía con algún rastro, olisqueaba los cados de conejos o trataba de ir a la balseta. Casi siempre andaba pegado a Josete, Clara y especialmente a Elisa.

Los tres hermanos salían salir a buscar leña todas las mañanas y entretanto se distraían por el bosque de la sierra de Alcubierre. Habían oído hablar mucho al abuelo contando sus viejas historietas de antes, cuando subían a la sierra a cortar pinos o se quedaban días durante la siembra o siega. Entonces no le hacían mucho caso –eran cosas del yayo-.  Ahora se daban cuenta, ahora ellos estaban recorriendo su sierra, los pinos que su generación plantaron y ahora es un bosque fantástico que van descubriendo. La primavera resulta preciosa y entre los pinos aparecen carrascas, quejigos, sabinas, enebros, arces… Hay pinos afectados por procesionaria y muérdago, muchos son enormes y otros retorcidos, la yaya dice que son hermosos, esos pinos retorcidos que han salido adelante con muchas dificultades, en suelos pobres y erosionados, con sequias, plagas, vientos… pero aun así sobreviven en una tierra sufrida. Son un ejemplo, una admiración de adaptación, lucha y esfuerzo, Elisa había aprendido de ellos y, por mucho que la vida le obligase a retorcerse, siempre iba a crecer buscando la luz.

Josete, Clara y Elisa regresaron con abundante leña a la caseta, allí estaban la yaya María y los papis Aurora y Antonio. La caseta parecía de cuento, encantadora. Piedra a piedra la habían levantado sus antepasados y conservado hasta nuestros días. Sí, ahora estaban ellos, parecía increíble, y estaban refugiándose ante una epidemia mundial -¡si el yayo estuviese!-

Con rasmia y sin reblar, decía Antonio Beltrán, somos los monegrinos y monegrinas; fuertes y forjados en una tierra dura que nos ha enseñado a sobrevivir. Cada día Josete, Clara y Elisa se sentían más herederos de la memoria de nuestros antepasados, de sus saberes tradicionales y su cultura. Ahora cobraban sentido las palabras del abuelo Paco: Solamente quien carga su propia agua sabe el valor de cada gota derramada en el suelo.

Día 13 de aislamiento, 27 de marzo del 2020.

Los Monegros responden a un horizonte llano, limpio y claro, con un cielo intenso que despliega matices y tonalidades fascinantes. Hay amaneceres y atardeceres únicos que nos recogen en lo más profundo de nuestro ser. Toda parte del mundo tiene su belleza, decía Braulio Foz, simplemente hay que saberla apreciar.

El cierzo recorre esta tierra en pleno corazón del valle del Ebro, nos despeja la atmósfera, la limpia y nos regala el aire limpio. A veces cuesta quererlo, el cierzo es bravo y se prolonga por varios días, nos sacude con su fuerza pertinaz como si nos quisiera tirar. Pero nunca lo consigue, nosotros también somos bravos. Elisa suele respirar, ser consciente y sentir el aire llenando sus pulmones, inspiración, inhalación, y luego soltar todo el aire, exhalación, espiración. La respiración no puede parar, igual que el corazón. Elisa juega con la respiración y trata de quedarse sin oxígeno en sus pulmones para volver a llenarlos una y otra vez. Se infla como la gaita de boto antes de rugir y dar comienzo al dance, dejando escapar el aire al bordón, a la bordoneta y al clarín.

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José Beulas: Monegros, 2003. Óleo sobre tela. CDAN.

La tierra es clara, seca y árida. Las arcillas son juguetonas y presentan sus matices, distintas franjas rojizas por oxidación o verdosas por periodos de encharcamiento y falta de oxígeno. Los Monegros son parajes espectaculares, los torrollones de la Gabarda, el monte de Cajal, entre Sariñena, Castelflorite y Sena, y Jubierre en Castejón de Monegros. Tonalidades, saturaciones, luminosidad, brillo… pinceladas de colores que describen el paisaje, que lo vuelven a crear, esa esencia exacta y precisa que capturó Beulas y transmitió en sus acuarelas. Esa intensidad del cielo azul frente a la tierra reseca, de rabiosos secanos, “y horizonte bajo separados por una banda negra”. Esa franja oscura es la sierra de Alcubierre, esos montes oscuros y negros que nos describen como tierra negra, que se observan desde la lejanía y destacan en Tierra Plana. Es la sierra de Alcubierre quien nos define como montes negros, nuestra razón de ser: Los Monegros.

Sí, el cierzo es pertinaz, es tozudo como somos los aragoneses. Porque a pesar de todo no reblamos, no nos rendimos fácilmente y luchamos con esfuerzo y tesón, con nobleza y corazón, porque en nuestra historia sobrevivir ha sido una constante. Así se sentía Elisa, desde su loma contemplando el horizonte.

Sentir respirar, decía la yaya María, ser consciente es básico para entender la vida y de vez en cuando detenerse y dejarse llevar por el simple placer de respirar, de sentir su fuerza. El aire, el maravilloso oxígeno que nos permite la vida, el necesario oxigeno que nos regalan los árboles. Imposible entender tanta contaminación, tanto destruir un planeta que es nuestro hogar. Incomprensible entender devastar la tierra cuando dependemos de ella. Triste que, al final, un virus alienígena nos acabe quitando lo más importante: el poder respirar.

Día 14 de aislamiento, 28 de marzo del 2020.

Alunau, desustanziau, manbrún, matraco, tozoludo, zamadungo… estaba muy estalentau  Mallacán al punto de la mañana despertando a toda la caseta, estaba alborotau y descontrolau. Asinas no había cosa más que hacer que levantarse, saludarlo y abrirle la puerta de la caseta para que saliese a hacer sus cosas. Como no sabía trucar, a la vuelta ladraba y así sabían que quería entrar. Mallacán era la alegría de la caseta, con su coda vivaracha y pizpireta, objeto de infinitas caricias, achuchones y arrumacos, pero también daba mucho mal –mucho, muchísimo mal-.

Como cada día continaron con las faenas varias, recogían la ceniza con el badil, ventilaban la caseta, escobaban, limpiaban y ordenaban cacharros y zarrios, reorganizaban los víveres y planificaban tareas. El agua la llevaban con sumo cuidau, la guardaban en una tinaja dentro de la caseta, la colaban con un paño y la tapaban bien para conservarla. Había que prestar atención a bichos y cucos, además de pulgas, caparras… La vida en el campo tiene otras prioridades, aunque no dejaban de echar de menos sus móviles, el ordenador, televisión… los amigos, la familia y los primos, salir a la calle a jugar, juntarse en el banco de la plaza, ir a comprar chuches y lamines a la tienda de Margarita o al horno de Alfonso a por unos bollos.

La soleada mediodiada dejaba un rato muy agradable. Esas horas las aprovechaban para hacer trabajos fuera de la caseta y la yaya se sentaba al sol, -como un fardacho cargaba las pilas-. También se paseaba y se acercaba a la sabina donde Elisa enredaba con sus una y mil historias. Elisa se había punchado con un escambrón y María le ayudó a quitarle la puncha. -¿El enebro también puncha?-, -Sí-, contestó la yaya –Pero mucho menos que el escambrón. El enebro tiene la hojita punzante pero no tan hiriente, es un arbusto que aparece mucho por la sierra. El enebro da nombre al género de las sabinas y es un símbolo de longevidad, fuerza, carácter atlético y fertilidad-.

Pinos, sabinas, carrascas, enebros, escambrones… Josete, Clara y Elisa estaban aprendiendo mucho de la sierra, hace unos días no diferenciaban un pino de un chopo y ahora descubrían y conocían muchas especies. Para averiguar su nombre cogían alguna hoja, ramilla, fruto… para que las identificase la yaya. Igual pasaba al observar huellas, pajarillos o rapaces surcando el cielo, rápidamente corrían a preguntar a la yaya, como la águila culebrera, tan clara y blanca, que dominaba su territorio del que ellos ya formaban parte.

A la noche, como siempre, Elisa dejó un zarpau de grano a Ratolín. Agotada, se sumergió en sus sueños en la recogida caseta, ya no resultaba extraña, era familiar.

Día 15 de aislamiento, 29 de marzo del 2020.

No hay ninguna piedra de otro color que negra, otros dicen también que los diablos allí moran”.

Los Monegros se remontan siglos atrás, un territorio legendario que quedó recogido en el cantar de gesta más antiguo escrito en lengua romance de Europa. Es el pasaje que cita su paso por Los Monegros el cantar de gesta francés Chanson de Roland. Un poema épico de varios miles de versos escritos en el siglo XI, escrito en francés antiguo, atribuido a Turoldo, un monje normando.

 La tierra negra donde dicen que moran los diablos, quedó grabado en la mente de Elisa.

-Todo ha cambiado mucho-, dice siempre la yaya y también lo decía el yayo Paco. Las casas eran de barro, adobas de barro y paja cocidos al sol, los tejados de cañizos que hacían entrelazando cañas y luego las tejas. Las calles eran de tierra, sin luz ni agua -y ya puedes imaginar que alacetes tenían las casas-, decía yayo Paco. Tapiales, sillares de arenisca y piedra, piedra de la sierra –la buena es la campanil, la que al golpearla con un hierro suena como una campana. La otra es mala y no sirve para construir- . Por la sierra había balsetas revestidas de piedra y las vaguadas las aterrazaban con muros de piedra seca, sin argamasa que las uniese.  Aún se ven los muros que el bosque va adueñándose, de esos pequeños campos que trataban de aprovechar al máximo los recursos para conseguir las mejores cosechas. –Otros tiempos- decía la yaya María -Cuando había malas cosechas el hambre se extendía como el mayor de los males. Mucha miseria y mucha hambre, sequias, plagas… se pedían dineros prestados y si no se devolvían se pagaba con las tierras. Marchar era la única solución-.

Federico pasó por la caseta, iba chino chana con el ganau, cabizbajo y pensativo. Saludó a Antonio y Aurora y, como ya iba siendo habitual, les informó de los últimos acontecimientos: -Se ha muerto el de casa Fulano, la de Mengano, la de Zutano y el de casa Perengano. -¡Mejor!- exclamó Antonio, pronunciando esa maldita palabra, profunda, ahogada, de maldita sorpresa, dolor, pena y pésame ante una desgracia. -No somos nada-  y la garganta entumecida, reseca y ahogada ya no dejó hablar más.

Día 16 de aislamiento, 30 de marzo del 2020.

La primavera había comenzado fría y obligaba a recogerse en la caseta. Ello forzaba a tener que hacer los trabajos más apresuradamente de lo normal para no coger frío. Debían de recoger leña y más leña para tener buen acopio, se avecinaban malos días y cada vez había que ir a buscarla mucho más lejos. Durante la larga quincena, que llevaban confinados y aislados en la caseta, habían replegado a fondo la redolada y ahora cerca no había nada de leña. Paizía la descripción de Orwell, cuando estuvo en las trincheras de Alcubierre durante la guerra, y en la que decía que no encontraban nada para calentarse. Afortunadamente, ahora la sierra está cubierta por una frondosa masa forestal.

Ratolín no fallaba y se iba comiendo el zarpau de grano que Elisa le va dejando cada noche. Mallacán era todo un terremoto, había salido fuera de la caseta y, como tardaba en regresar, Clara le dio buen chuflido para que regresase. Mallacán volvió como un caballo desbocau, entrando de aquí p´allá y de allá p´aquí, ¡hasta la caseta tremolaba!. Clara se cayó del empentón que le dio y se hizo una cuquera en la garra. Josete y Elisa comenzaron a esmelicarse de risa por su caída -jolio!, vaya leñazo que s´ha dau!-, – ja, ja ¡qué chollazo!-, -ji, ji, ¡menuda espanzurrada!-, -ja, ja casi s´esnuca-, -ja, ja ¡s´ha esmorrau!-…  Elisa, enfadada, les dio un buen pescozón a cada uno para que escarmentasen por tanta burla y fácil risa.

El día se desarrolló enfurruñau y enfadaus por el enrebullau de la mañana. Por la tarde continuaron con sus estudios aunque Elisa se mantuvo, parte del tiempo, distraída contemplando las tararainas de la caseta. Asinas, poquer a poquer el tiempo fue pasando.

Cenaron juntos pegados al calor del hogar. Era una fortuna conservar la caseta, muchas se habían espaldau hace tiempo, muchas eran enruena y ya ni querían subir al monte los que aún quedaban. Era una pena ver como todo su pasado, lleno de vida, había casi desaparecido. Abandonadas, dejadas caer, viejas casetas, aldeas, masadas, corrales y parideras. Por fortuna, de la caseta familiar aún sale humo en la fría noche de primavera y entre sus muros se charran viejas historias, aquellas que tantas veces han sentido los viejos muros de piedra. Mientras haya vida todo resiste.

Día 17 de aislamiento, 31 de marzo del 2020.

-¡Nieve, nieve, nieve!- Había amanecido con una ligera capa de nieve y la sierra se mostraba blanca, esplendida, nadie lo podría haber imaginado; menuda sorpresa ver nevar a finales de marzo. Elisa salió corriendo a jugar con Mallacán que descubría por primera vez la nieve. Detrás salieron Clara y Josete que iban dejando marcadas sus pisadas. Todo era fabuloso hasta que una bola de nieve acabó en el cuerpo menudo de Elisa. Sin contemplaciones comenzó una sucesión de fuego de artillería brutal, una batalla despiadada y sin tregua con un incesante lanzamiento de bolas de nieve imparables y disparadas con puntería, destreza, fuerza y acierto. Una lucha sin cuartel, sin piedad, implacable hasta que un grito de un alto mando y rango detuvo la guerra: -¡Basta ya! ¡Ahora mismo todos p´adentro inmediatamente!. La tropa cabizbaja, derrotada y en fila entraron a la caseta, acataron al unísono y firme pronunciamiento: –Sí, mama-. Sin rechistar, parecían verdaderos prisioneros de guerra.

Las ropas estaban mojadas, las zapatillas y los calcetines chupidos completamente. Como era previsible, el frío comenzó a hacer mella en los aguerridos guerreros que fueron obligados a ser despojados de sus prendas y secarse lo más cerca posible del fuego. También fueron obligados a vestirse con ropa limpia y seca. Mallacán, que no hacía caso a naide, había entrado con sus zarpas embarradas y chupido de tozuelo a coda completamente. Se sacudió rujiando, embadinando, embardando la caseta por lo que tuvieron que limpiar todo hasta dejarlo bien escoscau. Antonio sirvió a los derrotados guerreros un tazón de leche caliente y enseguida entraron en calor.

