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Los inicios de la colonización en Los Monegros


         En 1170 el  rey Alfonso II de Aragón concedió a la villa de Sariñena un privilegio de población para colonizar el término municipal. Así, en 1683, una concordia entre la villa de Sariñena y sus aldeas, facilitaba el aprovechamiento de la dehesa colonizada. Pero, atendiendo a uno de los capítulos de la concordia «siempre que se reúnan de cinco vecinos arriba o cinco por lo menos en cada Monte, se les haya de restituir su boalar», José Narciso Comenge entendió que dicha concesión no se cumplía y presentó su propio proyecto para repoblar el monte de Moscallón y cinco aldeas despobladas de la Villa de Sariñena. Fueron los inicios de la colonización de Los Monegros que acabó con la construcción, entre los años 1950 y 1970, durante el régimen dictatorial franquista, de diez nuevos pueblos monegrinos: Sodeto, Cantalobos, La Cartuja de Monegros, San Juan del Flumen, San Lorenzo del Flumen, Curbe, Frula, Montesusín, Valfonda de Santa Ana y Orillena. En este artículo nos adentramos en los inicios de la colonización de Los Monegros, un fascinante episodio de nuestra historia. 

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         “El 18 de noviembre de 1788, Narciso Comenge propuso repoblar el Monte de Moscallón y cinco despoblados donde en el pasado habían existido las aldeas denominadas Moncalvo, La Sardera, Salaver, Celadisa y Miranda que, en fecha indeterminada, habían sido abandonadas y de las que quedaban únicamente algunas ruinas. De los cinco despoblados, el de mayor extensión era el de Moncalvo, con una pequeña parte de sus Tierras propiedad de la Cartuja de las Fuentes, seguido por el de Miranda, La Sardera y Salavert, siendo el de Celadisa el más reducido y el único con tierras de mediana calidad, ya que gran parte de la superficie sólo era apta para pastos de ganado lanar y caprino.”

Enrique Giménez López

         José Narciso Comenge Gascón fue un rico terrateniente de Lalueza que residió en Madrid donde ejerció funciones de Tesorero de los Príncipes e Infantes durante la época de Carlos III. La familia de los Comenges fueron los principales benefactores en la construcción del monasterio de la Cartuja de las Fuentes (Los hermanos Comenge, benefactores de la Cartuja. por Alberto Lasheras).

            De primeras, la aparición documental del poblado de Moncalvo resulta de gran relevancia e importancia, debido a que nos encontrábamos ante un poblado olvidado, sin historia y sin ninguna referencia documental. El poblado de Moncalvo aparece junto a las aldeas Salaver, Miranda, La Cenadilla y La Sandena, pertenecientes a la villa de Sariñena, en un expediente de la casa Ducal de Híjar-Aranda, fechado el 30 de enero de 1799. Aquel desconocido y a la vez fascinante episodio de colonizaciones nos lleva inevitablemente a conocer el estudio de Enrique Giménez López de la Universidad de Alicante y su obra “Fuero Alfonsino y Fuero de población de Sierra Morena en los proyectos de colonización de la Corona de Aragón en la segunda mitad del siglo XVIII”, del que obtenemos la gran parte de información que comprende el presente artículo.

         Narciso Comenge decidió reclamar los terrenos concedidos por el rey Alfonso de Aragón para su colonización, un territorio muy extenso que abarcaba casi la totalidad de la comarca de Los Monegros, afectando a varios municipios de la comarca. Apoyado por el corregidor de Barbastro, Vicente Samper, a quien unía lazos familiares con Narciso Comenge, elaboró en 1790 un informe que hizo suyo el Intendencia de Aragón: «la Dehesa que se intenta repoblar tiene la proporción de lefias, pastos, aguas y demás correspondiente para ello, y finalmente que la repoblación es muy útil e importante al Reino, a la Real Hacienda, y a la causa pública».

