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Gonzalo Pelegrín Coto


La memoria es frágil, recordar años duros, de penurias, de escaseces… es difícil. En Los Monegros fue una constante, la falta de agua y cosechas, se pasó sed y hambre; mucha gente emigró. Tocó sobrevivir, luchar, ayudarse, tener ingenio y sobre todo trabajar duramente. Gonzalo Pelegrín Coto es pura memoria de aquellos tiempos, de una forma de vida que nos cuesta entender, cuando cada día era una lucha para poder llevarse algo a la boca. Vidas que forjan.

Gonzalo y Victorina.

Gonzalo Pelegrín Coto nació en Lanaja, el 12 de enero de 1937. Era de casa muy humilde, sus padres no tenían tierras -ni un palmo de tierra-. De oficio esquiladores, era solamente un trabajo temporal, así que había que trabajar en todo lo que se podía. La casar era pequeña, dos habitaciones, cocina y corral. Los colchones eran de paja y en una cama dormían cuatro hermanos: -el primero que se levantaba tenía albarcas, el resto se tenían que conformar con ir descalzos-. Gonzalo ha sido el segundo de diez hermanos, tres chicos y siete chicas.

Su padre no paraba, esquilaba, cazaba y cualquier faena que pudiese realizar. Cazaba conejos, liebres, perdices, pájaros… entonces se comían todo lo que podían, incluso muy guisada la carne de rabosa, o los gustosos fardachos o serpientes, los gorriones fritos, huevos de los nidos, caracoles que cogían en el Matical, -aunque casi todo eran cabras-. Ponían cepos para coger pajarillos, que antes había muchos, apunta Gonzalo. -¡Y, si había suerte, liebre con arroz!-.

Gonzalo no fue a la escuela, solamente fue un día, el maestro le dio cuatro reglazos en la mano y ya nunca más volvió. Un hermano suyo incluso durmió en el calabozo por cantarle a Fernando el maestro -Tolón, tolón-.

-Cuando se aprendía a andar ya se valía para trabajar-. A pozales iban a buscar agua a la balsa de la Cruz, cuando se los dejaban, pues ni pozales tenían para ir a buscar agua. También acudían a la balsa Alta, en el parque, y a la de Tres Castillos. Luego estaba la balsa El Tejar, para las mulas o el resto de animales de trabajo. Cuando llovía, en el barranco de “Árboles de Campos” se formaban pozas que duraban algunos meses y allí se bañaban y aseaban mientras las mujeres lavaban la lana.

Gonzalo ha ido a respigar con las mujeres y otros niños, los campos recién cosechados, tanto trigo como cebada, olivas, almendras o maíz. Hacían fajos de sosa para leña y a veces la hacían para otros -si se hacían dos fascales, uno para ellos y el otro para quien tenía la concesión-.

De muy joven aprendió a esquilar, su padre esquilaba todo, además del ganado, esquilaba las mulas e incluso a algunos hombres, lo hacía hasta gratis, había gente muy pobre. Con las mulas era habitual marcar con las tijeras un dibujo a mitad de lomo o en las ancas para distinguir las mulas y saber a quién pertenecían, de qué casa eran.

Solía vigilar el muladar y si tiraban alguna mula iban a por la piel que luego vendían en Sariñena, a Modesto Giral el Peletero. Según cómo estaba la piel pagaban más o menos. Un año cayó un rayo matando un potro, a la media hora no quedaba ni herradura. Su padre se enteró enseguida, estaba cazando cerca de la aldea de Escanero.

Con tan solo 7 años, Gonzalo marchó a trabajar de rebadán, de ayudante de pastor. Comenzó con el ganau de Los Campetes, a los pies de la sierra de Alcubierre y recuerda que también pastaban por los alrededores del pueblo, corrían todos los yermos, incluso las tierras donde actualmente se encuentra su casa.

También trabajó como rebadán para los montañeses que bajaban en invierno en trashumancia. Se quedaba todo el invierno en la sierra, sólo bajaba al pueblo algún que otro día. Dormía en la misma paridera, una caseta con corral, dentro tenían un hogar donde se calentaban y cocinaban. Almorzaban y con un piazo de tozino aguantaban todo el día. Un año le bajaron los montañeses 5 o 6 yeguas para que las cuidase aquí abajo. En verano iba a segar a casa Sinpato, con Leandro y Paco. Eran tiempos de penurias, de mucho trabajo y hambre; de miserias.

Su padre iba a Alcubierre a llevar y traer el correo en un saco al hombro, le daban 12 ptas. y un pan. Una vez nevó tanto que tuvo que ir con una pala abriéndose paso. Aquel año fue bueno para los pobres, recuerda Gonzalo, pues alguna oveja o cordero se murió por el frío y la aprovecharon para comer; entonces estaba de rebadán por Balsasmedias.   

