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Ester Giral Ezquerra


Ester Giral

Por Darío Pueyo Serrate. Tercero de la ESO. IES Gaspar Lax.

Ester Giral Ezquerra, nació el 16-5-1943, Castejón De Monegros (Huesca). Es hija  de Vicente y Florencia, agricultor y ama de casa, fue la menor de 4 herman@s, (han fallecido dos hermanas), el otro reside en la misma localidad.

Tuvo una infancia feliz, jugaban a la comba, a la zapatilla por detrás, al corro la patata…. Las canciones típicas de esa época eran: Conchita va en un coche caraba y la chata la mandanguera.

No trabajó fuera de casa pero ayudó mucho a sus padres en los trabajos agrícolas. Como iba al monte muchas noches dormía en masadas o casetas y tenía mucho miedo porque se pensaba que los árboles eran personas.

En las casas no había agua, la iban  a buscar a la fuente que había en el pueblo, usaban cántaros,  pozales y  botijos. Tampoco había luz y se iluminaban con candiles.

En la mayoría de las casas había animales domésticos En casa de mi abuela tenían un burro, cerdos, gallinas, conejos, pollos y patos.

Mi abuela finalizó sus estudios primarios en la escuela pública de Castejón de Monegros, en la que había dos clases una para chicos y otra para chicas. De mayor, cuidaba a los niños pequeños, hubiera sido una buena maestra.

De joven, aprendió a coser y bordar junto a otras chicas de la localidad, en casa de una señora particular que les enseñaba en su casa. Después ejerció de bordadora durante muchos años y era ella la que enseñaba a otras jóvenes que realizaban su propio ajuar.

Se casó con un joven del pueblo, mi abuelo Javier y se quedaron a vivir en la localidad de Castejón de Monegros. Fueron padres de tres hijos: Beatriz, mi madre, Yolanda, y Raúl. Tienen 6 nietos.

Durante su juventud se divertían los domingos en el baile de casa el Ronquillo, donde los chicos sacaban a bailar a las chicas y ellas les indicaban  el turno de la canción que les concedían.

En aquellos años pasaban muchos comediantes por los pueblos. En Castejón estuvo actuando junto a sus padres el famoso Andrés Pajares y Fernando Esteso. Eran los años 60 y residían en la localidad unos 1.300 habitantes. Ahora apenas residen 500 habitantes.

Mis abuelos se casaron en la iglesia de Castejón de Monegros y celebraron el banquete en el salón del baile. Fueron de viaje a Barcelona con los autobuses de Agreda y regresaron en una moto Ducati que se compró mi abuelo. Eligieron esa ciudad porque allí residían familiares de mi abuelo que les llevaron a visitar varios monumentos, teatros, parques…

Al regresar del viaje de novios se trasladaron a vivir a unas casas construidas a la entrada del pueblo donde todavía residen.

Mi abuela trabajó como bordadora y fue ama de casa. Mi abuelo fue conductor y trabajó en la construcción. Actualmente están jubilados.

Les gustaba pasar los domingos haciendo excursiones familiares al campo: a un monte, cerca de Monegrillo “el monte Pina o Miramón”, y al río Alcanadre, en el monte de Jubierre.

Como tradiciones celebraban las fiestas patronales: San Sebastián, San Miguel, San Isidro y Santa Ana, en cuya procesión mi abuelo ejerció el personaje de diablo, durante 27 años y yo participé junto a él con 5 años en el papel de ángel, realizando la lucha del bien y el mal. Me hizo mucha ilusión.

Mi abuela ha aprendido mucho de la sabiduría popular. Sabe muchos refranes: “No por mucho madrugar amanece más temprano”, o relacionadas con sus patrones “Santa Ana, buena muerte y poca cama”, “San Sebastián bendito, cortinas verdes, por debajo la cama corren las liebres”.

En el pueblo se conservan muchas tradiciones populares en las que mi familia ha participado, como para las fiestas de San Sebastián subimos al castillo a coger naranjas que reparten los mayordomos. También se disfrazan cabras en el baile para un concurso. En Semana Santa también hay muchos actos religiosos: el día de viernes santo se realiza un descendimiento de un Cristo articulado desde hace muchos años que vienen a verlo desde otros pueblos y atrae a muchos visitantes. Para la aparición de San Miguel, el 8 de mayo se va en romería desde el pueblo a la ermita de Jubierre, mi abuela bajaba con sus padres con el carro y las mulas, después por la noche se paraba en las canteras y hacían hogueras.

Para Santa Ana, el 26 de julio, se va en procesión a la ermita junto a mairalesas y grupo de dance.

El pueblo de mi abuela tiene mucho patrimonio cultural: Castillo, Iglesia con pórtico, varias Ermitas, Fuente Madre, donde mana agua de forma continuada. También se mantienen muchas tradiciones.

Darío Pueyo Serrate

Tercero de la ESO A

María Pueyo Romerales


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Por India Pano Rodés. Tercero de la ESO. IES Gaspar Lax.

María nació en Sariñena el 19 de Noviembre de 1927, ahora tiene 91 años, la familia por parte de su madre era de Sena y la familia por parte de su padre era de Sariñena. Su madre se llamaba Blasa Romerales Ramón y su padre Mariano Pueyo Ullod. Su madre trabajaba criando a las hijas y a sus hijos, también trabajaba en el huerto, iba a vender a los pueblos, era ama de casa… Su padre trabajaba la tierra, era agricultor. María tenía dos hermanos y cuatro hermanas más, en total eran siete.

María cuando era pequeña jugaba con carbón, escribía en las paredes y también escribía con palos en el suelo. Su infancia fue buena, cuando tenía ocho años vivió la Guerra Civil. Ella trabajaba de ama de casa, como todas las mujeres… Iban a buscar el agua a una fuente con cubos, utilizaban como si fuese luz, un candil. Criaban tocino para la matacía y así podían hacer chorizo, morcilla… también tenían gallinas para recoger huevos y  mulos para la agricultura.

La escuela, a María le gustaba mucho aprender, María empezó a ir a la escuela, pero la tuvo que dejar. A María le enseñó a leer su tío, él era muy listo, le enseñó a leer a base de periódicos, también le enseñó a escribir y dibujar. Ella tiene un buen recuerdo de cuando era pequeña, iba a coger almendras con sus amigos, sus hermanos y sus hermanas.

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María iba al campo a ayudar a sus padres a trabajar.

Trabajó en Barcelona a partir de los 13 años de niñera, le gustaba mucho coser y se hacía vestidos, más adelante tuvo un bar con sus hermanas se llamaba Maryland. Y estaba en la actual Plaza Constitución. En las fiestas iban orquestas, toros y también había fuegos artificiales.

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Se casó con Marcos Rodés cuando ella tenía 29 años, la boda fue un poco triste porque no hubo boda en sí, solo fue comida familiar. Se casó de negro con un abrigo de color mostaza, no tuvieron viaje de novios, vivió en casa de sus suegros durante un tiempo en la Calle del Enado, la casa tenía 3 plantas, patio, cocina, habitación y terrao. Tuvo tres hijas y un hijo. Marisa, Marcos, Silvia y Marian.

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Ella solía ir al cine. Una de las tradiciones que seguía cada año era en Navidad, hacía los platos típicos de su madre, eran los cardos, hoy en día se sigue haciendo y otra de las tradiciones era el día de reyes tomar chocolate.

India Pano Rodés.

Tercero de la ESO B

Carmen Mir Loscertales


Vital y dinámica, familiar y amiga de sus amigas y vecinas, una mujer fuerte que ha sacado adelante su familia. Una campeona del guiñote, gran aficionada y jugadora. Así es Carmen, siempre muy alegre que nos acerca la vida de antes con ese cariño de siempre, de sus tortas de cuchara, magdalenas y farinosos que nos daba para merendar de críos, cuando con su nieto Luis, parábamos para verla. Con su nieta Carolina descubrimos a Carmen, con muchas historias y otras muchas que quedan por contar. 

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Carolina y Carmen.