         En junio de 1790, el Consejo de Castilla concedió la gracia a Narciso Comenge para la ejecución de su proyecto. “El proyecto de Narciso Comenge era de crear una nueva población en los Monegros, en las inmediaciones de Sariñena, distribuyendo a cada colono una parcela de tierra de 53 fanegas, de las que 50 estarían dedicadas a cereal, y las tres restantes estarían regadas para cultivar hortalizas, legumbres y alfalfa. Al igual que los colonos de Sierra Morena, los nuevos pobladores de Monte de Moscallón, lugar de ubicación del poblamiento, estarían exentos durante una década del pago de impuestos reales. Para su trabajo y subsistencia, cada poblador recibiría dos bueyes y utensilios de labranza, ocho gallinas, un gallo y una cerda, y se le asignarían 30 árboles de la margen del río para que pudiera utilizar la leña de la poda.” Pero para Enrique Giménez López estas disposiciones eran pura apariencia y Comenge tenía un objetivo puramente especulativo lejos del espíritu inspirador del Fuero Poblacional de Sierra Morena.

         Afortunadamente, el 24 de agosto de 1790, el Consejo de Castilla dictaminó que debía de dar audiencia a la villa de Sariñena, abriendo las puertas a la vía contenciosa, dando voz a los afectados y poniendo en peligro la viabilidad del proyecto. De hecho, el Consejo propuso modificar determinados capítulos de la propuesta, poniendo al descubierto los fines especulativos que perseguía José Narciso Comenge.

         “Pero a diferencia de otras iniciativas pobladoras, todo lo referido lo recibían los colonos no como donación, sino como préstamo. El importe de la casa, animales, aperos, grano y legumbres debían ser restituidos a partir del quinto año con un interés del 3 %, canon que dejarían de abonar caso de devolver el capital. El cáñamo, lino o lana debía ser abonado por el colono al contado para podérsele ser entregado. Los gastos de la administración de justicia, mantenimiento del edificio del ayuntamiento y cárcel, así como pago del médico y cirujano, debían correr a cargo de los colonos. Para ello Comenge les dotaba de 40 fanegas de propios, a la que añadía la pintoresca obligación de que «se cultivarán como carga concejil en los días festivos por la tarde con el debido permiso del párroco», otras 40 fanegas con las que dotar un establecimiento piadoso, además de una dehesa «en cantidad suficiente», pero indeterminada, para pasto de los 60 bueyes y 30 cerdas que constituían el grueso del ganado mayor en el origen del establecimiento. Además de la consabida obligación del colono a cultivar adecuadamente la tierra que le hubiera correspondido, con la posibilidad de perderla en el caso de abandono o cultivo descuidado, los capítulos de población se referían con minuciosidad a las limitaciones que el colono tenía sobre el dominio útil de la tierra asignada, con el fin de evitar la división de la parcela. La herencia siempre recaería en el primogénito o en el pariente que le correspondiera por línea directa. En el caso de carecer de hijos o parientes directos, el dominio útil podría traspasarse a otro familiar siempre que se avecindara en el pueblo, previo pago del vigésimo de su valor. En el caso de querer enajenarlo, le estaba permitido -a excepción de que fuera a manos muertas-, siempre que abonara la décima parte de ese mismo valor.”

Enrique Giménez López

         Pronto se ejerció una fuerte oposición al proyecto colonizador de Comenge: el cabildo eclesiástico de Sariñena, el convento de Nuestra Señora del Carmen de monjas carmelitas, los monasterios de la Cartuja de las Fuentes y de Nuestra Señora de Sijena y de las villas de Sariñena, Lanaja y de Castejón de Monegros, y de los lugares de Sena, Villanueva de Sijena, Tormillo, Castelflorite, Peralta de Alcolea y Cabdesaso, además de la duquesa viuda de Villahermosa, Martín del Castillo, titular del señorío de Villanas, el conde de Aranda y el obispo de Huesca muestran su firme oposición.

Lanaja, cuya única riqueza eran las más de 46.000 cabezas de ganado que poseían,por ser el terreno «seco, árido, áspero y en parte peñascoso», también recurrió el proyecto colonizador.

         En marzo de 1791 se interpuso un recurso al Consejo, que dio paso a la Audiencia de Aragón. El uso y aprovechamientos de aquellas tierras era vital para la supervivencia de aquellas gentes, que veían amenazados sus intereses y que duramente lo trasladaron en numerosos escritos y recursos, en esta línea resulta relevante el escrito de las poblaciones de Sena y Villanueva de Sijena que así se manifestaban:  «…que todo el aumento que se presentaba de población en el proyecto era de 30 miserables y un pueblo de 30 albergues para otros tantos infelices que serían el espectáculo de la miseria sin necesitarse de otra prueba que las condiciones con que habían de ser admitidos, insoportables por ellas mismas en un hombre libre».

