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La herencia de mis abuelos


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Presa de El Grado. Fuente Wikipedia.

Por Adela Hernandez Laguna

Esta primavera tocaba reunión familiar. Mis tíos, Santi y Manolo, consiguieron reunir a toda una segunda y parte de una tercera. Todos ellos hijos y nietos de emigrantes andaluces que trabajaron en la construcción de la Presa de el Grado.

La Puebla de Castro fue el lugar donde mi abuelo y sus dos hermanos vivieron mientras duraron los trabajos de construcción de la presa. En este pequeño pueblo de la Ribagorza, mi padre y sus primos compartieron ratos de juegos, meriendas, tardes de verano, baños en la fuente de las Cañutas, y noches durmiendo todos juntos al cuidado de la abuela Encarnación, mientras sus padres estaban fuera. Se trataba de rememorar la vida que llevaban entonces, y hasta allí nos desplazamos.

Su presencia en el pueblo causó un gran revuelo. Cuando los vecinos se enteraron de quienes eran, les dirigían gestos de cariño y se interesaban por lo que había sido de la vida de sus padres. Ellos respondían emocionados, hablando de sus mayores con respeto y admiración. Sentí como si les estuvieran dando un homenaje. Aquella visita suponía reconocer su punto de partida y el esfuerzo que sus padres habían hecho por ayudarles a salir adelante, regresando en otras condiciones distintas y mejores a las que tenían cuando se fueron ante aquellos vecinos que en su día les habían echado una mano facilitándoles comida y alojamiento.

Cincuenta años después volvían a pasear todos juntos por las calles de la Puebla y sus miradas se llenaban de recuerdos.

Mi padre y yo fuimos hasta allí en moto. Conforme subíamos la carretera que va desde el Grado a la Puebla, habiendo dejado atrás la caída del aliviadero de la presa, me preguntaba en qué estaría pensando mi abuelo mientras hacían ese mismo trayecto todos los días tras una agotadora jornada de trabajo. Supongo que en cómo solucionar el día a día de la mejor manera posible. Daría las gracias por haber salido ileso un día más del trabajo, dada la peligrosidad y las condiciones en las que trabajaban y por saber que podía seguir manteniendo a su familia hasta que la obra acabase. Al fin y al cabo habían
emigrado para buscarse la vida así que de momento cumplían con el objetivo de haber encontrado trabajo.

No se habían equivocado sus paisanos de Gorafe en la provincia de Granada, cuando tiempo atrás, unos y otros comentaban que por el norte iban a comenzar muchas obras que les brindarían la posibilidad de encontrar trabajo. Las obras a las que se referían eran las gestionadas por la empresa pública Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana, S.A. (ENHER), constituida en 1946 con capital mayoritario del I.N.I (Instituto Nacional de Industria), y encargada de gestionar la concesión del aprovechamiento hidráulico de la cuenca del río Noguera-Ribagorzana.

Obras como el Embalse de Escales fueron trabajos derivados de lo anterior y lo que les llevó a su primer destino, Puente de Montañana. Mi abuela, embarazada de siete meses, llegó junto a sus cuñadas tras un largo viaje de tres días donde les aguardaban mi abuelo y sus hermanos. El diecinueve de agosto de 1954 fueron contratados por la empresa ENHER. Al acabar estos trabajos se trasladaron a Guadalajara donde se estaba ejecutando el tramo de ferrocarril que unía Medina del Campo con Zamora, pero solo estuvieron allí ocho meses. Estaban en contacto permanente con sus compañeros de trabajo y alentados por el inminente comienzo de las obras de la Presa de el Grado se trasladaron a la Puebla de Castro. El dieciocho de octubre de 1958, comenzaron a trabajar para la empresa AUXINI, departamento de construcción del I.N.I.

Los primeros trabajos en la presa consistieron en construir los túneles que desviarían el cauce del río Cinca y que actualmente sirven como conductos de desagüe de la presa. En aquel momento mi abuelo trabajaba llevando una pala con la cual cargaba el material extraído sobre unas vagonetas que finalmente lo trasportaban hasta el exterior. Todavía conservamos la lámpara de carburo que mi abuelo utilizaba para alumbrarse en aquellos túneles. A continuación empezaron las excavaciones y la ejecución del muro de la presa.

El Grado 1

Mi abuelo Isaac como oficial de primera trabajaba de barrenador para extraer material de las canteras. Tenía de capataz a su hermano mayor Santiago.