De casa  “La Droguera”, Carmen nació en Sariñena el 3 de septiembre de 1927, en la calle de los Ángeles. Su padre trabajó en la estación “siempre iba y venía”, recuerda Carmen. Su madre Rosa Loscertales Tierz natural de Lalueza, de casa Guallart, fue de buena casa aunque fue la pequeña y tuvo que buscarse la vida. Una vez en Sariñena, Rosa iba mucho a casa Moreno, allí jugaba a las cartas mientras Carmen saltaba a la comba y jugaba a las tabas con otras chicas. Rosa lavó para otras mujeres en Sariñena, «fue muy querida y trabajadora». Ademas, Rosa vivía junto a su hermano Manuel que era padre de Santiago, Josefa “la del Romea” y Mª Carmen, que se criaron junto a ella, siendo primas hermanas de Carmen: “nos une un gran vinculo familiar”.

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Carmen Mir y Eugenia Palacio.

Fueron cinco hermanos en casa: Carmen, Fina, Manuel “El Cubano”, Antonio y Jesús. Carmen fue muy amiga de Carmen Santolaria, hermana del que después fue su marido, iban a jugar al solar donde luego hicieron la casa, por la calle Ronda san Francisco: “Éramos como hermanas, íbamos a bailar, a saltar a la comba…”. Carmen aprendió a coser en casa de Dolores “La Hermosa”, la mujer del barbero: «la barbería la tenía por la calle del Mercado».

Carmen fue a la escuela muy poco, la guerra le pilló justo entonces y esta se interrumpió. Carmen recuerda la sirena y las campanas que avisaban de los bombardeos y tener que ir corriendo al refugio de Torres, donde se juntaban muchísima gente. A Carmen se le murió un hermano «Jugando con una pelota que resultó ser una bomba».

Su abuelos Antonio Loscertales, “El Zumarro” y su mujer Carmen Tierz Marías celebraron antes de hora la entrada de los nacionales y rezagados republicanos los asesinaron cuando se retiraban. La casa familiar la escachó la aviación durante los bombardeos, así que después de la guerra se mudaron a casa de los abuelos a la calle Larosa. Allí se reunían mucho la familia y tiempos después en la casa de la calle del Horno, casa de su hermana Fina. Tras la guerra, el racionamiento fue vital: “Tanto tocaba por uno”.

“Esa casa siempre estaba con gente y todos recuerdan a mi tía Fina y a mi bisabuela Rosa  con mucho cariño por su cercanía y su generosidad de tener siempre la casa abierta»

 Carolina Santolaria Lafita

Carmen se casó muy joven, a los dieciocho años. A su marido lo conoció en el cine del teatro Romea, él se acercaba al gallinero para verla y estar cerca de ella. Su marido fue Francisco Santolaria Cazacarra, conocido por el apodo de “El Calistro”. Paco tenía campos y fue labrador, además de ir con los albañiles: “Iba con todos”. Francisco tuvo mulas y carro y con el tiempo fue encargado en “Pretensados Alcanadre”, haciendo vigas. Su hermana Luisa tuvo una pescadería por el callejón del Saco, donde actualmente se encuentra el bar La Lifara.

En casa tenían conejos, pollos, pavos y mucha huerta, hacían conserva, mermeladas, peras cocidas al vapor, tomate embotado… “Para todo el año, sobre todo para pasar el invierno”. Paco le hacía ir de joven al huerto para ayudar con las faenas, pero a Carmen no le gustaba mucho. Tuvieron tres hijos: Luis, Paco y Rosa. Cuando estaba embarazada del primero le mataron al suegro en la conservera: “Escondía la caza y debieron pensar que era un maqui, le dispararon».

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Carmen y Abelina

Los domingos por la mañana iban al casino a tomar vermut. Iban al Casino con el Riau (que tuvo un bar), con Abelina, Marianeta, Carmen y Florentín (El Cartujano). Iban al cine y a bailar los domingos por la tarde, había orquestas y casi siempre la orquesta sariñenense Cobalto.

Se juntaban en las casas a merendar, tortas de casa y a jugar a las cartas. En verano por las noches a la fresca, en la calle se juntaban las vecinas y hablaban. Carmen ha sido una gran jugadora de cartas y con su compañera Abelina han ganado numerosos campeonatos de guiñote, tanto en la residencia como en el Casino. ¡¡Todas unas campeonas!!.

También Carmen ha tenido una grandísima amistad con su cuñada María Jesús, mujer de su hermano Manuel “El Cubano”, a quien recuerda con ternura porque eran los dos mayores: «Se supo buscar la vida». Manuel regentó la tasca de “El Cubano”  siendo muy popular sus meriendas y él mismo. Allí han pasado alguna navidad todos juntos, al lado del hogar que estaba al final del local.

«La taberna de El Cubano venia  ya de su abuela Manuela por parte de su padre, que provenía de Alcolea, así  que tiene más de 100 años el bar”.

Carolina Santolaria Lafita

Carmen es muy familiar y muy querida por los suyos, amigas y vecinas. Su vida está llena de recuerdos y vivencias que con gran afecto nos ha transmitido, gracias Carmen. Y gracias a Carolina Santolaria Lafita, nieta de Carmen, que con su gran cariño y admiración a su abuela ha hecho posible esta entrevista.

Carmen Nogués Cáncer


La memoria del pasado se ha transmitido generaciones tras generaciones pero los nuevos tiempos y la tecnología han ido rompiendo la correa de transmisión. Ellas atesoran la sabiduría, la herencia acumulada durante siglos que permitía sobrevivir con escasos recursos. Ellas guardan la memoria de los usos y técnicas tradicionales, una producción artesanal y casi de autosuficiencia del saber popular completamente ligada a nuestra tierra y a nuestra gente.

Carmen Rostro

            Carmen nació en Alcubierre el 18 de marzo de 1918. Su padre Rafael Nogués Pérez (1880-1966) descendía de una casa pobre y su madre Justa Cáncer Gracieta de casa de labradores. Rafael fue ganadero, llevaba ovejas pero también fue tratante, gozó de gran inteligencia y ello le permitió prosperar. Además, Rafael fue alcalde y juez de paz de Alcubierre. El padre de Rafael murió cuando este contaba con tan solo tres años, y él y su hermana se vieron obligados al auspicio, desde muy pequeños aprendieron a ganarse la vida. Rafael fue a Madrid en 1929 a reunirse con los diputados liberales Romanones y Portela Valladares. En 1931 Rafael construyó un corral enorme, vendía los corderos y montó dos carnicerías en Alcubierre. Tanto su madre Justa como Carmen trabajaron en las carnicerías. Del matrimonio nacieron dos chicas y dos chicos, aunque el mayor murió a los doce años, quedando Luis, Ascensión y Carmen.

            A la escuela Carmen acudió desde los seis años hasta los catorce, habían construido el ayuntamiento de Alcubierre y a cada lado estaba la escuela. En un lado los chicos y en el otro las chicas. Por las mañanas estudiaban las diferentes materias y por las tardes les enseñaban labor. También se separaban los chicos de las chicas cuando iban a la iglesia, era normal las mujeres delante y los hombres atrás. Entonces eran cuarenta en la escuela, aunque muchos abandonaban la escuela para trabajar de pastoretes o criadetas, a muchas familias les tenían que llamar la atención para que llevasen a sus hijos a la escuela. “Primera, segunda y tercera sección”, también había clases nocturnas para niños que tenían que trabajar. Carmen recuerda llevar una pequeña caldereta, una estufeta, una pequeña caja metálica que llenaban con brasas, normalmente de la panadería, con una rejilla sobre la que ponían los pies para calentarse.

            De pequeña jugaba con muñecas, a saltar a la comba, a marro con la pelota, a hacer casetas… con todo hacían juguetes “¡ah! y los chicos les mandaban papeletes en clase”.  Carmen no era muy atrevida pero le gustaba ir con las más atrevidas “había mucho hambre y eso hacía que la gente fuese atrevida”. Le gustaba ir a ver los patos nadando en la balsa grande, donde está el molino, iban después de la escuela. También iban hasta el Balsón, a coger moras a una gran morera que había en la balsa.

