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Emilia Castillo, bibliotecaria de La Almolda


María Emilia Castillo Olivan nació en 1970 en Zaragoza pero es natural de La Almolda, donde está a cargo de la biblioteca desde el año de su inauguración en 1994. Una imprescindible en la serie de entrevistas a las bibliotecarias de Los Monegros.

Recuerdos de la niñez, escuela, juegos, tradiciones, la vida en el pueblo, marchar y quedarse, lo que ha cambiado, la vida de antes, trabajos, el papel de la mujer…

Recuerdo ir al colegio con los niños vecinos, recuerdo a mi amiga Lourdes, que pasaba por mi casa y marchábamos juntas. Los paseos en bicicleta, jugar a la goma, al tejo, al churro va, la fresca del verano jugando a polis y a cacos  por todo el pueblo. Y las fiestas que se hacían en cada calle, “ir a las corridas” de la Calle de San Juan, San Antonio, San Roque, o la calle Mayor. Y sobre todo muchos niños.

La libertad que teníamos a todas horas, no había tanto peligro como existe en la actualidad. Las puertas de los vecinos abiertas por si queríamos pasar. Los abuelos sentados en corros tomando el sol en el invierno y la fresca en verano. Las abuelas mayores haciendo ganchillo o encaje en los patios frescos, ahora todo eso no existe y cada vez hay menos gente en el mundo rural.

Recuerdo que las mujeres antes se dedicaban a las tareas del hogar, la crianza de los niños y el cuidado de las personas mayores que tenían a su cargo. En la actualidad, la mujer rural, además de salir a trabajar, se involucra en los actos culturales de la población y es la primera en participar en actividades vecinales.

¿Bibliotecaria? ¿Cómo has llegado a ser bibliotecaria rural? ¿Qué significa ser bibliotecaria en un pueblo? Dificultades, alegrías…

La biblioteca de mi pueblo se abrió en 1994, entonces el ayuntamiento convocó una plaza y entré a trabajar en ella.

Para mí, ser bibliotecaria significa felicidad, orgullo y pasión por los libros. Me encanta verlos, ir a comprarlos, seleccionarlos pensando en cada uno de los lectores. La cercanía con cada socio, el trato individualizado diferencia una biblioteca rural de una urbana.

La biblioteca es un punto de referencia cultural muy importarte en una localidad pequeña. Sirve de encuentro para jóvenes y mayores, lugar donde aprender, jugar, intercambiar opiniones y experiencias. En general, de convivencia entre todos los usuarios.

¿Qué es un libro?

Un libro nos da alas, estimula nuestra imaginación y nos permite vivir otras vidas, soñar con lugares que no conocemos, sentir con intensidad emociones, incluso relajarse y dejar atrás el estrés.

Cuando leemos no solo podemos sentirnos identificados con los diferentes personajes de los libros, sino que podremos saber cómo son lugares que no conocemos, costumbres que nunca hemos visto y esto nos permitirá tener una mayor sensibilidad hacia nuestro entorno y hacia las personas que nos rodean.

 Para mí un libro es arte, todo un gran placer, nada caro y de fácil acceso.

Un género literario, un libro imprescindible, escritor/a, una poesía, una palabra bonita, una gran frase, una película y una canción

Mi género preferido es sin duda alguna la novela. Así bien, no podría elegir un solo libro imprescindible, en mi mente rondan muchos que serían de lectura obligatoria en la vida de un ser humano. “Libertad”, es la palabra que escojo, porque es un derecho que todas las personas deben tener para aprender a actuar de manera responsable en la sociedad.                                                                            

Durante un tiempo tuve un mural colgado en la biblioteca con la siguiente frase: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Es de Miguel de Cervantes.

Una reflexión sobre el papel de las bibliotecas en nuestros pueblos y, sobre todo, frente a la despoblación.

La biblioteca es un servicio imprescindible en nuestros pueblos, ya que impulsa el conocimiento entre los que la visitan. Como ya se ha ido comentando durante la entrevista, es un lugar de encuentro, en el que cambiar opiniones y pensamientos. A través de nuestras actividades, siempre novedosas y actualizadas a los tiempos, queremos que niños y mayores vean la importancia de la lectura. Aunque nos encontramos en una zona pequeña, y en tendencia a la despoblación, se quiere que los niños tengan las mismas posibilidades en cuanto a lectura se refiere, que otro de sus iguales que viven en grandes ciudades con mucha más oferta.