-Antes nevaba mucho-, contó la yaya María –lo mismo que helaba muchísimos días durante el invierno-. En las balsas se formaba hielo y se recogía para guardarlo. Incluso se hacía un palmo de hielo y se atrevían a cruzar la balsa a pie, esbalizandose y dándose buena culada más de una vez. También de la montaña bajaban nieve y se almacenaba en los neveros por capas prensadas y separadas por paja. Así, se disponía de hielo en verano, aunque había otras formas de conservar frescos los alimentos. En todas las casas estaba la fresquera, una especie de armario en la pared, fresco y ventilado donde guardar alimentos perecederos y también, en las casas donde había pozo, se guardaban en el pozal y con la carrucha se bajaba a la parte fresca del pozo.

– ¡Qué orache! ¡Estoy chelau!-. No paró de llover todo el día y pronto se deshizo la nieve. En la caseta pasaron el día juntetes, al calor del hogar. Antes no había casi tiempo, se trabajaba de sol a sol, pero se sacaba tiempo para las cosas importantes, para estar con la familia reunidos al calor del hogar o salir a la calle a la fresca en verano. No había otra cosa, contaba la abuela, estar juntos como ahora, pequeños y mayores, charrando y charrando de muchas cosas. Alparcerios, alcagüeterios, chafarderías, sucesos, historietas… y el día a día de la familia, vecinos y amigos. -Si alguna trastada era muy sonada se acababa contando en los dichos para la fiesta, como ahora-. Todo no ha cambiado afortunadamente y hay cosas que aún se mantienen. En cambio ahora hay mucho tiempo para hacer muchas cosas, para ir al bar, al gimnasio, al cine, navegar por internet, ver series, películas, televisión… pero no hay tiempo para lo importante, a muchos ni les van a ver a la residencia.

-Tanto echar ramillas de sabina nos vas a entufar- le carrañaron a Elisa que no paraba de mover y tizoniar el fuego y alguna purna brincaba fuera del hogar. La yaya María preparó una tortilla de patatas para cenar, las hacía buenísimas y al fuego tenían un toque muy especial. Trancaron bien la puerta y la ventana, la noche afuera era muy fría y se abrigaron bien antes de acostarse para dormir. Elisa había puesto un poco más de grano de lo normal a Ratolín, para que cogiese fuerzas para el frío.

Día 18 de aislamiento, 1 de abril del 2020.

La lluvia continuaba cayendo, era fina pero constante. Por suerte podían aguantar varios días sin tener que ir a buscar leña ya que tenían bastante guardada. También tenían algo de encendallo para prender fuego, pero estos días no iban a dejar que se apagase. Habían sido previsores, como era la yaya María con sus conservas, siempre había sido una exagerada embotando todo lo que podía y ahora, mira por donde, les estaba sacando las castañas del fuego. Era la tremenda paciencia de la yaya, aquella de antes, horas y horas en el lavadero enjabonando, restregando y escurriendo la ropa que llevaban en cestos sobre sus cabeza, sus canastos de pan que amasaban en casa y llevaban a cocer al horno, o con cantaros yendo y viniendo trayendo agua. Siempre de un lau pa otro portando el peso sobre sus cabezas, el peso de la familia.

La paciencia, tras esquilar las ovejas, limpiar el vellón, escardar la lana, hilar, hacer ganchillo y tejer ropas,  jerséis, peducos, bufandas, toquillas, colchas… Los antiguos colchones de lana que cada cierto tiempo tenían que variar para soltar la lana apelmazada. La lana, el ganado lanar que en Los Monegros fue vital, grandes pastos dominaron el territorio, cuando los campos eran pequeños, labrados a mulas y cosechados a dalla y hoz. – Había un rico que decía  que su lana valía más que todo el pueblo -.  Las casas más pudientes tuvieron grandes rebaños con varios pastores y rebadanes –La gente trabajaba para ellos, sirviendo y realizando faenas varias, labrar, sembrar, segar…-

La paciencia de ir triando una a una las lentejas, garbanzos o judías blancas para limpiar impurezas y porquerías. Antes llevaban el huerto, el corral, mataban pollos y los desplumaban con agua hirviendo, las gallinas para el caldo, la matazía del tocino, la caza, algún conejo, codorniz o perdiz. La siña María, como le decían por el pueblo, era muy querida y siempre había tenido la puerta abierta de su casa para todo el que precisase de ella.

La paciencia de la yaya María es infinita, inconmensurable.

De vez en cuando, Antonio y Aurora enchegaban el auto para que no se quedase sin batería y aprovechaban para escuchar la radio y enterarse de las últimas noticias. La maldita pandemia a nivel mundial había desembocado en epidemia, los hospitales se encontraban colapsados, las familias confinadas en sus casas, el trabajo paralizado y había mucho miedo al contagio; era una visión apocalíptica. Paciencia, paciencia había que tener, no había otra. Así los días iban pasando, -¡resistiremos!, ¡saldremos de esta!- Mientras, Elisa continuaba con sus amuletos, con su piedra blanca y brillante se sentía segura, con el perfume de las ramillas de sabina quemadas, con Ratolín protegiéndolos por la noche, con los selenitas morando la sierra y la vieja caseta, de fuertes muros, que tantos tiempos ha resistido.

Día 19 de aislamiento, 2 de abril del 2020.

Los ojos saltones de Ratolín brillaban en la oscuridad de la caseta apenas iluminada por la débil lumbre de los rescoldos del hogar. Ratolín minchaba el grano que todas las noches le dejaba Elisa hasta que, en un determinado momento, el pequeño ratoncillo quedó paralizado por unos movimientos que venían del otro lado de la caseta. Aurora se había despertado para avivar el fuego, echó unos tronquetes y cogió de nuevo fuerza iluminando la caseta y reconfortando gratamente el interior. Aurora se volvió a acostar. Luego, Ratolín se terminó el montoncete que le quedaba de grano y se retiró de nuevo tras la grieta, no sin antes olisquear el ambiente de la caseta. Elisa lo había observado con los ojos entreabiertos, callada y completamente inmóvil, evitando hacer el más mínimo ruido o movimiento para no espantarlo. Reconfortados al calor, el sueño volvió a adueñarse de la caseta, con el continuo y ligero sonido de lluvia.

Amaneció de nuevo el día lluvioso hasta que a mitad de la mañana dejó de llover. Se vieron forzados a realizar las tareas pendientes que la lluvia les había impedido hacer y una de las faenas primordiales, como era de esperar, fue la de ir a buscar agua y leña. Josete, Clara y Elisa comenzaron su ir y venir trayendo agua, leñas, ramas secas y troncos secos que cortaban con una sierra o con la astraleta. Tenían que moverse con ciudau, el suelo estaba mojado y en cualquier momento podían esbalizarse.

El corral de las gallinas y los tozinos era todo un barrizal, solamente podían meterse con las botas de agua y luego había que limpiarlas y quitarles todo el buro que se quedaba pegado como el pringoso tarquín de la balsa. Antonio cogió un brazau de paja y lo echó de cama para las gallinas, para que tuvieran cama seca y continuaran poniendo sabrosísimos huevos.

No dejo de estar nublau en todo el día dejando pasar escasamente algunos rayos de sol que les alegraron el día. Por la tarde se refugiaron en la caseta y aprovecharon a hacer deberes y ejercicios. Decidieron hacer una merienda cena y Aurora y Antonio no pararon de estrujar la bota hasta que la dejaron vacía –¡Preta, preta el codo gaitero!-. Menos mal que habían traído un tonel de vino ya que solo con la bota se hubiesen quedado secos. Durante la cena no pararon de pedir la bota el uno a otro y hasta la yaya bebió, -para mojar un poco los labios- decía. Josete, Clara y Elisa quisieron probar beber en bota -¡Quios, que corra la bota!-, gritaron cansinamente. Cuando quedaba poquer lo ameraron con agua y les dieron de beber. Miaja acierto tuvieron, más que beber se lo tiraron por encima, pero con tanta probatina acabaron una miajeta pifaus.  Antonio, Aurora y la yaya María recordaron cuando de críos les daban como merienda pan con vino y azúcar, con eso se alimentaban -¡qué tiempos aquellos!-. Esta noche se fueron a dormir muy a gusto, durmiendo Elisa profundamente como un lirón.

Día 20 de aislamiento, 3 de abril del 2020.

Efectivamente habían dormido de un tirón, como un tronco, a pierna suelta…  El día comenzó a aclarar mientras algunas nubes se resistían a marchar. -¡Qué escampen las nubes!- gritaba Elisa en medio de la era de la caseta, gritando y dando vueltas totalmente alocada. Mallacán se animaba con los gritos de Elisa y corría y ladraba sin sentido de un lado para otro.  -¡Brujilla!-, -¡Brujilla!-, Josete y Clara comenzaron a llamarle brujilla -¡La Elisa es una brujilla!- repetían burlándose de la pequeñaja. Sin embargo a Elisa no le pareció mal, -no es malo-, pensó Elisa, ser una bruja tiene su lado positivo. Desde ese momento, Elisa decidió que se iba a poner muy en serio con el mundo de la brujería y la hechicería. Sería una discípula de legendarias brujas como Ana Pérez Duesca, Alice Kyteler, Margaret Jones o Juana de Navarra, seguiría la estela del arte de la brujería y las ciencias oscuras.

-Una bruja solitaria habitó en la sierra-, contaba la yaya –nadie se atrevía a acercarse por su solitaria caseta-. Le tenían miedo, terror a que les lanzase algún juramento, maldición o hechizo. Eso era bueno, así podía alejar malos espíritus y virus alienígenas, elaborar pociones  y decir sus conjuros. La Nivela, bruja de Sariñena, esparcía sal a la entrada de la casa bajo el branquil, o colocaba tijeras abiertas en cruz cuando amenazaba tormenta o pedregada. Eran tiempos difíciles y había que protegerse con todos los medios posibles. Por ahora el trozo de sogueta en la puerta de entrada, la piedra blanca y brillante de yeso, las ramillas quemadas de sabina, Ratolín y los Seleneitas habían tenido su efecto, pero no había que bajar la guardia.

Elisa debía de tener todo preparado, pócima y brebaje y sus palabras mágicas. En el monte hay muchos hierbajos que tienen propiedades medicinales y curativas. Antes estaban las pilmadoras pa torzeduras y roturas, infusiones para anginas, cataplasmas y supersticiones. Y lo principal, decía siempre la yaya, era la época lunar. La luna estaba en fase creciente y para muchas cosas siempre era mejor en menguante.

Elisa recogió unas cuantas hiervas del monte y las mezcló bajo la sabina, las conjuró en un ritual propio de la más alta curia de la brujería y hechizería. A modo de varita utilizó un palo de sabina y dándole movimientos circulares pronunció las palabras mágicas: “Abracadabra, patas de cabra, ojos de sapo y ancas de ranas, a cascarla virus más allá de venus”. Elisa extendió su encantamiento por todos sus dominios afortunadamente antes que Mallacán le arramblase su varita mágica y escapase corriendo para que Elisa le persiguiese.

Día 21 de aislamiento, 4 de abril del 2020.

Al alba, a la madrugada todo había ido bien. La noche había transcurrida tranquila, Ratolín se había comido completamente el puñado de grano que dejaba Elisa cada noche y, aunque el gallo cantaba cada mañana, Mallacán era el despertador. Cuando él se levanta no para hasta despertar a todos y hasta que no se le abría la puerta y salía corriendo no había tranquilidad en la caseta.

La mañana fue esplendida, la temperatura se había suavizado pero aún hacía fresco. Pronto cada uno a su tarea, aunque a Elisa le gustaba estar con la abuela María mientras ordeñaba las cabras. Luego las soltaban  y subían por la loma rebautizada como Loma Elisa. Josete y Clara se enfadaban un poco con Elisa, decían que se escaqueaba de las faenas, hacía fauneta. No dejaban de tener algo de razón, en cuanto podían Elisa y Mallacán desaparecían corriendo en busca de mil aventuras. Para Josete y Clara no dejaban ser majaderías de la chalada y majara Elisa, la brujilla piruji, que toleraban por ser la pequeña.

Elisa siempre llevaba con ella su amuleto, la piedra blanca y brillante de yeso. La guardaba bien en la buchaca de su pantalón. La yaya le había contado la existencia de las rosas del desierto, que aparecen sobre todo por Bujaraloz, una roca de cristales finos de yeso que forman una flor. Son difíciles de encontrar, pero Elisa dio y dio vueltas mirando al suelo buscando su rosa del desierto. Elisa quería su rosa del desierto, pero no halló fortuna.

Rosa desierto

Así fue pasando el día, con la rutina de los días acumulados. Ya llevaban más de veinte días, los suficientes como para estar seguros que no se habían contagiado ni habían desarrollado el virus. Pero la reserva de víveres había mermado mucho, tenían que volver a casa para hacer acopio de nuevos alimentos. Antonio y Aurora bajaron con el auto al pueblo, lo hicieron después de cenar, por la noche para tratar de no encontrarse a nadie. Josete, Clara y Elisa se quedaron con la yaya María pegados al fuego y les fue contando historietas del bandido Cucaracha, de las muchas fechorías que realizó, de su ingenio y habilidad para escapar.

Cuando Antonio y Aurora regresaron estaban ya dormidos. Ambos se sentaron alrededor del fuego y gozaron de una inusual calma, resultaba extraño tanto silencio, Morfeo había encantado la caseta.

Día 22 de aislamiento, 5 de abril del 2020.

En un lugar indeterminado de Los Monegros, una familia cumple con el vigésimo segundo día de encierro. España se encuentra en estado de alerta ante la pandemia global del Covid-19 y todos están obligados a permanecer confinados en sus casas. Permanecen aislados en una caseta en medio del monte, en un lugar de la sierra de Alcubierre, de cuyo nombre no quiero acordarme.

En aquel lugar, no ha mucho tiempo que vivía un bandolero de los de trabuco enfajado, navaja de carraca antigua, rocín flaco y mula sosegada. Andanzas pretéritas y fascinantes de escaramuzas y tropelías. Asimismo, cuentan que la historia del célebre y despiadado bandolero Cucaracha aún se extiende por estas tierras oscuras y en su guarida, bajo la sabina, aún resisten los últimos de la banda del Cucaracha: Elisa Cucaracha y Mallacán el Cerrudo. Elisa y su banda, con el gran temido Mallacán el Cerrudo, volvían a dominar la sierra. Es, pues, de saber que nadie puede adentrarse por aquestos confines sin su consentimiento.

