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Liborio Maestro Camón


Liborio Maestro Camón nació en Sariñena el 26 de noviembre de 1936, de padre sariñenense Carmelo Maestro y madre najina Isabel Camón. Su familia trabajaba el Espartal, un campo de casa Paraled, y la huerta “La Garnacha”, con cepas, parras de vino, y árboles frutales, que su abuelo José Maestro Martínez y abuela María Pueyo arrendaron en su época.

Su abuelo vivía en la calle Lalueza y ellos pegados a una casa de José Casas, quien fue director del banco Aragón junto con Emiliano Gaspar. De hecho, Liborio aún recuerda como Emiliano –Nos dejó 2.000 pesetas para comprar una vaca-.

A los 9 años, Liborio dejó de ir a la escuela. Por aquel entonces padecía de ataques epilépticos, lo que le llevó a visitar a un especialista en Zaragoza, al doctor José María Julián -Había que subir escaleras en la escuela y me dijeron que no fuese a la escuela-. Los ataques epilépticos le daban mucha debilidad por lo que le pusieron un régimen muy “bárbaro”. Pero, a pesar del régimen, le volvieron a dar ataques epilépticos hasta que, con 10 años, Josefa, la Mauricias, dueña del campo donde trabajaba, le pone jamón en un plato y vino en bota. Liborio rompe su estricta dieta y desde entonces no vuelve a sufrir ningún ataque más.

Liborio recogía remolacha e iba al esparto con su padre. Cuando Liborio apenas tiene 11 años, su familia arrienda tierras de Adrián Basols, que este había comprado a Eduardo Millera (El Casader). Allí iban a mallancar, entrecavar y a aclarecer remolacha -Se dejaba la más grande-. Al esparto llevaban dos burros para hacer dos cargas, su padre hacía 4 fajas y él 2. Con 12 años, su padre hacía la carga del burro y él la floja, con 13 Liborio ya se hacía el fajo de la grande y con 15 años hacía la carga de los dos burros. Iban a buscar esparto a los comunes de Moncalver, por el tozal de Mataliebres; estas eran propiedades comunes que vendieron -Los privados no se quejaban-. El esparto lo vendían a Basols y a Jesús Del Río, casado con la del Estichano. Jesús del Río estaba enfrente del actual taller de Arasa.

Se cogían dos panes en un saco, ½ kilo de arroz, 4-5 kg de patatas, 1 abadejo, 1 chorizo, 1 kg. de tozino rancio, 1 o 2 cebollas y con aquello pasaban toda la semana en el monte, eso era todo el rancho. Guisaban y comían en el monte, con 11 años, y dormían por alguna paridera. Muchas veces, la primera faja de esparto que hacían era para hacer la cama. Si había luna hacían esparto por la noche. Iban hasta Alcolea, monte Pitarque y Montes. Arrancaban el esparto a tirón, a jada o con dallón y lo dejaban en una ringlera. Igual se juntaban 60 personas, la mayoría de Sariñena y Lanaja, pero sobre todo de Lanaja. Liborio iba con sus amigos.

Arrancaban el esparto y Antonio Huerva lo pesaba mientras Lobateras apuntaba. Hacían cuatro fajas. Lo fajinaban y al día siguiente al camión de Letosa. Con un par de obreros Antonio Mir (Machín) y José Giménez, cargaban los camiones y lo descargaban en la era Basols, trabajaban muchas personas. El esparto se rastrillaba para quitar los peines, como peinarlo, apunta Liborio. Si estaba en un fajo pequeño y con diez fajadas lo ponían en una empacadora y lo pesaban. Sacaban fajos grandes para la papelera, la mayoría para San Sebastián, un tal Leza, un camión nuevo que compró Basols.

Entonces el esparto se cotizaba bastante y en Sariñena quitó mucha hambre a muchas familias. Siempre que se podía se hacía esparto, al igual que otros trabajos de campo.

Con Jesús Puyol, el Risas, estuvo haciendo esparto en Alcolea, iban a pie. También con Puyol estovo por las Negras junto con Pablo Olivan, José Carpi y Luis guerrero, con la plataforma de Pablo Olivan. Arrancaron esparto durante todo un día y toda la noche, llenaron el carro y lo vendieron en Sariñena. Liborio, de cansado que llegó estuvo 3 días durmiendo, cuando se levantó para ir de fiesta, su madre le dijo que ya había pasado, tenía 16 años.