¿Qué sientes al oír Los Monegros?

Monegros es mi tierra, son los paisajes áridos y singulares, pero con una belleza particular. Al oír Monegros pienso en su gente, siempre mirando el cielo en busca de unas pocas gotas de lluvia que permitan sacar una cosecha en el mes de junio.

Una esperanza, ilusión o deseo.

La esperanza para un pueblo como La Almolda se llama agua, nuevos regadíos que permitan asentar población y garanticen un medio de subsistencia a las generaciones futuras.           

      

                                                           

Carmen Novellón Oliván


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Carmen nació en Sariñena en 1932, en la calle La Meca, enfrente del reloj de la plaza Alvarado y actual plaza de la Constitución. Su padre Andrés Novellón fue caminero, controlaba y mantenía un tramo de camino antes de que se asfaltasen las actuales carreteras. Su trabajo consistía en controlar y mantener un tramo determinado: “limpiaba cunetas, arreglaba pequeños baches y si estos eran muy grandes venía una máquina”. Andrés trabajó por distintos lugares, entre ellos estuvo en Ontiñena, Terreu… “lo fueron trasladando por varios sitios”. En algunos tramos tenían una casilla, una caseta donde guardaban el material y se refugiaban, en otros no tenían nada. “Andrés fue muy honrado”, recuerda Carmen, “en una ocasión se encontró una caja de tabaco y la guardó hasta que volvió a pasar el camión de reparto y la devolvió”. Su madre Rosalía Oliván tuvo seis hijos y trabajó en casa. Carmen fue la cuarta y hasta los 14 años fue a la escuela de Sariñena.

En su juventud Carmen iba a buscar agua a la fuente del quiosquer, que estaba frente al bar de Pitera: “hasta pusieron una sombrilla para poder descansar en verano”. Iba a lavar a la acequia y al río: “detrás de las monjas había unas escaleras que bajaban y allí estaba el lavadero, un lavadero grandioso y cubierto”. Este lavadero era para lavar de pie, era más cómodo que el que estaba camino de la Laguna y que también estaba cubierto; pero había que lavar de rodillas, mucho más incómodo. Por el lavadero de la Laguna estaba el tejar. Al río iban a lavar con sus madres cerca del puente, donde además aprovechaban para bañarse y  volver con las ropas limpias: “la ropa se secaba tendida por las matas”.

Durante la guerra, Carmen recuerda la evacuación del pueblo: “En una tartana de Anoro se subieron niños y ancianos y marcharon a refugiarse a las masadas”. Su padre Andrés trató de salvar varias cosas de casa, pero muchas se quedaron y entre ellas un apreciado y viejo acordeón de su tío. Para marchar les dejaron una burra que utilizaron para que fuese su madre con su hermano pequeño, pero el estruendo de un cañonazo asustó a la burra y los tiró al suelo. Luego veían los camiones militares llevando muñecos que cogían de las casas, puestos en los camiones, haciendo sufrir a los zagales.

Con Carmen vamos recordando aquella Sariñena: “En frente del antiguo hostal Romea estaba la tienda de ultramarinos de Jesús Portella, luego la trasladaron a la calle Eduardo Dato, cerca del estanco. Allí vendía petróleo Candido y arriba vivía una profesora, Josefina, a la que iba a fregar y limpiar; la llevaba en el carrito de la leña por la casa, era una forma de divertirse”.

“En la plaza hubo una fuente, en la esquina del ayuntamiento. En frente estaba la farmacia de Loste, el comercio de Ferraz y la carnicería de la Catalana.”

Carmen vivió por la calle Soldevilla, allí estaba la carnicería de Mariano Huerva «Pichirrin», la carbonería de Pilar y el antiguo cuartel de la guardia civil. También vivieron Asunción Paraled, Trallero, Ferraz… Pilar «la Carbonera» estaba arriba de la calle: “le traían camiones de carbón y lo vendía a capazos, era carbón brillante de bolas y trozos”. El camión basculaba en la calle y, cuando limpiaban el suelo, el agua bajaba completamente negra. También estaba el bar de casa Pedro, al lado de la carnicería. Pedro era de Madrid y era habitual que sirviese una bebida y un plato de olivas, casa Pedro fue muy conocida y respetada.