-¡Elisa!, ven aquí inmediatamente que hay faenas por hacer!-. Elisa acató sin contemplaciones la orden. Por la mañana tuvieron que guardar todo lo que los papis habían traído la noche anterior. Hicieron una cadena humana y entraron todo a la caseta colocándolo en su correspondiente lugar. Todo ocupa su lugar en esta vida, el lugar de una persona que tanto definía el escritor chalamerino Ramón J. Sender. En la obra Crónica del Alba, en La onza de oro aparecen versos del que fue mayoral de Sariñena Antonio Susín. El mismo Susín los reclamó como suyos “pues Martín El Donato, El Cartujano y Almunias Altas, no había ni hay, más que en Sariñena”. Sender aprendió de su entorno y su gente, su lugar, donde igual caben los versos de un humilde pastor que los versos de uno de los grandes escritores de esta tierra.

Federico ha estado de paso, acostumbrado a dejar un saco con pan para por lo menos aguantar una semana. Ha contado que el gobierno alarga el estado de alarma y que habrá que permanecer encerrados muchos días más. Dice que los zagales tendrán que olvidarse de la escuela, en principio es buena noticia, pero tanto Josete, Clara y Elisa echan mucho de menos sus amigos y a las maestras, el patio, las clases, los juegos, sus ratos de estudio en casa… pero lo que más, lo que más echaban de menos a sus amigos. Pero entendían la situación, era muy complicada, dura y difícil. Estaba muriendo mucha gente, conocidos, tan conocidos que la yaya se puso a llorar cuando le dijeron los que se habían ido. Finalmente, los abrazos de Elisa, Clara y Josete pudieron consolar a la yaya María, sin faltar Mallacán que tiempo le faltó para no desaprovechar la ocasión de estar en medio.

Día 23 de aislamiento, 6 de abril del 2020.

Volvían a aparecer nubes por el horizonte cubriendo el cielo. Las nubes son pasajeras del cielo, decía Elisa, surcan la tierra y se extienden llevando la lluvia por los distintos parajes del mundo –¡Las nubes son los árboles del cielo!- exclamaba Elisa, -son árboles con alas, como los pájaros surcando el cielo-.

En Los Monegros no suelen abundar las precipitaciones de lluvia y por poco somos un desierto. Hay años muy malos, muy secos y hace años se perdían completamente las cosechas. También se sufrieron terribles plagas de langostas por estas tierras, devoraban cultivos y condenaban al hambre y a la miseria. Pero hay épocas de lluvias que permite almacenar el agua y se desarrollan buenas cosechas de secano; la primavera es preciosa en Los Monegros.

Lo cierto es que muchas zonas de Los Monegros cambiaron con la llegada del canal de Monegros, trayendo el agua de los Pirineos para regar los campos. –¡Es impresionante!, el canal de Monegros tiene una longitud de 130 kilómetros y se comenzó a construir en 1915 aunque se concibió en 1902-. Joaquín Costa, el león de Graus, fue un decidido defensor de la distribución del agua como bien público y gran luchador por el progreso de esta tierra para que saliese de la absoluta miseria. Pero si a alguien hemos olvidado, fue a uno de los grandes artífices de la llegada del agua a los pueblos de Los Monegros: Juan Alvarado y del Saz. Alvarado fue un político liberal canario que representó al partido judicial de Sariñena reivindicando imparablemente la puesta en marcha de las necesarias obras de riegos del Altoaragón. El canal fue una gran transformación, socialmente trajo el desarrollo, pero no todo fue fácil, por el camino hubo muchas personas que perdieron sus pueblos. -La abuela Josefa bajó de la montaña-, contaba la yaya María. La yaya Josefa, que ya no está con nosotros, era la madre de papa, mientras María es la madre de Aurora. La yaya Josefa bajó de chica, con sus padres, habiendo perdido su casa bajo las aguas de un pantano. La yaya Josefa siempre llevó la pena en su corazón.

Las aguas bajan de la montaña y se abrazan en Tardienta, aguas del río Gallego y del Cinca se unen en el abrazo de Tardienta y luego discurren regando Los Monegros. Quedan muchas partes sin regar, Los Monegros sur continúan sin ver llegar las ansiadas aguas. Farlete, Monegrillo, Leciñena, Perdiguera… continúan con la tradicional agricultura de secano. Este año los campos de secano están preciosos, los ven todos los días verdes y frondosos, -Papa dice que habrá muy buena cosecha-.

Elisa se durmió soñando ser navegante de los cielos, siendo una nube blanca y hermosa que contempla el mundo mientras regala la vida.

Día 24 de aislamiento, 7 de abril del 2020.

Chiribí, caía una fina lluvia que pronto fue difuminándose, desapareciendo. Ratolín había cogido confianza y por las noches se comía sin problemas el puñado de grano y migas que Elisa le iba dejando. Hacía ruido y se entretenía mientras todos dormían, todos menos Elisa que lo contemplaba inmóvil con sus ojos entreabiertos. Mallacán dormía a garra suelta y ni se daba cuenta. Ratolín ya era de la familia, incluso de la banda: Elisa Cucaracha, Mallacán el Cerrudo y Ratolín el Farineza, la banda más temible de toda la sierra de Alcubierre.

“Elisa Cucaracha por la sierra d’Alcubierre se pasea, con Mallacán el atroz y todo el mundo le teme”. La intrépida Elisa deshacedora de entuertos e indomable guerrera contra los más sobrecogedores y malvados dragones que asedian Aragón y contra los virus y todo hatajo de marcianos y marcianitos que propagan el mal. Viles seres extraterrestres, el arrojo de Elisa Cucaracha y sus secuaces no tiene límites y hace honor a las batallas que le preceden. No tendrán piedad en la despiadada lucha que librarán contra vosotros.

-¡Elisa!, a recoger las cabras- De propio tuvo que subir Elisa a la loma, replegarlas y bajarlas al corral de la caseta. Por esta vez, Elisa había hecho bien la faena sin hacer ningún azierro. Pronto pudo volver bajo la sabina, a continuar con sus planes de guerra, incluso tuvo tiempo de encorrer a Mallacán por la era de la caseta antes de comer. Mallacán replegaba las orejas hacía atrás y corría como un condenau, -¡to despendolau!-

La yaya María había preparado unas fabulosas legumbres, cocidas al fuego durante toda la mañana, -¡Qué paciencia!-. Antes se alimentaban de farinetas, la yaya María contaba como las hacías con harina, agua, aceite y sal y las cocían revolviéndolas sin parar hasta que quedasen suaves, sin sulsirla. Cuando podían añadían algo de tocino pa darle más gusto y condimento. -Entonces no había mucho-, se trataba de hacer la matacía del cerdo y conservar lo máximo posible, se comía cordero, se mataban pollos de corral, se cazaban conejos y otros bichos… pero todo muy justo y escaso -Se pasó mucha hambre, sobretodo para la guerra y después de la misma-.

En Lanaja, comen paja

 en Alcubierre, “salvau”

en Lalueza, farinetas

 y en Sariñena, “pescau”

y en Castejón los bocaus, a puñaus.

La yaya María había vivido la guerra, no contaba muchas cosas, más bien nada. Perdió a un hermano y a su padre, solo dice que son cosas del pasado, que todo el mundo perdió a seres queridos y que ojalá ninguna guerra vuelva a suceder. Elisa era consciente de lo duro que fue la guerra pero no estaba dispuesta a rendirse, ella iba a luchar y no iba a permitir que el virus gane esta maldita guerra.

 

Día 25 de aislamiento, 8 de abril del 2020.

La luna de estos días había sido extraordinariamente hermosa, grande y brillante, la super luna rosa de abril ha hondeado alegremente en el firmamento. Con la calma de la noche han salido todos a ver la luna. ¿Calma?, bueno, relativa calma pues Mallacán no entendió bien lo que pasaba y no ha parado de dar vueltas por todos los lados, olisqueando y ladrando al aire. Mallacán no ha dudado en dar a entender que estos montes son sus dominios. –Seguro- pensó Elisa –el lobo estepario de Los Monegros ni se atreverá a merodear por aquí-.

Navegantes  viajeros se guiaron durante siglos por las estrellas. Cuentan que uno de Bujaraloz desarrolló un instrumento para determinar el tiempo a partir de la posición de una estrella. Era el nocturlabio, aunque al parecer tal vez lo inventó un tal Ramón Llull. Eso sí, Martín Cortés fue el primero que lo nombró en su obra El arte de navegar, publicado en 1551. Ya veis, Martín Cortés de Albacar (1510-1582) pasó de los secarrales monegrinos a la escuela naval de Cádiz donde se dedicó a la enseñanza, convirtiéndose en un importante estudioso de la náutica y la cosmografía durante el siglo XVI. Entre otras cosas, el bujaralocino diferenció el polo magnético del terrestre, gracias a las desviaciones que las brújulas daban en distintas zonas  descubrió la declinación magnética de la tierra y el polo norte magnético. Además inventó y desarrolló la carta esférica junto a su discípulo Alonso de Santa Cruz, cosmógrafo mayor del emperador Carlos V.

Cortés pervive en los anales de la historia, con su contemporáneo y también monegrino Miguel Servet. El sijenense murió quemado en la hoguera por cuestionar el dogma de la Trinidad de la iglesia católica. Quemaron a un gran científico universal que describió la circulación menor, también conocida como pulmonar. Elisa no lo hubiera permitido -¡Fue impresionante el descubrimiento que hizo!-, si por ella hubiese sido habría detenido al malvado  protestante ese de Calvino con la inestimable ayuda de Mallacán el Cerrudo y Ratolín el Farineza.

La bandera de la super luna rosa había hondeado hermosa por la noche y claramente tiene que tener un significado, un mensaje para los selenitas. La Luna igual que las estrellas nos envían mensajes y nos ayudan, nos orientan en la oscuridad. Para los selenitas es mucho mayor, ellos entienden a la perfección el lenguaje de la luna y las estrellas y las plantas y los animales también conocen parte del lenguaje. – Hasta la luna mece a los océanos con sus mareas-, estaba claro, la luna nos condiciona, nos afecta y la llevamos dentro,  innato en nuestra propia naturaleza.

Día 26 de aislamiento, 9 de abril del 2020.

¿Miércoles, jueves, viernes….? Ni idea qué día de la semana era, ¿Semana Santa?, ¡sí, semana santa ya!. Un día más, un día menos… ¡qué más da!. El aislamiento se va prolongando y casi, sin darse cuenta uno, parece que esta excepcionalidad se va normalizando. -¡Maldito virus!, aunque por fortuna la familia de Elisa había conseguido protegerse, sobre todo yaya María, la más vulnerable. Ahora tenían que hacer un poco más de esfuerzo y aguantar unos días más, unas semanas… no se sabía, la incertidumbre es lo peor.

Hoy Elisa iba a viajar, lo había decidido y predispuesto para surcar los cielos como una nube, planear como un águila real y admirar la amplitud. También volar como un esparbero,  cernirse y apreciar detalles que el paisaje va regalando. Desde loma Elisa era posible alzar el vuelo, alcanzar las cumbres de los Pirineos, las tres sórores, el lejano Turbón, el Cotiella, atisbar Peña Montañesa y disfrutar de la cercana y siempre preciosa sierra de Guara.

Cerca, los torrollones de Los Monegros son impresionantes, se aprecia la sierra de la Gabarda por Alberuela de Tubo, con El Abuelo y los dos imponentes Torrolones. Cerca el monte Mobache y el asentamiento de las Cias que junto a Gabarda, santo Domingo de Huerto y Usón formaron una línea defensiva hace muchísimos años, contaba yaya María. El viaje continuó su aventura por el monte de Jubierre donde aparecen  imponentes el Tozal Solitario, la Cobeta, de Colasico y los Tozales de Los Pedregales. A Elisa le parecía alucinante como podían haber subido esos enormes zaborros a lo alto de las montañentas. Podría ser de épocas pasadas, cuando vivían los dragones y gigantes. A la yaya le hizo mucha gracia la teoría de Elisa y le siguió la corriente de los gigantes.

Elisa echó a volar y fue fantástico, sobrevoló la sierra de Alcubierre, su extenso bosque, su campos verdes, sus caídas hacía Farlete y Monegrillo, la virgen de la Sabina y el santuario de Magallón en Leciñena, santa Quiteria en La Almolda, el castillo de Castejón de Monegros y en el corazón san Caprasio. –Estaba chachi pirulí esto de volar, habrá que hacerlo más veces-.

Día 27 de aislamiento, 10 de abril del 2020.

Un precioso día primaveral. Un buen tazón de leche de cabra y una tostada de miel. Mallacán ya iba corriendo por la era y las cabras comenzaron a tener ganas de salir. Josete, Clara y Elisa pronto salieron fuera de la caseta y comenzaron a realizar los trabajos de cada día. Es abrir el corral y las cabras salen solas subiendo a Loma Elisa.

Antonio y Aurora se dedicaron a lavar la ropa y tenderla en un tendedero que habían dispuesto a las afueras de la caseta. Les ocupó toda la mañana. Mientras, la yaya María, como cada día, se encargaba de la comida -¡Qué paciencia!-.

Las gallinas también salieron del corral y camparon libremente por la era, no iban muy lejos salvo cuando tenían que escapar de Mallacán que, de vez en cuando, les arremetía sin ninguna lógica.

Elisa aún daba vueltas imaginándose a los gigantes, imaginaba los gigantes de Sena cuando salen y bailan al son de gaitas y dulzainas para las fiestas. Llamó a Josete y le pidió que le llevase a encolicas, Elisa por un rato fue una gigante advirtiendo a los marcianos de su presencia, de su enorme tamaño y fuerza descomunal capaz de alzar grandes pedriscos a las más altas montañetas. Los torrollones atestiguan la grandeza y extraordinaria fuerza de los gigantes que habitaron Los Monegros y de quienes Elisa es heredera

Por la noche han permanecido arredol del hogar hablando como cada anochecer después de cenar. La yaya por fin ha contado cosetas sobre cuando hacían sogueta. Iban a recoger el esparto al monte, lo arrancaban verde entre julio y agosto y lo dejaban secar.  Una vez seco lo mallaban incluso pasaban las ruedas del carro por encima, para ablandarlo, lo humedecían con agua y lo iban trenzando. Lo trenzaban principalmente las mujeres y la vendían o hacían trueque por alimentos. Se vendía mucho esparto directamente, sin trenzar, para industrias metalúrgicas, como a la fundición Averly de Zaragoza. Cuando la siega las mujeres iban a dar gavilla y con ella anudaban las garbas, haces de trigo segado. –Pero yaya, antes las mujeres no trabajabais ¿no?- preguntó Elisa, la yaya rio dulcemente como ella siempre hacía –No hacíamos otra cosa, la casa ocupaba todo el día: los críos, los mayores, el agua, lavar, fregar de rodillas, el huerto, los animales… y a pesar de ello muchas cosían, hacían sogueta o tenían sus negocios, tiendas, pollerías, lecherías… Otras trabajaban sirviendo en casas y algunas incluso marcharon a las capitales a trabajar sirviendo-.