En un día hizo más de 1000 Kilos, unos 37 fajos arrancados, pero el pesador, que era Pascual Palacio de Del Río, no le quiso poner más de 1000 kilos. Casi siempre iba con Antonio Orús, que eran muy amigos y trabajaban juntos. A veces le marcaba lo que tenía que arrancar. También iba mucho con Cheringa, Antonio Peralta. Lo único que se le daba mal era que no tenía mucha destreza para atar los fajos, pero la faena se la repartían, algunos arrancaban, otros ataban los fajos y otros lo cargaban.

La remolacha se jodió cuando cerró la azucarera de Monzón. La pesaban los Mauricios, repartían la semilla y la recogían en la estación ferroviaria de Sariñena, a veces tenían que cargar ellos el vagón. Carros, galeras, bulquetes a base de caballerías. El tuerto, El Chupón, descontaba el barro que llevaba la remolacha, el 2% o el 3%. Las Pepetas, madre de Murillo, una hermana de su madre estaba debajo de la maquina cuando accidentalmente la chafó, sería por la década del 48 o 52.

En el 46 cayó una gran nevada, el peor invierno que Liborio recuerda -No había agua en las casas y se helaron todas las fuentes-. Las oliveras se murieron, cortaron y arrancaron muchas para leña. Fue un invierno muy malo, tenía unos 10 años. En casa de Alonso había una fuente, en el barrio Lalueza, y hicieron fuego para que saliese agua. Desde casa El Sillero no veían de la nieve que había

Hizo la mili y tras ella enganchó en Nivel Campo con Genaro Llorens y José Escanero. Cogieron la contrata de los marguines y lo hacían todo a mano, los desagües a pico y pala y los balates, echaba tierra el tractor y a pala y jada hacían el marguín. A cuerda y al drecho con un tiro partían los bancales. Luego, el grupo de tractores se dedicaban a nivelar.

Pronto Liborio comenzó a llevar una oruga. Fueron a Cihuela, Soria, encima de Contamina, a nivelar. Fue con la pala a hacer balates, pero le hicieron coger la oruga, que se le dio bien, comenzando a ser maquinista con 27 años hasta los 63 que se jubiló sin parar de llevar maquinas. Con Pujol estuvo 7 años haciendo nivelaciones. Con Eugenio Tortajada 14 años. También fue a trabajar a Colominas con Juan Manuel Olivan. El primer día en el monte un hombre pregunto por él y cogiéndole el morral, le mandaron con el coche a Tramaced donde le hicieron coger el tractor y a los 15 días tractor con una cuba de agua.

Un día que estaba en el bar Azul jugando al Truque, le llamaron a la oficina, que estaba en casa Sabineta. La empresa, asociada con Giral, necesitaba un maquinista en Asturias para llevar una cargadora. Aunque no la había llevado nunca, le dijeron que el sábado a Asturias. A los tres meses se llevó a la familia, su mujer María Luisa Casañola Blanco y sus hijos María Luisa, Carmelo y Gloria. Sin embargo, a los dos meses regresó y trabajó en el canal de Terreu con la misma empresa “Tortajada Colominas y Giral”.

A los años, Tartajada paró y se lo quedó Ausinis, empresa estatal del estado. Con Ausinis estuvo 7 años hasta que hizo revisión de plantilla y se tuvo que ir. Estuvo realizando el travesal desde Pertusa hasta Tardienta, el ceme (cuadrado), lo ha cortado él con la máquina; son tramos cortos. El túnel de Sesa a Pilarces, el segundo tramo, la segunda sección la hizo él con la máquina. Estuvo un año entero trabajando en el túnel.

  • 1er túnel Pertusa – Salillas.
  • 2do túnel Sesa – Tramaced.

Luego estuvo en el paro hasta que de nuevo le fueron a buscar los de Ausini, dijo que no y al día siguiente con Pepe Bierge, los de la Madelenas de Grañén, lo cogieron para la gasolinera de Castejón para llevar el camión de gasoil para las obras del canal.

Espartero, remolachero, ha ido al caracol y ha cogido miles de kilos además de ser maquinista, una vida de trabajo y esfuerzo. Liborio ha visto la transformación de esta tierra de duros secanos a todo un regadío. Orgulloso de sus orígenes y de su pueblo, su memoria indudablemente forma parte de la Sariñena actual que sin el trabajo y el esfuerzo de su gente no se podría entender.

Relacionado: Esparteros y esparteras de Lalueza.

