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Pilar Redrado Pérez


Son generaciones sin infancia, de esfuerzo y  trabajo,  en casa y en el campo. Sin tiempo para la escuela, ni juegos, fueron educadas en la responsabilidad y en el trabajo, en la necesidad y en la supervivencia. Vidas de un tiempo pretérito de una sociedad rural en constante transformación, donde  la mujer se tuvo que abrir camino y afrontar un presente difícil y complicado. Verdaderas heroínas, verdaderos referentes que deberíamos de distinguir y revalorizar.

Pilar Redado Pérez

Pilar Redrado Pérez

            Pilar nació en Vera del Moncayo en 1941 y fue bautizada en el monasterio de Veruela. Su padre trabajó de pastor para un hacendado del lugar y su madre se dedicó a las múltiples tareas del hogar y la huerta. (Fueron tres hermanos, dos chicas y un chico que ya falleció).

            A los tres años  fueron a vivir a Borja, el dueño se vendió el ganado y tuvieron que mudarse. Estuvieron en Borja hasta los diez años cuando de nuevo se trasladaron a Boquiñeni. Pilar no fue mucho a la escuela, pronto  tuvo que abandonarla para contribuir en el trabajo de la casa. A los trece comenzó a trabajar a jornal en el campo, iba a la huerta a esclarecer la remolacha, las tomateras, a recoger cebollas y tomates, arreglar las cajas de tomates… A Pilar no le gusto tener que ir a servir a casas ricas “te mandaba hasta el gato”, pues en el campo, en el momento que cumples con tu trabajo, “ya te puedes ir pa casa”.  Pilar con tan sólo diez u once años trabajó sirviendo en una casa, cuidando a los tres hijos; trabajaba las veinticuatro horas del día y le daban alojamiento y comida por un escasísimo jornal.

            En Boquiñeni había mucho trabajo en el cultivo de hortalizas y mucha necesidad de salir para adelante, por ello se veían obligadas a dejar pronto los estudios y a contribuir al sustento familiar. No tenían tierras en propiedad: “La mitad de la cosecha era para la casa rica, se trabajaba mucho pero el trabajo, al final, no era para ellos”.

“Lo peor era cuando se pedían dineros a las casas ricas, si alguien no podía pagar sus deudas, por una mala cosecha, las tierras se las quedaban las casas ricas y así iban aumentando su patrimonio”.

            Pilar se casó con Santiago Sanz en la basílica del Pilar de Zaragoza, “con uno de Boquiñeni”. Santiago tenía vacas y tierras arrendadas en las que cultivaban tomates, pimientos, cebollas, alparce para las caballerías… A Pilar le tocaba de todo, tanto en la casa como en el campo. El agua la iba a buscar con cantaros a la acequia o al pozo, a las vacas les llevaban el agua con pozales. Tuvieron dos hijos: Santiago y Rocío, ambos nacieron en Boquiñeni.

            En 1972 llegaron a San Juan del Flumen, allí les correspondió un lote de 20 hectáreas y además una vaca, una mula y un remolque, pero como ya lo traían de Boquiñeni no lo aceptaron.

            A Santiago siempre se le conoció como “El de Boquiñeni”. El lote se lo dieron sin nivelar, así que tuvo que trabajar duramente para poder regarlo. Al principio sembró panizo, pero cuando por fin lo nivelaron perdieron un año de cosecha. Entonces las acequias eran de tierra, hasta que años mas tarde colocaron las canaletas, pretensados Alcanadre. Luego ya plantaron pimientos, tomates, cebollas y remolacha, que llevaban con remolques a venderlo a Monzón y Luceni.

            San Juan del Flumen fue fundado en 1969 y en el 2019 celebrarán su 50 aniversario. Cuando Pilar llegó a San Juan, con toda su familia, no conocía a nadie, pero “pronto me llevaba bien con todo el mundo”. Ya había gente viviendo, había luz y agua. Tenían seis vacas de leche que vendían, las ordeñaban a las seis de la mañana y a las siete de la tarde. Había una zona de huerta y cada lote tenía su huerto, de unos 2000 metros cuadrados. “Impresionaba llegar y no conocer nada ni a nadie”, la casa tenía agua corriente y tuvieron suerte que la casa fuese de solamente planta baja. Las calles eran de tierra y como había habido mucho movimientos de tierras había mucha liebre y conejo. Santiago acudió al sorteo y al poco llegaron desde Boquiñeni con un camión, portando una vaca, dos tocinos y los enseres, fue un 2 de abril de 1972.

