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Rosa Baseca Alastrúe


En la localidad monegrina de Lalueza, el trabajo del esparto para la realización de sogueta o fencejos, cuerdas de esparto, supuso una importante fuente de ingresos para numerosas familias. Un trabajo durísimo que principalmente realizaban las mujeres. Un trabajo artesanal que ha quedado relegado al pasado, pero su impronta ha quedado fuertemente marcada en la memoria monegrina.

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Rosa Baseca Alastrúe

            Rosa Baseca Alstrúe nació un 28 de marzo de 1942 en la localidad monegrina de Lalueza. De familia de agricultores, su padre trabajó como jornalero, fueron siete hermanos, cinco mujeres y dos hombres. Rosa fue a la escuela hasta casi los catorce años, no era mixta y había dos clases de chicos y dos de chicas, unas para pequeños y otras para mayores. Con tan sólo ocho o nueve años, después de la escuela, Rosa ya iba a trabajar al esparto. Las más jóvenes comenzaban haciendo sogueta menor y a medida que crecían hacían sogueta más grande. Fabricaban tres tipos de sogueta según grosor y longitud, pequeña, mediana y larga, se media desde la base del pie hasta lo largo de la pantorrilla. Alguna vez se escapaban un rato para jugar “cosa de crías”, aunque siempre tenían que hacer sogueta. Así contribuían al sustento familiar y se pagaban el traje de la comunión, zapatos, algún vestido..,  gracias al esparto en Lalueza nunca se pasó hambre.

            Se juntaban varias vecinas en la calle o en las casas en invierno, muchas veces en las cuadras donde los animales les daban calor, era fácil ver grupos de varias mujeres, niños, niñas y ancianos haciendo sogueta, trenceta. Hacer sogueta después de cenar lo llamaban tardear, Rosa recuerda quedarse hasta tarde para ver, a la lejanía, los fuegos artificiales de Sariñena. Los hombres también hacían sogueta, cuando llegaban del campo.

            Las mujeres no paraban de trabajar, en cada casa había gallinas, conejos, tocinos… dar de cenar a las caballerías lo llamaban reprensar. Se hacía la matacía, venía el matachin y después venía todo el trabajo de conservar la carne. Trabajaban la lana de las ovejas, hacían peales o peducos, manoplas, chaquetas… Recogían el agua de la balsa buena y llenaban el aljibe de casa, lo hacían en invierno porque entonces no había bichos en el agua. En Lalueza había dos balsas, una buena para las personas y otra mala para los animales. De la balsa mala cogían agua para trabajar el esparto. También acudían al barranco Salau, un barranco que solía llevar agua salada, allí también iban a aclarar la ropa o iban al río Flumen. Muchas mujeres iban a la siega para hacer garbillas, segaban y ataban fajos.

            Rosa no llegó a trabajar arrancando esparto, era muy pequeña para hacer la faena más dura. Arrancando el esparto sufrían mucho las manos y la espalda. Retorcían el esparto y daban un primer estirón, después, con parte ya de lo arrancado, retorcían de nuevo el esparto para ayudarse a dar el segundo estirón y terminar de arrancarlo y no hacer sufrir demasiado las manos. Cuando hacían sogueta también se les hacía sangre en las manos y con cámaras de neumáticos se hacían badanas para protegerse las manos.

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Sogueta trenzada de esparto.

            Los campos donde recogían el esparto los arrendaban y pagaban por su aprovechamiento. Se arrancaba el esparto en verde en los meses de julio, agosto y la primera quincena de septiembre, comenzaban a las cinco de la mañana antes de que hiciese calor. Después lo tendían en el campo para que se secase hasta que se ponía amarillo. Después había que mallar el esparto, el mallau, estrujarlo y chafarlo sin llegar a romperlo. Había quien lo mallaba con las ruedas del carro pasando por encima de los fajos de esparto. Se mallaba sobre una piedra con una gran maza de madera y, una vez mallado, se mojaba para que se amansase el esparto para poder trabajarlo para trenzar sogueta.

         La sogueta se empleaba para atar las garbas de trigo y del alfalz. Todos los días vendían fencejos, era una moneda de cambio o de trueque, e iban a la tienda donde hacían trueque con comida o les daban dinero. Para el día de la Ascensión iban a venderlo a Monzón. También vendían esparto p´al peso que era un esparto malo y simplemente estaba recogido. Las sogas mal hechas las vendían para su uso en fundiciones, algunas para fundiciones de Bilbao y otras para la fundición de Averly en Zaragoza.