Eugenio Monesma Moliner, el nieto del Trenzaderas


Con raíces monegrinas, el etnógrafo, investigador y documentalista altoaragonés Eugenio Monesma Moliner siempre ha querido y valorado esta tierra. Ha pisado el polvo monegrino, aventurándose a descubrir e inventariar los secretos del territorio, sus piedras de areniscas, construcciones tradicionales y sus gentes, costumbres y oficios, el saber popular y recorrer sus paisajes. Para Eugenio, Los Monegros posee un valor excepcional, pero ha de ser su propia gente quien reconozca y ponga en valor a Los Monegros.

Eugenio Monesma Moliner en el paraje de Jubierre.

Gregoria Pallares Cor, abuela materna de Eugenio, era natural de Castejón de Monegros. De joven marchó a servir a una casa de Sariñena, lugar donde conoció a su abuelo Pedro Moliner, natural del mismo municipio de Sariñena. Le decían el Trenzaderas, a modo de apodo, y le llamaban así por las trenzas de los pantalones que siempre llevaba sueltas. Se casaron, pero los cinco primeros hijos murieron. Al sexto, Benito, lo pasaron por la acequia la noche de san Juan y se marcharon de Sariñena, nunca más volvieron – ¡Consiguieron engañar a la maldición! -.

Eugenio nace en Huesca, donde ha desarrollado su vida. Con 18 años se fue a Ibirque, al lado de Nocito, con un pastor, para aprender la vida de pastor. Para Eugenio, la etnografía y antropología ha sido algo vocacional, afición y profesión que ha compartido con su primo Manuel Benito y Ángel Gari, del Instituto Aragonés de Antropología.

Pronto comienza a grabar artesanos y documentar oficios. Eugenio ya se había iniciado en la realización con cortos en super 8, películas de corte pacifista y cortos de animación. “Jaque de Reyes” fue uno de sus cortos, sobre las guerras y su maquinaría, cómo se organizan, quienes combaten, quienes pierden, quienes ganan y quiénes se benefician. También realizó “Soldados de papel”.

En 1990 crea la productora Pyrene P.V y en 1983 pasa a vivir de la realización. Aquel año realiza Navateros y su carrera le ha llevado a realizar más de 3.200 documentales, publicaciones, programas de televisión y recibir numerosos reconocimientos, distinciones y premios.    

Desde sus inicios se ha aventurado por Los Monegros. Entonces, Los Monegros no se habían estudiado, prácticamente no se había estudiado nada. Con su primo Manuel Benito bajaban a Los Monegros, iban a ver a Macario de Lanaja y descubrían los secretos monegrinos. Manolo comenzó a investigar los dances y Eugenio los oficios. Pero iban por todas partes, igual subían a la montaña que recorrían el llano.

Eugenio Monesma Moliner ha realizado numerosos trabajos etnográficos y antropológicos, especialmente como productor audiovisual. Con su mirada al mundo rural, en Los Monegros ha documentado todos los dances. Los dances los grabó íntegramente con Manuel Benito, además de realizar un documental genérico sobre los dances de Los Monegros. El dance de Los Monegros se ha conservado muy bien, igual que los de la zona de la ribera alta y baja del Ebro, apunta Eugenio – El dance es la fiesta más importante en Los Monegros -. El diablo de Castejón era su pariente, Serrate, cuando lo grabó. El dance de Castejón de Monegros lo ha grabado tres veces, la primera vez en super 8 en el año 85 u 86 y en video otras dos veces.

Igualmente, ha grabado el yeso de La Almolda y sus hornos de yeso, además los de Lanaja y Leciñena. La cera y la casa de la cera en Castejón de Monegros, el esparto en Lalueza y Poleñino, el jabón de palo en Leciñena, las plantas medicinales por la sierra de Lanaja o el nivelador de Lalueza Valentín Baseca. La botería Mairal en Sariñena y la siega y trilla con la asociación Añoranza, los grabados de pastores por Usón o el tambor de Robres, una caseta de piedra seca.

Eugenio Monesma Moliner en la Bodegueta, entre Sariñena y Castelflorite.

También ha capturado el juego de las olletas de Huerto o las corridas de rosca de Grañén, en la festividad de santa Águeda, la romería de palos de Huerto, la vieja remolona en Alcubierre o la festividad de San Sebastián en Castejón de Monegros cuando tiran las naranjas a san Sebastián y sacan la cabra.