Elisa aún no sabía que quería ser de mayor, en verdad quería ser todo, de campeona de fútbol a maestra, ser astronauta a trabajar llevando las tierras de casa. -Ya habrá tiempo de decidirlo, ahora lo primero es acabar con el maldito virus-. Dispuso algo de comida para Ratolín y se acostó quedándose profundamente dormida. Un día más.

Día 28 de aislamiento, 11 de abril del 2020.

Una fina lluvia ha caído por la noche. Solamente ha sido un poco de lluvia, lo suficiente para revivir todo el olor a monte. La lluvia trae vida y la vida es alegría. -¡Maldita crisis sanitaria que trata de marchitar esta primavera!, no va a poder, las flores siempre van abriéndose camino-. -¡Ole por la yaya!- dijo Clara dando vivas a la yaya por las bonitas palabras que acababa de decir. El contagio del virus de la alegría y el entusiasmo fue apoderándose de la familia, entre vivas y vítores a la abuela hasta un enérgico y unísono –¡Esta yaya como mola, se merece una ola!- y todos realizaron el gesto de la ola de forma consecutiva. Elisa y Mallacán brincaban de alegría, parecía un día de fiesta.

Entre tanto estrapalucio la yaya volvió a sus quehaceres, según ella, ya no estaba para tantos trotes.

Sí, el día fue una fiesta, así lo decidieron, tenían que romper la rutina. Elisa y Mallacán pudieron jugar toda la mañana y por un buen rato estuvieron persiguiendo unas mariposas, luego siguieron un rastro que les llevó a muchas partes pero a ningún sitio y al final, desde loma Elisa otearon el horizonte cerciorándose que estaba todo tranquilo y en orden.

Aprovecharon para hacer una buena lifara a lo grande. La yaya preparó una excelente caldereta de ternasco -¡buenísma, para chuparse los dedos!.  Estaba muy buena, algo jauto al principio pero con una pizca de sal lo corrigieron; a la yaya le gustaba cocinar con poca sal por esas cosas de la salud. Acabaron bien fartos de tanto comer y beber, con sobremesa incluida. De espectáculo, para el café concierto, la actuación estelar corrió a cargo de Elisa Cucaracha y su obra Elisa contra el marciano Mallacán. La idea era acabar con el marciano Mallacán, que llevaba hierba verde arredol del cuello, sujetada por el collar, para aparecer verde como un auténtico marciano.  Con su amuleto, Elisa lo iba a derrotar, con su piedra de yeso blanca y brillante, pero Mallacán trató de quitársela y toda la actuación se fue al traste. Todos se esmelicaron de risa, el virus de la risa les había infectado, no paraban de reírse y hasta la barriga les dolía.

Como dice el refrán, todo aragonés fino después de comer tiene frío y casi todos se echaron la siesta. La tarde fue tranquila, leyeron, pasearon por las afueras de la caseta y Elisa se entretuvo bajo la sabina hasta que le hicieron recogerse a la caseta. Cenaron algo ligero y, tras la charradeta, se fueron a dormir.

Día 29 de aislamiento, 12 de abril del 2020.

Elisa rescató del olvido su balón de fútbol y trató de jugar un rato con él. Un chute p´allá, otro p´quí hasta que el travieso Mallacán se abalanzó contra el balón, lo atrapó y se lo llevó. –¡Mecachis Mallacán!, lo coge con la boca y no lo suelta- no sabía jugar, no dejaba jugar y mira que Elisa lo explicaba una y otra vez, pero Mallacán lo volvía a coger con la boca y se lo llevaba corriendo. Elisa le gritaba, daba semejantes gritos que sobresaltaba al resto de la familia, los soliviantaba –No grites tanto, vas a espantar a todos los jabalíes de la sierra- .

Elisa solía jugar con sus amigas a fútbol en el colegio, en la plaza o en las piscinas. Si querían jugar muchos tenían que bajar de otros pueblos, incluso a veces estaban tan pocos que ni siquiera podían jugar un partido. A algunos les tenían que traer sus padres, en sus pueblos están solos para jugar a fútbol. Antes estaban más, pero hay familias que han tenido que marchar a vivir a Huesca o Zaragoza y vienen muy pocas veces. Es una pena, Marieta y Ferminer, los primos que viven en Zaragoza, bajan solo los domingos, lo justo para comer y luego pronto se tienen que volver para no hacer tarde.

La mejor amiga de Elisa vive en un pueblo cercano. La pobre Laurita es la única de su edad en el pueblo – ni por encima ni por debajo de su quinta hay gente de su edad-. Ahora la entendía, en la solitaria caseta en la sierra. Aunque en el pueblo tampoco estaban muchos, se solían juntar unos seis o siete. Eso sí, para verano eran muchos más -¡Y para las fiestas!-.

La yaya hacía balones con las vejigas de los tocinos, cuando  era una zagala, las cogían de la matacía, las hinchaban, hacían un ñudo con un trozo sogueta y ya tenían pelota. También hacían balones con trapos viejos, aunque los trapos viejos preferían cambiarlos por naranjas. -¡Antes no teníamos nada!. Las muñecas las hacíamos con trapos, poco más teníamos, canicas, tirachinas, las tabas… no como ahora que hay tantos zarrios y cacharros-

Todos son del Huesca, Josete, Clara, Elisa y hasta la yaya se emociona con el equipo de fútbol del Huesca. Lo echaban de menos, esa normalidad, los partidos de fútbol, estar en la plaza con los amigos, ir por las calles del pueblo, enredar a don Mariano en su huerto o ser regañados por siña Asunción por toquinear las plantas.

Día 30 de aislamiento, 13 de abril del 2020.

Elisa era capaz de todo, su imaginación no tenía límites y viajaba de norte a sur y de este a oeste, de Albero Bajo a Peñalba y de Castelflorite a Leciñena. Los Monegros son su tierra, pero ella es de la tierra y de más allá de todos sus confines -¡De todo el universo!.

Loma Elisa era su lugar privilegiado, por sus vistas y sus paisajes. La sierra de Alcubierre ocupa el corazón de Los Monegros y a la vez son sus pulmones. Ahora Elisa ocupaba aquel corazón.  Un extenso pinar que esconde la historia de esta tierra y en su piel se hallan las cicatrices del paso del tiempo. La desforestación, el aprovechamiento de los recursos, la conversión de extensos pastos y monte a campos de cultivo han ido configurando Los Monegros.

-Mar, todo era mar hace 47 millones de años, en el Eoceno- Elisa no se lo podía creer, la yaya parecía majareta diciendo que esto había sido mar. Paro así había sido, la yaya siempre tenía razón, decía que era sabía cómo el diablo, pues yaya María solía decir: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Ya decía el Chanson de Roland que aquí moraban los diablos, la yaya María era una de ellas, una diabla, por lo que Elisa bebía ser una autentica diablilla.

Sí, Los Monegros son excepcionales, dicen que únicos y singulares. En verdad son una anormalidad frente al resto de sistemas esteparios ibéricos que, en su mayoría, son  de carácter africano. Los Monegros, como ha mantenido el gran investigador César Pedrocchi, han tenido y aún mantiene en algunas zonas un carácter asiático y constituye un retazo de las estepas asiáticas –¡De la Conchinchina!- se reía traviesa Elisa con su risilla de auténtica diablilla. La yaya María no podía evitar reírse de las gracietas de Elisa y por un momento tuvo que interrumpir su relato. -Los Monegros son mucho más-, continuó la yaya – Según Pedrocchi son como un laboratorio natural de evolución de primer orden, un espacio de especiación con origen en el terciario y aun activo en la actualidad-. –¡Jolio!, exclamó Elisa – Los Monegros son muy viejos, de cuando los dinosaurios dominaban la tierra y los gigantes monegrinos levantaron torrollones-.

Elisa fue a dormir pensando en todo lo que yaya María le había enseñado sobre Los Monegros. Ahora entendía muchas cosas, la formación de los torrollones, la presencia de piedras de yesos blancas y brillantes, las rosas del desierto y la presencia de los selenitas- ¡dónde sino iban a estar!-. -La tierra es sabía-, concluyó Elisa  -La tierra tiene sus huellas del paso del tiempo como las arrugas de la yaya María, la tierra es pura sabiduría, solo hay que saber entenderla-.

Día 31 de aislamiento, 14 de abril del 2020.

Un día primaveral, -¡qué gustazo de día¡. La experiencia estaba siendo alucinante para Josete, Clara y Elisa. También para los padres Antonio y Aurora y para la yaya María. Federico, el pastor, como siempre iba pasando cada pocos días. Federico dejaba una saca con pan para aguantar, por lo menos,  hasta que volviese a pasar y, además, contaba cómo iban las cosas en el pueblo. Antonio y Aurora no habían descuidado el mantenerse informado, escuchaban de vez en cuando las noticias y con un teléfono llamaban a la familia cada dos o tres días. La yaya María había preferido no saber nada, decía que así no pensaba y estaba más tranquila. Josete y Clara, al ser los mayores, sí que iban preguntando y se interesaban por la situación y, tal como iban pasando los días, ya se iban impacientando con el esperado regreso.

Elisa Cucaracha, Mallacán el Cerrudo y Ratolín el Farineza iban por su cuenta, tenían asumido que los mayores no eran conscientes de la verdadera naturaleza de la amenaza y que los auténticos causantes del virus eran los extraterrestres -¡los malvados marcianitos!-. Cuando pasaba Federico corrían a ver el ganado, las ovejas, cabras y los perros pastores a los que Mallacán saludaba con millones de ladridos. Luego veían como el rebaño se iba alejando sierra adentro. Pronto volvieron a sus aventuras y comenzaron a zurziquiar con los cacharros que tenía bajo la sabina, tenía un tirachinas y un arco, algunos zaborros que había espeldregau por la era, y flechas preparadas para lanzar. También tenía amuletos colgados por la sabina, incluso un cráneo de carnero sobre un palo a la marguin del camino de entrada a la caseta. La caseta era, por lo menos al cinco mil setecientos veintiocho por ciento, segurísima. -¡Aquí estamos malditos virus, cucos, bichos y marcianos babosos y repugnantes!-

Pero Elisa y la yaya María no podían alejarse de la realidad, aquella que parecía de película. Era flipante pero a la vez preocupante, como una pesadilla. Por las ciudades y los pueblos la gente iba con mascarillas y guantes, como si fuesen enfermeros o estuviesen malos; muchas tiendas y comercios cerrados, solo abiertos los de alimentación donde la gente hace filas separados a más de un metro; hay miedo a contagiarse y la gente no puede salir a la calle y desde los balcones hacen muchas cosas divertidas y alegres: bailan, cantan, aplauden e incluso hacen algunas tontadas. Todo se extiende a lo largo y ancho del mundo. -Ojalá, ojalá pase pronto. Bueno, todo no, menos lo de la caseta y los balcones-.

Día 32 de aislamiento, 15 de abril del 2020.

Ratolín

Ratolín

Ñám, ña´m, ñám… Elisa abrió los ojos y vio como Ratolín se zampaba el grano que le había dejado. Cogía un poco de grano y lo masticaba mirando, inquieto, a todos los lados, olisqueando y moviendo sus finos y estirados bigotes. Sus ojillos pequeñines y brillantes lo delataban en la oscuridad mientras aprovechaba para curiosear la caseta. Por un instante se cruzaron de nuevo sus miradas, se miraron fijamente y sorprendentemente Ratolín, esta vez, no se asustó. Elisa no se movió y continuó observándolo hasta que Ratolín volvió a desaparecer a través de la grieta de la pared. –Menos mal que Mallacán dormía como un tronco y no se enteraba-.

Se acercaban lluvias, no muchas, pero había que estar preparados para todo. El cielo estaba precioso, con sus nubes y el suave aire que las mecía. -Cada día es único e irrepetible, disfrutarlo depende de cada uno-, decía yaya María cuando hundía sus labios en las mejillas de Elisa con su beso de buenos días.

Tras un enorme y riquísimo tazón de leche de cabra emprendieron sus faenas. Josete, Clara y Elisa se adentraron a buscar leña por el pinar, descubriendo las carrascas, los quejigos que estaban sacando hoja y las muchas florecillas que van salpicando el monte en una primavera excepcional. -Eran preciosas-, las muchísimas florecillas que iban saliendo de diferentes y diversos colores; la naturaleza no entendía de tiempos de coronavirus.

Un corzo les sorprendió entre los pinos, a él también le sorprendió los pequeños leñadores. Antes los leñadores subían y tiraban algunos árboles que el forestal les marcaba, lo bajaban a la pista arrastrándolos con mulas, aún se ven algunas trozas, y luego los cargaban desramados y troceados a los carros para bajarlos al pueblo. La leña la vendían, pues antes se empleaba mucha en las casas –siempre estaba encendido el fuego del hogar-.

Por la tarde llovió un poco, se quedaron en la caseta haciendo sus obligados deberes y ejercicios. Merendaron tostadas con miel que estaban deliciosas. Un día más, parecía normal esta forma de vida de la que yaya María tantas veces había hablado y ahora estaban viviendo. Sin duda, la yaya María era la que más disfrutaba de la vuelta a la caseta, a la que nunca esperó regresar, donde tantos recuerdos habitan y otros tantos se van sucediendo.

Día 33 de aislamiento, 16 de abril del 2020.

san Caprasio

Cima de san Caprasio

Imponente, magno, majestuoso… san Caprasio aparece dominante, asomando entre el conjunto de lomas que conforman la sierra de Alcubierre. Lomas separadas que configuran el relieve de una sierra modelada gracias a la erosión diferencial producida en el valle del Ebro. No hay ningún río por esta sierra, es seca, profundamente seca. Los barrancos se han formado a base de tormentas y lluvias puntuales, torrenciales, que discurren gracias a un sistema de escorrentía de agua superficial escavando en el terreno considerables cárcavas y barrancos que drenan el agua de la sierra.

Las cabras tiran p´al monte y Elisa y Mallacán tiran más que las cabras. Por sus escarpadas lomas trepan a pesar del suelo suelto que dificulta los movimientos. Es tierra solamente apta para intrépidas aventureras como Elisa, por su gran destreza y agilidad, con la valentía necesaria para adaptarse a este medio tan agreste sin temor ni pavor. La adaptación define la vida en Los Monegros, a los suelos débiles, a los yesos y sales, a la escasez de precipitaciones, al aire seco y dominante cierzo y al abrasador bochorno, a las boiras y heladas de invierno, a los contrastes que describen esta tierra.

