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Victoria Fortuño Valero


Llegó a Sariñena de mano de la cadena SER. Durante algunos años dio vida a Radio Sariñena, convirtiéndose en la voz de Los Monegros. Información, pero también descubrir la gente y una tierra que ha hecho suya. Dedicación, pasión e ilusión, un sentir las ondas, de transmitir, una de esas voces que se colaban en nuestras casas haciéndose familiar. Hoy le toca ser noticia.

Mi nombre es Victoria Fortuño Valero, soy de Sabayés, pero casi un tercio de mi vida he vivido en Sariñena. Precisamente a Los Monegros llegué en gran parte por amor, me gusta decir, pero lo cierto es que fue por trabajo. Así que he ejercido el periodismo local en Radio Sariñena, mientras he podido, descubriendo una comarca totalmente desconocida para mí y que me ha llegado a hipnotizar. Además de la Cadena SER, he trabajado sobre todo en Aragón Radio, tanto en programas (‘La Cadiera’ de los fines de semana), como en la redacción de informativos. He hecho algunos podcast, algo de tele… Tengo bastante recorrido así en general en estos últimos años. Y en la actualidad, no es un medio, pero he de decir que tengo una enorme responsabilidad enseñando a los periodistas del mañana, en la Universidad San Jorge, con dos asignaturas y una beca vinculadas a la radio, y además he iniciado un camino en el periodismo institucional trabajando en Comunicación de la Diputación Provincial de Huesca. 

¿Por qué elegisteis la profesión?

No lo tenía nada claro a los 18 como les pasa a muchos, pero me decanté enseguida por el periodismo. Yo quería contar las cosas que pasaban, quería contar historias. Creo que fue determinante para mí salir de un pueblo tan pequeñito y terminar en Segovia y en Madrid, donde conocí a mucha gente y me di cuenta del papel tan importante que tienen los medios de comunicación para conectar a las personas y para explicar a la sociedad en general las cosas tan locas que suceden en el mundo. pero también en la puerta de al lado de nuestra casa. 

¿Qué es el periodismo? En general y desde el medio rural, sus dificultades.

Yo sé que el periodismo se ha desprestigiado muchísimo. Hubo tres o cuatro periodistas (hombres) que en un tiempo pasado eran casi los amos del universo, pero ahora no tiene nada que ver y en parte también se debe a la mala praxis y al intrusismo. También se aprecia en otros detalles ese desprestigio, pues la mayoría de la oferta laboral es bastante precaria, se hacen muchas horas, se cobra tirando a poco y encima la sociedad no te reconoce. Pero, sin embargo, trabajando en el medio rural yo me he sentido casi siempre muy valorada. La gente está muy agradecida. Valoran que le des la oportunidad de hablar, expresarse, contar inquietudes, reivindicaciones… pero también de escuchar cómo su pueblo se pone en el mapa cuando cuentas las noticias que suceden en él, siempre con un criterio y una profesionalidad detrás. ¿Dificultades para ejercer el periodismo desde el medio rural? Todas las del mundo y más: mala cobertura, mala conexión, obstáculos para tocar algunos temas, menos variedad de testimonios, menos oportunidades laborales, mucha soledad… pero aún así para mí, mi experiencia de trabajo en Radio Sariñena fue el mejor máster que podía hacer en mi vida. El periodismo local es la mejor escuela.

El papel de la mujer en el medio rural, como trabajadoras y periodistas o colaboradoras.

Las mujeres lo tenemos complicado en todas partes, pero en el medio rural es un añadido. Siempre explicando que el feminismo no es una pataleta contra el sexo masculino, es sólo el deseo de vivir en una sociedad igualitaria, que ya va tocando. Creo que lo preguntas, no obstante, desde la perspectiva del periodismo y yo, la verdad, casi siempre he estado rodeada de mujeres periodistas en los pueblos y me gusta mucho la sensibilidad que tienen para contar la realidad de la zona rural, con una idiosincrasia muy particular. 

¿Papel, radio, televisión o medio digital?

Radio siempre. El formato sonoro se ha convertido en mi forma de expresión. No concibo mi vida sin cascos ni micrófono.

¿Un medio de comunicación? 

La Cadena SER, que la he mamado de mi madre, pero confieso que ahora cada vez escucho menos radio convencional.

¿Un/a periodista de referencia?

Inevitable pensar en Iñaki Gabilondo por supuestísimo. Pero quisiera mencionar a mujeres como Rosa María Calaf, Almudena Ariza… Ya van tres, perdón.

¿Un personaje de Los Monegros?

Leontxo García. No es monegrino, pero como si lo fuera.

¿Qué momento histórico, suceso o hecho de Los Monegros os gustaría 
haber cubierto?

La Guerra Civil en esta comarca tuvo que ser brutal, pero no me hubiera atrevido nunca a ser corresponsal de conflictos bélicos. Me voy mucho más atrás en el tiempo, pero me hubiera flipado tener una entrevista con alguien como nuestro Miguel Servet.

¿Una noticia importante en Los Monegros? ¿Cuál ha sido?

El gordo de la lotería íntegro en Grañén, el traspaso a manos públicas de La Cartuja, el regreso de los bienes de Sijena…. No me puedo quejar, he vivido unas cuantas.