-Buscando secretos de las piedras por Castejón de Monegros, José Puey me llevó hasta «El arenal», un lugar con un tipo de piedra frágil con grano muy fino que utilizaban las mujeres para fregar los útiles de la cocina y para sacar brillo a los hierros. –

En su momento, trató de documentar al tonelero de Sariñena, pero no pudo ser. Ha estudiado los pozos de hielo, recrearon el oficio de los pozos de hielo en Uncastillo. También a inventariado las cías, para almacenar grano, hay 6 o 7 muy interesantes por monte Tubo, se almacenaba trigo. Con el esparto descubre el tarantismo y el baile de la tarantela, también estaba la picadura del alacrán y la solución de freírlo en aceite y con ese aceite aplicarlo untado en la picadura –Hasta los años 60 se ha mantenido la tradición oral-.

Mención especial merecen las cuevas rituales de Los Monegros, las mal llamadas cuevas de la fertilidad o fecundantes. Aunque es verdad que, desde un principio, se relacionaron con la fertilidad, por su similitud en forma a un útero materno. Desde hace dos años, investigaciones recientes junto a Aurelio Bail han encontrado diferentes cerámicas, llegando a la conclusión que las cuevas respondían a enterramientos, claramente era cerámica de enterramientos anterior a la romanización: -En Huesca hay 54 cuevas, la mayoría en Los Monegros y en el conjunto de San Lorenzo encontramos casi juntas en torno a una docena de cuevas. Están muy próximas entre ellas-.

Eugenio ha sido pregonero de las fiestas mayores de Sariñena en 1985: “Luego vendrá el pregón de un bravo realizador que hace buenos cortos, en plan moralizador, aunque lo que mejor maneja es el costumbrismo, eso de costumbres y tradiciones, que no son de ahora mismo.  Eugenio Monesma Moliner es este pregonero; aplaudirle con ganas, que no cuesta dinero.” También, en el 2011 ejerció de pregonero de las fiestas de santa Ana de Monegrillo y en las de Castelflorite.

Con Carmelo Lorente Acín, el mayoral del dance de Bujaraloz, descubrieron el agua en la zona de Los Monegros más seca, realizando el documental el Patrimonio hidráulico en Bujaraloz –Los Monegros son paisajes muy diferentes, el tema del agua es muy importante, balsas, aljibes… Los paisajes de la provincia de Huesca no solo son Pirineos, Monegros y sierras. –

Participó en la creación del centro de interpretación de la guerra civil de Robres, con Manuel Benito y ha colaborado con la casa Miguelé en La Almolda, espacio expositivo que nos lleva a una casa del siglo XX, desarrollada por el ayuntamiento de La Almolda y la fundación Miguel Carreras. También ha grabado fogones tradicionales en Los Monegros, con Constantino Escuer Murillo en Perdiguera y otros lugares como el conejo en Grañén.

No deja de visitar Los Monegros, de descubrirlos, pues Los Monegros son una tierra desconocida – Tiene muchas tradiciones y al no haber tantas influencias externas no se han contaminado –. Apunta que Los Monegros posee mucha cultura, pero tiene que haber gente de casa que lo valore primero y luego la gente de fuera. Trata siempre de apoyar las iniciativas y siempre que puede acude. Sin duda, Eugenio es un enamorado de Los Monegros:

Esos Monegros secos que nos cantaba Labordeta tienen su belleza si los observamos con detenimiento. Jubierre, ese espacio estepario de gigantescos torrollones entre Castejón de Monegros y Sena, que en un día caluroso de verano bien nos podrían parecer los molinos de Don Quijote, es un territorio poco conocido. Recorrer su paisaje disfrutando de las formas y colores de la naturaleza es un placer. Aquí os dejo con uno de los tozales, el llamado de Colasico, donde las tierras de colores, las lajas de areniscas orientadas hacia el infinito y los cristales de yeso emergiendo en formación entre la tierra de buro transportan nuestra mente hacia otros lugares de este planeta. – (Texto de Eugenio Monesma en una de sus excursiones por Jubierre).

Eugenio Monesma Moliner y Joaquín Ruiz Gaspar (Os Monegros).