            Estaba el Plegadero, la plaza donde se juntaban los jornaleros antes y después de enganchar a trabajar. En la plaza había antes una gran balsa que ocupaba casi toda la plaza, la taparon con sarmientos y enrona. También, de cada casa salía una o dos cabras que juntaba el cabrero, a las siete de la mañana tocaba el cuerno y las llevaba al monte, después volvían a casa solas. Rafael, el padre de Carmen dejó un rebaño de 1000 ovejas cuando se jubiló y se lo vendió a los Basilianos.

            Carmen es pura memoria, recuerdos vivos de la historia reciente de Alcubierre. Mucho ha quedado relegado al pasado, al olvido, una forma de vida tradicional y muy arraigada que constituye un patrimonio de incalculable valor. Carmen mantiene vivo el recuerdo de las casas cuando se llenaba todo de polvo blanco de moler el yeso, de los hornos de yesos. Recuerda las rondas de Alcubierre “siempre había rondas”, el Tío Patricio Jordán cantaba acompañado de guitarras y los chicos iban a rondar a las chicas. Se hacían bailes, los jóvenes aprovechaban para festejar, había músicos en el pueblo que tocaban en el baile: la guitarra que tocaba el ciego Lorenzin, Franchón el violín y el tío Pascual Lasheras el piano. También se contaba que había habido dance, Carmen había escuchado de pequeña que antes se decían dichos y motadas, donde salía a relucir todo lo que pasaba en el pueblo y además estaba casa el gaitero,  de “Pascuala la gaitera”.

            En aquellas rondas se recitaban preciosas coplas, algunas picantes y otras verdaderas obras de arte. Carmen nos recuerda algunas. En casa Ruata había seis chicas, además muy guapas a las que el Tío Patricio les rondó la siguiente copla: “Estas si que es casa, casa/ esta si que son paredes/ donde está el oro y la plata/ y la sal de las mujeres”. A la hermana de Carmen, Ascensión, le cantaron cuando era jovencita: “Capullito, capullito/ ya te vas volviendo rosa/ y la va siendo momento/ de decirte alguna cosa”. Y a potra chica de Alcubierre: “Esta es la calle del aire y el rincón del remolino, donde se remolinea, tu corazón con el mío”.

            Un suceso que causó gran revuelta en Alcubierre fue la irrupción de mosen Pedro en el baile. Entró enfurecido y gritando en el baile mientras la gente se escondía tras las sillas y las mesas, entró con el santo cristo y con dos monaguillos, obligando a que se posasen de rodillas y criticando que se bailase en cuaresma.

            Al acabar la escuela Carmen se puso a trabajar en una de las carnicerías familiares. Llevaban los corderos al matadero municipal y después los llevaban a hombros a la carnicería. La carne tenía que estar sellada por el servicio veterinario y el alguacil pesaba los corderos y se pagaba un porcentaje al ayuntamiento; “y cuando iban a Zaragoza les cobraban por la mercancía que llevaban”. Para llevar bien la cuenta de lo que fiaban en la carnicería, cortaban una caña por la mitad e iban haciendo muescas que tenían que coincidir.

            Cada casa tenía su mote: “píe de burra”, “matalobos”, “chinchetas”, “pifote”… Pifote viene de persona de fácil enfado, de  empifotarse: enfadarse por algo banal. Estaba casa la comadre, una mujer que atendía los partos, la gente pagaba lo que podía.

            Su marido Pedro Sos Pérez llegó a Alcubierre como secretario en 1940. Al principió no tenía plaza fija así que también ejerció de secretario en Castejón de Monegros y en Lanaja. Aquello le obligó a tener que ir en bicicleta desde Lanaja a Alcubierre para festejar con Carmen, era muy madrugador y a las 6 de la mañana ya llamaba desde la calle a su amada Carmencita. Al casarse, en 1945, cogieron a una chica para la carnicería y Carmen se quedó trabajando en casa. La nueva carnicera, Carmen Cáncer “Carmen la carnicera” acabó casándose con Luis Nogues, hermano de Carmen Nogues.

            En Alcubierre estaba la posada del Centro, donde se alojaba la gente más pobre, con aquellos burricallos, burros pequeños y enclenques. Desde Sariñena acudía el Tío José Cano a vender hortalizas y verduras, productos de la huerta, “aquí, en Alcubierre, no había hoja verde”. Había muchos males por la mala calidad del agua, se bebía agua de balsa, como en la gran parte de Los Monegros y se producían muchos quistes hidatídicos. Aragón fue una comunidad con gran incidencia de quistes hidatídicos. En cada calle había un pozo público, pero el agua era salina, en invierno en las plazas patinaban. Los patios se limpiaban con excrementos de las caballerías, los cagallones se mantenían algo húmedos y contenían abundante paja, los esparcían por el suelo y al escobar sacaban brillo de los suelos.

            Durante una lifara nocturna en casa de Lorenzin, una vez se halló presente José Gavin Casaus, “El Pajarito”, quien formó parte de una banda de pistoleros. José extendió una gran suma de billetes sobre la mesa, de un atraco en Barcelona, y les dijo a  los presentes: “mira, vosotros sudando sin parar de trabajar y no tenéis un duro y yo en una noche”.

            Algunas mujeres marchaban a servir a casas, se hacían modistas o trabajaban en el campo. Muchas que trabajaban en el campo se ponían unos manguitos en los brazos y un pañuelo sobre la cabeza para que no les tomase el sol, preservar la piel blanca era síntoma buen posicionamiento social. Existían las respigadoras, mujeres que iban detrás de los segadores recogiendo las espigas. Algunas de las criadas de casa Ruata dormían en las cuadras de la casa, con las mulas.

            En Alcubierre había Almendreras, olivares y vid.  En la placeta de las Cuevas, en honor a Enrique de las Cuevas, quien dirigió la repoblación, se juntaba el rebaño de cabras, la vicera (o la vecera).

Muchas que trabajaban en el campo se ponían unos manguitos en los brazos y un pañuelo sobre la cabeza para que no les tomase el sol, preservar la piel blanca era síntoma buen posicionamiento social.

Durante la guerra carmen se fue al monte con su familia. El día de San Juan, el 24 de junio de 1937 a las 10:00 horas ya dijeron por el pueblo que iba a ser un día inolvidable, que iba a haber un bombardeo terrible y así fue. Tropas republicanas habían formado en la plaza de Alcubierre, incomprensiblemente se mandó que mantuviesen la formación y el bombardeo terminó causando un elevadísimo número de bajas. Hay testimonios que narran que una bomba cayó en la balsa del pueblo y las ranas aparecieron estampadas en la torre de la iglesia. Carmen se encontraba en casa Calvo, donde entonces habían instalado la cooperativa de la colectividad, y la pila de lavar salió disparada hasta la balsa. Después apareció un escenario desolador, muertos por las calles, casas derrumbadas, cables caídos… Durante la guerra quemaron el archivo municipal, el archivo parroquial y el retablo de la iglesia, del fuego que hubo se desprendió parte de la bóveda.

Carmen Nogues (7)

Joaquín Ruiz, Alberto Lasheras, Pedro Sos, Carlos Sos y Carmen Nogues.

            Carmen y Pedro tuvieron dos hijos: Carlos y Enrique. Con mucho sacrificio y trabajo lograron que los dos tuviesen estudios universitarios, Pedro tuvo que ejercer por las tardes de secretario en otros pueblos. Carmen siempre le decía a Pedro: “si pides pueblo que tenga huerta”. Pedro era muy culto y muy inteligente, le encantaba la música, su padre “Enrique Sos Bustos” fue compositor y director de la banda de Albacete. Cuando se jubilo depositó su batuta de plata en el Tesoro del Pilar.

            Hay recuerdos para el tío Migueler, Miguel Puivecino, un hombre ágil y audaz que subió más rápido trepando a la torre de la iglesia de Alcubierre que otro por las escaleras. Migueler era a quién llamaban cuando un pozal se caía al fondo del pozo y de quién decían “Si Migueler no vuelve del otro lado, es que no se puede volver” (Al otro lado se refiere a la muerte).