Carmen trabajó en la panadería de Silvina «La Tora» y José Orquín Casañola, la panadería estaba en la calle La Meca, por donde estaba Vitales y la casa del pregonero; allí estaba el horno: “una calle sin salida”. Antes de la carnicería de Latre estuvo la carpintería de Orquín, José Orquín tocaba en la orquesta Cobalto y un hermano de José murió en la Guinea Española.

En la panadería, Carmen comenzó de niñera además de ir a vender pan al barrio de la Estación. Subía con Juanito Anoro que tenía un coche grande abierto por la parte de atrás donde ponían los paquetes y maletas y subía y bajaba viajeros a la estación. Después de comer, el coche de Anoro paraba en la panadería y Carmen colocaba los sacos de pan, subía a la estación y a las ocho de la tarde volvía. El pan lo vendía en una casa detrás de la iglesia del barrio de la Estación. En el despacho del pan conoció a su marido, Julián Latorre de Peralta de Alcofea. Julián trabajaba cargando y descargando en la estación y después marchó de labrador a casa Mirasol “El Recio”. Carmen y Julián se casaron en Sariñena y fueron de viaje de novios a Peralta de Alcofea, marcharon en tren hasta El Tormillo donde les fueron a recoger. Tuvieron dos hijos, un chico y una chica, aunque Carmen no dejó de trabajar en el horno: “al mayor me lo llevaba al horno”.

Con el tiempo, Carmen comenzó a trabajar en el ayuntamiento de Sariñena, se dedicó a la limpieza y le dieron un piso en el ayuntamiento, junto a los pisos del jefe de Correos y el secretario, que estaban en el piso de arriba. El piso de Carmen estaba en la planta baja, donde luego ampliaron la antigua biblioteca. Carmen ha sido una mujer trabajadora sacando adelante a su familia. Gracias a Carmen hemos ahondado en la memoria de nuestro pueblo, recorriendo parte de su historia. Carmen siempre ha sido muy conocida y querida en Sariñena y con sus entrañables recuerdos y vivencias hemos disfrutado de un agradable encuentro, ¡Gracias Carmen!.

Un agradecimiento a Pilar Guerrero y Aimar Mir de la Residencia de la tercera edad de Sariñena por su colaboración para la realización de las entrevistas, gracias!!.

La post guerra


* Prototipo de carro de combaste realizado en Barbastro que fue trasladado a Sariñena. Info: Foro Worldoftanks.

Conversaciones con Manuel Olivan Foj

Episodios de la memoria histórica de Sariñena, 3ª Parte.

Fue dura la guerra y fue dura la postguerra. Durante la dictadura, muchas mujeres de maridos republicanos encarcelados o muertos, para poder alimentar a sus hijos y sobrevivir, iban a recoger el carbón quemado que tiraba el tren en un terraplén de la vía. Aquel carbón aún servía y las mujeres acudían a recogerlo, les costaba llenar sacos que después debían de llevar hasta el pueblo, a más de tres kilómetros de distancia. Volvían negras, destrozadas por el peso y la distancia, y asustadas por no encontrarse con la guardia civil, quienes les quitaban el saco a las pobres mujeres, les hacían la vida imposible. Una cara más de la represión franquista. Manuel recuerda esconder los sacos en el carro cuando volvía con su padre de recoger leña, normalmente romeros, para el horno de pan. El saco lo vendían por unas tres pesetas, para aquellas mujeres tan represaliadas y humilladas era la única forma de sobrevivir.

A una mujer la iban a coger todos los domingos la guardia civil, la mujer de Manuel fue a coser para ellas. El padre estaba exiliado en Francia y el acalde les enviaba a la guardia civil todos los domingos, a ella y a sus hijas las llevaban al cuartel, ya no comían, y reiteradamente las interrogaban. Las marcaban, las sometían, las culpaban… la represión tuvo infinitas caras en la dictadura fascista de Franco.