Elisa Cucaracha, Mallacán el Cerrudo y Ratolín el Farineza estaban adaptados completamente al medio, a sus vertientes pronunciadas con sus pendientes impracticables y a sus cuevas que parecen colgadas ante el abismo. Soportaban implacables e inmutables a las inclemencias climáticas, ya sean sequías o tormentas, fríos y heladas. Imparables, la sierra es su refugio.

Por Los Monegros discurren los ríos Alcanadre, Guatizalema, y Flumen, aunque siempre se ha dicho la Isuela, si en femenino y respetando su nombre tradicional de la Isuela. Por Peñalba está el barranco de la Valcuerna, con vocación de río estacional nacido en Los Monegros y que desemboca en el Ebro.

San Caprasio aparece excepcional, solemne, hermoso y bello, sencillo y humilde porque la verdadera grandeza reside en el corazón. Elisa lo contemplaba, lo miraba detenidamente, buscando, porque se lo había dicho yaya María, que en ocasiones suele aparecer el pastor Caprasio por la cima de la sierra de Alcubierre. Solamente tenía que mirar y esperar.

Día 34 de aislamiento, 17 de abril del 2020.

Abril se entretiene con sus lluvias, las nubes van pasando y de vez en cuando van dejando algo de agua. Las aliagas están hermosas con sus florecillas amarillas, pero punchan. Los pequeños leñadores han encontrado una orquídea preciosa, con colores intensos que van del verde al marrón, rojizo o azulado acerado. Un violeta muy intenso- La orquídea abeja o espejo de Venus- . Hay otras, cuenta la yaya, -Hay que ir mirando con cuidado el suelo para ir descubriéndolas-. -¡Qué chulo es el monte en primavera!-

-¿Cómo conociste al yayo Paco?- Preguntó Elisa la curiosa. La alcahueta y alparcera Elisa quiere saber todo y eso es bueno, ganas de aprender no le faltan. –Con el abuelo Paco nos conocimos ya de críos-, respondió yaya María-. -¿Ibais juntos a la escuela?-, -¡Ay!, no hija mía, antes íbamos a clases separadas, los chicos a una clase y las chicas a otra-. A Elisa no le entraba mucho esto en la cabeza, a Josete y Clara tampoco lo entendieron bien, pero como decía yaya María –¡Eran otros tiempos!-. En la escuela aprendían a leer, a escribir, las cuatro reglas sumar, restar, multiplicar y dividir y luego por las tardes las niñas a costura. Las caras de los tres era de sorpresa, ni se lo habrían imaginado. Mientras, el incombustible Mallacán quería jugar y no dejaba de enredar a Elisa, le mordisqueaba la zapatilla o le cogía del pantalón y tiraba de ella. Pero Elisa quería saber la historia de sus abuelos. -¡Estate quieto Mallacán, chitón!-

 – Venga yaya, ¿Cómo conociste al yayo Paco?-, volvió a preguntar Elisa. -Los domingos se hacía baile y los chicos nos sacaban a bailar, pero vuestro abuelo Paco era muy vergonzoso y nuca me sacaba a bailar. Hasta que llegó santa Agueda, ese día se permitía a las chicas sacar a bailar al hombre y por fin pude sacar a bailar al yayo -. -¡Qué raros eráis!-, sí, afirmó yaya María, nos vigilaban para que no bailásemos muy apretados, debíamos guardar las distancias y para tener intimidad nos teníamos que esconder. -¡Qué anticuados eráis!-, -Sí- volvió a afirmar la yaya, -pero aquellos tiempos tenían su encanto-.

Día 35 de aislamiento, 18 de abril del 2020.

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Ratolín el ratón pequeñín recorre la caseta de rincón a rincón, aprovecha la oscuridad que le brinda la noche para fisgonear y husmear por todos los recodos y recovecos. Elisa, si tiene suerte, se despierta suavemente para no alertarlo y lo contempla medio dormida, con los ojos entreabiertos. Por lo contrario, Mallacán es basto con sus lametazos y sus torpes zarpas que van dando pisotones cuando se acerca por las noches a Elisa.  Mallacán, cuando se mueve por la noche, despierta a todos. Ratolín es sigiloso y Mallacán estruendoso, uno es cuidadoso y el otro un torbellino.

El día estaba algo nuboso. La yaya María había dispuesto un cañizo que había por la caseta, a modo de mesa fuera en la era. Lo ha limpiado y lo ha dejado secar. Se empleaba mucho en la construcción, sobre todo para los tejados donde encima colocaban las tejas. Se hacían entrelazando, tejiendo cañas siendo muy fuertes y resistentes. Cuenta la yaya que antes los usaban para secar alimentos, dejan pasar el aire, almendras, ciruelas, higos, manzanas, panizo, pasas, pimientos, tomates, uvas… -Nos irá bien-.

-¡Qué cosas más raras hacíais antes!- exclamó Elisa –Con lo fácil que es ir a comprar a la tienda-. La yaya María reflexionó, se quedó pensativa, miró a Elisa con su cara dulce y le dijo –Antes no había un grifo por donde saliese todo el agua que quisieras, no había un enchufe que diese la luz, ni donde enchufar el ordenador, televisión o nevera donde elegir alimentos, no existían muchas de las cosas que ahora parecen imprescindibles. Había muy poco, pero lo suficiente para vivir, ahora hay de todo y no se valoran las cosas-. –Aquí es como antes, ¿verdad yaya?-, -¡Sí!, Elisa, así vivimos todos y todos los que nos precedieron-.

Antes había tan poca agua que las adobas se hacían con vino, -pero era el vino viejo que se picaba-. Las adobas o adobes, viejos ladrillos que amasaban a base de barro y paja y secaban al sol y al aire. Aquí, si algo tenemos es sol y aire, “Polvo, niebla, viento y sol… esta tierra es Aragón” decía el poeta José Antonio Labordeta. -Nos hemos olvidados que éramos humildes, parece que nos avergonzamos de nuestro pasado.  Muchas casas se construyeron a base de adobas y bien que se merece un homenaje la adoba -¡Claro que sí! ¡Viva la adoba!-.

Mallacán se acurruca para dormir, Mallacán es el día, el sol, mientras que Ratolín es la noche, el ángel de la guarda, protector de Elisa y su familia, la luna. Elisa se durmió pensando en las casas, casetas y muros que aún quedan hechos de adobas en el pueblo, de lo bonitas que son esas paredes, lo mucho que han soportado y lo mucho que debió de costar hacerlas. –Es verdad- pensó Elisa, -Ahora tenemos muchas cosas, compramos y tiramos mucho-.

Día 36 de aislamiento, 19 de abril del 2020.

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Otro día cubierto por las nubes que se van sucediendo, discurriendo por el cielo y depositando sobre la tierra la preciada lluvia. La tierra está húmeda con sus muchas florecillas que van sonriendo y llenando de colores la sierra. También brotan los quejigos con su verdes y brillantes hojitas. Se observan rastros de jabalíes, pisadas, rascadas en los pinos y las charcas o bañas. Las cebadas están altísimas y con el aire, al mecerse, forman un suave oleaje que te transportan al mar, a su balanceo de olas que serpentean en pleno desierto de Los Monegros. La lluvia transforma el paisaje, lo aleja de los veranos secos y abrasivos que socarran la vegetación y hacen arder la tierra y las piedras.

Han recogido leña y han estado con las cabras dando vueltas, no han ido muy lejos. –Andemos hasta el corral del Sabino- explicó Elisa Cucaracha. –No se dice “andemos”, se dice “andamos”- corrigió Josete, diciendo que Elisa era bastante basta hablando como los abuelos de antes. Pío Baroja pasó por tierras de Monegros y dejo constancia que éramos muy mal hablados en “Horas solitarias”. -¡Andamos! mentira, andemos, que tu no estabas- respondió Elisa refunfuñando. Para yaya María no había que avergonzarse del pasado y eso también debía de incluir la forma de hablar.

Ababol, Abadejo, Apatusco, Avechucho, Barrillas, Bitilaina, Bochiga, Boira, Cacharro, Cardelina, Coco, Cucute, Desustanciada, Dorondón, Encorrer, Enfarinoso, Esbarizaculo, Escocar, Escucarabajo, Esfullinar, Esparbel, Espiazau, Espinais, Esportetas, Estalentau, Estrapalucio, Ferringallo, Grillau, Jasco, Melico, Miaja, Mielsa, Miragüelo, Pantaziguera, Patalera, Pezolaga, Pintacoda, Pocasustancia, Rasmia, Rebadan, Sunsida, Tozaneta, Tufa, Yaya, Zamandungo, Zancarriana… Son muchas las palabras, expresiones y giros propios del aragonés, una lengua que se habló por Los Monegros hace tiempos y aún se han ido conservando retazos de la vieja lengua aragonesa.

Cada lengua sirve para aprender, entender, comunicar, expresar, sentir, pensar, crear…  son un tesoro patrimonial. -El respeto-, decía yaya María –Nos hace entender y comprender, convivir y empatizar con los demás. Nos enseña que a pesar de las diferencias, por pequeñas o grandes que sean, somos capaces de entender y tolerar-. La diversidad es respeto y el respeto es diversidad, y en la vida, como en todo el universo, todo es diverso. El universo es un eterno de versos diversos infinitos.

Las lenguas son toda una ventana que nos explican la verdadera esencia de nuestros antepasados, porque son sus palabras únicas, propias e indisociables a su forma de entender y comprender sus vidas y todo el saber y cultura que heredaron de sus antepasados. La yaya, como siempre, ha querido y amado todo lo aprendido de los mayores, igual que ahora Josete, Clara y Elisa van aprendiendo de yaya María y reciben el legado transmitido generaciones tras generaciones.

Por la tarde han ido pasando nubarrones amenazando tormenta. Hasta el anochecer no ha habido tronada, la sierra retumbaba, tremolaba la caseta de duros alazetes. Pero por muy dura que sea la tronada, Elisa Cucaracha y su banda ¡No reblan!.

Día 37 de aislamiento, 20 de abril del 2020.

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Mallacán agitaba con tremenda alegría la coda como cada mañana, otro día que aparecía nuboso, con esas nubes que dejan entrever el cielo que resalta con su inmenso azul claro. La rabosa no ha vuelto a merodear por la caseta, hay muchos conejos y será más fácil ir a cazar por donde tienen los cados. –Antes, por la sierra alta había mucho conejo-, cuenta yaya María, -cuando venían a plantar pinos los cazaban poniendo lazos-. Lo bueno de que no esté la rabosa es que las gallinas están tranquilas y van poniendo abundantes huevos que van recogiendo Josete, Clara y Elisa. La raboseta es astuta y por el mote va royeta y majeta.

Ir con las cabras les ha hecho más fuertes, suben las cuestas con gran destreza y agilidad, brincan las piedras y sortean las punchantes coscojas, aliagas y espinos. Ningún escollo, peñasco o risco resulta insalvable, nada detiene su imparable avance, saltan ripas, cruzan barrancos, atraviesan vales y llegan a pequeñas colinas que parecen que nunca nadie había alcanzado. Elisa, si podía, no dejaba de mirar a san Caprasio, aguardando que apareciese la figura de Caprasio merodeando por su cumbre y resguardando la sierra que se había vuelto su hogar. Allí, imponente como una erguida sabina siempre está san Caprasio.

Hacia el llano se ven las planas alargándose con sus maravillosas, frondosas y verdes cebadas. Los pueblos se ven pequeños, menudos, incluso Huesca al fondo resulta menuda. Hacia el este se ve claramente el monasterio barroco de la Cartuja de las Fuentes. Hace unos meses que lo fueron a visitar descubriendo las muchas pinturas que inundan el lugar, obra de un monje que vivió en el monasterio. Les enseñaron muchas pinturas y, entre tantas, un curioso auto retrato del monje pintor Fray Manuel Bayeu. Los demás no se percataron, pero Elisa vio como tenía un considerable y sospechoso parecido con el señor que les enseñaba el monasterio. Elisa no tuvo duda alguna que debía ser el mimo Bayeu -Aun sin esa barba larga y con algo más de pelo en la cabeza-.

Más al este se encuentra otra joya de Los Monegros, el monasterio románico de santa María de Sijena, con su portada con sus catorce arquivoltas que tanto le gusta contar a Elisa cada vez que va. Un lugar muy bonito, con muchas obras de arte que  han vuelto y otras que aún tienen que volver. Tesoros de los muchos que hay por Los Monegros, a los que siempre es bonito volver. –En cuanto pase todo esto-, pensó Elisa –volveré-.

Día 38 de aislamiento, 21 de abril del 2020.

Federico, el pastor, pasó pronto por la mañana, habían dado aguas y aprovechó la mañana para apacentar el rebaño. La cosa parecía que iba a mejor pero continuaba muriendo gente, todo va para largo y por ahora alargan el confinamiento hasta el once de mayo. –Lo peor- decía Federico –la que nos viene encima con la economía, va a ser la ruina-.

Por la tarde se quedaron al cobijo de la caseta mientras una fina y constante lluvia fue cayendo. La sierra fue recogiendo el agua, esta es buena, la va absorbiendo la tierra y el monte y los cultivos la agradece. La sierra se extiende desde Tardienta hasta La Almolda sin dejar de tener continuidad con la sierra de Sijena a través del monte de Pallaruelo. Una zona preciosa el monte de Pallaruelo, con su barranco de la Peña y el estupendo sabinar. Desde el alto de la Portellada se contempla en su esplendor el sabinar de Pallaruelo y la vista se puede extender a través de Los Monegros norte y la sierra de Guara hasta los altos Pirineos.

Por el monte de Pallaruelo, a mitad camino al monasterio de la Cartuja de las Fuentes permanecen los restos de una antigua iglesia gótica. -¿En mitad del monte?- preguntó Josete. –Sí- respondió yaya María – Resiste en pie una sola pared de la una antigua iglesia y ya nada más queda-. Los restos responden a un antiguo poblado que existió hace siglos y que desapareció sin que su historia llegue a nuestros días. -¿Nada?- se mostró extrañada Clara –Solamente la solitaria pared- respondió yaya María –resiste a la desmemoria-.

Moncalvo labordeta

-Hay leyendas que cuentan que fueron asesinados por no pagar impuestos, quemados vivos dentro de la iglesia y su historia la borró el tiempo-. -¡Qué horror!- concluyeron todos a la misma vez. Del viejo y desaparecido poblado de Moncalvo ya no queda nada de su memoria, de sus calles, de sus gentes, resulta misterioso e incomprensible- ¿Cómo se ha olvidado la gente de todo un pueblo?- preguntó extrañada Elisa. -El tiempo borra muchas cosas-, explicó yaya María.

