Conversaciones con Manuel Olivan Foj

                    * Manuel Olivan Foj

Episodios de la memoria histórica de Sariñena, 1ª Parte.

Juegos interrumpidos por la guerra

Manuel Olivan Foj nació en Sariñena en el año 1927, ha trabajado como agricultor y ha sido militante del Partido Comunista. Conserva una esplendida memoria, la guerra civil la vivió con 9 años, pero hay episodios que los recuerda como si hubiesen sucedido ayer. Manuel refleja la mirada de una persona integra, honesta y de fuertes convicciones. Narra la historia con absoluto respeto, con sinceridad, con nostalgia de una juventud interrumpida por la guerra, hubo tragedia pero también tuvo su lugar la felicidad. Sirvan estas palabras como reconocimiento al ejemplo de tantas personas, como Manuel, que mantienen en su memoria el dolor que tanto se sufrió por una guerra que después instauró una terrible dictadura que oscureció los aires de libertad que soplaron en su juventud.

La familia de Manuel regentaba un horno de pan en la calle del muro (Ronda San Francisco), cerca de la plaza de la iglesia. Vivió la guerra mientras jugaba en la plaza con sus amigos, recuerda el trasiego de tropas, las fiestas, los bombardeos y varios hechos muy marcados en la historia de Sariñena. Recuerda como se llevaban al cura detenido, Manuel se encontraba jugando en la plaza. Al cura le habían ordenado en varias ocasiones que no debía celebrar misa, pero él contestaba mal, no reconocía la autoridad y a regañadientes cerraba la iglesia. Era un cura joven, al anterior lo querían mucho en el pueblo, Mosén Pedro murió antes de la guerra, era muy mayor. Un día, el joven cura, a la media hora de cerrar la iglesia por orden de ayuntamiento, la volvió a abrir para realizar misa. Cuando entró la comitiva del ayuntamiento le encontraron una pistola escondida, lo apresaron y se lo llevaron; más tarde, lo asesinaron en el cementerio.

En aquellos tiempos enterrar costaba mucho, el enterrador era mayor y las fosas las tenía que picar a mano. El cuerpo del joven cura lo quemaron, fue la solución más fácil. También quemaron los cuerpos de unos treinta falangistas que atraparon y fusilaron en la sierra de Alcubierre. Relatan que los cuerpos al quemarse parecían encogerse y el enterrador asustado vio como algún cadáver se sentaba, infundiendo un miedo desconocido para un hombre muy curtido en el oficio de enterrador.

Tras la guerra, el enterrador permaneció preso cuatro años, el pobre nunca se había significado, simplemente lo encerraron por ser enterrador. Antes de la guerra muchos zagales iban de rabadanes, a veces tan sólo por un trozo de pan al día. Cuando el enterrador contaba con once años acudía como rabadán a una finca de Moncalvo, en el lugar permanecían por periodos de unos quince días; así que tenía que ir al pueblo en busca de provisiones cada cierto tiempo. Una vez volvía con la burreta cargada de pan, patatas, judías, aceite… que el amo del ganau, el siñor Pedro Salavert les había proporcionado. Al pasar por unos corrales escachados cerca de la viña de Portera (a la salida del pueblo dirección Pallaruelo), le salió al paso un gitano -¿ande vas chiquer? ¡trae to p´aca!-, y le arrebató toda la comida. Entonce, el joven enterrador, agarró la vara de pastor (con la que cazaban alguna liebre) y lo pilló por detrás, arreándole un garrotazo que lo dejó muerto. Preocupado retornó al pueblo para contárselo al siñor Pedro, quién además era el alcalde, -¡siñor, siñor, lo he muerto!- . Quedaron en tirarlo al brazal de los Estopañales, nadie lo había visto, así que si lo escondía bien y nadie lo veía, de lo acontecido nadie se enteraría, y así ha sucedido durante años.

Cuando fueron a quemar todo lo de la iglesia ofrecieron la madera para el horno de la familia de Manuel. Su madre se negó rotundamente, aunque la tirasen al río. Para tirar el altar ataron una soga a un santo y una veintena de hombres se pusieron a tirar, el altar era tan fuerte que solamente se rompió el santo. Muchos zagales dejaron sus juegos para ver lo que hacían. Todo se quemó, todas la imágenes y altares de la iglesia.

Cuando se produjo el alzamiento militar, Luis el capitán de la Guardia Civil del puesto de Sariñena telefoneó a su hermano, el teniente coronel de la Guardia Civil de Huesca. El encargado de la telefonía de Sariñena, Mariano López Javierre, espió las conversaciones. Luis le contó a su hermano la situación en Sariñena, mala para los sublevados. Luis recibió la orden de bajar hasta Fraga e ir sublevando los cuarteles hasta Huesca, Luis le trasladó a su hermano que no había incidentes y que no querían exponer sus vidas. Pero era una orden y la tuvo que acatar, así que se montó en un coche junto a otros guardias civiles y se dirigieron hasta Monzón. Ahí les recibieron unos vecinos que montaban guardia, les dejaron pasar y les dijeron que realizaban una patrulla rutinaria. En Binefar también se encontraron a varios vecinos haciendo guardia, pero pronto se percataron que los estaban esperando y viéndose atrapados pensaron en disparar, pero sabían que no tenían escapatoria, además tenían familia y debían velar por ella. Al final dejaron marchar a todos menos al capitán Luis, lo encarcelaron en Barbastro y lo fusilaron al poco tiempo, en el mes de agosto.

 Al mando del cuartel de Sariñena se quedó un Brigada, pronto un comité de personas del ayuntamiento les hizo entregar las armas. El brigada tenía un hijo que marchó de voluntario a la columna de Durruti. Eran una familia numerosa y pidió al ayuntamiento sustento, se quedaba sin nada al dejar el puesto, así que lo contrató el ayuntamiento y se dedicó a supervisar y organizar las guardias que se hacían en el pueblo.

En Lanaja había varios obreros que se encontraban realizando las obras del canal de Los Monegros. Aquellos obreros supusieron para Lanaja una entrada de ideas sindicalistas, compartían conversaciones con las gentes del lugar cuando se tomaba un café o cuando se juntaban para tomar un chaterde vino. A unos dos o tres días de comenzar el alzamiento militar, dos sobrinos falangistas de una casa de Lanaja, subieron desde Zaragoza con dos camiones junto a unos 6 u 8 falangistas. Detuvieron a unos 16 trabajadores y sindicalistas del canal, los subieron a los camiones y comenzaron su regreso a Zaragoza. Los camiones se detuvieron en la plaza del pueblo de Alcubierre, donde antes existía un frontón. Ahí fueron rápidamente fusilados los 16 obreros, pues los falangistas sabían que dos camiones habían partido desde Sariñena para interceptarlos. Los falangistas no tuvieron tiempo de rematar los cuerpos, de dar el tiro de gracia y así, uno de los trabajadores, sobrevivió haciéndose pasar por muerto entre los cadáveres de sus compañeros.

       Continuará…

Publicau en Os Monegros el 11 de octubre del 2013.

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2 comentarios en “Conversaciones con Manuel Olivan Foj

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