Corría el año 1958 cuando sucedió esta pequeña historia que en cierta forma tiene algunas concomitancias con la del abuguero relatado en la revista anterior, pero esta vez con membrillos. Esos frutos del otoño ásperos y hermosos en su sazón, pero bastante denostados como alimento.
Era una mañana de un día cualquiera de clase y en el vetusto caserón de las Escuelas Nacionales se vivía una jornada tranquila.
Había sonado el timbre que marcaba la hora del descanso matinal para que alumnos y alumnas salieran cada uno a su correspondiente patio. En aquellos tiempos los recreos eran independientes para que no hubiese “problemas” de confraternización.
Pues sucedió que en ese día varias niñas, seis para ser exactos, tuvieron la peregrina idea de hacerle una visita al magnífico membrillero sito en la torre de Mirallas, árbol que tentadoramente asomaba sus amarillos frutos a pocos metros de las escuelas.
Total estaba muy cerca y no tardarían nada, seguramente pasaría inadvertida su falta en ese intervalo de tiempo. El meollo del plan era coger alguno de esos frutos y comérselo de vuelta en el recreo.
No era raro en aquella época que el alumnado llevara en su cartera algún que otro membrillo para compartirlo a mordisco limpio con las amistades a la hora del asueto.
Llegado a este momento, me veo obligado a hacer un inciso para recordar a las humildes garroferas que alguien plantó en los citados recreos y también en el Camino de las Torres. Sus vainas alargadas de color marrón oscuro igual servían de alimento para el ganado, que de dulzona chuchería para la infancia de aquellos tiempo difíciles.
Volviendo al tema… Estando las muchachas en el punto álgido del “arriesgado” plan apareció Dolores, la dueña de la torre, y viendo lo que estaba sucediendo comenzó a dar grandes voces contra las atrevidas aventureras que, atemorizadas, pusieron pies en polvorosa en dirección a su lugar de origen. Pero hete aquí que la tal señora debía ser muy tenaz pues no dándose por satisfecha con la desbandada de las niñas fue tras ellas con escaso ánimo pacificador. Ya en las nacionales y ante aquellas voces poco convencionales salieron de sus clases para ver lo que ocurría las maestras doña Pilar Dueso, doña Emilia Arán, doña Mª Pilar Pinilla y una maestra de Lérida que también se llamaba Pilar, a enterarse de a qué venía tamaño bullicio.
Cuando por fin se instauró la calma, las docentes inquirieron a la enfadada señora el por qué de tanta escandalera. Hubo las consiguientes acusaciones y en un momento se organizó un juicio a tres bandas. Pueden imaginarse ustedes la escena: por un lado la enfadada mujer haciendo de fiscal, por otro las cuatro maestras ejerciendo de juezas y en el lado de los culpables las “desgraciadas” alumnas esperando sentencia.
Oídos los alegatos de la parte afectada se dictaminó la culpabilidad de las muchachas y se oyeron seis pedagógicas bofetadas, se hizo el silencio y se terminó la diatriba. Y dicen las leyendas populares que a tres de ellas las enviaron al acabar el curso a Huesca para “reciclarse” en unos Ejercicios Espirituales de una semana de duración.
El resto de la clase también recibió la correspondiente reprimenda para que a ninguna se le ocurriera imitar a aquella media docena de “rebeldes” muchachas.
Eran tiempos donde las niñas estaban en la escuela hasta cuarto grado y los niños hasta sexto. Las diferencias también se extendían a las asignaturas, puesto que ellos tenían clases diríamos… normales, tanto por la mañana como por la tarde hasta las cinco y ellas dedicaban las tardes, hasta las seis, a sus labores: aprendían corte y confección de ropita de bebe, tipos de punto, ojales, tu y yos, peinadores, etc
Fueron tiempos de leche en polvo de sabor indescriptible, de mantequilla y queso amarillo en lata de aquellos americanos que ya habían hecho las paces con el gobierno de Franco.
.
RECUERDO INFANTIL
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
«mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón».
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Machado
M.A.C.P
– Enlaces relacionaus:
- El Portillo tabicado o la verdad al descubierto.
- El Tocino en el río.
- Judías viudas.
- Las manzanetas de san Juan y San Pedro.
- Melchor el Pinoso.
- Noche de terror.
Pingback: JUDÍAS VIUDAS | os monegros
Pingback: EL TOCINO EN EL RÍO | os monegros
Pingback: MELCHOR EL PINOSO | os monegros
Pingback: EL PORTILLO TABICADO O LA VERDAD AL DESCUBIERTO | os monegros
Pingback: LAS MANZANETAS DE SAN JUAN Y SAN PEDRO | os monegros