En la postguerra existió el “Auxilio social”, unos comedores sociales para las personas que no tenían para comer. A muchos niños y niñas de republicanos cuando les tocaba la vez los mandaban de nuevo al final de la cola, a veces ni les daban comida. A los pobres niños los trataban con odio y desprecio, como basura, y simplemente eran sólo unos niños.

Manuel tuvo que ir a la escuela, recuerda que un día les hicieron rezar, solamente alguno sabía rezar, otros balbuceaban las oraciones y otros comenzaron a reír sin parar. A un amigo de Manuel, que no podía parar de reír, el cura le soltó un manotazo que le rompió las narices. Manuel salió en su defensa -si fuéramos hombres no te atreverías-  y el cura soltó un manotazo a Manuel, rompiéndole también las narices. Manuel escapó corriendo del cura, pero el fascismo se estaba instaurando, la represión y el adoctrinamiento debían de mantener el poder del régimen franquista.

Escuchar a Manuel es abrir la tapa del arcón de la memoria de la vieja cadiera sariñenense.  La historia siempre está presente, en el silencio es amarga y en su recuerdo está la verdad y la libertad, el conocimiento y la dignificación de quienes sufrieron  el fascismo. Queda mucho por contar, muchas historias que rescatar del olvido. Historias como la de “La Mala”, una mujer que al ver pasar los aviones nacionales exclamó -¡ojala os esnucarais, (desnucarais) que vais a matar a mis hijos!-, la escucharon los republicanos y la detuvieron, después de la guerra aún permaneció unos años en la cárcel. La cárcel de Sariñena se encontraba en la plaza de Mecin, donde estaba la casa de las monjas. Otra  mujer, la siñora Juana, con una trompeta llamó a la manifestación a las mujeres para manifestarse contra el secretario, fue detenida y fue un acto muy impactante llevado a cabo por una mujer.

Ha sido un gran honor escuchar, un placer recoger la memoria y una suerte de contar con Manuel. Persona de un enorme carácter afable y familiar, gracias Manuel por compartir tus recuerdos.

Publicau en Os Monegros el 25 de octubre del 2013.

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Zancarriana w

* 31 de Octubre del 2013

Repasando lo recopilado para la elaboración de los “Apuntes etnográficos de Sariñena”, me he encontrado la memoria a las mujeres carboneras de la post guerra.

«Recuerdan como iban mujeres a recoger el carbón quemado a las vías del tren. Al carbón quemado y muy seco se le decía cagacierros. Las mujeres pobres lo cogían para venderlo. A muchos maquinistas les daban pena aquellas mujeres y les tiraban alguna vez viguetas de carbón, se lo disputaban entre ellas.»

La guerra, sucesos


        * La laguna de Sariñena conlos pirineos al fondo.

Conversaciones con Manuel Olivan Foj

Episodios de la memoria histórica de Sariñena, 2ª Parte.

Las colectividades no funcionaron bien en Sariñena. Una colectividad ocupó las tierras de casa Castanera (casa Mirallas). La familia de Manuel no vendió sus mulas, las mantuvieron para trabajar sus tierras, otros labradores vendieron sus mulas a la colectividad. Faltaba mano de obra, dos quintas de jóvenes habían marchado a la guerra, más de 80 chicos perdieron su vida en la guerra. A los jornaleros les pagaban unas 10 pesetas, que para entonces estaba muy bien. Otros iban a trabajar al aeródromo de voluntarios, pero también les pagaban, la pista se hizo a mano, se amasaba la grava a mano. También muchas mujeres encontraron en el campo trabajo como cocineras. La presencia del campo de aviación aseguro la existencia de mucho orden por las calles de Sariñena, las continuas patrullas paraban pronto cualquier altercado. Había mucho militar, se hacía cine todos los días y en el salón de cine se hacían bailes, los soldados tenían dinero.

