Aficionado al guiñote, butifarra, lectura, guitarra, poesía y ajedrez, Domingo pasa las primeras horas de la tarde en el casino practicando alguna de sus aficiones favoritas y después se acerca a conversar en las tertulias que se forman en el Centro Social. Por M. A. Corvinos Portella.

Domingo Lana Novellón
-Allí quedamos en vernos para hablar de su vida y enseguida comienza por el principio haciéndome un resumen de sus datos familiares.
Mi padre fue Manuel Lana Laín, mi madre era Felisa Novellón Peralta de casa Codaneta y mis hermanas Felisa y Pilar. Nací el 4 de agosto de 1933 en el número 13 de la calle La Rosa. Estoy casado con Nieves Lacuna Vicente de casa Marianeta a la que conocí cuando tenía 13 años y aún iba a la escuela. Por lo tanto llevamos 59 años juntos y hasta el día de hoy hemos sido muy felices, por lo menos por mi parte (sonríe). Hemos tenido dos hijos, Sergio y Blanca, de los que estamos muy orgullosos. Nieves y yo hicimos el viaje de novios en tren por Lérida y Barcelona hasta la Costa Brava donde vivía mi primo Pedro Novellón.
Mi padre no me pegó nunca, ni siquiera me “carrañó”, siempre razonaba las cosas. Era muy casero y no le gustaba ir por las tascas.
Mi madre fue muy trabajadora y regentaba una casa de comidas en la calle La Rosa. Era una gran cocinera y tenía mucha clientela, la recuerdo como una gran madre.
-Os dicen de casa “Codaneta”, ¿de dónde viene este apelativo?
Mi abuelo se llamaba Pedro Novellón Codana y si a ese segundo apellido le añades el sufijo monegrino eta ( seguramente significará el hijo pequeño de casa Codana). Eso me parece lo más probable.
-Después de estas disquisiciones iniciales me cuenta sus vivencias en las escuelas
nacionales y otros asuntos escolares.
En cuanto a mí te diré que empecé a estudiar como todos en las nacionales, aunque luego mis primos, Casimiro Lana que era ingeniero químico de gran prestigio, profesor y político republicano en Barcelona y Paco Lana médico en Zaragoza, le aconsejaron a mi padres que estudiara bachillerato. Mi padre aceptó de buena gana los consejos y se vendió una talega de judías para poder comprar los libros, luego me matriculó en la academia de don Valentín González en la calle Ugarte. También marchaba a pie tres días por semana al barrio de la Estación a estudiar con un cura vasco llamado don Pedro. Era muy culto, sabía tres idiomas y era una persona excelente. Debo decir que tanto el uno como el otro, al ver las dificultades económicas que padecíamos en casa, no quisieron cobrar a mi padres y yo correspondía aprovechando las clases.
Recuerdo una anécdota que me sirvió de enseñanza para toda la vida… Debía tener 9 o10 años cuando ocurrió…, aquel día no me había podido aprender la lección de Geografía de Europa y, por supuesto, no me la sabía, llegué a clase y al comprobar don Pedro lo que pasaba, me dijo una frase que me llegó al alma y que siempre he recordado:
-¡Parece mentira Domingo que sabiendo lo que le cuestas a tu padre no te sepas la lección!
Aquella noche apenas dormí por la angustia que sentía debido el fallo cometido y también por las horas que estuve estudiando aquel tema. Han pasado muchos años y todavía soy capaz de recordar la anécdota y la lección.
Al día siguiente llegué a la Estación y le espeté entre eufórico y respetuoso:
-¡Ya me la sé!- y sin dar tiempo a otra cosa fui repitiendo sin pestañear aquellos países europeos y sus capitales que el día de antes se me habían atragantado.
Al final, todo aquel año de esfuerzo y estudio me sirvió sólo para adquirir cultura puesto que llegó la hora de matricularme y no lo pudimos hacer porque no disponíamos del dinero suficiente.
Me dio una gran rabia, me eché a llorar, metí los libros en una caja que aún guardo y que ya no la he vuelto a abrir.
Ahora puede parecer una tontería, pero mi primer viaje a Huesca quedó cancelado y no conocí la capital hasta que me sortearon para hacer la mili.
