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Josephine Monter Ardanuy


Artista de vocación, de niña pintaba en una pizarra que tenía su padre en la carpintería, dibujos efímeros y pobres en colores. Por ello siempre buscó los colores, despertando verdadera pasión por ellos. A Josephine siempre le ha gustado la pintura, dedicándose al mundo de las bellas artes, la pintura y escultura. Actualmente, junto a su hermana Pili son unas revolucionarias del ambiente cultural de Sena y por ende de Los Monegros y desde hace años se ha aventurado con su propia «Galería  de Arte Josephine Monter”.

Una historia de Sena a Nueva York y de Nueva York a Sena.  

Josephine Monter Ardanuy nació en Sena en 1944 en la casa familiar, su padre era carpintero y constructor de carros. Ha sido muy mala estudiante y siempre estaba jugando y bailando, quería ser bailarina de valet “Siempre cogía el ritmo, sobre todo con la jota”. Era una típica niña de pueblo, traviesa, que no paraba de jugar y correr. Aprendió, como todos, a nadar en la badina del río Alcanadre “Por la glera del río había muchos sapos, los conciertos de ranas y los cuquetes de luz, las luciérnagas”. Eran tiempos más familiares, las casas con las puertas abiertas, de tomar juntos la fresca en la calle por las noches, cenar en los patios, hacer hogueras y saltarlas para san Antón… Su padre solía sacar la televisión a la ventana y, en la calle, se juntaban para verla, algún partido de fútbol o cosa importante.

Eran otros tiempos, “Antes todo el mundo tenía huerto y en medio un andador con frutales, pereras, manzaneras, minglaneras… fruta natural”. Han desaparecido pero antes se tenían que abastecer gracias a ellos, que decir de los famosos melones de Sena. “Antes se iba a los mercados a vender y ahora se va a comprar”,  se hacía trueque, les traían leche y su padre les decía “Pues yo te haré una silla”.  

Una vez, el  pintor senense José María Palacin acudió al taller del padre de Josephiene, quería que le hiciese un marco de madera para uno de sus cuadros. Su padre avisó a Josephine y le presentó a José María. Josephine enseguida le inundó de preguntas y José María le dejó un maletín lleno completamente de pinturas de colores. Ahí comenzó todo.

Se hacía amiga de todas las personas que llegaban al pueblo. Nunca se acordaba de los nombres de las casas y para llamar pegaba un grito en vez de gritar el nombre, pues las puertas estaban abiertas –¡tía María!-. Querían mucho a la tía Tonina, era la abuela de todos, era pequeña y regordeta, siempre con un capazo del huerto con sus verduras, hortalizas o remolacha. Si veía a Josephine con los mocos fuera se los limpiaba, se remangaba la falda y le mocaba con el refajo -¡Siempre estás igual!-. Se quedó viuda muy joven, la pobre tía Tonina, además un hijo murió en la guerra y otro tuberculosos. La gente la quería muchísimo y la trataban muy bien, en una ocasión Josephine le regaló un helado y tía Tonina lloró de la emoción que le hizo. 

Les hacían ir al campo a buscar olivas, en enero y febrero y hacía mucho frío: “Quien coge las olivas antes de navidad se deja el aceite en el olivar”. Además, los sábados iban a coger panizo, olivas, almendras, uva (Vendimiar)… se ayudaba como en todas las casas. Por el vedado, camino a Castelflorite estaban los almendrares, olivares y viñas.

Para las fiestas ponían un entablado para las orquestas y los críos se ponían debajo y, si la cantante llevaba falda, le veían las bragas. Los perros y gatos andaban sueltos por la calle, Josephine y su hermana Pili recuerdan que una perra que tenían les acompañaba a la escuela y hasta que no entraban no se iba, luego les iba a buscar a la salida.

En la escuela quería dibujar pero no le dejaban, si dibujaba le obligaban a hacer calcos en vez de dejar libre la creación y aquello frustró bastante a Josephine. Una vez les dijeron de dibujar un carro y Josephine comenzó a dibujar su carro hasta que la maestra le paró la mano –no, no, tienes que dibujar exactamente el carro de la foto- fue como cortarle las alas de la creatividad, ella quería dibujar su carro y su burro.  

A los 17 años, Josephine se presentó a un concurso de pintura de la Diputación de Huesca que acabó ganando. Aquel premio le concedió la posibilidad de tener una beca. Así, Josephine acudió a Zaragoza, a una escuela particular en El Tubo, para preparar, durante un año, el ingreso a la escuela de Bellas Artes de Barcelona. Ingresó justamente el año que inauguraban el nuevo edificio.

En la escuela de bellas artes ya comenzó a desarrollarse. Allí escogió pintura en vez de escultura, aunque le resultaba más natural la escultura, más innata.  Luego le concedieron una beca a Granada, para dos meses, para paisajes, y otra para Siena (Italia), también para dos meses pero acabó quedándose para dos años. Pintando y cuidando un niño se fue ganando la vida, además le dejaron una casa a las afueras de Siena que resultaba una preciosidad. Allí conoció un americano que estudiaba medicina y le invitó a ir a Nueva York, donde debía de conocer a una tía suya que era pintora.