            Por la década de los ochenta se pusieron en San Juan del Flumen muchos lotes de pimientos. Hizo falta mucha mano de obra, principalmente de mujeres, que fueron pilares fundamentales para llevar a cabo las distintas labores agrícolas: plantar, escardar, recolectar… De media se ponía una hectárea y media o dos hectáreas de pimientos por familia. En San Juan del Flumen se creó la cooperativa “La hortícola”, dedicada a las hortalizas.

            Hacían la matacía y Pilar iba a otras casas a ayudar con otras matacías y hacer el mondongo. Pilar nunca paraba de trabajar, movía los sacos de tercerilla, sacos de 50 kilos para las vacas que mezclaba con panizo. Compraban leña de Barbastro para alimentar una pequeña estufa que calentaba la casa.  Pilar ha trabajado mucho “¡como una mula!!”, lavaba la ropa después de cenar y la tendía para que estuviese lista para el día siguiente. Hasta para las fiestas se encargaba de hacer la comida para las orquestas.

            Los abonos y las semillas las compraban en Sariñena, a Segarra. También compraron un tractor que pagaron en mano, a tocateja. Entonces se pedían muchos créditos y se pagaba mucho. Aquel año les apedregó (granizo), de tres a cuatro hectáreas de pimientos, fue por 1982. Al principio ponían pimiento de bola que vendían en el mercado de  Zaragoza, luego llegó el pimiento de piquillo que vendían a Navarra. Se hacía todo, desde la simiente, el plantero, plantación, riego, quitar la hierba, abonar, recolectar….

            La remolacha la arrancaban y la colocaban en un montón grande, luego la limpiaban (entre Noviembre y diciembre) y las apilaban en los carros. Para soportar el frío calentaban piedras en las hogueras y se las metían calientes en los bolsillos. La remolacha era un cultivo seguro que les aportaba unos ingresos ya que es un fruto subterráneo al que no le afecta las pedregadas.

            “Si no vas al jornal no vivirás”, Pilar y su familia han luchado muchísimo por forjar su destino, por ser libres y depender de su propio trabajo, de sus tierras y sus cultivos. No ha sido fácil, todo lo contrario, pero con el tiempo pasado, una gran sonrisa y un profundo sentimiento de satisfacción describen a Pilar y su familia. Ahora, Pilar vive en Sena, junto a su familia, donde he tenido el gran placer de conocerla y entrevistarla. Todo un ejemplo, toda una mujer luchadora y trabajadora de nuestro querido mundo rural, una imprescindible.

                   Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Rocio Sanz Redrado.

 

María Jesús Peña Pellicer


Con la construcción de nuevos pueblos en Los Monegros llegaron familias de diferentes lugares de España. Aunque principalmente los nuevos pueblos de colonización acogieron a familias aragonesas, en La Cartuja de Monegros  podemos encontrar vecinos de todas las comunidades de España. Un crisol de culturas ejemplo de convivencia en uno de los pueblos más jóvenes de España. Comenzar una nueva vida en un pueblo nuevo no fue fácil y la historia de María Jesús es una de las muchas historias que se escribieron con la formación de los nuevos pueblos de colonización.

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María Jesús Peña Pellicer

            María Jesús Peña Pellicer nació en Litago en mayo de 1923, pueblo de la comarca aragonesa de Tarazona y el Moncayo. De casa Puparra, su familia trabajó tierras de huerta y llevó un pequeño ganado ovino de unas cien cabezas, además de tener en casa caballería. Fueron cinco hermanos y Jesusa, como cariñosamente la llaman, fue a la escuela hasta los catorce años: “había un maestro para los chicos y una maestra para las chicas”. Cuando dejó la escuela hacía faenas propias de la huerta: ir a entrecavar, regar, sembrar, segar, trillar… «Allí no se pasó hambre, pero hubo que trabajar muchísimo, menos labrar me ha tocado hacer de todo”. Cuando acababan la siega iban al monte a coger chordones (frambuesas) que luego vendían en Tarazona.

            Vivió la Guerra de España en Litago, durante la cual murió su padre en 1937. Todos los hombres tuvieron que partir al frente y un hermano de Jesusa fue llamado a filas. Las mujeres, que se habían quedado solas, tuvieron que tirar para adelante con todas las faenas. Al terminar la guerra se racionalizaron mucho los alimentos y, para no pasar hambre, tenían que ir a escondidas a moler el trigo para hacer pan.