            A San Caprasio subían con carrozas, subían las cuadrillas del pueblo como ahora. Entonces se tardaba tres horas en subir, arriba se hacía misa y se comía, luego otras tres horas para bajar. Subían también desde Farlete y Perdiguera, desde Alcubierre se hacía una parada en la caseta de los catalanes para almorzar, una caseta de cazadores catalanes antes de empezar la subida a San Caprasio. El 1 de noviembre, la noche de ánimas el sacristán subía al campanario con un barral de vino y chullas de jamón, tocaba toda la noche a muerto. Había un santero, vivía por el barrio del hospital y estaba la casa del rezador que solía llevar la virgen. A las doce del mediodía tocaban el Ángelus, la gente paraba y se descubría la cabeza, se quitaban la gorra o la boina y rezaban. A las dos iban a la escuela y a las cuatro salían, iban a la iglesia, se cubrían con la mantilla y rezaban el rosario, luego ya salían a jugar. El domingo había misa primera, a las seis de la mañana misa rezada para las criadas y jornaleros y a las once la misa mayor, misa cantada para la gente más acomodada. “A perdiz por barba y el otro a patatas”.

            Carmen se fue la primera alcoberreña que se casó abiertamente de blanco en Alcubierre, primero fue una de casa Ruata. Fue en noviembre y generó cierta expectación “mañana no iremos a coger olivas que iremos a ver la boda”. A los zagales y zagalas se les daba peladillas, como obsequio por la boda, cosas sencillas como la vida misma. Recuerdos y testimonios de una forma de vida que dejamos atrás, que forman parte de nuestra esencia y que ahora desterramos como si fueran prescindibles, pero es la vida misma, la vida real, la que ha construido durante generaciones nuestras sociedades rurales, con los pies en la tierra y el sudor en la frente.

            Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Carlos Sos, Pedro Sos y Alberto Lasheras.

María Rebeca Tricas Puyalto


Mujer comprometida por su pueblo: activa, dinámica, concienciada y luchadora. Todo un ejemplo de mujer capaz de articular una intensa actividad asociativa, cultural, artística y conseguir revitalizar la vida de un pueblo que lucha contra la despoblación. Una mujer más de nuestros pueblos, una mujer más y a la vez única, imprescindible para sacar adelante iniciativas titánicas por el bien y el futuro de su pueblo.

Maria Tricas

Mari Tricas

            Mari nació un 15 de abril de 1950 en Huesca y aunque vivió en Peralta de Alcofea, su vida ha transcurrido ligada a San Lorenzo del Flumen. Antes, por un tiempo, vivió en Sodeto, donde contrajo matrimonio. Pero en Sodeto, el joven matrimonio no tuvo suerte, pues no les tocó ni casa ni lote y se vieron obligados a mudarse a San Lorenzo del Flumen. En 1970 consiguieron una casa y un lote en el nuevo pueblo de colonización monegrino. Lamentablemente, el lote era de renuncio y arrastraba una pilma, unas deudas de semillas a la que tuvieron que hacer frente.

            El pueblo de San Lorenzo del Flumen se fundó en 1963 y se construyó en dos fases: la primera fase en 1963 y la segunda en 1968. En la primera casa, los cinco primeros meses los pasaron sin luz, debido a que el transformador se quedó insuficiente para llevar la luz a todas las casas. El lote fue de unas 12 hectáreas y además se complementaba con un huerto y una vaca preñada de la que tenían que devolver una novilla preñada. Compraron una vaca que tuvieron que pagar en tres años y unos años más tarde, por 1971, a un tratante le compraron 2 vacas más.

            Las tierras las tuvieron por la partida de la Mallata, por las Ventas de Ballerías, una huerta vieja pero con una tierra buenísima. Su marido fue tractorista de colonización y siempre trabajó de tractorista y de albañil. Con el tiempo compraron 26 hectáreas que pusieron en regadío. Al principio se puso mucha remolacha, alfalfa, cebada y maíz, pero luego, en san Lorenzo del Flumen, se plantó mucho pimiento. Desde entonces, en San Lorenzo del Flumen se celebran unas jornadas culturales sobre el pimiento y el arroz, pues el cultivo del arroz fue la única solución para muchas tierras salitrosas.

            Mari siempre sintió un interés especial por un terreno singular, un campo con un bello y característico tozal monegrino, propiedad del marques de la Venta de Ballerías. Sin dudarlo trató de adquirirlo, a lo que le marques respondió “que si alguna vez lo vendía, Mari sería la primera”. Al final, el marques cumplió su promesa y el tozal pasó a manos de Mari, quien trabajó su tierra, bordeando el pequeño y gran tozal con numerosos frutales, de oliveras, almendreras y viña.

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Mari con el logo de Ganadería El Tozal.

            Mari pronto comenzó con las vacas, empezó con dos vacas y al año siguiente sumó otras dos más. Después continúo quedándose con las novillas que las vacas parían, mientras vendía los novillos. Al principio inseminaba las vacas en la parada, la casa donde tenían al macho semental, y después, Mari adquirió un buen novillo semental para su ganadería. Fue pionera con la genética, inseminado sus vacas y creando una ganadería selecta de gran valor. Criaba de la raza “frisona” y su ganadería no pudo llamarse de otra manera: “Ganadería el Tozal”. Llegó a contar hasta con 50 vacas, las soltaba por el corral y montó una de las primeras salas de ordeño por estas tierras. Tuvo las vacas prácticamente desde 1971 a 1998 y fue en 1975 cuando adquirió la sala de ordeño: “mucha gente la venía a ver ya que era la única por la zona”. Antes de la sala de ordeño simplemente tenía dos ordeñadoras sencillas de la época.  Cuando se quitó las vacas en 1998, por la vaca Marisa le daban un millón de pesetas, pero Mari prefirió vender todas las vacas juntas a un ganadero de Asturias, por 170.000 pesetas cada una. Mari siempre ha estado dada de alta, a la seguridad social, como agricultora y ganadera.

“Si quieres beber algo natural, bebe leche de la ganadería el Tozal”

            Mari fue a vender a muchos pueblos la leche, se compró un Mehari y con el iba a todas partes, hasta cargaba las pacas en el Mehari. Las pacas y el alfal de los campos era para mantener la vaquería. En el coche cargaba los cantaros y se desplazaba por los pueblos, en Huesca vendía hasta 300 litros de leche. En 1992 Mari vendía en Huesca la leche en una lechería que ella misma montó en la calle Ramón J. Sender. Para llevar la leche se vio obligada a instalar un tanque refrigerador en el Mehari, pero la tienda apenas duró seis meses. Principalmente, la leche se vendía a la RAM de Grañen, donde la vendían la mayoría de ganaderos y ganaderas de vacas de leche, y a la Letosa de Alcolea. En los últimos tiempos, la leche se tuvo que vender a la cooperativa Copla de Pedrola.

            Su vida social y comprometida con el pueblo resulta igualmente intensa. En octubre de 1984 fundaron la asociación de Amas de casa de San Lorenzo del Flumen, cuando desapareció la Sección Femenina. Fue la primera asociación de ese tipo en Los Monegros y la quinta en la provincia de Huesca. Mari ocupó la presidencia de la asociación los primeros años y retomó la presidencia en 1996, cuando comenzaron con el proyecto de levantar una ermita en la localidad. Para tal fin constituyeron la cofradía y con diferentes actividades y la ayuda de vecinos y vecinas lograron financiar y construir una esplendida ermita. Dedicada a Santa Agueda representando a las mujeres, a San Lorenzo en representación del pueblo y a San Isidro en honor al campo. La ermita fue inaugurada en 2005 y su interior alberga un magnifico retablo de cerámica que ellas mismas realizaron. Un trabajo artesanal que les apasionó y que no dudaron de continuar, creando la Asociación Cultural Flumen Monegros de Cerámica Artesana. La ermita la complementaron con la realización de un vía crucis de diferentes cerámicas.

Mari Tricas (6)

            Con la asociación cerámica han acudido a diferentes ferias y mercadillos medievales, llevando como bandera su lugar, San Lorenzo del Flumen. Para el cincuenta aniversario del pueblo elaboraron un impresionante mural cerámico compuesto por unas 220 baldosas.

            Las asociaciones han dinamizado la vida del pueblo, un motor social vital y muy activo que ha ido generando una amplia variedad de cursos, jornadas culturales, café tertulias, charlas, fiestas… Desde el 2011 la nueva Asociación de Vecinos  ha puesto en marcha la encomiable iniciativa de crear una residencia de mayores y un centro de día para el pueblo, una Casa-Hogar que con trabajo y tesón seguro que conseguirán.