Un piloto del bando nacional, despegó del aeropuerto de Zaragoza para sobrevolar tras las líneas enemigas. Cometieron el error de partir sin repostar combustible, por lo que se quedó sin el combustible teniendo que aterrizar al lado de fuerzas republicanas. El piloto fue arrestado y trasladado al campo de aviación de Sariñena, lo presentaron ante el comandante Reyes del aeródromo “Alas rojas”.  El joven piloto fue interrogado por el comandante, para corroborar su versión se hizo entrar a varios pilotos del campo y ante  la sorpresa de todos se dio un fuerte abrazo con un antiguo compañero de la escuela de aviación de Madrid. A los pocos meses, fue cambiado por un piloto republicano preso por las tropas nacionales. Se escuchaban los bombardeos al campo de aviación y como contestaban con las ametralladoras.

Su hermano, Julián Olivan Foj marchó a Barbastro de donde partió al frente de Huesca. Las últimas noticias que tuvieron fue que estaba luchando en el frente de Teruel. Julián perteneció a la 28 división de Ascaso, 127 brigada 3er batallón 4ª compañía. Manuel se enteró que en la localidad de Sarrión, provincia de Teruel, se enfrentaron contra las tropas italianas. En la batalla quedaron atrapados por los tanques italianos y se libró un tremendo enfrentamiento de los milicianos, a cuerpo descubierto, contra los acorazados. Murieron muchos milicianos, ante una muerte segura se echaron encima de los tanques, disparaban por cualquier hueco, fue algo atroz, los tanques se tuvieron que retirar llenos de cadáveres por dentro, algunos republicanos lograron sobrevivir. Pronto tocaron a medianoche que el frente lo habían roto, las tropas nacionales avanzaban sin resistencia. Se formaron pequeños grupos de republicanos para enfrentarse a las tropas nacionales, para frenar su avance. Uno de aquellos hombres fue Miguel, “uno del pueblo de Sariñena”, quien contó a Manuel lo que le sucedió aquella noche.  Iban en la oscuridad, campo a través, hasta que llegaron a un barranco donde oyeron voces, se acercaron lentamente, intentando pillar desprevenidos al enemigo, pero pronto reconoció una voz familiar, era Julián Olivan, su amigo de Sariñena; después de saludarse y compartir la escasa información los grupos se despidieron. Fue la última vez que alguien vio a Julián con vida. Años más tarde, a Manuel, uno del pueblo le contó que un guardia de la prisión de Santoña había conocido a un tal Julián de Sariñena. Nunca más se ha sabido nada de él.

En uno de los bombardeos a Sariñena, Manuel se encontraba volviendo de recoger leña de romero del gallipuente, con su padre; leña para los del molino de harina del camino de  Los Olivares. Los del molino se criaban un tocino con los desperdicios, su cuñado era el molinero y fue voluntario en el campo de aviación. La leña la llevaban para la matacía. Pero pasado el puente del río y llegando ya al pueblo, sintieron el ruido de la aviación. Se acurrucaron al costado de una aguadera, que conduce el agua a las balsas. Manuel recuerda que en los días soleados y claros las bombas brillan, aquel día la vio brillar terriblemente esplendida en el cielo. –Papa, ya han tirado una bomba– y al momento sintieron una gran explosión muy cerca de donde estaban. Tenían una mula muy asustadiza que siempre tenían que atar para que no se espantase, pero esa vez ni se movió. El aeroplano volvió a pasar rasante, quizá lo que antes vio como objetivo enemigo lo distinguió claro, ellos se refugiaron en una paridera cercana de casa Torres. También cayó una bomba detrás de la iglesia, en casa de Barrieras, causando daños materiales.