Continúa su interés por Los Monegros, surcando lagares y trujales, algunos fueron documentados en la sierra de Alcubierre -Hay referencias que había en el monte hasta que a partir del siglo XIX comenzaron a desaparecer-. También arnales, abejares o colmenares, la miel y la cera, construcciones perimetrales, inventariando una docena por el monte de Castejón de Monegros. Destaca el arnal «del Cortante» o de «Casa Salvio»: -Vemos que se trata de un recinto cerrado con un edificio de bancales al fondo en el que se alojaban las cajas o colmenas bien protegidas y orientadas hacia el sur para recoger el calor de los rayos de sol en los meses más fríos. Todavía se conserva la máquina extractora de la miel, una especie de centrifugadora manual que servía para separar la miel de la cera. –

Eugenio, en su visión global, reconoce el valor excepcional de Los Monegros, de sus tradiciones y cultura hasta el entorno, el medio natural y el paisaje. Queda mucho por descubrir, por aprender, por estudiar y sin duda su trabajo resulta imprescindible en ese testimonio documental que significa su obra, un tesoro etnográfico de un valor universal que deja constancia de una forma de vida artesanal y de sabiduría popular que hemos dejado atrás. ¡Gracias Eugenio!

-Os recomiendo este espacio poco conocido de Los Monegros. Se trata de Jubierre, en el término de Castejón de Monegros. De vez en cuando, sobre todo en este tiempo primaveral, me gusta hacer alguna excursión por sus tozales. Ayer, recorrimos algunos de los parajes más conocidos y visitables. Pero hay lugares recónditos a los que tras una buena andada puedes acceder por sus barrancos. El agua, escasa, se convierte en fuente de vida. Jubierre como paisaje le tiene encantado, se tendría que estudiar y proteger, hay restos anteriores a la romanización. La Gabarda como paisaje también es excepcional-.

Rosa Baseca Alastrúe


En la localidad monegrina de Lalueza, el trabajo del esparto para la realización de sogueta o fencejos, cuerdas de esparto, supuso una importante fuente de ingresos para numerosas familias. Un trabajo durísimo que principalmente realizaban las mujeres. Un trabajo artesanal que ha quedado relegado al pasado, pero su impronta ha quedado fuertemente marcada en la memoria monegrina.

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Rosa Baseca Alastrúe

            Rosa Baseca Alstrúe nació un 28 de marzo de 1942 en la localidad monegrina de Lalueza. De familia de agricultores, su padre trabajó como jornalero, fueron siete hermanos, cinco mujeres y dos hombres. Rosa fue a la escuela hasta casi los catorce años, no era mixta y había dos clases de chicos y dos de chicas, unas para pequeños y otras para mayores. Con tan sólo ocho o nueve años, después de la escuela, Rosa ya iba a trabajar al esparto. Las más jóvenes comenzaban haciendo sogueta menor y a medida que crecían hacían sogueta más grande. Fabricaban tres tipos de sogueta según grosor y longitud, pequeña, mediana y larga, se media desde la base del pie hasta lo largo de la pantorrilla. Alguna vez se escapaban un rato para jugar “cosa de crías”, aunque siempre tenían que hacer sogueta. Así contribuían al sustento familiar y se pagaban el traje de la comunión, zapatos, algún vestido..,  gracias al esparto en Lalueza nunca se pasó hambre.

            Se juntaban varias vecinas en la calle o en las casas en invierno, muchas veces en las cuadras donde los animales les daban calor, era fácil ver grupos de varias mujeres, niños, niñas y ancianos haciendo sogueta, trenceta. Hacer sogueta después de cenar lo llamaban tardear, Rosa recuerda quedarse hasta tarde para ver, a la lejanía, los fuegos artificiales de Sariñena. Los hombres también hacían sogueta, cuando llegaban del campo.

            Las mujeres no paraban de trabajar, en cada casa había gallinas, conejos, tocinos… dar de cenar a las caballerías lo llamaban reprensar. Se hacía la matacía, venía el matachin y después venía todo el trabajo de conservar la carne. Trabajaban la lana de las ovejas, hacían peales o peducos, manoplas, chaquetas… Recogían el agua de la balsa buena y llenaban el aljibe de casa, lo hacían en invierno porque entonces no había bichos en el agua. En Lalueza había dos balsas, una buena para las personas y otra mala para los animales. De la balsa mala cogían agua para trabajar el esparto. También acudían al barranco Salau, un barranco que solía llevar agua salada, allí también iban a aclarar la ropa o iban al río Flumen. Muchas mujeres iban a la siega para hacer garbillas, segaban y ataban fajos.

            Rosa no llegó a trabajar arrancando esparto, era muy pequeña para hacer la faena más dura. Arrancando el esparto sufrían mucho las manos y la espalda. Retorcían el esparto y daban un primer estirón, después, con parte ya de lo arrancado, retorcían de nuevo el esparto para ayudarse a dar el segundo estirón y terminar de arrancarlo y no hacer sufrir demasiado las manos. Cuando hacían sogueta también se les hacía sangre en las manos y con cámaras de neumáticos se hacían badanas para protegerse las manos.