Con ocho o nueve años comenzó a hacer esparto, iba a Lalueza y a los campos cercanos a Lanaja, los campos hacia Sariñena o por donde luego se establecieron los pueblos de La Cartuja y San Juan. Se dedicaban a arrancarlo y a la una del mediodía, una camioneta de Basols de Sariñena se acercaba para comprarlo. También lo vendían a Salavert de Sariñena. Su primer esparto lo hizo en el cementerio de Poleñino.

Con 12 o 14 años, con su hermano Emiliano y su primo Lorenzo se compraron una bicicleta. Con ella bajaban a Sariñena los sábados a cobrar el esparto que habían recogido durante la semana. Las bicicletas las pagaron a plazos.

Con su hermano y primo iban a poner cepos por la sierra, también ponían lazos o cazaban con escopeta, hurón o el mismo Gonzalo hacía de perro yendo por los margüines haciendo salir las liebres y conejos. No se podía malmeter ni un cartucho, recuerda Gonzalo. Hacían mucho furtivismo y la guardia civil sabía que iban a cazar y trataban de pillarlos, más de una vez tuvieron que salir corriendo, -nos encorrieron muchas veces-. Si les pillaban les quitaban las escopetas. Había mucha liebre y cuando se cazaba un jabalí era toda una fiesta, se hacían chorizos y guisos y se repartía entre todos.

Una noche, por el barranco de Maza, un hurón cayó por un agujero, Gonzalo se pudo meter por el agujero y descubrió un hueco enorme, con literas, cartuchos y balas, quizá era un refugio de maquis, recuerda Gonzalo. Después, intentaron varias veces volver a localizar el agujero, pero nunca más lo volvieron a encontrar. 

Todos tuvieron que trabajar en casa, siempre intentando llevar algo, lo que fuese, unas almendras, algo de uva, unos huevos o pajarillos… Sus hermanas Concha y Josefa marcharon a trabajar a la fonda, hacían recados para casa Gazol o su madre lavaba la ropa de toda la semana de casa Campana, -les daban un poco de jabón-. Otra hermana Carmen tejía en “Nuestra casa” y las otras bordaban a máquina. Gonzalo ha estado en tres o cuatro casas y en todas le hacían dormir en las cuadras.

Gonzalo realizó el servicio militar en Melilla. Fue un gran tirador y le tuvieron gran aprecio los mandos. Al licenciarse, enviaron a casa de sus padres una carta de méritos y agradecimiento. La carta llegó antes que Gonzalo y contenía tantos elogios que la familia entendió que había fallecido. Comenzaron a llorar su muerte hasta que la carta la leyeron en el cuartel de la guardia civil y estos aclararon que Gonzalo estaba perfectamente y de regreso a casa.

Tras la mili, Gonzalo trabajó como peón de la construcción, trabajando en la construcción de los nuevos pueblos de colonización. Trabajó con tres amigos de Lanaja y trabajaban tanto que les tenían que hacer parar; iban a destajo y les decían que no les iban a pagar tanto. Llegaban incluso a reñir por la faena, cuando llegaba un camión de piedra reñían por quien se quedaba la piedra, para tener más faena. Todos lo querían, iban a tanto el metro. Mientras, si no había faena, ayudaba a algunas casas con las labores de la siembra.

La familia ha tenido gran tradición en esquilar. Gonzalo ha esquilado durante más de 50 años, esquilando ganados de Lanaja, Montesusín, Sariñena… En Sariñena esquilaba en las eras y corrales a la entrada de Zaragoza, donde estaba el bar el Cubano y donde aprovechaban para tomar algún café. Esquilaban para Pichirrín de Sariñena. Alguna oveja se quedaban cuando iban a esquilar.

Para esquilar tenían unas máquinas de peine, que cuando podían mandaban en el autobús para afilar en Huesca, si no lo hacían ellos. Con el tiempo iban los tres hermanos con los hijos a esquilar. No paraban de esquilar ni un momento, iban sin parar. -Antes la lana valía mucho-, comenta Gonzalo, -ahora no vale nada-. Estuvo toda una temporada trabajando para comprar un colchón de lana, con el centeno o la paja de caña, hacían un montón y cama hecha.

Por ello les han llamado casa El Esquilador. Dani, su nieto, siempre contesta que él es nieto de Gonzalo “El Esquilador”.