            El empeño, el esfuerzo y el trabajo, son cualidades muy necesarias para ir sacando adelante nuestros pueblos y nuestras familias. El valor humano es fundamental y en Mari es desbordante, sorprendiendo con su pasión y su sentimiento, su forma de ver la vida que plasma en versos dando forma a su reciente poemario “Poemas de una Colona”. Su amor por esta tierra queda marcado a fuego en sus poemas, al aire, al cielo, a la niebla, al sol, a su gente… a los sentimientos de una colona, por ser colona pues “Colonos los llamaban/ pero nada les importaba:/ ya tenían bastante/ con salir adelante”.

Poemario Mari

            Y adelante ha salido su poemario, por una buena causa, para contribuir con la Casa Hogar. Un esfuerzo valiente, de una gran mujer que no deja de sorprendernos. Poemas escritos en 1987 que florecen en este 2017 como flores en primavera, aquellas flores: “como el amor/ te dan una alegre sensación,/ están hechas un primor/ que te llega al corazón”. Una mujer más, como todas, indispensable.

               Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas  gracias Mari por abrirme las puertas de tu casa, todo un placer.

Aurora Piqueras Cisuelo


 Una vida dedicada a los demás, a su casa y a su familia, una vida de trabajo y esfuerzo, de dedicación y lucha. Un rostro entrañable que Alberto Lasheras nos relata descubriendo la vida de Aurora Piqueras Cisuelo; transmitiendo el respeto y cariño que Aurora se ha labrado en los secos y áridos monegros, entre Alcubierre y San Juan del Flumen.

Aurora

Aurora Piqueras

      Nació el 2 de junio de 1924, en Alcubierre. Era la novena de diez hermanos: Emilia, Modesta, Juana, Félix, Eusebio, Pilar, Paco, María, Aurora y Luis. Iban creciendo en el pueblo, colaborando en las tareas que sus padres les encomendaban y ayudándose unos a otros.

      Sus padres, María y Félix, trabajaban sin descanso dedicados a la venta ambulante por los pueblos para poder vivir honradamente. Cuando su madre no le podía dar el pecho, lo recibía de Cándida Suñén, que había tenido una hija tan sólo un mes antes. María se ponía en las plazas, en su puesto de mercado, y gritaba con energía y mucha gracia: ¡Naranjas como bombas!” Luego cuando vendían su mercancía regresaban a su casa, con su carro tirado por alguna yegua que habían renovado en el mercado de ganado.

        En 1930 la sequía se acentúa y las ventas se redujeron; malos tiempos se avecinaban. María y Félix deciden irse a Barcelona, allí habría trabajo para los dos. Las tres hijas mayores ya habían emigrado antes y encontrado trabajo. La mayor, en casa de los dueños de una fábrica de harinas, la Harinera de La Asunción, donde empezó Félix a trabajar nada más llegar para sacar adelante a su familia. María vendía helados en la playa de San Adrián del Besós, barrio en el que se instalaron. Félix murió de repente al año de llegar a Barcelona, dejando viuda, nueve huérfanos y a María embarazada.

     Todos se trasladaron a una casita del barrio obrero de Las Corts. Los chicos, adolescentes, trabajaban en el carbón, en la harinera y de botones en un banco. Eran tiempos convulsos de fuertes luchas sindicales con una gran implantación de la CNT y del anarquismo en Barcelona. Aurora cuenta que su hermano Félix era amigo de José Gavín Casaus (Alcubierre 1914-zaragoza 1935 “Otro Gavin de Alcubierre”, Desdemonegros), que a veces le permitió pasar la noche y dormir en su casa de la Colonia Castell, en Las Corts, escondiéndose de la búsqueda de la policía, si bien siempre le decía que “marchase al amanecer, cuanto antes, para no comprometer a su familia”.

     Las chicas, unas se casaron y otras trabajaban. Los tres pequeños (una de ellos Aurora), por mediación de los dueños de la harinera, fueron acogidos en un colegio de protección de la infancia en Pueblo Nuevo, en la calle Batrás. Para ello, la hermana mayor medió para que el dueño de la casa en la que servía ayudase a que admitieran a sus hermanos pequeños en dicho colegio de huérfanos, ya que les habían notificado que no accederían por ser aragoneses. Este señor, se tomó interés y notificó al colegio que si no admitía a los tres hermanos, retiraría su aportación anual a dicha institución. Un coche grande y negro los recogió y Aurora recuerda cómo su madre lloraba porque su economía no le permitía criarlos. Las niñas con las monjas y el chico con los curas. Al hermano, con ocho años, no le gustaba que le obligasen a ir a misa ni que le hiciesen rezar, las veía por una valla del patio y las llamaba por su nombre: “ ¡Marieta, Auroreta,  si os pegan decídmelo a mí! “.  Aurora lo aprendió todo en catalán, y a los siete años la eligieron para leerle unos versos a Lluis Compayns, en una exposición en Barcelona.

    Fue una experiencia dura e inolvidable que les permitió recibir una educación, alimento y disciplina. Salieron con un oficio aprendido: María se hizo modista y Paco tornero mecánico, lo que le permitió más adelante montar un taller con su hermano Eusebio.

       Aurora contaba tan sólo nueve años, cuando su hermana mayor le pidió a su madre que la sacara del colegio, para ayudarle con dos niños pequeños que tenía. La madre accedió y Aurora cuidó de los pequeños, siendo uno de sus cometidos recorrer un kilómetro de ida y otro de vuelta, tres veces al día, con la niña en los brazos que era un bebé y el hermanito de la mano, para que la niña tomara el pecho, ya que la hermana de Aurora tenía  una tienda de comestibles, al frente de la cual trabajaba.

      Aurora vivía con su hermana y su cuñado cuando estalló la guerra en 1936. Conoció el horror, la tristeza, los muertos, las carreras a los refugios en los que se escondían, el silbido de las bombas y el impacto sobre los edificios. Una noche tembló su cama, se agrietó la pared de su habitación y mirando por la ventana vio una bomba clavada en el suelo que no explotó. Pasarían muchos años y ese silbido aterrador le venía a la mente cada vez que alguien cerca de ella comenzaba a silbar.Tres de sus hermanos varones fueron al frente, a la guerra, da igual el bando en el que lucharon, el que les llamó más desde sus ideales de juventud o decidieron las circunstancias. Cuenta Aurora que en la Batalla del Ebro, estaban sus hermanos en diferente bando y Paco le comentó años más tarde: “¡Cómo iba a disparar si mis hermanos estaban en frente y podía darles!”. Al acabar la guerra, sus hermanos vuelven a Barcelona con algunas heridas, procedentes de campos de concentración pero, al fin vivos.

    Contaba Aurora quince años cuando una hermana mayor, Emilia, que vivía en Alcubierre y había perdido una hija de meses, enfermó. Aurora fue a cuidar a su hermana y ayudarla a superar la muerte de su hija. Se lo pidieron y ella obedeció. Tomó el tren y acompañada de una vecina  regresó al pueblo en el que nació. Emilia pidió a su madre que le enviara a su hermano pequeño Luis, para llenar el vacío creado por la muerte de su hija. Así, Luis fue el consuelo de Emilia, al que crió como si fuese su propio hijo.

        En Alcubierre, ayudó mucho a su hermana y su cuñado en la tienda que regentaban. Trabajó con ellos en el campo, con los animales, con unas mulas que tirando de un carro los llevaban a Zaragoza cada semana a buscar género que luego vendían en el pueblo.

       Cumplió 26 años cuando un amigo de la familia le presentó a Pedro Lalana Royo. Con él se casó y recuerda que el coche que llevaba al novio a la boda, pinchó y ella le esperaba escuchando las campanas de la iglesia que ya daban el tercer toque cuando Pedro llegó. Tras un viaje de novios por Zaragoza y Barcelona, a los cinco días, regresó a Monegros a otra casa, a otro pueblo, con otra familia. En Sariñena, vivió unos años y allí nacieron sus cinco hijos; cuatro chicas y un chico. Pedro quería tener un niño para que le ayudara en el campo y continuara  las tareas. Cuando éste nació, le gastó una broma a su marido y puso al recién nacido desnudo en la cama, diciéndole que había sido otra niña. La sorpresa y alegría del padre fue mayúscula al ver que había llegado su deseado varón.