¿Qué noticia consideras ha sido la más importante para Los Monegros?

Pues hombre, por ejemplo, tener un parque de bomberos en Sariñena era una reivindicación histórica y necesaria, y ahora es una realidad.

¿Una noticia soñada para Los Monegros?


Que llueva, mejoras en las comunicaciones por carretera, empleo de calidad y orgullo de pertenencia de su juventud.

Un lugar de Los Monegros

El Santuario de la Virgen de Magallón en Leciñena viendo al Teatro de Robres representar cualquiera de las obras de la trilogía de Lorca.

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Cae agua nieve, matacabras, solían decir las gentes del lugar, por aquí la nieve rara vez cubre la tierra. El invierno suele ser duro, con sus heladas y boiras dorondoneras, las rosadas y sus gotitas de hielo posadas, como frágiles pajarillos, en las finas ramillas, que parecen querer escapar. Las hojas caídas, los árboles desnudos contrastan con los de hoja perenne, aquellos que aparecen inmutables al rigor de las bajas temperaturas, como si el tiempo no fuese con ellos. Antes se helaban las balsas y se recogía el hielo, se guardaba para verano. Antes las chimeneas humeaban el fuego que respiraba las historias y relatos que se contaban a su alrededor. Ya no se cuentan, ya no se sienten.

El abuelo alimenta el fuego, añade troncos que pronto comienzan a prender, atiza el fuelle y brincan las purnas, hay quien pide un deseo en esa noche estrellada, de estrellas fugaces. – ¡Ojalá siempre todo hubiese sido igual! -. Yaya da vueltas al puchero que condimenta con romero y tremoncillo, canturreando una de sus muchas melodías que aún me acompañan las solitarias tardes noches de invierno. Su dulce voz y bravas jotas. La silla coja, aún siento el balanceo, el traqueteo, y el olor a humo, patatas asadas, tostadas con ajo, los abuelos en la cadiera calentándose los pies y manos. Las manos de yaya cogiendo las mías, el gélido aire llamando a la ventana, silbando, y la luz parpadeante del mismo fuego que va consumiendo un tiempo ya agotado.  

El guirlache, el vino rancio del abuelo y yaya con su toquilla y sus patucos de lana, la boina y el viejo bastón de abedul del yayo, con su risueña sonriseta callada, sus gestos y sus manos tan duras que tanto extraño, como sus ojos brillantes que no paraban de mirarme, llenos de complicidad. Se me arremolinan los recuerdos, me hacen un nudo en la garganta y estómago, mientras me seco una lagrimilla que se me escapa, con tu pañuelo blanco de tela con el que me limpiabas mis inocentes legañitas – ¡tanto os echo de menos! -.

Las tostadas con aceite, miel o vino y azúcar, tus arrugas yaya, tus raíces abuelo. Las rosquillas con sabor a anís, el moscatel, las torrijas y los crespillos. El tocino con un piazico de pan. Tus caricias, tus abrazos tan profundos, esos besos que acababan en pedorretas en la tripa, las cosquilletas interminables, las risas y carcajadas, el trote sobre tus rodillas, volverme a fundir en tus abrazos y tremendos achuchones, sentir un amor infinito e inquebrantable, llevarme a encolicas a la cama o con mis brazos recogidos sobre tus hombros, acostarme, un beso en la mejilla, ese – ¡dulces sueños!  y un te quiero-, – ¡Buenas noches mi amor! -. 

Vuelven aquellas historias que creía de siempre y ya solo son del pasado, de aquel bandolero Cucaracha cabalgando por la sierra, los trabajos en el campo, la siembra y la cosecha, la vieja aldea en el monte donde nacisteis un verano que la tierra ardía y la sed ahogaba… vuelve la tierna mirada de yaya y sus caricias. Vuelven las lágrimas a brotar, a escaparse entre una mirada perdida y un rostro feliz ante una chimenea apagada que hace años no se vuelve a encender. Ya no quedan ni las cenizas de un tiempo remoto del que ni siquiera me despedí.  Solo el frio atusa mi cabello, como solía hacer yaya, y un escalofrió recorre mi cuerpo. Solo el aire susurra como yayo, con sus historietas de siempre, aquellas que aún guarda la vieja casa, con sus ecos perdidos que parecen querer volver a resonar entre sus habitaciones de ausencias. Fríos muros, donde un viejo soplo de aire perdido sigue recorriendo la vacía casa donde hace tiempo no regreso.

La noche está despejada, las estrellas abarrotan el cielo, ya no pido deseos, solo sonrío, una felicidad me sobre encoje al igual que la nostalgia. Creo que sin quererlo encendí de nuevo el viejo hogar, calenté la noche de invierno y fría navidad, con las velas de cera consumiéndose en cada rincón de la casa, los candiles de aceite y esa silla coja en la que me sentaba y me balanceaba a trompicones. Mientras, fuera nevaba y parecía que todo se teñía de blanco.

Hay ausencias que ocupan mucho espacio, demasiado, pero siempre regreso, aunque sea por un momento, siempre regreso.

A mi yaya. A mi amor infinito.