Elisa empezó a dudar si ya estuvieron antes los marcianitos y fueron los verdaderos culpables de la desaparición del viejo poblado de Moncalvo -¡Malditos marcianos!. A partir de ahora la memoria de Moncalvo permanecerá viva, Elisa la mantendrá viva con su recuerdo y no dudará en transmitir su historia. Será como una Labordeta, que entre sus ruinas hizo sonar su guitarra y voz.

Día 39 de aislamiento, 22 de abril del 2020

Reconforta la tranquilidad que reina en la sierra, abruma a veces tanta soledad, pero la calma y el sosiego alimentan el alma. La naturaleza es acogedora, lejos del mundano ruido y bullicio de  la civilización y las cercanas ciudades de Zaragoza o Huesca. Respirar aire limpio y puro, lejos de la contaminación y el ruido. Aunque a los tres, a Josete, Clara y Elisa les encanta ir a la ciudad –de vez en cuando está bien. Hay mucha gente, tiendas y cosas que ver y hacer, lugares por donde pasear… nunca deja de sorprender tanto movimiento y actividad, tanta oferta de ocio y cultura-.

Mientras, en los pequeños pueblos las casas y las calles se ven vacías, cada vez más y por lo que dice Federico -poco se nota aquí el confinamiento-. Para comprar según qué cosas hay que ir a la ciudad, -aunque a tía Miranda le gusta comprar por internet y a los dos días se lo dejan en la puerta de casa-. Tía Miranda no para y con la asociación del pueblo no para de hacer montones de actividades, fiestas y jornadas culturales-.

La vida en la sierra es dura, han dejado atrás las comodidades, como cuando van de acampada. Yaya María ha vuelto a su juventud y disfruta compartiendo sus recuerdos, le encanta sentarse en una silla afuera de la caseta y contemplar la sierra y el trajín que llevan todos. La yaya vuelve a realizar la estrategia de lagartija o fardacho, de sangre fría, decía Elisa, buscando el sol, el haz de rayos que le aporten un revitalizante calor.

La sierra nunca ha estado tan silenciosa y vacía, antiguamente subían y bajaban carros tirados por caballos o mulas, cultivaban los campos y se segaban a dalla y hoz, se hacía leña y carbón vegetal, se dormía en las casetas o aldeas y los rebaños de cabras campaban por toda la sierra. Había grandes constructores de carros y galeras en los pueblos, un gran oficio de carpinteros y herreros que ha desaparecido. Los tiempos avanzan imparables y casi no da tiempo para reflexionar cuanto dejamos por el camino, tantas cosas que, quizá, no deberíamos de olvidar.

Día 40 de aislamiento, 23 de abril del 2020

Elisa desciende de una tierra de dragones y se los imagina sobrevolando los confines de esta tierra llamada Aragón. A Elisa le parecían simpáticos los dragones, no había conocido a ninguno, pero todos los animales son simpáticos. Aunque hay que saber guardar las distancias, decía muchas veces yaya María, algunos pueden verse amenazados y atacar; la naturaleza es salvaje. Especialmente lo decía cuando levantaba piedras Elisa, a la yaya le sabía muy malo -Para cuenta, que no sabes que te puedes encontrar, te puede aparecer una escolopendra, un arraclán  o una tarántula-.  -¡Mía que la fizadura es muy mala y ya no mincharás más pan!.

Tanto recoger y amontonar piedras por la zona de la sabina que comenzaba a parecer una autentica posición de la guerra civil, como monte Irazo, Pocero, loma Orwell o San Simón. Esas trincheras por donde estuvo el famoso escritor inglés George Orwell y el español Camilo José Cela por el otro bando. Elisa había parapetado con incontables piedras su posición de la sabina.

Camilo José Cela fue herido en esta sierra, de cierta gravedad, sintió un golpe seco en la nuca y se quedó sin conocimiento, la metralla de una granada de piña se le clavó en el pecho… después se fue despertando.  –Esta sierra tiene mucha historia- concluyó yaya María con sus sabias palabras.

La yaya explicó lo que sucedía cuando a uno le picaba la tarántula, pronto buscaban un tañedor y tocaban la guitarra, cantaban y bailaban jotas hasta que al enfermo se le pasaba la fiebre, -Aura p´al medico y una injición-. -¡Vaya fiesta se montaba!- y aunque a nadie le había picado, yaya María les cantó unas jotas a Josete, Clara y Elisa. Y a Mallacán también, que aunque no se enteraba de que iba la cosa, como siempre, participaba y estaba en medio de todo.

La sierra estaba tranquila, mal que el misterioso lobo de Los Monegros había vuelto a atacar por Leciñena, lo había comentado Federico el pastor. -¡Esta sierra es de cuidau!- exclamó alborotada Elisa –Dragones, demonios, gigantes, selenitas, escolopendras, arraclanes, tarántulas, gripias, lobos…!, no me extraña que por aquí no haya nadie ni se atrevan a venir los marcianitos con su maldito virus-.

La leyenda del Cucaracha será, pensó Elisa, menos mal que su sombra que se extiende hoy en día gracias a Elisa Cucaracha, Mallacán el Cerrudo y Ratolín el Farineza.

Día 41 de aislamiento, 24 de abril del 2020

Hace noches que Elisa no veía a Rotolín el pequeñín, miembro de la banda y más conocido como Ratolín el Farineza. Era ágil y huidizo, maestro en las artes de la invisibilidad, dominaba la noche y, a pesar de su menudo tamaño, era un componente terriblemente temido. Por la noche se había comido toda su ración y nadie en la caseta se había percatado.

Ninguno de la banda bebía vino, así que no los podían envenenar como a Mariano el Cucaracha. Tampoco con la comida, pues yaya María era la cocinera y era muy rigurosa con la comida, conservaba y guardaba muy bien los alimentos. La caseta está estratégicamente bien situada y desde loma Elisa se avista gran horizonte para advertir cualquiera que se atreva a acercarse por la caseta. El lugar era mucho más seguro que el corral de L´Anica donde mataron al Cucaracha.

Madroños, endrinos, barzas, gabarderas… muchos matorrales de los que crecen en esta sierra se pueden aprovechar para coger sus frutos, el fruto del madroño «Alborcero» resulta muy dulce y emborracha «Alborzas», los arañones son buenísimos para hacer pacharán y las moras para no parar de comer una tras otra, pero había que esperar a otoño. También aparecen almendreras, higueras y oliveras por la sierra, hay cajas de abejas para hacer miel y un montón de plantas con propiedades medicinales y culinarias. Hay zonas que aguantan muy bien la humedad, en los barrancos hay mucha vegetación, en algunos incluso hay boj y por ello llevan su nombre como el Bujal. Otro barranco hace referencia al enebro en su forma aragonesa Puchinebro y el de la Estiva a su presencia de pastos elevados adecuados para el verano.

Todo bajo la protección de san Caprasio, aunque para Elisa el mejor amuleto protector era yaya María, sin duda alguna, era la que le hacía sentirse completamente segura. ¡Y la muñeca!, la que siempre estaba con ella, en las oscuras noches hasta cada nuevo amanecer.

Día 42 de aislamiento, 25 de abril del 2020

Los días medio nublados iban dejando días preciosos con sus ratos de calor, de sol radiante, momentos fabulosos para disfrutar de la primavera en todo su esplendor. La familia disfrutó de un día soleado, gozando enormemente y cargando las pilas mientras realizaban sus habituales faenas diarias. Un sin parar, un trajín incesante hasta que de repente echaron algo en falta. Demasiada tranquilidad, mucha calma y paz, algo no iba bien.

Elisa y Mallacán faltaban, no estaban por los alrededores de la caseta, ni tampoco dentro. Buscaron por todos los lados, por la sabina, por la loma, por el bosque, por la caseta… Todos iban mirando por todas partes, hasta yaya María buscaba incansable por los lugares más insospechados. Llamaban a gritos a Elisa y a Mallacán, que tenía mejor oído, pero no aparecían.

Poco a poco su falta comenzó a ser cada vez más preocupante, -¿Ande podrían haberse metido la bruja de Elisa y el cerrudo Mallacán?-  No los encontraban por ningún sitio, como si la tierra se los hubiese tragado. -¡¡Elisa!!, ¡¡Mallacán!!- Hasta Federico el pastor se acercó inquieto e intrigado por los gritos, los había escuchado mientras iba con el ganado y, tras saber lo que ocurría, se unió sin dudarlo a la búsqueda.

No podía ser, algo podría haberle ocurrido, yaya María se inquietaba cada vez más. Antonio y Aurora iban preocupados y enfadados, Josete y Clara sabían que a Elisa le iba a caer buena carrañada pero ante todo esperaban encontrarla, también estaban bastante preocupados.

Nada, Elisa y Mallacán no aparecían por ningún lado. Estaba comenzando a ser desesperante. Los nervios empezaron a cundir. De repente cayeron en cuenta que no habían mirado por la balsa y fueron todos corriendo, era un lugar peligroso, con el barro y el agua, le podía haber pasado algo.

Llegaron a la balsa y lo que encontraron les dejo paralizados, allí estaba Elisa tirada al borde de la balsa, en su orilla, sobre la toalla tomando el sol como si estuviese en la playa. Una escena surrealista, propia de Buñuel, que les hizo romper en carcajadas liberando toda la tensión que habían acumulado. Mallacán también estaba tumbado plácidamente, como si el mundo no fuese con ellos. Inocentemente, Elisa al verles les invitó a su playa ajena a todo lo que había pasado y así hicieron, la familia se unió al Monegros Beach de Elisa y Mallacán. Olvidaron el mal trago que habían pasado, no tuvieron más remedio, y disfrutaron del sol que calentaba el primaveral día de abril en el Monegros Beach.

Día 43 de aislamiento, 26 de abril del 2020

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Había sido surrealista ver tumbada con sus gafas super fashion a Elisa a la orilla de la balsa. -Una estrafalaria- decían Josete y Clara, solamente a Elisa se le podía haber ocurrido. La escena había sido propia de una película de Buñuel o de una naturalidad profunda de Almodovar, -¡sí!- aquel director de fama mundial que vivió por un tiempo en Poleñino donde realizó su primera comunión.

La guapa Penélope Cruz rodó en Los Monegros una película junto a Javier Bardem y Jordí Mollá, película que les lanzó a la fama. “Jamón, jamón”, la película de Bigas Luna que quedó fascinado por esta tierra, desde aquí tocó la Luna, seguro que descubrió a los selenitas, quedando abducido por sus extraordinarios poderes y sus terribles encantos lunáticos.

Lugares que inmortalizó Bigas Luna, con la nacional II, la bañera de Monegrillo y el toro de Peñalba. Penélope y Javier acabaron siendo matrimonio, con su hijo Leo y  su hija Luna, aquella que tocó Bigas Luna en Los Monegros y llevó a la pareja a lo más alto de las estrellas del cine mundial.

Ese surrealismo que parece que encierra Los Monegros aflora con el viejo documental de Antonio Artero y Labordeta “Monegros”. A similitud del documental de Buñuel, con Las Hurdes, trataron de hacer algo parecido pero con grandes pinceladas de creatividad. Recorrieron los paisajes monegrinos, con su mirada cinematográfica y poética, experimentando en la misma concepción de la creación audiovisual y su relación con la realidad. Al final, Almodovar, Artero, Buñuel o Luna  han sido excepcionales cuestionando y mostrando su particular visión de la realidad.

Los Monegros fueron tierra de miserias y pobreza, de años de ausencia de cosechas y plagas devastadoras de langostas, terribles sequias y hambrunas asolaron el territorio. Poco, poco se distanciaría con Las Hurdes.

Elisa iba a ser la nueva Penélope, una gran actriz y una gran mujer, valiente e independiente que iba a brillar intensamente en el firmamento. En Los Monegros brillan muchas estrellas, no es así en todos los lugares, no saben lo que se pierden.

Día 44 de aislamiento, 27 de abril del 2020

La lluvia de abril ha continuado cayendo como cada pocos días lo va haciendo, una madrugadora lluvia fina ha caído a primera hora de la mañana. Elisa y Mallacán no han podido salir a correr y han aprovechado la mañana para hacer los ejercicios y deberes de la escuela.

La naturaleza estaba tranquila, la ausencia de personas había permitido que muchos animales campen a sus anchas. Es extraño, reflexionaba Elisa, la naturaleza nos da agua clara y limpia y nosotros ensuciamos ríos y mares, nos regala aire puro y lo llenamos de humo, nos ofrece una frondosa vegetación llena de hermosísimas flores y lo llenamos todo de basura y plásticos. Quemamos nuestra tierra, le echamos veneno, derretimos los círculos polares, destrozamos bosques y selvas, matamos animales, cambiamos el clima y sufrimos sus consecuencias. Yaya María estaba de acuerdo, era difícil de entender, no tenía sentido y el futuro se estaba volviendo incierto, agotando y destrozando nuestro mundo que nos permite vivir. Hay personas que prefieren el cemento a los árboles – ¡Qué tontos!, igual piensan que pueden vivir sin respirar-.

Cuando paró de llover Elisa y Mallacán fueron a ver a la sabina, respiraron el profundo aroma que la lluvia había dejado en el ambiente. Los pajarillos con su ajetreo alegraban el día, un petirojo merodeó la sabina, se posó en una piedra cercana y contempló a Elisa. Elisa estaba descubriendo lo maravilloso que era vivir en la sierra, comprendiendo lo vital que es la naturaleza, lo verdaderamente importante para vivir.

La sabina era sabia, más sabía que los hombres, si no paramos acabaremos destruyendo nuestro hogar, con el calentamiento global y nuestras avaricias, agotando recursos y las estúpidas guerras. La sabina y el simpático petirojo no necesitaban entenderlo, ya lo sabían. En cambio, los humanos tenemos la capacidad de aprender, razonar y evolucionar pero aún no hemos sido lo suficiente inteligentes -¡sabios!-  para entender el verdadero significado de la vida y ser capaces de respetar, convivir y conservar nuestra madre tierra.

Día 45 de aislamiento, 28 de abril del 2020

Por las noticias que iba trayendo Federico el pastor la cosa estaba mejorando, los niños podían salir a pasear y pronto iban a comenzar la desescalada del confinamiento. Era un gran alivio pero aún había riesgo y miedo al contagio, había que guardar un distanciamiento social con el resto de las personas y la normalidad iba a costar recuperarla. Incluso había quienes dudaban de recuperar totalmente la normalidad, al menos hasta que los científicos descubran la vacuna.