      La vida le deparaba un nuevo destino; habían solicitado en San juan del Flúmen, nuevo pueblo de colonización, una casa y un lote de veinte hectáreas de tierra, a pagar en veinte años y, se lo concedieron. Les llegó una carta comunicándoles que debían vivir allí. Aurora contaba cuarenta y tres años y con su esposo cargó el remolque con sus enseres, sus hijos, un tractor recién comprado, a plazos, y se lanzaron a una aventura, con ilusión hacia un nuevo e incierto futuro.

      Fueron años muy duros, sin muchos medios. Los hijos ayudaban en todo lo que podían. Nueva escuela, tienda, médico, cura y nuevos amigos. Los vecinos se ayudaban y colaboraban  en un proyecto increíble que transformó aquellas casas en acogedoras viviendas y los lotes en fértiles tierras, creando potentes vínculos de amistad entre los nuevos habitantes de San Juan.

      En junio de 1992, su marido sufrió un  fuerte derrame cerebral. Tras siete meses hospitalizado volvió a casa con hemiplejia en el lado izquierdo de su cuerpo. Toda la familia se volcó en atenderlo durante doce años, afrontando con fuerza y cariño la dura situación.

      Hoy vive tranquila, sufrió un ictus en el 2012 del que se recuperó de una forma asombrosa. Con 93 años cumplidos, disfruta de la compañía de sus hijos, nietos y biznietos a los que adora, y a los que sigue transmitiendo amor, valentía, optimismo e ilusión. Siempre ha sido una mujer positiva, alegre y conserva su sonrisa de siempre con la que nos recibe cada vez que la acompañamos.

Con todo afecto y cariño.

Alberto Lasheras Taira

 

      Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias Alberto Lasheras por un relato tan emotivo, escrito desde el corazón, con cariño y respeto.

 

Pilar Escanero Anoro


Los recuerdos de Pilar  nos trasladan a nuestro pasado más reciente, con una nostalgia a tiempos difíciles  que no dejan de perder una tierna añoranza a un pasado de penurias pero de fuertes valores humanos, de familiaridad, de amistad y de solidaridad.

 

Pilar Escanero Rostro

Pilar Escanero Anoro.

            Pilar nació en abril de 1925 en la población monegrina de Lanaja. De familia de albañiles, nunca les faltó trabajo en la construcción. De los seis hermanos, todos  pudieron ir a la escuela y forjarse una profesión.

            En Los Monegros el agua siempre ha sido un bien escaso y Pilar recuerda el trabajo que costaba ir a recoger el agua de las balsas para llenar los aljibes y tinajas de la casa. Recogían el agua en invierno, cuando llovía, el agua estaba más limpia y además no había bichos; pues a veces había cucos en el agua y tenían que colarla con un paño. Antes, cada gota tenía un gran esfuerzo detrás: “Hubo años malísimos, cuando las balsas se secaban y el agua la tenían que traer en tanquetas. Cuesta entender la escasez cuando ahora, con tan sólo abrir el grifo, podemos disponer de toda el agua que queremos”.

            En Lanaja cada casa contaba con su olivar y elaboraban su propio aceite, con el aceite usado hacían el jabón para lavar. El padre de Pilar tallaba piedras de arenisca para lavar la ropa. También, cada casa tenía un pequeño ganado de cabras y por las mañanas, al toque de la esquila, el cabrero las reunía y las llevaba a pastar: “era muy gracioso ver salir de cada casa las cabras”.

            Eran tiempos de escaseces que se solventaban con la solidaridad y el apoyo entre vecinos. El caso de la familia de Pilar es muy especial, prácticamente unieron su casa con la familia vecina formando una misma casa. La vecina se había quedado viuda y se ayudaban de una manera tan intensa que siempre estaban conviviendo entre las dos casas, hasta el punto que el padre de Pilar acabó abriendo un paso en la pared entre las dos casas. En general, en todos los pueblos los vecinos de la misma calle mantenían unos lazos fuertes que a veces superaban los familiares.

            Había una tienda “Casa Benito”, su madre iba con un gran capazo y compraba verduras, hortalizas, legumbres… Y con la llegada del buen tiempo, tenían la sana costumbre de juntarse todas las noches para tomar la fresca, un acto social muy en desuso con la llegada de la televisión. Antes de la guerra había mucho movimiento en Lanaja, venían muchos trabajadores del canal y se alojaban en las fondas. La sierra estaba llena de vida, con sus campos de secano y sus aldeas, donde el aprovechamiento de leñas fue muy importante para la localidad. Muchas familias trabajaron como jornaleros o sirviendo para casa Bastaras.

            Pilar fue a la escuela antes y después de la guerra del 36. Recuerda con gran cariño a sus maestras Angelita y Victorina. La antigua escuela estaba en los bajos del antiguo ayuntamiento y después de la guerra se construyeron las actuales escuelas; las construyó el padre de Pilar. Durante la guerra se paró la escuela por los continuos bombardeos, especialmente, Pilar recuerda unos tres o cuatro bombardeos muy fuertes en Lanaja: “A mucha gente no les dio tiempo a refugiarse”. Se refugiaban en las cuevas de debajo de la zona del castillo, bodegas que se usaban para el vino. También mucha gente se refugiaba en la sierra.

            Tras la guerra, Pilar aprendió con las monjas a coser, iban de quince a veinte mujeres. Les pagaban para que les enseñasen y las monjas ayudaban a muchas familias. El convento estaba al lado de la iglesia. Luego Pilar trabajó como costurera, como modista. Una hermana bordaba, otra cosía y otra fue peluquera, todas aprendieron un oficio y así se ganaron la vida. Muchas le pagaban con lo que podían, muchas familias pasaban hambre y tenían muy poco. Algunas le pagaban con un almud de trigo o con leña, otras ni siquiera podían pagarle. En la postguerra los mandamases de Lanaja les quitaron dos cerdos y varios pollos, su madre salió a pedirles que no les quitaran los tocinos, tenía seis hijos que alimentar. Con la llegada del canal, algunas mujeres iban a lavar allí, Pilar iba con dos pozales y la piedra de lavar. También se llevaban la comida, pues había buen trecho hasta el canal.

            Pilar participó con “Nuestra Casa”, una iniciativa que albergó el museo etnográfico de Lanaja, un bar social, el hogar del jubilado y donde se hacían multitud de actividades como el bingo. Son muchos los recuerdos, las vivencias acumuladas. Pilar goza de una excelentísima memoria que nos han trasladado a tiempos llenos de familiaridad y solidaridad, lazos que tejían la vida social de nuestros pueblos.

            Gracias Pilar por compartir parte de tus recuerdos.

   Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Pilar Esteban Escanero.

 

 

Concha Bailo Jaso


En Perdiguera, en plena aridez monegrina, la agricultura de secano, el ganado y la viña ocuparon las principales tareas del campo. En este ambiente la mujer no lo tuvo fácil y el duro trabajo fue una constante para sacar hacía adelante sus familias. Concha es un reflejo de aquellas mujeres que trabajaron sin descanso, contribuyendo, en gran medida, a la complicada y delicada economía familiar.

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         Concha nació en 1934 en la localidad monegrina de Perdiguera, en el seno de una familia dedicada a la agricultura de secano, fueron cinco hermanos, cuatro chicas y un chico. Concha fue a la escuela hasta los catorce años y a partir de los diez las lecciones se repetían demasiado, “llevábamos los mismos libros y por las tardes aprendíamos a coser”. Las clases eran separadas, chicos y chicas en diferentes clases.

      Los domingos hacían baile en el bar de casa Felipe, el bar Murillo, era por la tarde, pues por la noche tenían prohibido salir.