También ha cargado alfalfa trabajando para Montreal, cargando pacas de alfalfa en camiones. Llevaban unos zahones para no desgastar los pantalones y con unos ganchos se ayudaban para cargar y colocar las pacas de alfal. Luego pesaban el camión y pagaban al peso cargado. Si había mucho trabajo, Gonzalo buscaba gente para trabajar, iba al bar Navarro, pues a veces tenían hasta tres o cuatro camiones que cargar, y reclutaba una cuadrilla. Merendaban alguna sardina de cubo o pan con vino, siempre a destajo.

Montreal también comerciaba con mulas y toros. Iban a las ferias a comerciar con mulas, iban con unas y volvían con otras. Gonzalo cuidaba 30 o 40 mulas, de Valentín, las alimentaba, sacaba el fiemo… Una vez, un caballo le dio una coz que se le clavó en la pierna, aún lleva marca.

Gonzalo también trabajó en un almacén de vino cuya prensa de vino iba a mano, pues antes -había mucha viña-.

En 1961, Gonzalo se casó con Victorina Val Ezquerra y han tenido cuatro hijos, dos chicos y dos chicas. Victorina, a los 11 años ya la mandaron de niñera. Eran también de casa pobre y Victorina recuerda como, en una ocasión, le pidió a su madre un lapicero: -mama, mama, cómprame un lapicero– a lo que esta respondió –escribe con el dedo-.

Pero también hubo tiempo para las fiestas. -Las fiestas de antes eran otra cosa-, apuntan los dos sonrientes -Venía el turronero y cuando se descuidaba le quitábamos algún piazo de turrón-. Victorina se acuerda mucho de la Recañe, Juliana, de Sariñena, que subía a Lanaja a vender helados. También subía a Lanaja con un carro a vender verdura.

A las fiestas de Lanaja acudían orquestas muy buenas y bailaban mucho. Había carreras, se hacía la carrera del hombre contra el caballo, con los caballos de Escanero y corría el Simpato, Julián Salillas. -Aunque no tenían dinero eran muy buenas fiestas-. Se divertían mucho y las recuerdan con mucho cariño.

Se hacían rondas y se cantaban a las chicas, Victorina se acuerda de alguna de las estrofas:

Arriba la cachipurriana
que se te seca el tomate
Tíralo por la ventana
Y si se mata que se mate.

Tienes la casa muy alta
Y el granero muy vacío
Y este año has sembrado
Porque te han dejado el trigo.

Ambos, Gonzalo y Victorina apuntan lo dura que ha sido la vida, el trabajo y esfuerzo, pero también de la solidaridad entre la gente, aunque no tuviesen para comer siempre había un plato para algún amigo; muchos en casa tampoco tenían mucho o nada para comer. Ahora, a veces, no se sabe lo que hacer para comer, -abres la nevera y hay de todo, puedes elegir, pero antes el problema es que no había nada-, apunta Victorina. La abuela con poco hacía unos platos deliciosos -¡Aquellas farinetas!, y de nada hacían una sopera-.

Han pasado mucha hambre. Todo lo que pillaban era para casa, cogían hasta la última almendra, aunque estuviese arriba del todo de la almendrera. Gonzalo ha ido a regar por las noches para otros. ha sido muy setero, ha sido quien más cogía setas de cardo por el monte y también ha sido muy setero, ha sido quien más cogía setas de cardo por el monte. El Chutis, le vendió muchos caracoles y al caspolino y particulares. Era un ingreso económico muy bueno.

Gonzalo acabó trabajando de nuevo en la construcción, con Armando Borraz, jubilándose en una obra en Naval.

No han sabido lo que es guardar un día fiesta. Gonzalo recuerda como su madre nunca paró de trabajar y nunca protestó. No paraba ni un segundo, si el pantalón estaba roto o sucio, al día siguiente limpio y arreglado. Limpiaba las tripas de cordero, cuántas limpió su madre, con tanto trabajo y delicadeza. Limpiaba y trenzaba los chichorros, lo que llaman también “menudos”, los guisaba muy, muy buenos, incluso amigos de Gonzalo bajaban de Huesca para comerlos.

Su madre Donata Coto Martínez, mujer incansable, atenta con todos y muy feliz, cuando su pequeña casa estaba llena de gente para navidades, fiestas o cumpleaños. Siempre decía que había pasado necesidades pero que en su vejez no le había faltado de nada. Disfrutó en las bodas y comuniones de sus nietos. Murió muy mayor, rodeada de sus diez hijos, sus veinte nietos y sus diez biznietos.

Pilar Mari Pelegrín.

Gonzalo y Victorina guardan la sabiduría de esta tierra dura y salvaje, una vida que hemos dejado atrás pero que vivieron nuestros abuelos y abuelas. Saben del esfuerzo y del trabajo, pero también guardan esa sonrisa al pasado, de los recuerdos y de una vida de la que se sienten orgullosos, que se la ganaron cada día. Resistencia y fortaleza. Pura nobleza.