En principio, Josephine no fue a Nueva York, pero si su amigo vino a Sena y le maravilló el paisaje, le encantó la tierra, el olor a tomillo y romero y la tortilla de patata. Al final fue a Nueva York, para tres meses y se acabó quedando 36 años. Allí, profesionalmente se ha dedicado al mundo del teatro, en escenografía y vestuario, especializándose en el mundo de las máscaras. Ha trabajado diferentes materiales y tipos de máscaras, de todo tipo y clase, especialmente de las máscaras del caribe que llevaron los españoles y que hacían con vejigas hinchadas. Aprendió de un maestro puertorriqueño y luego fue ella quien dio clases en el Museo de Historia Natural de Nueva York, donde estuvo unos 10 años.

Después dio clases, durante 12 años, en la escuela de cine “Visual art” de Nueva York, había alumnos de todas las partes del mundo y aprendía más que enseñaba. También participó en un teatro puertorriqueño “La Mama”, un teatro experimental

Ha vivido en el mismo Manhatan y a las afueras, a una hora y media de Nueva York, en una zona en pleno contacto con la naturaleza donde nevaba mucho. Una finca de cinco acres por la zona de Manitou, que significa dios, el creador, antiguo territorio sagrado de los nativos norteamericanos. 

Siempre ha estado pintando y ha pasado por muchas etapas y estilos. La escultura le ha resultado siempre más innata y palpable, se puede tocar. En la sierra tiene una escultura dedicada a la mora, una mujer expulsada de Sena y que se retiró a una loma cercana desde la que observaba Sena y la rivera del Alcanadre. Su leyenda cuenta que, en noches de luna llena, bajaba hasta el Alcanadre para bañarse desnuda. También, en el monte de Sena, se encuentra la escultura a la tía Tonina a la que pronto se unirá una escultura que rendirá homenaje a la figura del pastor.

Josephine y Pili

Ha realizado diversas exposiciones, de Nueva York a Sena, donde tiene su propia galería desde hace tres años y expone parte de su obra. Ahora, junto a su hermana mantienen su parcela de libertad en Sena y en su monte, en plena sierra. También en el soto del Alcanadre, donde están recuperando la vieja arboleda donde de pequeñas iban a merendar. Participan activamente en la vida social y cultural de Sena, en actividades especialmente ligadas al folclore y a las tradiciones locales. Personas excepcionales, con un enorme corazón y cariño a su gente. Sin duda colorean la vida con intensidad y luminosidad, con tonos que alegran el espíritu, con la magia del gran abanico de colores que acaban dando luz y color a la vida.

Joaquina Ardanuy Ripoll


Joaquina me recibe en su casa junto a dos de sus tres hijas, con Pili y Josefina Monter. Sorprende su vitalidad, su  memoria y aspecto físico a sus 102 años, lo que no es de extrañar en una casa que rebosa armonía y creatividad, música y pintura, espiritualidad y creatividad. Gracias a Joaquina descubrimos un valioso testimonio de la vida monegrina, de una generación que vivió una gran transformación tecnológica y social.

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Joaquina Ardanuy Ripoll

            Joaquina nació en Sena el 25 de noviembre de 1914. De casa “La Morena”, familia de labradores y hortelanos, fueron cuatro hermanas y dos hermanos. Tenían un pequeño rebaño ovino y cuatro mulas que pastoreaba un pastor común a otras casas de Sena; Joaquina recuerda como a su madre le gustaba mucho ir a pajentar el ganado.

            Joaquina fue a la escuela hasta los catorce años y aprendió a coser con las monjas. Desde niña hacía labores de casa, como ir a buscar agua a la acequia de Sena y al río con una burra. En verano, el río Alcanadre llevaba poca agua, “por eso lo llamábamos el matapanizo”. En la acequia existía un molino harinero y un lavadero donde iban las mujeres a lavar la ropa. El lavadero era muy bonito, con unas losas grandes y allí se juntaban para lavar la ropa. Era un lugar de encuentro social muy importante para las mujeres, donde hablaban y contaban chismes. También se juntaban las casas vecinas y familias para “tomar la fresca”, por las noches de verano después de cenar.

            En Sena siempre ha habido una buena huerta y los melones han sido el producto estrella, la tierra y las semillas de toda la vida han dado melones de un sabor exquisito: “para melones, los de Sena”.

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Joaquina por Josephine Monter.

