EL PORTILLO TABICADO O LA VERDAD AL DESCUBIERTO

   Hasta que desapareció la mili en el año 1999, algunas de las quintas sariñenenses habían conseguido dejar su huella en la pequeña historia local. Los mozos llegaban a realizar todo tipo de actividades permitidas o no, a sabiendas de que la sociedad miraría hacia otro lado, consintiendo tácitamente las simpáticas extralimitaciones de aquellos jóvenes que  estaban en puertas de comenzar una nueva etapa de su vida. Una vieja costumbre les avalaba y cada nueva generación cumplía fielmente con el papel establecido por la tradición popular.

  La descabellada idea no se sabe muy bien de quien partió, pero la tarde anterior a la noche de autos, Jesús C., que a la sazón trabajaba de albañil para Salvador Grustán, le pidió  a éste que si le podía proveer de un carretillo, dos calderetas, cincuenta ladrillos huecos y dos sacos de yeso. Grustán extrañado le preguntó que para qué quería todo aquel material y  Jesús le contestó enigmáticamente que al día siguiente se enteraría. Así que J.C  preparó el material en el garaje que éste tenía en la Ronda San Francisco y…

   Aquella noche, una cualquiera del mes de febrero del año 1970, los futuros 26 quintos  se fueron a cenar al restaurante Ilsa (Anoro). Allí, entre bromas, jotas y chistes, pasaron varias horas en franca camaradería. Al terminar, y como la noche era joven,  decidieron recalar en el  bar Romea para proseguir  la “marcha”.  Ese fue el momento en que desaparecieron misteriosamente varios de aquellos “fichajes” para llevar a cabo un hilarante  plan que daría que hablar durante muchos años.

   Entre los ocho trasladaron el material de construcción al lugar de los hechos (calle Obispo Zacarías Martínez) y seguidamente se repartieron sus cometidos como si de una película de cine negro se tratara, así que:  Jesús Correas levantaría el tabique, Miguel Millera traería el agua necesaria desde el abrevadero de las escuelas para amasar el yeso, Martín Bergua, Paco Huerva, Vicente Tierz.,  Eleuterio Grau.,  José Mª  Oliván y Antonio Conte vigilarían por las distintas calles por si aparecía “el enemigo”. El enemigo no era otro que la pareja de la Guardia Civil o el sereno, ya que ambas fuerzas del orden  podían dar al traste con la consecución del bien urdido plan y por si fuera poco llevarlos a dormir al cuartel de la avenida de Huesca.

  En menos de veinte minutos y con gran maestría,  J. Correas levantó una pared de metro y medio de alto que unido al actualmente desaparecido bordillo daría una altura total aproximada de 1,80 m. Constatar que la obra se realizó desde el amparo que daba la oscuridad del callejón de la abadía y sin problemas logísticos inoportunos.

  Terminada la faena, y cuando iban a reunirse con el resto de quintos, se percataron de la presencia de un carro que su dueño había tenido la inoportuna idea de aparcarlo en la puerta de su casa, sita en esa misma calle.  Lo cogieron entre los ocho y lo llevaron en volandas hacia la plaza Rebolería; llegados allí giraron con pericia hacia la derecha y subieron raudos por el Muro en dirección a la plaza Villanueva, pero… ocurrió que, llegados al cruce que está próximo a las escaleras del Carmen, se toparon en la misma curva con la pareja de la benemérita. Ambos guardias al ver aquella situación tan surrealista se debieron de quedar atónitos  y sin reacción. Nuestros porteadores pusieron cara de póker y como si fuese lo más normal del mundo siguieron empujando el artefacto hasta la plaza,  hoy llamada Estatuto de Aragón. Allí, percatándose de la peliaguda situación vivida, abandonaron el testigo de cargo y bajaron a toda prisa por la calle del Horno a buscar asilo en el bar Romea donde les esperaba el resto de la tropa. Al poco rato llegó al café la benemérita junto con el sereno José Gómez; miraron con aire inquisidor a todos los clientes y preguntaron, sin mucha convicción,  si sabían algo de un carro abandonado. Las respuestas debieron ser lo suficientemente convincentes porque el asunto no pasó a  mayores. Cabe la posibilidad, también, de que el trío, conocedor de qué iba el tema, no quisiera estropear la noche a los futuros defensores  de la Patria.

   Dado que ya no había establecimientos hosteleros abiertos y como quedaba mucho tiempo hasta las ocho de la mañana, unos decidieron irse a dormir y otros se acercaron a la vieja bodega del padre de V. Tierz a beberse unos cocos del buen vino que éste tenía.

   Al día siguiente, domingo, y como si nada hubiese ocurrido, toda la banda se acercó al Ayuntamiento para llevar a cabo las formalidades propias para las que habían sido citados, a saber: toma de filiación, medida de  altura y pecho, pesaje y un reconocimiento físico superficial. Todos estos asuntos los llevaron a cabo con su natural carácter, Domingo Pardo Lacruz, Crisanto Mazuque y D. Pedro Cascales,  que terminaron declarando a los mozos, útiles para el servicio militar.

  Al mismo tiempo que se llevaba a cabo toda esta burocracia, salió de la abadía D. Vicente Fuertes Oliván, arcipreste de la parroquia que, viendo el dislate ocurrido se llevó un buen sobresalto.   El párroco, al ver anulada totalmente la ya exigua comunicación que tenía con su iglesia, no tuvo más remedio que dar un rodeo para llegar al Salvador donde debía preparar la celebración dominical. Avisado del asunto el responsable municipal, por aquel entonces D. Félix Regaño, dio orden a Antonio Lana para que demoliera el tabique y devolviera al portillo su habitual fisonomía.

 Y esta es la  crónica de un pequeño tabique que aunque tuviese una corta vida, su eco ha llegado hasta nuestros días y se ha convertido en un emblema de la quinta del 70 que siempre marcará las distancias con otros reemplazos.

   Esta historia ocurrida en el último tercio del siglo pasado es verídica y me ha sido contada por los propios protagonistas, aunque alguno de ellos no fuese, en principio, proclive a hacerlo.

  Con la desaparición  del servicio militar en 1999, se perdió una de las tradiciones más arraigadas en las zonas rurales de toda España. Ahora, como rescoldo de aquellas viejas costumbres, aún queda la buena práctica de reunirse cada cierto tiempo a comer y renovar lazos de amistad que seguirán perdurando durante toda la vida.

   Y como curiosidad histórica, recordar que el nombre de quintos viene de una Ordenanza del rey Carlos III por la que se imponía el servicio militar obligatorio  para la quinta parte de los mozos de todas las poblaciones españolas. Esta leva habría de hacerse por sorteo.

M.A.C.P.

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Zancarriana w

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6 comentarios en “EL PORTILLO TABICADO O LA VERDAD AL DESCUBIERTO

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