La familia se replanteó su situación, hablaron de la posibilidad volver a casa ya y tratar de recuperar sus vidas. Todo tenía sus ventajas pero también sus inconvenientes, ni Josete, Clara y Elisa iban a volver a la escuela, ni a jugar con los amigos. Al final decidieron por unanimidad que iban a ser consecuentes con su decisión y la iban a llevar hasta el final, que su aventura en la sierra iba a durar hasta que el confinamiento comience a aligerarse significativamente, al menos hasta el once de mayo. Tanto esfuerzo no se podía dejar perder y había que aguantar un poco más.

A Elisa le pareció genial, no quería irse de la sierra, aunque una buena ducha de agua caliente le iría muy bien, la nevera, el microondas, tener luz abundante, ver alguna película tumbada en el sofá, el secador de pelo, hablar con sus amigas con el ordenador, tener las muchísimas cosas que echaba en falta de su cuarto…

Aquí había pocas cosas pero tenían muchas cosas que hacer Elisa Cucaracha, Mallacán el Cerrudo y Ratolín el Farineza. Y desde que estaba aquí había compartido muchas horas con su familia, todos estaban juntos casi todas las horas y había momentos especiales, sobre todo después de cenar, cuando al calor del hogar se juntaban para charrar y yaya María les contaba cosas de su juventud, como era antes el pueblo, el horno de pan, la balsa mayor, el transporte a Huesca, la central de teléfono, el bar de la plaza, el baile de los domingos, las mujeres de negro con el luto, el estraperlo, ir al lavadero, tomar la fresca, las noticias en la radio, la primera televisión…

–Pues imaginar lo que veré yo, seguro que surcaré el universo y seré capitana de mi propia nave interestelar-

Día 46 de aislamiento, 29 de abril del 2020

El Cucaracha recorría la sierra refugiándose por sus cuevas, casetas y corrales, huyendo y escapando tras las muchas fechorías realizadas. Robos, secuestros, extorsiones, asesinatos… siempre al margen de la ley y perseguido por las fuerzas de la guardia civil. El Cucaracha mostró gran ingenio con sus escaramuzas, burlando y escapando por los pelos en más de una ocasión, era muy huidizo, astuto y no dejaba de ganarse los favores de los más pobres a quienes compensaba con parte de su botín. Un bandolero terrible que robaba a los ricos, los que tenían, y daba a los pobres, los que nada tenían. Cucaracha pagaba los muchos favores a pastores y campesinos que le ayudaban a vivir al margen de la ley.

Elisa estaba segura que su sabina era la misma que la del temible Cucaracha. La misma sabina donde había escondido su botín para que nadie lo encontrase. Ciertamente, Elisa era heredera de aquel tesoro escondido en la sierra de Alcubierre, de aquel tesoro que muchas historias se habían contado  y muchos se habían aventurado a buscar sin éxito. Elisa era la protectora.

La yaya hizo unas apetitosas y suculentas migas para comer, las ha cocinado en una sartén enorme y se las han comido como antes: cucharada y p´atrás, sin agolparse en la sartén. Elisa usó como cuchara una corteza grande de pan. Todo venía a raíz de las historia que yaya María contaba. De aquella ocasión en la que dejaron al Cucaracha sin cuchara en una comida y se tuvo que comer el cocido con una corteza de pan, al acabar les dijo a los demás que de postre tenían que comerse la cuchara y, dando ejemplo, Cucarcaha se comió su cuchara.

La cuadrilla robó a lo largo y ancho de la comarca y más allá de sus límites, asaltaron las mejores casas, se disfrazaron de Carlistas y atracaron al pueblo de Farlete, confinándolos en el interior de la iglesia. Cogió tan mala fama que trató de ganarse a las gentes más humildes. Fue valiente y osado y no dudó en presentarse en el casino de Zaragoza y jugar una partida de cartas contra su gran perseguidor el gran teniente Lafuente. El teniente no lo había reconocido.

Robin Hood, Curro Jiménez y Cucaracha son muchos de los bandoleros románticos que sembraron de leyendas tiempos pasados. Pero hoy en día, al contemplar la sierra aún podemos sentir el aliento de estremecedores bandoleros que todavía campan por los cerros, vales y lomas de la sierra de Alcubierre: Elisa Cucaracha y su banda Mallacán el Cerrudo y Ratolín el Farineza.

Día 47 de aislamiento, 30 de abril del 2020

El árbol no quiere correr ni quiere volar, el hombre puede correr y sueña con volar. A Elisa le gusta bailar y bailar, girar y girar y continuar moviéndose al ritmo de la música sin parar. Soñamos con poder hacer lo que no podemos mientras no valoramos lo que verdaderamente podemos hacer.

Podemos correr, correr es nuestra gran libertad, Elisa y Mallacán corrían de un lado a otro de la era, imparables avanzaban a cada zancada, gastando energía y agotando sus fuerzas. Correr lleva su esfuerzo como volar lleva el suyo, esfuerzo que muchos no están dispuestos a realizar. La pereza ni anda, ni corre, ni vuela.

Si voláramos la gente no volaría, igual que no corre. Si fuésemos un árbol querríamos andar, soñaríamos con correr. Imagínate un árbol moviéndose, buscando un sitio con mejor suelo y disposición de agua, un árbol escapando por qué lo quieren cortar. Si fuésemos un árbol querríamos sentirnos libres y no pararíamos de correr de un lado para otro como Elisa y Mallacán en la era de la caseta de la sierra de Alcubierre.

Si fuésemos un árbol soñaríamos con correr. Somos personas y podemos correr, pero a mucha gente no le gusta ni quiere correr, es la libertad a la que mucha gente renuncia. Si fuésemos pájaros habría quienes no volarían, también renunciarían a su libertad. Se quedarían quietos perezosos por el esfuerzo que conlleva volar.

Pero el árbol se mueve creciendo buscando la luz y hundiendo sus raíces en un suelo de huidiza agua, como la paciente sabina de Elisa que despacio crece en los áridos Monegros. Elisa y Mallacán corren alrededor de la sabina, bailan como ritual, en el que ríen y disfrutan hasta caer tumbados sobre el suelo. Los árboles también vuelan, son nubes que surcan el cielo. Elisa soñaba con ser un árbol, corriendo, bailando y volando.

Día 48 de aislamiento, 1 de mayo del 2020

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Elisa era una trabajadora incansable, infatigable, curtida en el esfuerzo duro y constante. Atesoraba el valor de cada gota derramada, de cada paso portando los pesados pozales de agua, de mirar al cielo y adaptarse al tiempo que venía, de vivir con las horas de sol, de alumbrarse las noches a la luz de las velas, de administrar los recursos, de saber que todo lo que le contaba yaya María era de una sabiduría infinita desde tiempos inmemoriales.

Elisa acudía a la balsa y recogía el agua procurando recoger la más limpia y clara, ordeñaba las cabras con suavidad y delicadeza, recogía la leña perfectamente seca para alimentar el hogar, ayudaba a yaya María con la comida, pelaba patatas y lloraba con la maldita cebolla. Aprendía con cada guiso los sabores de antes, con la paciente yaya María que lo elaboraba con todo el cariño del mundo. Muchas recetas de siempre, guisos y cocidos del ingenio de la supervivencia, cocina de subsistencia con lo poco que había para llenar las muchas bocas que de sol a sol trabajaban duramente sin parar.

En muchas casas marchaban los hijos y las hijas mayores a trabajar a las casas ricas, a las faenas del campo y del monte y a servir. Algunas tuvieron que marchar a las grandes ciudades, muy jóvenes servían en casas pudientes las veinticuatro horas al día, limpiando, cocinando, cosiendo, cuidando los hijos de la casa… El trabajo de antes sin tantos avances como ahora, fregaban los suelos de rodillas, las planchas de carbón o de hierro se calentaba al fuego, -Ahora sin los electrodomésticos no sabríamos vivir-.

Josete, Clara y Elisa se fascinaban con las historias de antes de yaya María, de cómo vivían, de esa forma de vida que ha desaparecido. Sin calefacción tenían las cuadras en las casas para aprovechar el calor de los animales y el fuego de la casa nunca se apagaba.  Se calentaban con braseros de carbón, carbón vegetal que hacían en la sierra o carbón que algunas mujeres de Sariñena iban a buscar a las vías del tren. Mujeres recogían el carbón aún por consumir que caía de los trenes y lo aprovechaban para sus casas o lo vendían si la guardia civil no les pillaba y requisaba la vital mercancía. Mujeres trabajadoras que llevaron el peso de la familia en silencio y sin reconocimiento. Las arrugas de yaya María contaban tantas historias como la corteza rasgada por el tiempo de la imperecedera sabina, las arrugas del tiempo y la sabiduría.

Día 49 de aislamiento, 2 de mayo del 2020

Un sol radiante animaba la mañana que mostraba la primavera en todo su esplendor.  Una intensa actividad se desarrollaba en la sierra con los imparables pajarillos revoloteando con su risueño gorgojeo, trino y piar, el alegre canto que deleitaba los oídos. El conjunto creaba una armonía que relajaba, una música placentera que conquistó y cautivó a Elisa –la vida-, decía yaya María –son estás pequeñas cosas-.

Cardelina

chuflas al alba

porqué dende l´ocaso

soniabas con l´amaneixer.

Subían y bajaban los carros a la sierra, por los caminos transcurrían las gentes de estos lugares a pie y con sus caballerías. Pretéritos tiempos de cuando la sierra rebosaba vida, numerosos ganados apacentaban los montes y las casetas permanecían firmes.  Ahora, caídas y destruidas por el abandonoy quedan solitarias esparcidas por el monte. Aldeas, casetas, corrales, masadas y parideras que daban techo y resguardo ahora son montones de enruena. Sus muchas historias se han desvanecido con ellas.

Yaya María también corrió por la era de la caseta cuando era chica, muchas veces subió a la sierra con sus padres y hermanos a labrar el campo y a segar cuando las espigas doradas brillaban como el sol. Trillaban en la misma era y yaya María se subía al trillo y surcaba la era como capitana de los infinitos mares y océanos.

Las blancas sabanas aparecían tendidas al cierzo, las chamineras humeaban, los zagales y zagalas jugaban por las viejas sabinas y trepaban las antiguas carrascas y quejigos, abrazaban los grandes árboles y trepaban a sus copas.

Los caminos eran un trajín de ir y venir, carros y caballerías, tener mulas, caballos y yeguas era toda una fortuna y perderlos una autentica desgracia para muchas familias.

Hoy estos montes son desierto, sin nadie que suba a las casetas, a las aldeas como en la sierra se les conoce, ni nadie cuenta las historias que siempre se contaron.

Por la noche salieron fuera de la caseta y contemplaron el amplio firmamento. Una preciosidad bóveda celeste estrellada les embriagó el alma mientras una vergonzosa luna comenzaba a asomarse en su creciente deriva. Yaya María lloró emocionada, era como una de esas muchas noches de su niñez.

Día 50 de aislamiento, 3 de mayo del 2020

Ratolín era pequeñín pero estaba hecho todo un glotón, comía todo lo que Elisa le dejaba por las noches. Había forjado una gran amistad con Ratolín y este había cogido confianza con Elisa. No mucha, era cosa de bandidos, nunca se podía confiar en nadie, era la ley de los bandoleros. Pues eran como piratas del secano o solitarios vaqueros del lejano oeste.

Las capitanas del cierzo, barrillas o volandera surcan los llanos de Los Monegros, el far wets de Los Monegros, como en las películas. Por las lomas desnudas y áridas no era descartable que apareciese un cowboy o un indio navajo, salvaje como los bandoleros, esa estirpe de forajidos a la que pertenecía Elisa Cucaracha y su banda Mallacán el Cerrudo y Ratolín el Farineza.

Yaya María decía que quemaban las barrillas y con las cenizas hacían jabones y lejía para lavar la ropa. La limpieza y el aseo era y es muy importante.  Elisa había aprendido a recoger su melena y colocarse un pañuelo en la cabeza como hacía yaya María. Así no se ensuciaba tanto el pelo, pues era difícil el aseo en la sierra, no tenían ducha ni agua caliente y si hacía frío era para no lavarse. Yaya María decía que era una quejica, algo romancera había salido la pequeñeta Elisa -¡Menuda brujilla!-

El calor apretaba y en su ínsula Barataria, cuyo gobernador fue el gran Sancho Panza, Elisa dispuso todo contra el maldito virus. Sus amuletos protegían sus dominios, su blanca y brillante piedra de yeso resultaba infalible. Mallacán hacía ronda por los dominios de su ínsula, por su orilla circular que pronto volvía a encontrarse a sí misma. La tierra, todo el planeta Tierra era la ínsula Barataria de Elisa y la balsa el mar que todo lo rodea.

Día 51 de aislamiento, 4 de mayo del 2020

El calor comenzaba a apretar en Los Monegros y las faenas costaban más según las horas del día. Al mediodía era cuando comenzaba a calentar y por la tarde ya no se podía aguantar la calor. La sombra valía oro en estas tierras oscuras de Los Monegros.

Las faenas las iban haciendo a la fresca de la mañana, aunque tenían tantas por hacer que el trabajo les ocupó hasta bien entrado el mediodía. Elisa fue a buscar agua a la balsa y de la sudorina que pilló se rujió con el agua de la balsa para refrescarse. A Mallacán lo remojó y este corrió sin control de la ilusión que le hizo. Al yayo Paco poca gracia le hubiese hecho, -¡Malgastar de esa manera el agua!-.

La lluvia había traído una primavera fantástica a Los Monegros. Esa lluvia y agua tan escasa y deseada, de tantas rogativas que incluso su milagro erigió todo un monasterio cartujo en honor a la Virgen de las Fuentes.

La milagrosa agua que tanto cae en el norte y riega ahora tantos estíos secos de Los Monegros, gracias al canal de Monegros. Esfuerzo y sufrimiento, lucha que causó tanto dolor, pueblos inundados y despoblados. Aquellas aguas fueron una salvación para el llano, para tierra plana, una esperanza para salir de la miseria y la pobreza. Montes y pastos se volvieron fértiles tierras de cultivo. Se concentraron tierras, se nivelaron, se despedregaron campos y se labraron para su cultivo. Se crearon sistemas de riegos a base de acequias y canaletas que regaban a manta inundando las tierras. Luego llegó la modernización y se realizaron grandes inversiones en maquinaria, se crearon cooperativas y llegó el riego fijo. Un desarrollo imparable que nos ha situado en la vanguardia de la agricultura.

Antes se vivía con pocas hectáreas y ahora se hace imposible vivir. Cada vez menos jóvenes se pueden incorporar a la agricultura y la tierra acabará acabando en grandes fortunas o fondos de inversión. Tanto esfuerzo y sufrimiento de la gente para que acaben ganando los de siempre. ¡Sí Costa levantase la cabeza!.