         De chica amasaba el pan y lo llevaba al horno para cocer, lavaba a puño duramente en el bazión, preparaba el mondongo en los terrizos, sacaba el agua de los aljibes, gracias a la carrucha, y llenaba los cántaros, entre otras tantas faenas. Entonces, los aljibes los llenaban con cubas los carreteros, pero años atrás eran las mujeres quienes acudían con sus cántaros a buscar el agua a las balsas: “en invierno a la balsa nueva y a la de la villa”. El agua la filtraba con un paño que se volvía rojo debido a unos diminutos crustáceos y unas arañas rojizas que se encontraban en el agua, “otra forma era dejar reposar el agua y después quitar las impurezas posadas en el fondo”.

         Para blanquear la ropa la ponía en agua caliente en un tenajizo, añadía una cuchara de sosa y la dejaba actuar durante un día. Al día siguiente la desinfectaba con un poco de lejía, la aclaraba y la tendía al sol.

         En casa tenían gallinas, ovejas, cabras y tocinos que su madre mataba, hasta cuatro tocinos mataba al año: “¡menudos mondongos hacía!”. Con un candil, Concha subía al granero el pienso para los machos, en casa tenían hasta seis mulas: “cuando se moría un mulo era un drama”. Además, en casa tenían una maquina de tejer y de hacer punto: «mientras una hermana hilvanaba la lana, la mayor cosía». Hacían arreglos y jerseys de lana por encargo, sobretodo para gente del pueblo y de Peñaflor.

         Concha recuerda cuando llegó la luz a Perdiguera, era muy cría y la chiquillería iba gritando por las calles “¡ha llegado la luz!”, sería a principios de la década de 1940.

         En 1958 se casó con José Murillo Escuer, de profesión agricultor, con el que tuvo cuatro hijos. Anteriormente hubo una serie de años muy malos de sequías y muchas parejas se vieron obligadas a retrasar su compromiso hasta que llegó un buen año.

          A principios de la década de 1960, Concha adquirió una vaca lechera para abastecer de leche a la familia. Pronto algunos vecinos comenzaron a comprarle la leche sobrante y así empezó la vaquería de Concha, que pronto llegó a contar  hasta con veinte vacas lecheras y unos setenta a ochenta terneros. Al principio ordeñaba a mano, se levantaba a las cinco de la mañana, pero con el tiempo adquirió una ordeñadora. Limpiaba el fiemo, ayudaba cuando parían y se encargaba de cuidarlas durante todo el día. Concha montó una tienda, con tan mala suerte, que al año se tuvo que quitar las vacas porque no le dejaban vender la leche en la tienda.

         Por las tardes se juntaban las mujeres en la era para coser, al sol. Llevaban la ropa en unas canastillas y apañaban la ropa, zurcían todos los rotos y descosidos: «¡había que aprovechar mucho la ropa!».

         Concha recuerda cuando su madre subía al monte para hacer la comida durante la siega. Llegaban a Perdiguera segadores de Murcia, Soria, Albacete… pasaban días enteros en el monte sin bajar al pueblo, alguno solamente bajaba cada cuatro días para subir el pan. Cuando subían algún ternasco lo colgaban de un árbol para conservarlo, para que ninguna alimaña lo arramblara. En la sierra hubo resineros, se hacía leña y hubo carboneros. Las leñas y el vino los bajaban a vender a Zaragoza, lo que fue una fuente de ingresos muy importante para Perdiguera. También bajaban los corderos al matadero de Zaragoza y  vendían la paja para las papeleras zaragozanas, para la fabricación de papel.

         Tras la guerra de España de 1936 muchas mujeres marcharon a Zaragoza para servir en casas. De la guerra, Concha se acuerda de “El Negus”, un avión que bombardeaba la población, gritaban “¡que viene el Negus!”, mientras la gente corría a refugiarse.

“Pan, pa la zorra!” cuando mataban alguna alimaña, como se suponía que era un bien para el pueblo, la gente necesitada pedía por su contribución, alguna recompensa por las casas del pueblo.

         En épocas duras de sequía las balsas se secaban y tenían que ir a la acequia de Villamayor o a las de San Mateo o Peñaflor a buscar agua. José, el marido de Concha, tuvo que ir más de una vez a buscar agua para la vaquería, pues requerían de abundante agua. El agua corriente, a Perdiguera, no llegó hasta 1977, por lo que el agua fue un bien muy escaso que tuvieron que aprovechar al máximo y reutilizarlo los máximo posible.

          Concha se casó de negro, como entonces se casaban todas las mujeres. Se casó con una mantilla blanca en la iglesia de Perdiguera y el banquete lo celebraron en la famosa Posada de Las Almas de Zaragoza. Muchos recuerdos y muchas historias continúan vivas en su memoria, Gracias Concha por abrirnos la puerta de tu casa, por enseñarnos nuestra memoria y nuestro pasado, a la vez tan lejana y a la vez tan próxima que indudablemente nos agranda y enternece el corazón con tu extraordinaria y entrañable semblanza. ¡Gracias Concha!

            Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Constantino Escuer Murillo.

 

María Villagrasa Rozas


María la “La Pollera” sorprende por su extraordinaria memoria, retrotrayéndonos al Bujaraloz de antes, cuando nevaba más: “nevaba todos los años, al menos una vez, y había que hacer sendas para poder ir al colegio”; algo que ahora nos cuesta creer. María es un ejemplo de mujer emprendedora y de su mano conocemos las vicisitudes de una vida de trabajo y esfuerzo. 

 

Maria Villagrasa Rostro

Maria Villagrasa Rozas

            Natural de Bujaraloz, María Villagrasa Rozas nació el 16 de noviembre de 1932. De familia de agricultores, su padre murió en 1944 cuando apenas María contaba con doce años. Así, su madre quedó viuda con seis hijos y sola tuvo que sacar adelante a toda su familia. A María le conocen por ser de casa Bolea, por parte de su abuela Andresa Bolea: “toda una gran mujer que iba con su marido vendiendo pucheros por los pueblos de Los Monegros, llegaban hasta Lalueza y Poleñino, ¡era una mujer muy negociadora!”. De su abuela Andresa, María y su madre heredaron su carácter valiente para emprender negocios. María recuerda salir del refugio detrás de su abuela Andresa, con sus hermanas subían las escaleras agarradas a su saya, mientras desde afuera les animaban a salir: “por fin, había acabado la guerra”. Durante la guerra quemaron tallas y el altar de la iglesia, María recuerda ver como entraban los camiones hasta la misma iglesia. Andresa murió al poco después de acabar la guerra.

       María fue a la escuela hasta los catorce años, por la mañana daban materias generales y las tardes las dedicaban a labor: cosían y hacían punto. Las clases eran separadas, por un lado las chicas y por otro los chicos, y si jugaban con los chicos les decían “chicotes”.

            El agua la guardaban en tinajas y en aljibes, los hombres llenaban los aljibes con cubas y luego filtraban el agua con sacos, principalmente filtraban los “cullarones”, los renacuajos. Las tinajas las guardaban en las bodegas o en los patios de las casas y, a pesar de ser Bujaraloz un territorio árido y seco, las bodegas se anegaban. En cada casa había un pozo de agua y aunque el agua era salada  la usaban para lavar.

            En Bujaraloz había hornos de yeso y María recuerda llevar por las noches patatas asadas a su padre mientras cuidaba el horno de yeso. El hermano mayor llevaba las tierras y las hermanas mayores se encargaban de las labores de casa. Limpiaban los hogares,  los de antes, donde cocinaban y se calentaban, limpiaban los hierros frotando con una vieja alpargata y arena. La leña la traían de la retuerta de Pina de Ebro, normalmente de pinos y sabinas viejas o enfermas.

            Muchas mujeres iban al campo a respigar, especialmente la gente más necesitada. También, en vez de segar, se dedicaban a arrancar directamente la cebada o el trigo, era más duro. Las mujeres llevaban el almuerzo, la comida y la merienda al campo, María recuerda cuando su madre le mandaba con la sopera y el puchero.

            Su madre sabía escribir y solía ayudar a otras personas, entonces se tenían que apoyar más entre todos los vecinos y vecinas, había más necesidad. Entre 1960 y 1963, la madre de María arrendó y regentó el “Mesón Aragonés”. María y sus hermanas trabajaron en el mesón: “una hermana fregaba de rodillas todas las noches el comedor, entonces no existía la fregona”. Su madre ejerció de cocinera y llegaron a contar con alguna sirvienta. Bujaraloz siempre ha sido lugar de paso entre Madrid y Barcelona y muchos hostales y restaurantes han existido a lo largo de la historia, donde las mujeres han ejercido un papel fundamental.