La presa se ejecutaba mediante el encofrado y desencofrado, tras el fraguado, de grandes
bloques de hormigón. Lo que entre los obreros se conocía como “dados”. Las dimensiones de los bloques variaban en función de a qué altura de la presa eran ejecutados, pero se puede considerar un volumen medio de cubo o tongada de unos quince metros de ancho por quince de largo y un metro y medio de  alto. La solera de un nuevo bloque era la parte superior del anterior y lo primero que había que hacer era preparar la base donde se sustentaría el nuevo cubo. Esta operación consistía en eliminar la lechada superficial que se forma durante el vibrado del hormigón. Para ello picaban esa capa y los restos eran soplados con aire comprimido. Más tarde se preparaba el encofrado de la siguiente tongada y por último se vertía el hormigón. Entre bloques siempre quedaba un espacio que era rellenado posteriormente del mismo material para funcionar como junta de dilatación. Antes del vertido, la calidad del hormigón de una cantidad representativa de cubas era controlada por personal técnico de Confederación comprobando que su resistencia a compresión y cantidad de arcilla en arena fuera la adecuada mediante el análisis de muestras en el laboratorio dispuesto a pie de obra. Además, se llevaba a cabo un control visual de cada bloque cuyo objetivo era la detección de coqueras. Las coqueras son fallos producidos en el hormigón que se presentan como acumulaciones de grava y se producen normalmente por un mal vibrado. Estos fallos debían de ser rectificados mediante la limpieza de la grava, saneo y sustitución por hormigón reparador.

Conforme la presa ganaba altura los trabajos se hacían más peligrosos. Para evitar caídas los obreros solían atarse una cuerda a la cintura a modo de arnés que sujetaban por el otro extremo a una barra de hierro previamente fijada por ellos mismos al muro de la presa. En una ocasión en la que mi abuela bajo a comprar al economato vio a mi abuelo colgado del muro de la presa montado en una tabla y dos cuerdas a modo de columpio, y se angustió tanto que decidió no volver. Ese día mi abuelo estaba eliminando las malditas coqueras.

Aunque a ellos no les ocurrió nada, otros no corrieron la misma suerte. En una ocasión, estaban barrenando la pared del terreno de la margen derecha del cuenco de la presa y encontraron una veta de salagón. El terreno se desestabilizó y cayó sobre cuatro obreros que se encontraban en la base ejecutando uno de los dados. Se calcula que el peso del volumen de tierra desprendido fue de unas trescientas toneladas. Murieron los cuatro, pero mi abuelo dice que “podían haber sido muchos más, porque normalmente había más gente trabajando en el fondo de la presa”. Veinticuatro horas antes de que el liso se desprendiera, había trabajando en el fondo de la presa veinte personas. Así me lo confirma personal de Confederación Hidrográfica del Ebro, que fueron testigos presenciales del fatal acontecimiento. En los instantes posteriores al accidente sucedieron escenas verdaderamente dantescas. Cuando corrió la voz, las mujeres comenzaron a salir corriendo de sus casas y cuando comprobaban que sus maridos estaban a salvo, se abrazaban intensamente a ellos como nunca antes lo habían hecho.

Durante los años 1962 y 1963, la obra llegó a concentrar a unos mil trabajadores. El balance final de fallecidos en la presa de El Grado fue de once personas. Mientras, la vida seguía. La preocupación de las familias de los obreros aumentaba en la misma proporción que lo hacía el avanzase de las obras. Cuando aún no había amanecido, una línea de pequeños puntitos iluminados se aparecía sobre el fondo oscuro de la noche. Era el rastro de aquellos farolillos de carburo que iluminaban el camino a los obreros desde su casa hacia la presa, y que mi abuela observaba asomada a una pequeña ventana, hasta que desaparecía entre los accidentes del terreno. Esa marcha indicaba el inicio de un nuevo turno de trabajo. En ese momento su mente se desplazaba hacia lo peor y se evadía pensando en lo que debía hacer en lo que restaba de jornada. Sus hijos y la rutina diaria la mantenían muy ocupada y la aliviaban de pensamientos angustiosos.

En principio el material para fabricar el hormigón era extraído de las canteras. Al no cumplir con los parámetros técnicos exigidos para tal fin, se acabó obteniendo del río. Mi abuelo Isaac como oficial de primera trabajaba de barrenador para extraer material aquellas canteras. Tenía de capataz a su hermano mayor Santiago. Mi tío Santiago asumía también fuera del trabajo su papel de hermano mayor tomando las decisiones más importantes y sus hermanos le respetaban y obedecían sin discusión. Mi tío Manolo tenía el mismo cargo que mi tío Santiago, pero controlaba trabajos de ejecución de los dados de hormigón. Los dados estaban numerados, y en sus partes de trabajo debía de indicar el número de dado en el que se había trabajado ese día en cuestión.

El trabajo en la presa era frenético y constante. Llegó a haber tres turnos de trabajo de ocho horas cada uno hasta completar el día entero, aunque este hecho fue circunstancial y solo se dio durante un verano. En invierno no podía mantenerse el mismo ritmo de trabajo debido principalmente a las bajas temperaturas. Esta circunstancia también afectaba a la calidad de los materiales. Para evitar que el agua contenida en el hormigón se congelase y asegurar un correcto fraguado, era necesario verter anticongelante y en ocasiones incluso se utilizaba agua caliente para mezclar el hormigón.

El pago de los salarios por supuesto se hacía al contado. El “pagador” , que así se llamaba la persona encargada de entregar el dinero de la nómina a los obreros a pie de obra, era escoltado por dos guardias civiles hasta que acababa de liquidar las cuentas con el personal. Normalmente, tardaba dos días en pasar por todos y cada uno de los tajos. Los obreros formaban grandes colas frente a él esperando que les entregara la merecida paga.