Cada fajo de vencejos tenía 10 fascales y cada fascal 30 vueltas. Se cogía la sogueta o vencejo y se enrollaba dándole vueltas, pisándolo con el pie y tomándolo con la mano que estaba por encima de la rodilla. Cuando se habían dado 30 vueltas ya tenían un fascal, y cuando tenían 10 fascales ya habían hecho un fajo.

Silvia Abardía, Modos de vida

Diario del Altoaragón

            Rosa participó en el documental sobre el esparto de Eugenio Monesma, se encontró a su padre por la calle que estaba esperando a Eugenio Monesma para grabar el reportaje y ella se apuntó. Se casó en 1963 con Emiliano Peralta Elbaile, agricultor, con él que tuvo dos hijos, un chico y una chica. Rosa estuvo haciendo sogueta hasta 1964, en aquellos años llegó el regadío y la agricultura sufrió una gran transformación dejando atrás los duros tiempos del esparto.

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Rosa con el mallo de mallar el esparto.

           En Lalueza siempre ha habido mucho ganado ovino, huerta y viña. El vino rancio era fuerte pero muy apreciado y lo iban a vender a Sariñena, donde al parecer lo ameraban, pues en tono jocoso decían que «lo habían pasau por la acequia Valdera». En una casa,  un tonel aún contiene un vino madre de más de cien años. A Sariñena iban andando para comprar, a veces iban con una burra para llevar la carga o por si alguna se cansaba, se montaba un rato, iban a casa Marianetas a comprar telas. A veces aprovechaban algún viaje a la harinera de Sariñena

            A Lalueza iba a vender higos una mujer de Sariñena y Bautista melocotones, en Lalueza no había casi frutales. Un hombre iba a vender telas y siempre decía “llevo cotinas morena y bragas para las mujeres”. A un vendedor le daban retales y trapos viejos por dos mandarinas.

            Rosa ha conocido de toda la vida la labor de hacer sogueta, se siente orgullosa de su pasado, pues con el esparto en Lalueza la gente comía y no tenía que emigrar. La gente vivía con las puertas abiertas de las casas y, a pesar de la dureza, existía una fuerte familiaridad y solidaridad entre vecinos y vecinas, un apego entrañable que imprimió un carácter difícil de olvidar. Nos han acompañado sus hermanas Edelmira y Dolores, compartiendo muchos de los recuerdos de Rosa en su Lalueza natal, con una entrañable nostalgia que han querido compartir. Las manos se aujereaban, sangraban al continúo roce con el esparto, se endurecían y se volvían a aujerear. Las manos tejían la dura soga de esparto, una ardua fabricación artesanal que mucha gente ha querido olvidar. Pero también ha significado una  forma digna de ganarse la vida en tiempos de pobreza y hambre, donde las mujeres con sus múltiples trabajos fueron fundamentales en el sustento familiar y de nuestros pueblos.

            A todas las manos forjadas al basto tacto del esparto.

        Esta primera mirada se enmarca dentro de la serie «Rostros», que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias  a Rosa, Edelmira y Dolores Baseca Alastrué y a Margarita Periz Peralta.

OFICIOS DESAPARECIDOS II “El Sereno”


El Sereno

   El oficio de sereno se perdió a principios de los años sesenta del siglo pasado. Su principal misión era la vigilancia nocturna de las calles. Impedían los alborotos, los excesos de los borrachos y los cantos en las vías públicas o en las tabernas, vigilaban por si había peleas o robos y en casos graves avisaban a la Guardia Civil. También daban la hora y el estado del tiempo. Estaban investidos de cierta autoridad.

    Generalmente su jornada comenzaba a las once de la noche y terminaba cuando amanecía. En nuestra villa la  ronda la hacían dos serenos cada noche.

    Su equipamiento consistía en un uniforme gris con gorra de plato y un chuzo (palo armado que utilizaban como defensa) que golpeaban en el suelo para avisar de su presencia y generar tranquilidad en el vecindario; en invierno se protegían con un grueso abrigo uniformado.

   Entre los serenos más conocidos por ser los  últimos se encuentran:  Paco “el Manco”, Plácido Encuentra “Masvino”, José Gómez “Ciriaco”y José Nogués Carpi. Nótese que casi todos tenían un sobrenombre: el primero por la carencia de un brazo, el segundo por tener una taberna con ese nombre y el tercero por un apodo familiar bastante antiguo.

   La soledad, la nocturnidad , la climatología y el sueño eran los principales inconvenientes de esta antiguo oficio.

“LAS DOCE EN PUNTO Y SERENOOOOO…”

M.A.C.P.

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