            En casa de Joaquina tuvieron dos vacas que debían de ordeñar, la leche la vendían a otras casas. Las mujeres se ocupaban de hacer la comida, de lavar, de fregar, de cuidar de los hijos… múltiples tareas en un sin parar. En Sena había dos hornos, se amasaba en casa y se llevaban al horno para cocer. Durante la época de siega subían a las masadas de los campos las familias enteras, se pegaban más de un mes sin bajar a Sena, así que se llevaban hasta las gallinas al monte. Subían antes del mes de agosto hasta que terminaban las faenas de la siega del cereal. Existían balsas fraguadas en piedra que conservaban bastante bien el agua para consumo humano, tristemente han desaparecido casi todas. Para el ganado aún se conservan dos grandes balsas comunales

            Joaquina vivió la llegada de la radio a Sena y también del cine. De la mano de Mosén Rafael Gudel, Joaquina escuchó, a través de unos auriculares, por primera vez la radio en 1920. “El Cureta”, como cariñosamente conocían en Sena a Mosén Rafael Gudel, fue una revolución para la localidad monegrina, una persona muy culta, amante de la música, la fotografía, la arqueología… “aunque tenía mucho genio”. Gracias a su amistad con unos ricos cazadores barceloneses consiguió regalos difíciles de obtener que sorprendían en el pueblo. Mosén Rafael trajo el cine a Sena, Joaquina recuerda verlo en la abadía durante la doctrina (catequesis). El Cureta ponía en las escaleras una tela blanca y proyectaba cine mudo. “Cuando en alguna película una pareja se besaba, Mosén Rafael decía que la mujer era sorda”, por eso el hombre se acercaba tanto, para decírselo al oído.

            Fueron tiempos que el mundo cambiaba rápidamente, donde pasaban de alumbrase con velas, candiles de aceite o el quinqué de petróleo a ver llegar la luz eléctrica. La luz llegó a Sena gracias al molino de harina. Al principió, en casa de los padres de Joaquina pusieron dos luces. Una luz en la cocina y otra en la cuadra, pero al ser conmutadas no podían tener encendidas las dos a la vez, así que cuando encendían la luz de la cuadra se quedaban sin luz en la cocina.

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Manos, por Josephine Monter.

            Joaquina vivió la Guerra de España, su padre y su novio tuvieron que ir a luchar al frente. Sena estaba lejos del frente, pero la aviación pasaba a menudo y tenían que correr al refugio. El paso de tropas por Sema protagonizó uno de los hechos más tristes para el patrimonio monegrino y aragonés: la destrucción de parte del conjunto monástico de Santa María de Sijena por milicias catalanas. Joaquina fue testigo directo de la profanación del sepulcro de Doña Sancha de Castilla, un testimonio muy importante que reproducimos en su integridad: “En Sena había militares que venían a descansar del frente, unos iban y otros venían. Entonces se fueron a Sijena (al monasterio) donde estaba la momia de Doña Sancha, estaba allí enterrada. Los militares estaban sin hacer nada y bajaron a Sijena donde destrozaron bastante y sacaron monjas que estaban allí enterradas. Por Sena estuvieron jugando con una momia que el médico reconoció como Doña Sancha, a quien al final tiraron tras una tapia. La tiraron al corral de una tía mía y la pobre mujer fue a dar vuelta a las gallinas y se encontró con la momia, dime tú que susto se llevó. Entonces avisó al pueblo y el pueblo la subió al cementerio y la enterraron”. No se sabe exactamente en que parte del cementerio de Sena se enterró, para el pueblo no fue fácil.  Joaquina recuerda que el cuerpo de Doña Sancha se conservaba bastante bien, “debía de estar muy bien embalsamada”. En el saber popular de Sena se cuenta que la momia de Doña Sancha presentaba el abdomen característico de mujer que había tenido descendencia, por eso la reconoció el médico senense.

            Joaquina se casó con José Monter Escalona, carpintero y constructor de carros de profesión. Tuvieron cuatro hijas, Teresa, la primera, murió con tan sólo tres meses, después nacieron Pilar, Josefina y Charo. A Sena venían muchos chicos de otros pueblos a trabajar en el campo y en los talleres de carros. Fue el caso de José Monter, que se inició en el taller de Agustiner hasta que años después instaló su propio taller de carpintería.

           Los carros los venían a comprar desde toda la provincia y muchos se vendían en Fraga y después se mandaban a Cataluña. Los cuatro talleres de carros de Sena fueron los de casa de Timoteo, de casa Agustiner, de casa el Chel y el taller más antiguo de casa el Carretero.

            En Sena había dos cafés bastante grandes, había mucho ambiente en el pueblo y gozaba de mucha vida, en las fiestas había hasta dos orquestas. Una noche muy especial era el canto romance, que permitía salir a los más jóvenes hasta muy tarde. También se hacía baile y el dance en la plaza, se juntaba todo el pueblo, era una verdadera fiesta. Por Sena pasaban comediantes, algunos llevaban música y al final pasaban el plato, pero mucha gente no tenía mucho que darles, “unos comediantes traían una mona y la hacían bailar”.

            Joaquina y su marido José adquirieron la casa del antiguo cuartel de la Guardia Civil, donde ahora reside con sus hijas Pilar y Josephine. José monto su carpintería en los bajos de la casa y se le recuerda como a un gran artesano de la madera.

       Queda la nostalgia de aquellos tiempos pasados “cuando no había mucho pero se disfrutaba de lo poco que se tenía”.  Tiempos que quedan en los recuerdos y en la memoria, que gracias a Joaquina continúan vivos formando parte de nuestra historia, donde las mujeres jugaron un papel fundamental.

          Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Pilar y Josefina Monter.