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Sogueta trenzada de esparto.

            Los campos donde recogían el esparto los arrendaban y pagaban por su aprovechamiento. Se arrancaba el esparto en verde en los meses de julio, agosto y la primera quincena de septiembre, comenzaban a las cinco de la mañana antes de que hiciese calor. Después lo tendían en el campo para que se secase hasta que se ponía amarillo. Después había que mallar el esparto, el mallau, estrujarlo y chafarlo sin llegar a romperlo. Había quien lo mallaba con las ruedas del carro pasando por encima de los fajos de esparto. Se mallaba sobre una piedra con una gran maza de madera y, una vez mallado, se mojaba para que se amansase el esparto para poder trabajarlo para trenzar sogueta.

         La sogueta se empleaba para atar las garbas de trigo y del alfalz. Todos los días vendían fencejos, era una moneda de cambio o de trueque, e iban a la tienda donde hacían trueque con comida o les daban dinero. Para el día de la Ascensión iban a venderlo a Monzón. También vendían esparto p´al peso que era un esparto malo y simplemente estaba recogido. Las sogas mal hechas las vendían para su uso en fundiciones, algunas para fundiciones de Bilbao y otras para la fundición de Averly en Zaragoza.

Cada fajo de vencejos tenía 10 fascales y cada fascal 30 vueltas. Se cogía la sogueta o vencejo y se enrollaba dándole vueltas, pisándolo con el pie y tomándolo con la mano que estaba por encima de la rodilla. Cuando se habían dado 30 vueltas ya tenían un fascal, y cuando tenían 10 fascales ya habían hecho un fajo.

Silvia Abardía, Modos de vida

Diario del Altoaragón

            Rosa participó en el documental sobre el esparto de Eugenio Monesma, se encontró a su padre por la calle que estaba esperando a Eugenio Monesma para grabar el reportaje y ella se apuntó. Se casó en 1963 con Emiliano Peralta Elbaile, agricultor, con él que tuvo dos hijos, un chico y una chica. Rosa estuvo haciendo sogueta hasta 1964, en aquellos años llegó el regadío y la agricultura sufrió una gran transformación dejando atrás los duros tiempos del esparto.

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Rosa con el mallo de mallar el esparto.

           En Lalueza siempre ha habido mucho ganado ovino, huerta y viña. El vino rancio era fuerte pero muy apreciado y lo iban a vender a Sariñena, donde al parecer lo ameraban, pues en tono jocoso decían que «lo habían pasau por la acequia Valdera». En una casa,  un tonel aún contiene un vino madre de más de cien años. A Sariñena iban andando para comprar, a veces iban con una burra para llevar la carga o por si alguna se cansaba, se montaba un rato, iban a casa Marianetas a comprar telas. A veces aprovechaban algún viaje a la harinera de Sariñena

            A Lalueza iba a vender higos una mujer de Sariñena y Bautista melocotones, en Lalueza no había casi frutales. Un hombre iba a vender telas y siempre decía “llevo cotinas morena y bragas para las mujeres”. A un vendedor le daban retales y trapos viejos por dos mandarinas.

            Rosa ha conocido de toda la vida la labor de hacer sogueta, se siente orgullosa de su pasado, pues con el esparto en Lalueza la gente comía y no tenía que emigrar. La gente vivía con las puertas abiertas de las casas y, a pesar de la dureza, existía una fuerte familiaridad y solidaridad entre vecinos y vecinas, un apego entrañable que imprimió un carácter difícil de olvidar. Nos han acompañado sus hermanas Edelmira y Dolores, compartiendo muchos de los recuerdos de Rosa en su Lalueza natal, con una entrañable nostalgia que han querido compartir. Las manos se aujereaban, sangraban al continúo roce con el esparto, se endurecían y se volvían a aujerear. Las manos tejían la dura soga de esparto, una ardua fabricación artesanal que mucha gente ha querido olvidar. Pero también ha significado una  forma digna de ganarse la vida en tiempos de pobreza y hambre, donde las mujeres con sus múltiples trabajos fueron fundamentales en el sustento familiar y de nuestros pueblos.

            A todas las manos forjadas al basto tacto del esparto.

        Esta primera mirada se enmarca dentro de la serie «Rostros», que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias  a Rosa, Edelmira y Dolores Baseca Alastrué y a Margarita Periz Peralta.