         La fuerte oposición produjo que el Consejo, el 25 de junio de 1798, aconsejase suspender el proyecto colonizador «su ejecución acarrearía graves perjuicios al Estado y a terceros; que de ella se seguiría necesariamente la despoblación de Sariñena, y la ruina de tantos vasallos libres como en el día enriquecen su Real Erario, y que éstos son acreedores a que el Corregidor de Barbastro le satisfagan las costas que les han causado». La suspensión del expediente se trasladó a la Sala Segunda de Gobierno poniendo fin al proyecto especulativo de José Narciso Comenge.

         “La extrema escasez de agua en los Monegros, el coste desmesurado para poder canalizar agua hasta las tierras desde unos ríos de escaso caudal y sujetos a fuerte estiaje, y la reducida calidad de la tierra, hacían inviable la posibilidad de subsistencia de la nueva población: Qué aliciente pueden tener los 30 colonos para transferirse con sus familias y pertenecer en él sin más auxilios que los de una agricultura limitada y unos frutos inciertos dependientes de la casualidad de las lluvias».

Enrique Giménez López

         Los Monegros, tierra árida y dura, continúa luchando contra la despoblación, sobreviviendo en la historia junto a sus nuevos pueblos de colonización. La familiaridad y la convivencia, la unión y la conciencia de territorio son las grandes virtudes y valores de esta tierra y su gente. Seguro que la historia hubiese sido distinta si aquellos pueblos hubiesen vuelto a nacer, aquellos pueblos que volvemos a nombrar Moncalvo, La Sardera, Salaver, Celadisa y Miranda. Con la sensación que quedan muchos por nombrar y ante todo nunca olvidar.

Leer+: La leyenda de Moncalvo. 

  • Documentación:

“Fuero Alfonsino y Fuero de población de Sierra Morena en los proyectos de colonización de la Corona de Aragón en la segunda mitad del siglo XVIII” por Enrique Giménez López de la Universidad de Alicante y publicado por la Revista de Historia Moderna, Anales de la Universidad de Alicante.

María Jesús Peña Pellicer


Con la construcción de nuevos pueblos en Los Monegros llegaron familias de diferentes lugares de España. Aunque principalmente los nuevos pueblos de colonización acogieron a familias aragonesas, en La Cartuja de Monegros  podemos encontrar vecinos de todas las comunidades de España. Un crisol de culturas ejemplo de convivencia en uno de los pueblos más jóvenes de España. Comenzar una nueva vida en un pueblo nuevo no fue fácil y la historia de María Jesús es una de las muchas historias que se escribieron con la formación de los nuevos pueblos de colonización.

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María Jesús Peña Pellicer

            María Jesús Peña Pellicer nació en Litago en mayo de 1923, pueblo de la comarca aragonesa de Tarazona y el Moncayo. De casa Puparra, su familia trabajó tierras de huerta y llevó un pequeño ganado ovino de unas cien cabezas, además de tener en casa caballería. Fueron cinco hermanos y Jesusa, como cariñosamente la llaman, fue a la escuela hasta los catorce años: “había un maestro para los chicos y una maestra para las chicas”. Cuando dejó la escuela hacía faenas propias de la huerta: ir a entrecavar, regar, sembrar, segar, trillar… «Allí no se pasó hambre, pero hubo que trabajar muchísimo, menos labrar me ha tocado hacer de todo”. Cuando acababan la siega iban al monte a coger chordones (frambuesas) que luego vendían en Tarazona.

            Vivió la Guerra de España en Litago, durante la cual murió su padre en 1937. Todos los hombres tuvieron que partir al frente y un hermano de Jesusa fue llamado a filas. Las mujeres, que se habían quedado solas, tuvieron que tirar para adelante con todas las faenas. Al terminar la guerra se racionalizaron mucho los alimentos y, para no pasar hambre, tenían que ir a escondidas a moler el trigo para hacer pan.

            María Jesús se casó con Sabino Macaya Miguel y los primeros años vivieron en Litago, donde tuvieron cuatro hijos. Sabino luchó en la Guerra de España y luego realizó el servicio militar durante tres años en África. En Litago construyeron una casa aprovechando un terreno que Jesusa había heredado de su madre. Sabino trabajó en la huerta y en la plantación de pinos, en el actual parque natural del Moncayo.