El Grado 2

Mi tío Manolo tenía el mismo cargo que mi tío Santiago, pero controlaba trabajos de ejecución de los dados de hormigón. En la imagen pueden observarse las cerchas que servían para sostener la estructura de los encofrados.

Junto a los aledaños de las obras, se proyectaron todo tipo de instalaciones para cubrir las necesidades básicas de las familias. El Poblado de Nuestra Sra. De Perpetuo Socorro contaba con un colegio, parroquia, economato, estanco, servicio de asistencia médica e incluso un cuartel de la guardia civil. Se instalaron barracones para dar alojamiento a los obreros que habían llegado sin su familia. Mi abuelo y sus hermanos vivían en la Puebla en casas de alquiler. El día de la visita tuvimos la oportunidad de ver el interior de la casa donde vivía mi tío Santiago. Tenía dos pisos. El piso de abajo era una especie de corral y en el piso de arriba se encontraba las estancias y la cocina. Había dos habitaciones. Cual fue la sorpresa, cuando entrando en una de las estancias mi tía Mati encontró colgadas en la pared todas las postales que había pegado en su día (fotos de los Beatles, Rafael y Marlon Brandon entre otros). Estaban intactas, desde hace más de cincuenta años, esperando a que alguien volviera a recogerlas. Se quedo impresionada al verlas. Sencillamente, no se lo podía creer.

Después mi padre me enseñó donde vivía con mis abuelos y su hermano. Era el piso de arriba de una casa hoy en día restaurada. En el primer piso del edificio se celebraba el baile del pueblo y también era donde estaba el Cine. Mi padre me cuenta que mientras cenaba veía las películas que proyectaban, escondido tras una puerta para evitar ser visto. Eso le daba mucha más emoción al momento.

Mientras los hombres trabajaban en la presa, las mujeres atendían a sus hijos y cuidaban de la casa. En el lavadero de la Puebla, pasaban tardes enteras comentando las cosas que ocurrían en el pueblo, y aprovechaban para relacionarse con otras familias de emigrantes que estaban en su misma situación. Las extremeñas tenían por costumbre llevar sobre la cabeza el balde lleno de ropa limpia. En cambio, mi abuela y sus cuñadas no tenían esa habilidad y llamaban a sus hijos para que les ayudaran a llevar la carga en sus bicicletas. Por el camino paraban a respigar almendras, que luego vendían.

También había tiempo para el ocio. Mi abuelo solía tocar la guitarra en el baile y mi tío Santiago el laúd. Recordaban su papel como músicos en su tierra, donde siempre contaban con ellos para animar la fiesta. Como aficionados a las corridas de toros, solían desplazarse a Barbastro para asistir a ellas. Cuando esto ocurría la abuela Encarnación se quedaba al cuidado de todos sus nietos, que la recuerdan como una persona entrañable y muy aficionada a la lectura. Junto a ella pasaron momentos inolvidables.

Al regresar a Sariñena miraba cómo los aspersores regaban las fincas recién sembradas de maíz. Resulta ser una imagen acogedora. Me identifico mucho con ella y me hace sentir en casa. Pensaba que mi abuelo y sus hermanos, y otras gentes llegadas de otros lugares de España pusieron su granito de arena para esto fuera posible.

La presa de el Grado es una obra emblemática. Constituye una pieza fundamental en el funcionamiento del sistema regable de Riegos del Alto Aragón y almacena el agua que riega hoy en día nuestros campos.

No sé hasta que punto mi abuelo y sus hermanos eran conscientes de la importancia de la construcción de aquella infraestructura, cuando contemplaban como el casco del ingeniero jefe de obra junto con unas cuantas monedas de la época, eran enterrados con el vertido de la primera cuba de hormigón en el fondo de la presa. A día de hoy mi abuelo lo sabe. He aprovechado al máximo la oportunidad de explicarle que se trata de una obra clave para el desarrollo de la agricultura en nuestra zona y le he visto emocionarse cuando le recordaba los nombres de antiguos compañeros de trabajo. Le he hecho saber que mi trabajo y el de muchísima gente esta total o parcialmente ligado a la construcción de la presa. Al final todos estamos conectados. Del trabajo que hicieron otros en el pasado nos aprovechamos nosotros ahora.

El Grado 3

Pasamos una jornada inolvidable. Os recomiendo visitar la zona y la presa de el Grado, actualmente accesible gracias a la iniciativa lanzada por el Ayuntamiento de el Grado que organiza visitas guiadas a su interior.

Quiero dedicar este artículo a mis abuelos Isaac y Julia, y a toda la gente de su generación que supieron vivir con dignidad partiendo de cero, trabajando en duras condiciones para dejar una importante herencia a la sociedad.

En memoria de mis tíos Santiago y Manolo Hernández.

Agradecimientos:

A Ramón Latorre, de Confederación Hidrográfica del Ebro que participó en los trabajos de Dirección de Obra durante la construcción de la presa.

Al Excmo. Ayuntamiento de el Grado, en especial a Gabriel Chicote, por llevar a cabo la incitativa de organizar visitas guiadas a la presa.

Adela Hernandez Laguna