El gran bombardeo fue atroz. Murieron algunas personas, casi todo el pueblo escapó a las masadas del campo. El zumbido, el estruendo y seguido la tierra temblaba;  por si se derrumbaba el tejado se colocaban los colchones encima. Manuel recuerda que estaban sin comida en el monte y tuvieron que ir con su padre al pueblo en busca de comida. Al llegar al puente sobre el Alcanadre se encontraron a las tropas republicanas preparando la retirada. El puente estaba preparado para ser dinamitado. Les dejaron pasar, les apartaron las ametralladoras,  los soldados abatidos reflejaban una dura derrota, algunos aún permanecían por el pueblo, replegándose y defendiendo unas posiciones ya perdidas. Por la calle de la avenida no podían subir, los escombros cortaban el paso, subieron por el camino de las torres, pero a la altura de las antiguas escuelas ya no pudieron pasar con el carro. La calles se encontraban llenas de enrona (escombros), pero consiguieron llegar hasta su casa y coger un saco de harina de unos 100 kilos que su padre llevo encima entre la enrona y los maderos que cubrían las calles. Manuel cargo en un roscadero un pequeño tociner(cerdito) y después cargaron algunos víveres que pudieron coger. Volviendo con el carro, éste se enrolló con unos cables de luz de un tendido caído, las mulas tuvieron que emplearse a fondo para vencer y romper los cables. Al pasar el puente, que dinamitaron en el último momento, huían los soldados republicanos en formación de dos líneas a cada lado de la calzada, en medio pasaban los camiones y vehículos con las ametralladoras, a ellos los dejaron ir en medio.  El abuelo de Manuel permaneció en el pueblo durante el bombardeo, sobrevivió de casualidad, la casa se derrumbó y tan sólo quedo el hueco donde permaneció, entre la puerta y la escalera de la casa; vio un poco de luz y esgarrapando (escarbando) pudo escapar. Un vecino murió por las ametralladoras, era Perifollos.

             Continuará…

Publicau en Os Monegros el 18 de octubre del 2013.

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Zancarriana w

Conversaciones con Manuel Olivan Foj


                    * Manuel Olivan Foj

Episodios de la memoria histórica de Sariñena, 1ª Parte.

Juegos interrumpidos por la guerra

Manuel Olivan Foj nació en Sariñena en el año 1927, ha trabajado como agricultor y ha sido militante del Partido Comunista. Conserva una esplendida memoria, la guerra civil la vivió con 9 años, pero hay episodios que los recuerda como si hubiesen sucedido ayer. Manuel refleja la mirada de una persona integra, honesta y de fuertes convicciones. Narra la historia con absoluto respeto, con sinceridad, con nostalgia de una juventud interrumpida por la guerra, hubo tragedia pero también tuvo su lugar la felicidad. Sirvan estas palabras como reconocimiento al ejemplo de tantas personas, como Manuel, que mantienen en su memoria el dolor que tanto se sufrió por una guerra que después instauró una terrible dictadura que oscureció los aires de libertad que soplaron en su juventud.

La familia de Manuel regentaba un horno de pan en la calle del muro (Ronda San Francisco), cerca de la plaza de la iglesia. Vivió la guerra mientras jugaba en la plaza con sus amigos, recuerda el trasiego de tropas, las fiestas, los bombardeos y varios hechos muy marcados en la historia de Sariñena. Recuerda como se llevaban al cura detenido, Manuel se encontraba jugando en la plaza. Al cura le habían ordenado en varias ocasiones que no debía celebrar misa, pero él contestaba mal, no reconocía la autoridad y a regañadientes cerraba la iglesia. Era un cura joven, al anterior lo querían mucho en el pueblo, Mosén Pedro murió antes de la guerra, era muy mayor. Un día, el joven cura, a la media hora de cerrar la iglesia por orden de ayuntamiento, la volvió a abrir para realizar misa. Cuando entró la comitiva del ayuntamiento le encontraron una pistola escondida, lo apresaron y se lo llevaron; más tarde, lo asesinaron en el cementerio.

En aquellos tiempos enterrar costaba mucho, el enterrador era mayor y las fosas las tenía que picar a mano. El cuerpo del joven cura lo quemaron, fue la solución más fácil. También quemaron los cuerpos de unos treinta falangistas que atraparon y fusilaron en la sierra de Alcubierre. Relatan que los cuerpos al quemarse parecían encogerse y el enterrador asustado vio como algún cadáver se sentaba, infundiendo un miedo desconocido para un hombre muy curtido en el oficio de enterrador.