Día 52 de aislamiento, 5 de mayo del 2020

Al final Los Monegros se define con cada sabina, en su paisaje árido y estepario, en su olor a romero, tremoncillo y ontina. Su esencia son esos aromas e intensos atardeceres que nos descubren una tierra fascinante que juega con el cielo.

Cada día Elisa descubría nuevas flores, de colores intensos y preciosísimos. Recogía flores y las llevaba a yaya María. Eso bastaba para una bellísima sonrisa de yaya que era velozmente correspondida con otra inmensamente preciosa de la dulce Elisa.

La yaya respondía a mujeres excepcionales que no lo tuvieron fácil en su tiempo, con pocos derechos y un papel completamente encorsetado. La mujer no podía hacer muchas cosas que solamente estaban reservadas para el hombre y su educación iba encaminada a ello. Mujeres valientes que se apoyaban entre ellas, se ayudaban en los partos y existía la figura de las amas de leche que alimentaban a los recién nacidos que sus madres no podían amamantar. Así existieron los hermanos de leche. Solidaridad, las puertas de las casas estaban abiertas y siempre había un plato para compartir aunque casi no hubiese nada para comer. Valores extraordinarios que el tiempo ha dejado atrás.

No había anestesia ni los avances médicos de ahora, decía yaya María que las muelas cucadas se las quitaba el barbero. Para sobrevivir hacían estraperlo, lo que ahora se conoce como contrabando, aunque en verdad era una forma de trueque y de subsistencia colectiva

Gente humilde pero digna, hablaban y se entendían con sus singularidades y particularidades, como ese ¡quio! y ¡quia! que tanto nos define y tan adentro llevamos. Hablaban con el corazón porque sabían cuál era su lugar, el lugar de cada persona que el escritor ramón J. Sender plasmó en su obra El lugar de un hombre.

 La pertenencia al pueblo, al lugar, la verdadera identidad que ha forjado como la sierra forja el carácter a los duros Elisa Cucaracha y su banda Mallacán el Cerrudo y Ratolín el Farineza.

Día 53 de aislamiento, 6 de mayo del 2020

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Elisa sabía que había aprendido de la abuela muchas cosas y que le iban a ayudar mucho en la vida para ser una gran mujer como ella. Cada uno tiene sus héroes y para Elisa yaya María era toda una heroína. Siempre estaba cuando se le necesitaba con su paciencia infinita igual que su amor, siempre infinito para los demás. Hundirse en sus abrazos para Elisa era lo mejor del mundo entero. Luego estaban los pequeños placeres: farinosos, empanadicos de calabaza, tortas de fiesta… Elisa era una gran laminera, aunque siempre le advirtiesen que, si comía mucho, le iba a doler la barriguita.

La sierra no dejaba de sorprender con su esplendor, los maravillosos sembrados de cebada y trigo altos y espigados con abundante grano ya comenzaban a amarillear. El suave aire mecía las altas espigas y el mar de Los Monegros volvía a aparecer con su agradable oleaje que transportaba a la inmensidad del azul mar. Los campos en barbecho se habían llenado de flores, de muchas florecillas diferentes y a cual más bellas, de las margaritas que Elisa desojaba a los delicados ababoles que pronto desprendían sus intensos rojizos pétalos.

La naturaleza andaba ajena al estado de alarma sanitaria que asolaba a la humanidad, más bien se beneficiaba de la ausencia de gente en el monte. Elisa y su familia habían desconectado completamente del resto del mundo y sin apenas contacto se habían habituado al silencio y soledad que habita en esta sierra monegrina.

Una raboseta roya había aparecido por las inmediaciones de la caseta y Elisa la vio muy de cerca. La raboseta se quedó por un momento inmóvil hasta que cruzó al marguín del campo, se volvió y contempló curiosa a Elisa. Enseguida apresuro el paso y se perdió por la altísima cebada. Mallacán apareció muy valiente, algo tarde, se reía Elisa. Dio unos ladridos al aire advirtiendo de su gran poderío y agitó la cola ante los ánimos de Elisa. Aunque pobre raboseta, ya no se atreverá a acercarse a la caseta nunca más, cualquiera se atrevía con el fiero Mallacán.

Día 54 de aislamiento, 7 de mayo del 2020

Las noches por la sierra gozan de una extraordinaria actividad, son muchas las aves nocturnas como lechuzas, conocidas como cholivetas, búhos, mochuelos… o mamíferos como los murciélagos, ginetas, tejones, rabosetas… que campan a sus anchas. Las charcas dan cuenta de ellos, sus pisadas y marcas delatan su presencia. Las muchas balsetas y balsetes, que aún se conservan, son auténticos oasis en esta seca y árida sierra. En ellas aparecen culebras, sapos, ranetas…. y cuando te acercas se ve como saltan dentro de la balseta para refugiarse en el agua. Los jabalís son los que más rastro dejan, hay pasos habituales y por los barrancos se pueden encontrar dormitorios.  Por los troncos de los árboles hay marcas de barro de cuando se rascan. Es importante conservar las balsas, balsetas y balsetes para pajarillos y animaletes de la sierra, decía yaya María.

Para Ratolín vivir en esta sierra, en un territorio tan hostil no debía de haber sido fácil. Son muchos los peligros que acechan y Ratolín se había curtido con gran destreza, zafándose de innumerables amenazas. Ratolín era pequeñín pero muy duro. Mallacán también era duro, nunca reblaba ante nada y además era un buen compañero de juegos y aventuras.

Pero la noche también es misteriosa. Con la llegada del buen tiempo, Elisa permanecía ratos y ratos en silencio escuchando los sonidos de la noche. La oscuridad crea esa incertidumbre y te hace estar en alerta, prevenida. Contemplaba el firmamento, las infinitas estrellas y esperaba atenta por si escuchaba el aullido del lobo de Los Monegros, pero nunca lo oía. Los selenitas seguro que también mirarían al cielo nocturno, a la gran luna que lucía llena, preciosamente radiante, en la oscuridad de la noche.

En estas noches, a la fresca de la caseta, Elisa acababa por caer rendida al profundo sueño. Cerraba los ojos poquer a poquer mientras la luna le desparecía y le volvía a aparecer, mientras se despistaba por un pequeño instante en el que los terribles marcianitos y su maldito virus podían hacer presencia y pillarla desprevenida.

Luna plena

dezaga d´un cielo anublau

apareixes e tornas a desapareixer

en un mar de nubes, en una fosca nuei

a tuya luz s´esbaliza entre as boiras

entre os foraus erraus d´as uembras.

Os uellos perdius en iste mar disierto

de oleaje inquieto que tal como viene, se´n va

aguardando que n´o cielo torne a luna a apareixer.

S´escubilla atro amaneixer

e as cardelinas tornarán a cantar

como a biella almendrera

que cada añada torna a floreixer.

 

Día 55 de aislamiento, 8 de mayo del 2020

La retirada y confinamiento en la caseta de la sierra de Alcubierre estaba llegando a su fin. Ya habían pasado muchos días en lo que se había convertido en toda una gran aventura, una total renuncia a las comodidades de hoy en día y una autentica vuelta a la forma de vida de sus antepasados.

El domingo regresarán a casa, había que comenzar a disponerlo todo para la vuelta, la vuelta a la normalidad. Una ducha de agua caliente, tumbarse a la cama, escuchar música, realizar una videollamada a las primas y amigas… Había un montón de cosas que echaban de menos y que, con tan solo llegar a casa, iban a hacer.

Pero Elisa estaba triste, también Josete y Clara, había una mezcla de sentimientos encontrados. En la caseta estaban a gusto, se sentían seguros y cómodos, descubriendo los muchos secretos que la sierra aguardaba y poco a poco les ha ido descubriendo. Para Mallacán era fenomenal, siempre había un montón de espacio para correr, para subir a loma Elisa y molestar a las cabras, de ir a la balsa o a la sabina, de ver llegar al pastor Federico o acudir velozmente a la caseta a la hora de la comida.

La sierra se iba a volver a quedar sin vida, Ratolín otra vez solo sin sus nuevos amigos, sin el calor y resguardo que la familia le había proporcionado. Elisa sabía que no lo iba a dejar solo, que iba a subir cada poco tiempo para hacerle compañía y recordar viejos tiempos de bandoleras y sus secuaces por estas tierras.

Festejaremos esta sierra con las jotas de antes, las que canta yaya María, cantaremos como cantaba Labordeta para aupar esta tierra hermosa, dura y salvaje donde siempre ha habido un hogar y un paisaje con el sudor de sus gentes. También de lágrimas vertidas porque la vida son sentimientos y esta tierra está llena de ellos. Así, firmes crecen las sabinas y erguidas resisten, sin reblar.

Día 56 de aislamiento, 9 de mayo del 2020

La sierra amanecía esplendida, difícil era recordar una primavera tan preciosa gracias a las abundantes lluvias que habían caído en las últimas semanas. Los pajarillos revoloteaban posándose de rama en rama, entre las abundantes coscojas, y acudían a la balsa para beber. Rebosaba la sierra de vida y alegría hasta que los gritos de Elisa y Mallacán rompieron la tranquilidad reinante.

Elisa y Mallacán corrían por la era brincando d´aquí p´allá, el suelo tremolaba de los arrolladores trotadores. Tan alocaus corrían que trepuzaron los dos -¡a casacala!-, gritos y gritos resonaron por toda la sierra, Elisa se enfadó con Mallacán -¡aibadai!-.  Elisa se había hecho algo de pupa y chemecó una miaja, un poquer, pues las bandoleras y bandidas no suelen llorar. Eso sí, Elisa, por aura, no iba a volver a jugar con Mallacán, -¡era un zaborrero y un estalentau!-.

En el desayuno Mallacán casi le arrambla la tostada a Elisa y el cabreo de Elisa no hizo más que ir en aumento. Incluso le amenazó con abandonarlo en la sierra. Pero poco duró el enfado de Elisa y al rato los dos campaban arredol de la sabina, por sus posiciones de trinchera desde la que defendían y protegían la caseta.

Pronto yaya María les llamó para comer, olía que alimentaba el guiso que había preparado. Comieron todos afuera de la caseta, ya lo habían hecho otras veces. Se dieron una buena lifara como si fuese un día de fiesta. Pero en verdad sonaba todo a despedida.

La tarde fue tranquila, fueron recogiendo algunas cosas y preparando el viaje de vuelta a casa. Elisa y Mallacán no pararon, recorrieron una y otra vez la caseta, la era y subieron a loma Elisa para otear el horizonte. La caseta aparecía con vida, la chaminera humeaba y algunos trastos se encontraban a las afueras de la caseta. Yaya María de vez en cuando salía y saludaba a Elisa, siempre estaba pendiente de ella.

Por la noche contemplaron el cielo estrellado y luego se templaron en el hogar, venían lluvias y el frescor se empezaba a notar. Elisa cogió algo de grano y lo dispuso como todas las noches para Ratolín, lo iba a echar mucho en falta, muchísimo.

Día 57 de aislamiento, 10 de mayo del 2020

Caseta

Cuando se despertó a media noche, Elisa descubrió al pequeñín Ratolín que la contemplaba tranquilamente. A pesar de estar medio dormida, Elisa también lo observó con todas sus fuerzas hasta caer vencida de nuevo por el sueño. Ratolín lo sabía, había sido su despedida,  aunque en verdad era un -¡Hasta luego!- pues la amistad entre bandoleros es para siempre.

-Asabelo de historias, de falordias que esconde esta sierra de mis entrañas-, iziba yaya María dejando caer lagrimas que recorrían sus tiernas arrugas igual que el agua se escurría entre los barrancos y vales. El agua discurría recorriendo las cicatrices del tiempo, las marcas de la sabiduría labradas en la caliza, el salagón y los yesos. La sierra corona Los Monegros aunque, como decía Manuel Benito,  más bien parece que la altura  de esta sierra sea testigo del fondo del mar que cubrió en otros períodos todas estas tierras. El último día había amanecido lluvioso, la sierra lloraba la marcha de sus últimos moradores.

Elisa fue a la sabina, cavó en la tierra, dejó su piedra blanca y brillante de yeso y la cubrió de tierra. Su amuleto se quedaba para proteger la caseta, su refugio donde quedaban guardadas tantas historias de la familia, como una cadiera donde se guardan los recuerdos, eso era la caseta para Josete, Clara y Elisa. Pero también un lugar para soñar nuevas vivencias. Además, Elisa dejó un buen puñado de comida para Ratolín y le gritó que volverá y que lo quería mucho, -¡muchísimo!-.

Josete, Clara y Elisa no pudieron evitar llorar cuando cerraron la puerta de la caseta. La habían dejado limpia y ordenada, el hogar sin cenizas y todos los utensilios y enseres cargados en el coche. Mallacán parecía que lo sabía y no quiso subirse al coche, hubo que obligarle ¡Tira p´al coche Mallacán!-. Al final subió, aunque no lo hizo a gusto, era terco y tozudo.

La caseta iba quedando atrás y poco a poco también la sierra con su característico tono oscuro. Allí quedan ancladas las raíces familiares y ahora las suyas, esa forma de vida que había dejado de existir, de esas paredes caídas que ya no transmiten los viejos romances que recitaban los pastores.

Josete, Clara y Elisa se llevaban un gran legado que esta experiencia les había dejado para sus vidas. Habían sido testigos de la forma de vida de su abuela, de yaya María, que poco a poco les había ido transmitiendo igual que ella lo aprendió de sus abuelos. Así siempre funcionó la vida.

Ya bajan los leñadores, los labradores y pastores con sus rebaños, con sus botijos, botas y alforjas vacías, con sus carros de mies y fajos de romeros… Ya baixan d´a sierra d´Alcubierre y en el altero queda Caprasio, siempre presente, aguardando a cuando volvamos. No era un adiós, era un hasta siempre.

Que escampe a boira

que no me deixa beyer

a sierra d´Alcubierre

en meyo d´os Monegros.

Con o suyo guardián san Caprasio

que ye nuestro protector

pastor d´as crabas que apacenta

por  istos camins que antis puyaban

as chens d´istos lugars.

S´han esboldregau

as aldeas e ixa traza de vida

de nuestros antepasaus

enruenas de piedra

rabiosos secanos

de biellos suenios

que l´agua siempre tornará

tornará a istos mons.

As sabinas en istos negros mons

charrran d´o nuestro pasau

aireras y tronadas

pedregadas y sequias

polvo, viento y sol

camins que siempre i serán.

Ya no puyan

de tierra plana

ya no baixan os leñadors

de istos foscos mons

d´a sierra d´Alcubierre.

Que escampe a boira

que no me deixa beyer

a sierra d´Alcubierre

en meyo d´os Monegros.

Siempre tornaremos enta un nuevo amaneixer.

 

  –FIN–