-Por supuesto que en su memoria aparecen nombres propios con sus pequeñas historias y de los que guarda certeros recuerdos estudiantiles.
De los maestros de las nacionales tengo muy buen recuerdo de don Martín, un maestro que tenía una gran cultura y que también sabía enseñar. Era muy serio.
Y otro que me viene a la memoria, eso sí, totalmente opuesto al anterior, era don Carlos Canela, un hombre muy elegante con cierto parecido a Xavier Cugat. Lo recuerdo con sombrero, traje marrón y dos maletas de cuero que utilizaba todos los lunes y viernes para ir o volver en tren a Almacellas Allí tenía una fonda y las maletas las llenaba de productos de primera necesidad como aceite, judías, garbanzos, etc. No sé si esos productos les daba salida en su fonda o se dedicaba al estraperlo. Como viajaba en primera e iba tan arreglado nunca sospecharon de él.
Muchos viernes don Carlos dejaba el trabajo a mi cargo y se marchaba picándose también las clases de los sábados. Yo hacía lo que podía, recuerdo que enseñé a multiplicar y dividir por dos cifras a José Antonio Gascón y a alguno más de la clase, también hacía los dictados. Recuerdo que una vez me lo dejó escrito en catalán y no entendía nada, menudo chasco. Los lunes por la mañana volvía a suceder lo mismo porque el tren nunca llegaba a su hora.
Era tan “pincho” que cuando nos daba trabajos manuales cortaba los cristales con el anillo, por lo que me figuro que la piedra debía ser un diamante.
-La posguerra fue una etapa muy difícil para casi todos, quizá más para los niños porque tenían que compaginar escuela y trabajos para la economía familiar.
Yo nunca fui un crío, salía de la escuela y marchaba a trabajar al campo. Igual hacía sogueta que “aclarecía” remolacha o cualquier otra cosa de la huerta.
A los once años tuve que dejar la escuela.
-Me explica qué es lo de aclarecer remolacha.
Lo de aclarecer remolacha se hacía cuando, después de haber sembrado varias semillas en un mismo hoyo, al nacer estas, arrancabas las plantas menos fuertes y dejabas sólo una.
– Su padre Manuel Lana fue un referente para Domingo.
Mi padre trabajó 19 años en la contrata de la RENFE para cargar o descargar el carbón de las máquinas de tren. No fue a la guerra, pero estuvo movilizado en ferrocarriles. Cuando iban a llegar los nacionales a Sariñena marchamos toda la familia en el tren hacia Cataluña. Al llegar cerca de Suria nos dirigieron hacia Barcelona. Allí el asunto pintaba muy mal y después de varios días el hambre empezó a hacer mella en mis dos hermanas y en mí, por lo que mi padre pidió permiso para volver a Sariñena. Le advirtieron que no lo hiciera, más que nada por el parentesco con el político republicano Casimiro Lana, pero no hizo caso y volvimos. Al llegar al pueblo lo echaron de la RENFE y no tuvo más remedio que trabajar los huertos de los abuelos y el secano de Las Almunias. El primer año y mientras crecía lo que habíamos sembrado y plantado las pasamos canutas. Mientras tanto yo iba aprendiendo el oficio de agricultor.
Con el tiempo mi padre pasó a trabajar en Regiones Devastadas “escachando” casas en ruinas o levantando el barrio nuevo de detrás del cuartel y yo me dediqué al campo.
-Me cuenta las faenas que hacían en el monte y una inquietante anécdota.
Yo seguí de agricultor y compramos dos burros y dos machos para trabajar mejor el secano de Las Almunias. Recuerdo que con 14 años me quedé a dormir sólo en la paridera y en ese “bautismo iniciático” dormí poco, sobre todo por el miedo que pasé sin luz, con el roer de las ratas y con las historias de maquis que aún se contaban Lo que ocurrió nunca lo tuve muy claro puesto que o bien mi padre calculó mal el tiempo o me engañó. El caso es que me dijo que le esperara mientras él se iba a regar a los “Chamarcales” y ya no volvió a buscarme. De todas maneras antes no se tenían tantos miramientos con los críos.