            Jesusa llegó a Sodeto sobre 1963, a los cuarenta años de edad. Tras el anuncio de la creación de pueblos de colonización, muchas familias presentaron solicitudes para ir a habitarlos. Muchas familias de Litago presentaron solicitudes para San Jorge, pero a ellos la suerte se decantó por el monegrino pueblo de Sodeto.

            Su marido y una hija se adelantaron un año antes para sembrar el campo y cuidarlo hasta su cosecha. Así que cuando Jesusa llegó a Sodeto ya había gente viviendo, llevaban más de un año en el pueblo. Había luz pero en las casas aún no había agua, llegó un poco más tarde y mientras tenían que ir a buscarla a la fuente de la plaza. El plan inicial para construir Sodeto era curioso, construir una casa en cada lote, pero al final no se llegó a realizar, aunque podemos encontrar algunas casas salpicadas por los campos de Sodeto. Primero construyeron las casas y luego los corrales, Jesusa recuerda dar de comer en casa a albañiles de Lanaja. A cada familia le correspondía casa, lote de ocho hectáreas, dos vacas y un remolque. Las vacas estaban preñadas y cuando parían, si eran hembras, las debían de cuidar para entregar a otras familias, de Litago se trajeron un caballo.

            A Jesusa en Sodeto la conocían como la «Litaguera», el pueblo era una gran familia y allí tuvo a su quinto hijo. Pero a pesar de encontrar un buen ambiente y mantener una excelente relación con los vecinos, les tocó una tierra muy mala que no filtraba, de buro (barro). Sembraron una faja de patatas que acabó encharcándose y al final se pudrieron. También pusieron remolacha y alface (alfalfa), pero esa tierra sólo valía para el arroz. Tras cinco años en Sodeto les dieron la posibilidad de ir a vivir a otro pueblo. Así que familias que habían recibido lotes malos fueron a los nuevos pueblos de colonización de la Cartuja de Monegros (2 familias) y San Juan del Flumen (3 familias), alguna familia decidió quedarse en Sodeto.

            «En los pueblos de nueva construcción existía la figura del mayoral, un guarda del IRYDA (Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario).  El mayoral recibía a las nuevas familias, les enseñaba el lote y vigilaba el buen funcionamiento del pueblo. En Sodeto, el mayoral tenía la parada, donde llevaban las vacas y las tozinas para inseminarlas con los sementales.»

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Jesusa en su casa de la Cartuja de Monegros.

            La familia de Jesusa marchó al pueblo de la Cartuja de Monegros en 1968, con casa y lote de doce hectáreas. Los lotes se regaban por fajas, al principio con acequias de tierra y después de hormigón. Llevaron ocho vacas de leche y además les concedieron tener la parada, que siempre era una buena fuente de ingresos. En Cartuja de Monegros no había parada y los vecinos tenían que ir a Lanaja. Tener la parada fue una gran noticia que ya les comunicó el mayoral de Sodeto, antes de marchar a la Cartuja de Monegros.

            En la Cartuja de Monegros ya había agua y luz cuando llegaron, el pueblo se fundó en 1968. Se creó escuela, tienda, consultorio médico y una vecina hacía de guardería para los más pequeños del pueblo. En el pueblo vivía un cura que hacía misa a las Bastaresas en el monasterio del la Cartuja de las Fuentes

            En casa instalaron un molino, Jesusa tenía que atender a los vecinos que acudían a moler maíz o trigo y además tenía que sacar el toro cada vez que lo reclamaban como semental. A partir de los años ochenta comenzaron a pagar mal la leche y la gente se quitó las vacas. En todas las casas había vacas lecheras, una media de treinta vacas. Ordeñaban a mano y a las siete de la mañana recogían la leche de la tarde anterior y la que ordeñaban aquella misma mañana, se levantaba a las cinco de la mañana. Con el tiempo, en las casas instalaron ordeñadoras. Y también había que atender la casa, no se paraba nunca de trabajar.

            Jesusa guarda muy buenos recuerdos de Sodeto y una gran añoranza de su Litago natal a las faldas del Moncayo. Pero con el paso del tiempo, los nuevos pueblos y sus gentes han sabido construir un hogar que legan a las generaciones futuras, un esfuerzo que aún continúa tratando de mantener vivos nuestros pueblos monegrinos.

   Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Rafael Macaya Peña.