            María Jesús se casó con Sabino Macaya Miguel y los primeros años vivieron en Litago, donde tuvieron cuatro hijos. Sabino luchó en la Guerra de España y luego realizó el servicio militar durante tres años en África. En Litago construyeron una casa aprovechando un terreno que Jesusa había heredado de su madre. Sabino trabajó en la huerta y en la plantación de pinos, en el actual parque natural del Moncayo.

            Jesusa llegó a Sodeto sobre 1963, a los cuarenta años de edad. Tras el anuncio de la creación de pueblos de colonización, muchas familias presentaron solicitudes para ir a habitarlos. Muchas familias de Litago presentaron solicitudes para San Jorge, pero a ellos la suerte se decantó por el monegrino pueblo de Sodeto.

            Su marido y una hija se adelantaron un año antes para sembrar el campo y cuidarlo hasta su cosecha. Así que cuando Jesusa llegó a Sodeto ya había gente viviendo, llevaban más de un año en el pueblo. Había luz pero en las casas aún no había agua, llegó un poco más tarde y mientras tenían que ir a buscarla a la fuente de la plaza. El plan inicial para construir Sodeto era curioso, construir una casa en cada lote, pero al final no se llegó a realizar, aunque podemos encontrar algunas casas salpicadas por los campos de Sodeto. Primero construyeron las casas y luego los corrales, Jesusa recuerda dar de comer en casa a albañiles de Lanaja. A cada familia le correspondía casa, lote de ocho hectáreas, dos vacas y un remolque. Las vacas estaban preñadas y cuando parían, si eran hembras, las debían de cuidar para entregar a otras familias, de Litago se trajeron un caballo.

            A Jesusa en Sodeto la conocían como la «Litaguera», el pueblo era una gran familia y allí tuvo a su quinto hijo. Pero a pesar de encontrar un buen ambiente y mantener una excelente relación con los vecinos, les tocó una tierra muy mala que no filtraba, de buro (barro). Sembraron una faja de patatas que acabó encharcándose y al final se pudrieron. También pusieron remolacha y alface (alfalfa), pero esa tierra sólo valía para el arroz. Tras cinco años en Sodeto les dieron la posibilidad de ir a vivir a otro pueblo. Así que familias que habían recibido lotes malos fueron a los nuevos pueblos de colonización de la Cartuja de Monegros (2 familias) y San Juan del Flumen (3 familias), alguna familia decidió quedarse en Sodeto.

            «En los pueblos de nueva construcción existía la figura del mayoral, un guarda del IRYDA (Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario).  El mayoral recibía a las nuevas familias, les enseñaba el lote y vigilaba el buen funcionamiento del pueblo. En Sodeto, el mayoral tenía la parada, donde llevaban las vacas y las tozinas para inseminarlas con los sementales.»

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Jesusa en su casa de la Cartuja de Monegros.

            La familia de Jesusa marchó al pueblo de la Cartuja de Monegros en 1968, con casa y lote de doce hectáreas. Los lotes se regaban por fajas, al principio con acequias de tierra y después de hormigón. Llevaron ocho vacas de leche y además les concedieron tener la parada, que siempre era una buena fuente de ingresos. En Cartuja de Monegros no había parada y los vecinos tenían que ir a Lanaja. Tener la parada fue una gran noticia que ya les comunicó el mayoral de Sodeto, antes de marchar a la Cartuja de Monegros.

            En la Cartuja de Monegros ya había agua y luz cuando llegaron, el pueblo se fundó en 1968. Se creó escuela, tienda, consultorio médico y una vecina hacía de guardería para los más pequeños del pueblo. En el pueblo vivía un cura que hacía misa a las Bastaresas en el monasterio del la Cartuja de las Fuentes

            En casa instalaron un molino, Jesusa tenía que atender a los vecinos que acudían a moler maíz o trigo y además tenía que sacar el toro cada vez que lo reclamaban como semental. A partir de los años ochenta comenzaron a pagar mal la leche y la gente se quitó las vacas. En todas las casas había vacas lecheras, una media de treinta vacas. Ordeñaban a mano y a las siete de la mañana recogían la leche de la tarde anterior y la que ordeñaban aquella misma mañana, se levantaba a las cinco de la mañana. Con el tiempo, en las casas instalaron ordeñadoras. Y también había que atender la casa, no se paraba nunca de trabajar.

            Jesusa guarda muy buenos recuerdos de Sodeto y una gran añoranza de su Litago natal a las faldas del Moncayo. Pero con el paso del tiempo, los nuevos pueblos y sus gentes han sabido construir un hogar que legan a las generaciones futuras, un esfuerzo que aún continúa tratando de mantener vivos nuestros pueblos monegrinos.

   Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Rafael Macaya Peña.