En el mes de febrero íbamos a “romper” la tierra; en los meses de marzo y abril a “mantornarla” y a “terciarla”; en verano a segar y en otoño a sembrar. Para no tener que perder el tiempo yendo y viniendo, permanecíamos varias semanas en las Almunias. Vivíamos en la masada con lo más básico hasta que terminábamos los trabajos, aunque los domingos los pasábamos en casa.
Cuando íbamos en verano a segar o trillar primero ayudábamos a mi tío Juan y después él nos devolvía el favor.
Estos trabajos los combinábamos con los de las huertas. Los animales del corral los cuidaba mi madre.
-Como mi vocabulario agrario es muy limitado, me explica pacientemente el significado de esas palabras del campo.
Romper la tierra era labrarla con una orientación específica, se hacía de Este a Oeste, o sea del lugar de la salida del Sol a su ocultación; mantornarla era hacer los surcos de Norte a Sur y terciarla era hacer la tercera labor de labranza haciendo los surcos más abiertos. Estas técnicas, que ahora no se usan, mejoraban la tierra y las cosechas.
Para hacer rectos los surcos teníamos nuestro truco…, tomábamos un punto de referencia allá lejos en la sierra y mientras labrábamos no lo perdíamos de vista y nos salían bastante rectos.
-Las comidas en el monte no eran demasiado variadas, pero si energéticas.
El menú del monte en los meses de invierno generalmente era “judías de careta” para almorzar, judías blancas para comer y sartenada de patatas para cenar. Los mayores bebían vino y los demás agua del pozo artesiano que teníamos y que se surtía de algún manantial interno.
En el hogar siempre había un puchero con judías enriquecido con “ensundia” y alguna otra cosa más. Aquel puchero estaba todo el día “enronado” con ceniza, .hirviendo poco a poco. Como no había madera echábamos en el hogar cualquier cosa que ardiese, generalmente “granza”, o sea la mezcla de paja larga y gruesa, espigas y grano sin descascarillar que quedaba después de aventar .
Teníamos en la masada, colgada del techo con una cuerda la “garrancha” que no era otra cosa que una cesta llena de alimentos. La cesta tenía por la parte superior un plato a modo de tapadera, estaba agujereado por el centro para que pasara la cuerda. Este artilugio hacía precipitarse al suelo a las ratas que se atrevían a bajar. En un rincón había una tinaja con tape llena de cebada para los machos y burros y en ella también guardábamos algunos alimentos. Cada noche nos levantábamos dos veces para dar de comer a los bichos.
-Le pregunto por el pozo de donde bebían el agua.
Mi tío Juan Lana tenía en el monte un pozo de “calera”. Este tipo de pozo es distinto porque recoge superficialmente las aguas de lluvia. Se lo había mandado hacer al “Can-Can”. El nuestro, como te he dicho era artesiano y se surtía de aguas subterráneas.
Ahora ya no se pueden beber agua en el monte.
-Al final me habla de la mili y de la otra profesión que ha ejercido durante tantos años y que le ha granjeado el cariño de muchas personas.
Tuve suerte con la mili porque gracias al sorteo fui “excedente de cupo” y sólo hice tres meses de campamento en Arguís. Vivíamos en tiendas de campaña, hacíamos prácticas de tiro, caminatas e instrucción y nunca bajamos a Huesca. Soy de la quinta del 54-55 como Jorge Anoro, Jesús el “Roso”, Ullod, Joaquín Gilaberte, Luis Mairal, Antonio Mir, Antonio Maestro, Cucalón…
Años más tarde, a mitad de los sesenta, me hice profesor de autoescuela y durante más de cuarenta estuve enseñando a conducir a mucha gente de Sariñena y comarca. Ahora el negocio familiar lo llevan mi hijo Sergio y mi nuera Sandra.
Y para compaginar todas las tareas agrícolas con las estaciones compuso una larga poesía que me recita sin dudar, pero que no me deja publicarla, quizá más adelante…
Por último no me queda más que darle las gracias por su amabilidad y por compartir con todos nosotros retazos de una vida preferentemente dedicada a su familia, a su autoescuela, al dance y a sus amigos.
A. Corvinos Portella
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