Tras la guerra, el enterrador permaneció preso cuatro años, el pobre nunca se había significado, simplemente lo encerraron por ser enterrador. Antes de la guerra muchos zagales iban de rabadanes, a veces tan sólo por un trozo de pan al día. Cuando el enterrador contaba con once años acudía como rabadán a una finca de Moncalvo, en el lugar permanecían por periodos de unos quince días; así que tenía que ir al pueblo en busca de provisiones cada cierto tiempo. Una vez volvía con la burreta cargada de pan, patatas, judías, aceite… que el amo del ganau, el siñor Pedro Salavert les había proporcionado. Al pasar por unos corrales escachados cerca de la viña de Portera (a la salida del pueblo dirección Pallaruelo), le salió al paso un gitano -¿ande vas chiquer? ¡trae to p´aca!-, y le arrebató toda la comida. Entonce, el joven enterrador, agarró la vara de pastor (con la que cazaban alguna liebre) y lo pilló por detrás, arreándole un garrotazo que lo dejó muerto. Preocupado retornó al pueblo para contárselo al siñor Pedro, quién además era el alcalde, -¡siñor, siñor, lo he muerto!- . Quedaron en tirarlo al brazal de los Estopañales, nadie lo había visto, así que si lo escondía bien y nadie lo veía, de lo acontecido nadie se enteraría, y así ha sucedido durante años.

Cuando fueron a quemar todo lo de la iglesia ofrecieron la madera para el horno de la familia de Manuel. Su madre se negó rotundamente, aunque la tirasen al río. Para tirar el altar ataron una soga a un santo y una veintena de hombres se pusieron a tirar, el altar era tan fuerte que solamente se rompió el santo. Muchos zagales dejaron sus juegos para ver lo que hacían. Todo se quemó, todas la imágenes y altares de la iglesia.

Cuando se produjo el alzamiento militar, Luis el capitán de la Guardia Civil del puesto de Sariñena telefoneó a su hermano, el teniente coronel de la Guardia Civil de Huesca. El encargado de la telefonía de Sariñena, Mariano López Javierre, espió las conversaciones. Luis le contó a su hermano la situación en Sariñena, mala para los sublevados. Luis recibió la orden de bajar hasta Fraga e ir sublevando los cuarteles hasta Huesca, Luis le trasladó a su hermano que no había incidentes y que no querían exponer sus vidas. Pero era una orden y la tuvo que acatar, así que se montó en un coche junto a otros guardias civiles y se dirigieron hasta Monzón. Ahí les recibieron unos vecinos que montaban guardia, les dejaron pasar y les dijeron que realizaban una patrulla rutinaria. En Binefar también se encontraron a varios vecinos haciendo guardia, pero pronto se percataron que los estaban esperando y viéndose atrapados pensaron en disparar, pero sabían que no tenían escapatoria, además tenían familia y debían velar por ella. Al final dejaron marchar a todos menos al capitán Luis, lo encarcelaron en Barbastro y lo fusilaron al poco tiempo, en el mes de agosto.

 Al mando del cuartel de Sariñena se quedó un Brigada, pronto un comité de personas del ayuntamiento les hizo entregar las armas. El brigada tenía un hijo que marchó de voluntario a la columna de Durruti. Eran una familia numerosa y pidió al ayuntamiento sustento, se quedaba sin nada al dejar el puesto, así que lo contrató el ayuntamiento y se dedicó a supervisar y organizar las guardias que se hacían en el pueblo.

En Lanaja había varios obreros que se encontraban realizando las obras del canal de Los Monegros. Aquellos obreros supusieron para Lanaja una entrada de ideas sindicalistas, compartían conversaciones con las gentes del lugar cuando se tomaba un café o cuando se juntaban para tomar un chaterde vino. A unos dos o tres días de comenzar el alzamiento militar, dos sobrinos falangistas de una casa de Lanaja, subieron desde Zaragoza con dos camiones junto a unos 6 u 8 falangistas. Detuvieron a unos 16 trabajadores y sindicalistas del canal, los subieron a los camiones y comenzaron su regreso a Zaragoza. Los camiones se detuvieron en la plaza del pueblo de Alcubierre, donde antes existía un frontón. Ahí fueron rápidamente fusilados los 16 obreros, pues los falangistas sabían que dos camiones habían partido desde Sariñena para interceptarlos. Los falangistas no tuvieron tiempo de rematar los cuerpos, de dar el tiro de gracia y así, uno de los trabajadores, sobrevivió haciéndose pasar por muerto entre los cadáveres de sus compañeros.

       Continuará…

Publicau en Os Monegros el 11 de octubre del 2013.

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