            En casa de Maria criaban pollos, conejos, cerdos y tenían gallinas. Algunas casas tenían cabras que todos los días recogía el cabrero para llevarlas a pastar. Cuando volvían las cabras por las tardes las ordeñaban: “a veces la cabra tiraba el cántaro derramando toda la leche”. Cuando se moría una mula era una desgracia para la casa, en años malos podía significar la ruina para la casa. María recuerda ver pasar arrastrada la mula muerta hasta el muladar.

            María se casó en 1959 con Tomas labrador, quien trabajó en la fábrica de harinas de la localidad. Tuvieron tres hijos:“había pocas comodidades, no había ni lavadora ni calefacción, no como ahora que hay de todo y nos quejamos por todo”. A su madre nunca la escuchó quejarse, después de todo así les habían educado.

            Cuidaban pollos y María se animó a montar una Pollería, por ello en el pueblo la conocen cariñosamente como María “La Pollera”. Criaba pollos, los mataba, los pelaba y los vendía, realizaba todo el proceso completo y siempre contaba con la ayuda de una hermana. Probó suerte con el negocio y fue bastante bien; también tuvieron otros productos que complementaban el negocio. María se jubiló a los 65 años, le pilló la llegada del euro y le complicó muchísimo los últimos días.

            La madre de María comenzó a guardar el luto con 12 años, cuando un hermano marchó a la guerra de Cuba. Antiguamente, el luto condicionó mucho a las mujeres y, aunque su madre fue algo moderna, durante un tiempo no le dejaron ir a bailar. Las mujeres guardaban el luto vistiendo de negro, algunas llevaban una mantilla o un pañuelo negro sobre la cabeza. Algunas, muy estrictas, incluso no acudían a la boda de sus hijos o hijas por guardar un rígido luto, pues una boda no dejaba de ser una celebración. La mayoría de mujeres se casaban de negro y María no fue una excepción, se casó de negro y con un velo blanco: “casarse de blanco era un lujo”. Para la comunión si que vestían de blanco y los trajes se tenían que compartir o se vendían o compraban de segunda mano.

            Sobre los años setenta, unas 12 a 14 mujeres se pusieron a trabajar cosiendo gabardinas y luego pantalones para una casa de Zaragoza. Se instalaron en un local del ayuntamiento, que antes fue de la cooperativa «La Agrícola». Fue muy importante y dio mucho trabajo a las mujeres.

            A María le ha gustado mucho salir a andar, salir a tomar la fresca por la noche y juntarse con los vecinos y vecinas; mientras cosían, hacían bordados, cruceta o bolillos. María quiere mucho a su pueblo y siempre ha colaborado y ayudado a mantener viva su memoria, guarda muchos recuerdos y una gran vitalidad que nos ha regalado transmitiendo la realidad de una vida pretérita que nos enseña tiempos que hemos dejado atrás, pero que no debemos de olvidar. ¡Gracias María!

          Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Marisol Frauca y a Cristina Labrador.

Elena Encuentra Nogues


El éxodo rural provocó la migración a las grandes ciudades, principalmente a Barcelona, Madrid o Zaragoza. Muchas mujeres marcharon a servir en busca de una vida mejor y allí acabaron haciendo su vida.  La vida de Elena es una de aquellas historias, historias que el  paso del tiempo y la distancia se han ido borrando de la memoria colectiva.

Elena Rostro

Elena Encuentra Nogues

            Elena Encuentra Nogues nació en Sariñena en 1944. Su padre Placido Encuentra, natural de Ballobar, fue sereno de Sariñena junto a Paco “El Manco”, ambos vigilantes de la noche sariñenense con su chuzo y capote característico. Su madre Antonia Nogues Roy trabajó de cocinera en las escuelas nacionales. Se conocieron en Barcelona, donde Antonia había emigrado para servir en una casa, mientras Placido trabajaba como portero. De familia humilde fueron cuatro hermanos: Nati, Elena, Leonor y Placido, todos acabaron emigrando a Barcelona. No tenían tierras, solamente un pequeño huerto que su padre cultivaba cuando podía.

            Elena iba a la escuela con alpargatas de esparto, eran blancas y las llevaba hasta en invierno. De camino a la escuela pasaban por la plaza de la Iglesia donde se formaba un gran charco que en invierno se helaba, rompían el hielo por diversión y se mojaban las alpargatas, luego iban a clase con los pies mojados y completamente helados. Elena recuerda su amistad con las chicas del Hotel Anoro.

Elena encuentra madre

Antonia Nogues

            Su madre iba a recoger el carbón que tiraban a la vía los trenes que pasaban por Sariñena. Iban muchas mujeres y volvían con los sacos llenos de carbón sobre sus cabezas, recorriendo los más de tres kilómetros que dista la vía férrea de Sariñena. Recogían el carbón quemado que aún se podía aprovechar y algún lingote que los maquinistas tiraban desde el tren. Una vez, un lingote de carbón le dio en la cabeza a la pobre Antonia, que quedó muy dolorida. A veces llevaban una pequeña carreta para transportar el carbón, pero lo normal era que lo llevasen en sacos. Una vez en casa clasificaban y separaban el carbón según la calidad, por el color a veces cogían los “cagacierros”, carbón quemado que ya no servía y que tenían que tirar. La gente iba a las casas de las carboneras a comprar el carbón para calentarse en casa. Era una forma de ganarse el pan, para quitarse el hambre que tanto padeció la sociedad española de postguerra.

          Iban a respigar los campos una vez segados, en una ocasión un guardia les denunció. El trigo lo iban a moler para hacer pan o hacer aquellas farinetas que tanta hambre quitaron. Con la cartilla de racionamiento iban al estanco donde les daban un kilo de harina o de arroz. Elena recuerda ir a pedir el Cabo d´año por las casas de Sariñena, a veces les daban un higo. Cuando había una boda ofrecían las sobras a las personas más necesitadas. Al Romea iban a pedir los posos del café que aprovechaban para hacer de nuevo café: “No había leche y así se hemos quedado, con males de huesos”.

           De Fraga venía Beltran a vender naranjas, a la plaza de la constitución, donde estaban los coches de Anoro y de Hispa. Su madre cambiaba un pozal de naranjas por trapos y para ganar peso ponía viejas alpargatas mojadas, así podía llevarse un pozal repleto de naranjas que hacía los gozos de Elena y sus hermanos. Una gran felicidad, la necesidad, el hambre obligaba. Una tía que servia en Terrasa les mandaba ropa que su madre cosía y arreglaba para que tuvieran ropa. La madre de Elena no era modista, pero sabía coser muy bien. A lavar iban al río o al lavadero que había cerca de las monjas.

            Elena no llegó a acabar sus estudios, con unos doce años se iba a cuidar a niños. Con unos 13 o 14 años fue a trabajar a casa de Salavert. A los quince años, sobre 1958, marchó a servir a Barcelona. Marchó en tren con su hermana y gracias a su tía pudo comenzar una nueva vida. Ya sabía lo que se iba a encontrar, escuchaba la radio y estaba muy informada. A pesar de las inseguridades, los sueños se abrían a un mundo de posibilidades. Al principio trabajó en una casa con seis hijos, trató de prosperar y estuvo sirviendo hasta en tres casas más. Con su hermana lucharon para conseguir un piso de protección oficial que al final consiguieron.

         Su madre murió en Sariñena en 1963, a los 54 años, y a los dos años su padre y hermano se trasladaron a Barcelona para vivir con ellas. Elena se casó en 1969 y ha tenido dos hijos y seis nietos, actualmente reside en Sabadell. Elena mira a su pasado sariñenense con sentimientos y sensaciones encontradas, de unos tiempos humildes donde gracias al trabajo y al esfuerzo de su madre pudieron salir adelante: “Las mujeres sufrían todo, soportaban la casa, eran las que más trabajaban y las que menos recibían”.

               Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros.