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De los sucesos acaecidos en la Villa de Sarinyena a finales del siglo XV


           

 Los hechos que a continuación narro, bien pudieron haber sucedido en la vieja villa de Sarinyena en un momento en el que la Edad Media daba sus últimos coletazos y se avecinaba la era de la modernidad y la razón. Por aquel entonces gobernaba el reino de Aragón el Católico Fernando II apoyado en la sombra por la Inquisición y su brazo secular. Mientras tanto los judíos soportaban su enésima persecución.

Por M.A Corvinos Portella.

   La noche del 14 de septiembre de 1485 fue asesinado en la Seo de Çaragoça Pedro de Arbués, primer inquisidor general del nuevo Tribunal del Santo Oficio del reino de Aragón. El crimen, instigado por la comunidad conversa zaragozana, motivó una dura represión contra los judíos alentada por el pueblo y se extendió por todos los confines del reino aragonés.

 Hasta la villa de Sarinyena llegaron los sobresaltos de la persecución y seguramente por esa circunstancia ocurrió un suceso a finales del año 1487 en el que se vio envuelto un judío converso llamado Johan de Santa Fe. Era comerciante de productos agrícolas y ganaderos que exportaba a Levante y también prestamista cuando surgía la oportunidad. El vigilante que lo denunció aseguraba haberle visto leer el Talmud, mudarse de ropa los sábados y por si fuera poco hacer el ayuno del Yom Kippur.

  Esas acusaciones en aquellos tiempos revueltos, generalmente terminaban como poco con la ruina de los presuntos acusados. Por este motivo, las minorías conversas debían ir con mucho cuidado con lo que hacían o decían puesto que si alguno de ellos era sorprendido en actitudes contradictorias sería catalogado de judaizante “ipso facto”. También solía haber denuncias falsas guiadas por intereses personales, denuncias que si se llegaba a revelar su falsedad no acostumbraban a tener consecuencias para el desaprensivo confidente.

  En el caso que nos ocupa, el delator era un “familiar” (así eran llamados los vigilantes de la pureza cristiana) a las órdenes del tribunal inquisitorial y daba la casualidad que dicho confidente tenía una deuda de 300 sueldos jaqueses a un interés del 8% con el denunciado.

  Avisado el Tribunal de la Inquisición de Çaragoça por el prior de Sarinyena, no tardó en dirigirse el Santo Oficio a la villa para analizar si la denuncia era conforme a delito o no y obrar en consecuencia.

  Era pues el primer viernes del undécimo mes del año del señor de 1487 cuando el inquisidor ordinario Martín García, maestro en Sancta Theología, canónigo de la Seu de Çaragoça, vicario de dicho Sancto Oficio de la Inquisición y amigo de Pedro de Arbués, se llegó hasta la villa con el fin de iniciar las indagaciones pertinentes y los trámites necesarios que en estos casos se llevaban a cabo.

  Serían la cuatro de la tarde cuando, entre la bruma habitual del invierno monegrino, apareció el cortejo por el camino que viene de Çaragoça y que divide en dos a la laguna de la villa. El inquisidor se hacía acompañar de un teólogo llamado Agustín Oliván, del asesor doctor en derecho Andrés Palacios, del notario Juan de Anchías por si fuese necesario registrar las propiedades del encausado, de un escribano, de dos sacerdotes dominicos y de dos alguaciles.

  Aquella inquietante comitiva fue recibida por el sonido acusador de las campanas de la torre; también por distintas dignidades eclesiásticas como Juan de Rebolledo, primogénito de los señores de Salas Altas y Salas Bajas, abad de Montearagón y de San Victorian; por el converso Sánchez prior del priorato de Sarinyena; por mossen Salvador Gómez vicario de San Salvador y por el resto de clérigos y racioneros.

  Entre las autoridades civiles estaban los jurados de la villa, los cuatro consejeros del concejo, el notario, el sobrejuntero y el lugarteniente del justicia.

  Y como espectadores curiosos y ávidos de presenciar aquel primer acto de la morbosa representación teatral que se avecinaba, se llegó un gentío que con sus antorchas iluminaba el mortecino crepúsculo.

  El viejo lavadero, que es abastecido por la acequia denominada Baldera, sirvió como punto de reunión para grupos tan dispares.

  Después de los besamanos, bendiciones y saludos preceptivos, todos juntos se aproximaron a los altos muros que protegen la villa y sin entrar en ella cogieron el camino de la izquierda que bordea la muralla aproximándose al arrabal de los moriscos que habitan en la calle denominada Meca.

  Llegados al citado barrio, la turbamulta giró a la derecha y se dirigió al viejo convento de los franciscanos, que se halla contiguo a la iglesia de Loreto y cuya fundación data de mitad del siglo XIII. Allí, los del Santo Oficio fueron recibidos por el superior y por sus veinte frailes menores conventuales con sus hábitos de color gris. Después de las salutaciones y de un breve oficio litúrgico, los inquisidores y demás acompañantes religiosos tomaron alojamiento en el cenobio, los laicos en alguna dependencia del castillo y el resto se fue cada uno a su casa comentando preocupados la experiencia vivida.

  Al día siguiente sábado, Martín García, hombre circunspecto y de mirada sagaz, mandó al alguacil que clavara en la puerta de la iglesia del Salvador (antigua mezquita reconvertida hacia el año 1.141) un requerimiento por el que conminaba a todo el pueblo (158 fuegos, el equivalente a unos 700 habitantes) a que asistiera a la misa dominical del día 6.

  Amaneció para los “pecadores” el citado día entre nieblas, miedos y malos augurios. También amaneció para los cristianos viejos que, a pesar de su contrastada pureza de sangre, no las tenían todas consigo. Y, por supuesto, amaneció entre los muros terrosos del convento franciscano después de que se cumpliesen los rezos de maitines.  

   Aposentada definitivamente la luz entre los mortales, no tardó en abrirse el portalón del Monasterio de San Francisco. Salieron los clérigos entre las miradas de los curiosos y, sin mediar palabra, se fueron colocando en orden preeminente antes de dar comienzo a la procesión. En primer lugar, y abriendo camino, se situaron los dos clérigos dominicos, uno portaba la Cruz Verde de la inquisición enlutada con velo negro por la tristeza que causaban a la iglesia los agravios de sus hijos y el otro con una antorcha recordando el fuego del infierno. Inmediatamente detrás se colocaron las figuras del legado del Santo Tribunal y la del abad de Montearagón, después el resto de representantes inquisitoriales y clérigos. Seis frailes del convento flanqueaban con antorchas a la comitiva que con paso ceremonioso se dirigió hacia su destino entre el soniquete de las plegarias y la fascinación que produce el incienso.

 Accedieron a la villa por la puerta norte de la muralla y se fueron adentrando por entre las callejuelas bien empedradas de Sarinyena que desembocan en la plaza que acoge al templo vicarial. El gentío expectante no perdía detalle del ceremonial que le ofrecían los eclesiásticos y seguía atónito las evoluciones de los ministros de Dios.

  Mientras la procesión discurría hacia San Salvador, las campanas bandeadas por Johan de Corrigel no cesaban de recordar a los fieles cuál era su obligación esa mañana. En las puertas de la iglesia estaban esperando: el vicario Mossen Salvador Gómez; los clérigos Mossen Belenguer Martín, Mossen Carcassén, Mossen Guillem Dolz y Mossen López Conesa; los 18 racioneros, entre los que destacaban Antonio Úrbez Reyner, Iosephi Mazuque, Antonio Mazuque (naturales de la villa y ordenados curas) y trece más; el Hermitanyo de Santa María de Las Fuentes; Pere Miguel hospitalero encargado del albergue de los caminantes que van a Santiago; Johan Fames (lugarteniente del Justicia); Jayme Carcares (Merino cobrador de impuesto reales); Steban de la Cueba notario de la villa; Martín Falcón Escribano Real, el Sobrejuntero encargado del mantenimiento del orden público y los tres jurados de la villa.

  Llegada la comitiva a las escaleras del templo y después de los saludos de rigor, todos juntos entraron en el lugar sagrado y se acercaron al presbiterio. Allí el inquisidor se sentó en un lugar preferente al lado del altar mayor, el resto de clérigos en los primeros bancos y el pueblo llano donde pudo.

  Comenzó la misa con los cantos ordinarios de frailes y racioneros, sonidos que poco a poco se fueron introduciendo inexorablemente en las preocupadas conciencias de creyentes y conversos. El miedo que se escapaba de aquellas desdichadas almas volaba a sus anchas por la bóveda del templo mezclándose con el humo de las velas, con el olor a incienso, las letanías y los motetes. Aquella extraña combinación de emociones, sustancias volátiles y soniquetes fue transformando la atmósfera sacra en una antesala del desasosiego y la incertidumbre.

  Terminó el evangelio y el dominico de más edad subió al púlpito donde comenzó un sermón vibrante dedicado íntegramente a resaltar la fe católica y a exhortar a los vecinos a defenderla. Seguidamente, se rezó el Credo y se llevó a cabo la liturgia de la Eucaristía, terminada ésta y después de la bendición final se levantó el reverendo inquisidor de su sitial, se encaminó al púlpito con la lentitud del que se sabe superior, subió pausadamente los seis peldaños y llegando a lo alto de la plataforma miró fijamente, durante unos eternos segundos, a los presentes. Su mirada los hizo sentir culpables de algún secreto pecado. Inmediatamente y mientras utilizaba su dedo índice como puntero acusador, procedió a leer con atronadora y amenazante voz los pecados y las herejías que hasta los oídos del Santo Tribunal habían llegado.

  Terminado el alegato, cambió el tono de su diatriba animando a todos los feligreses a acudir a los Tribunales de la Inquisición para descargar sus conciencias. Finalizó su intervención dando el nombre del presunto culpable y le dirigió las siguientes palabras: -Johan de Santa Fe, te conmino a que abjures de tus herejías y pecados cometidos contra las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia. Si no lo haces serás excomulgado y tu alma acabará en el fuego eterno del infierno y tus herederos serán desposeídos de todos los bienes terrenales que posees.- advirtió intimidante el clérigo.- Pero si te retractas, obtendrás el perdón de la Iglesia y tu familia mantendrá el patrimonio y las rentas de que dispones.-concluyó indulgente.

   Luego acabó animando al resto de la población a que delatará a algún otro hereje, si lo hubiese.

  Finalizada la invectiva de Monterrubio, la mayoría de feligreses se sintieron aliviados y el templo se llenó de murmullos y suspiros.

  Al concluir el oficio litúrgico, las autoridades y el pueblo en masa prestaron juramento de defender la fe y ayudar en la persecución de los herejes. Después, el “culpable” fue llevado a la torre que hacía las veces de calabozo entre las miradas atónitas de unos y los vituperios de los más exaltados.

  Aquella misma tarde Esperanza Santa Fe, mujer de Paulo de Santa Fe y cuñada del reo, y Clara Diez, mujer de Martín Díez,se acercaron apesadumbradas al convento de los franciscanos y pidieron convertirse a la fe cristiana y allí mismo recibieron el bautismo. El notario Juan de Anchías tomó nota de la conversión y extendió el acta que las convertía en cristianas nuevas.

  El resto de la tarde el convento fue un ir y venir de presuntos testigos que fueron contando al tribunal lo que pretendían saber o lo que habían oído decir de segunda o tercera mano del judío converso.

  Los comisionados de la Inquisición visitaban diariamente al “marrano” (judeo converso que seguía practicando el judaísmo secretamente) para llevar a cabo el programa que la institución tenía pensados para estas ocasiones.

  El primer día, lunes 7 de noviembre, preguntaron al desgraciado por su instrucción religiosa, o sea, por el conocimiento que tenía de las principales oraciones católicas, tales como el Padre Nuestro, el Ave María, el Credo y el rezo del Santo Rosario. Al ver que su conocimiento sobre esta materia era impecable ese día no lo importunaron más.    

  Al día siguiente y recién comenzada el alba, los delegados del tribunal se acercaron hasta la torre para interpelar al reo sobre sus herejías:

-¡Johan de Santa Fe!, ¿admites o niegas las herejías de las que se te acusa?. Has de saber que en caso de que te obceques y rechaces las acusaciones, el tribunal no se hace responsable de los daños que se te puedan causar.

  Él, a pesar de las claras amenazas, negó vehementemente todos los cargos que se le atribuían.

  -No soy culpable de lo que se me acusa, es una falsedad que ha propalado alguien contra mi persona por algún motivo que desconozco y por eso mismo no puedo aceptar mi culpabilidadarguyó, entre apesadumbrado, afligido y digno.

  Entonces los alguaciles, a una señal del inquisidor, comenzaron a torturarle. Ese primer día de suplicios le aplicaron la técnica de los cordeles. Rodeáronle con ellos brazos y piernas y fueron tensándolos progresivamente hasta que el dolor le hizo perder el conocimiento. El dolor debió ser insufrible, pero ese día el converso resistió los embates de los verdugos.

  La tercera jornada no auguraba nada bueno para el reo. El día se levantó gris y la densa niebla que lo envolvía todo parecía querer añadir un toque fantasmagórico a la representación dramática que se estaba viviendo.

  El tribunal se personó en la torre y después de cerciorarse de la situación del judío le preguntaron sobre su modo de vida y por los viajes que había realizado. Luego le volvieron a inquirir sobre la herejía y como volvió a negar la acusación le fue aplicado el potro. Para ello le ataron pies y manos a dos rodillos y los alguaciles los hicieron girar poco a poco de manera que el cuerpo del desventurado infeliz se iba estirando irremediablemente hasta cerca del desmembramiento. El dolor se hacía inaguantable, causándole gran aflicción y quebranto. Los quejidos salían por las estrechas aspilleras angustiando los corazones de los pocos habitantes que se habían congregado a los pies de la torre. A pesar de todo tampoco ese día consiguieron arrancarle ninguna confesión.   

  El jueves día 10 y antes de preguntarle nada le administraron el tormento del agua o suplicio del ahogamiento. Lo colocaron boca arriba y le introdujeron un paño en la boca, enseguida le fueron derramando lentamente un cántaro de agua sobre ella simulando un ahogamiento. Los espasmos y las toses que siguieron a la asfixia lo dejaron exhausto, casi muerto, por lo que tuvo que ser atendido por el cirujano local. Terminada esta tortura, el inquisidor le recordó que su negativa a aceptar los cargos podría salirle muy cara a él y a su familia, pues además de perder el patrimonio les esperaba el destierro. Hacia las dos de la tarde se marcharon todos y le dejaron meditar sobre lo que le estaba ocurriendo.

  El viernes 11 de noviembre apareció por la villa el prestigioso jurista Blas Dorante de Salazar (esposo de la sarinyenense Mariana de la Estrella) acompañado de dos pasantes, enviados por la Alhama de Çaragoça para ayudar al presunto hereje a elegir la solución más práctica para todos. Terminado el asesoramiento, los tres juristas se reunieron con Martín García y le manifestaron que el reo estaba dispuesto a admitir sus pecados y abjurar de sus costumbres judaicas.

  El inquisidor aceptó la solución y les comunicó que el domingo día 13 estaría todo dispuesto para llevar a cabo, en la iglesia del Salvador, el Auto de Fe Singular establecido por la Inquisición para estos casos. Para ello, manifestó que se realizaría una ceremonia colectiva con el objetivo de reafirmar la fe de los feligreses y de oficializar la culpabilidad del acusado.

  El sábado a las dos de la tarde se llevó a cabo la procesión de la Cruz Verde (símbolo de la Inquisición) por las calles principales de la villa hasta el templo del Salvador donde quedó alojada.

  Llegada la madrugada del domingo 13 de noviembre de 1487 se reactivó la vida en el convento franciscano y después de maitines y de un ligero refrigerio se puso en marcha el cortejo dirigiéndose a la prisión para recoger al reo. Al llegar, lo vistieron con un sambenito de color amarillo (color de los arrepentidos) y le colocaron un capirote en la cabeza. Reanudaron la marcha hacia el templo parroquial entre la máxima expectación popular.

  La iglesia, como cabía esperar, estaba abarrotada de familiares, vecinos y autoridades, ávidos todos de presenciar el desenlace de aquel drama.

   En el presbiterio, alrededor de una gran mesa, se sentaron: Monterrubio en la presidencia y a ambos lados se colocaron el teólogo Agustín Oliván, el jurista Andrés Palacios, el notario Juan de Anchías, un escribano y los dos dominicos. De pie figuraban los dos alguaciles.

  En primer lugar, uno de los dominicos subió al púlpito y realizó un sermón que versó mayoritariamente sobre las herejías y la abominación que Dios sentía por ellas. Seguidamente tuvo lugar el proceso de reconciliación con el juramento del reo que avalaba las confesiones realizadas por él en la cárcel y a partir de ese momento, ya no hizo falta seguir con la causa y el tribunal se retiró a deliberar durante un tiempo prudencial.

  Serían las doce del mediodía cuando regresaron los inquisidores de sus cavilaciones. Todo el mundo se puso de pie en señal de respeto. En medio de un gran silencio y después de ocupar sus asientos los miembros del tribunal, tomó la palabra el notario Juan de Anchías y se aprestó a leer el veredicto:

-Johan de Santa Fe, has sido hallado culpable de practicar ciertas costumbres heréticas por lo que se te culpa de judaizante y por ello deberás cumplir las siguientes penas aliviadas por tu sincero arrepentimiento: vestirás el sambenito durante un período de tres meses, pagarás a la hacienda del rey una cuantía dineraria de 400 sueldos, dispensarás la deuda del delator, pagarás las costas del proceso y no podrás salir de la villa hasta el total cumplimiento de dichas penas.

   Oídas las sanciones, el reo no dijo nada y marchó a su casa cabizbajo acompañado por sus familiares. En llegando a ella se dispuso a dar gracias, posiblemente a Jehová, por haber salido casi indemne de una situación tan apurada.

   Pasado el tiempo establecido y cumplimentado todo el castigo, la familia Santa Fe, no soportando las vejaciones sufridas, vendió su casa y sus negocios y se estableció en la villa de Montsó. Poco tiempo después le siguieron otros judíos y conversos hasta que la judería de Sarinyena se quedó vacía.

   A pesar de todo, los judíos ya nunca alcanzarían la paz en estas tierras en las que habían nacido puesto que en la definitiva persecución, la de 1.492, fueron expulsados por los Reyes Católicos. Se estima que en ese año de 1.492 debía haber unos 9.000 judíos en Aragón y que 5.000 de ellos eligieron el exilio. La mayoría tomaron los caminos de Navarra, del norte de África o de Turquía y los que se quedaron lo hicieron convirtiéndose al cristianismo.

   Tras incontables siglos de permanencia en la península, cerca de 100.000 judíos dejaron Sefarad y tanto ellos como sus descendientes se siguen llamando sefarditas.

                                                                               M.A Corvinos Portella.

                  

Cristina Lana Villacampa


Cristina Lana Villacampa nació en Triste, municipio perteneciente a Las Peñas de Riglos (Huesca), el 29 de octubre de 1908, a las cuatro y media, y falleció en Madrid el 11 de febrero de 1988. Fue maestra e innovadora pedagógica fundadora del colegio santa Cristina de Madrid. Su historia nos descubre un pasado intenso y una lucha por cumplir su vocación docente y pedagógica. 

Cristina Lana Villacampa

Cristina Lana en el centro junto a su hermana Irene a su derecha.

Su padre Gregorio Lana Capitán y su madre Úrsula Villacampa Puyol eran naturales de Sariñena. Nieta por línea paterna de …….. Lana y Martina Capitán y por línea materna de Manuel Villacampa y Antonia Puyol, fueron siete hermanos, entre ellos las hermanas Irene, Isabel y Cristina y los hermanos Rafael y Silverio. Aunque el matrimonio era de Sariñena, sus tres primeros hijos nacieron en Triste. Gregorio fue capataz, trabajó en la construcción del pantano de San Juan de la Peña, y tras su vida laboral recibió  la medalla por mérito al trabajo de Isabel II. Al acabar su trabajo, en el pantano de San Juan de la Peña, la familia Lana-Villacampa se instaló definitivamente en Sariñena. Así que Cristina era de casa Sabineta, casa ubicada en la calle Santamaría de Sariñena, lugar donde transcurrió su infancia y juventud.

Con quince años, Cristina ingresó en 1923 en la Escuela Normal de Maestras de Huesca, en su expediente  académico aparece tanto el examen de ingreso como las notas de los primeros cursos. Luego marchó a Zaragoza donde estudió magisterio, se especializó en pedagogía. Su padre Gregorio Lana había comprado un piso en Zaragoza para que sus hijas pudrieran ir a estudiar a la capital aragonesa. En 1930 Cristina estuvo designada como opositada en Lechago, con el número 147, (La Asociación, nº 886. Revista de Primera Enseñanza de Teruel) y entre 1934 a 1938 fue directora de las escuelas nacionales de Sariñena, antes y durante la guerra civil. Para Manuel Antonio Corvinos Portella, investigador de la historia local de Sariñena, Cristina fue una excelente pedagoga con ideas renovadoras y que bastantes sariñenenses aún la recordaran.

En mi clase estábamos 30 niñas, aprendíamos mucho porque nuestra profesora doña Cristina Lana Villacampa era muy buena maestra, (la mejor que he conocido). No nos meneábamos y tampoco se nos ocurría hablar, tenía mucha disciplina pero nos quería mucho. Por la mañana de 9 a 12:30 h. aprendíamos a leer, a escribir, verbos, matemáticas, geografía, etc., por la tarde de 3 a 5 h. a bordar, aprender corte para hacer camisones, pijamas, etc. El recreo lo hacíamos en la plaza de la Iglesia.

Dolores Romerales

Manuel Antonio Corvinos, Los Refugios de la guerra.

Cristina Lana Villacampa fue directora de la escuela graduada de Sariñena junto a Nicolás Baldús. De ellos encontramos referencias a su labor en el libro de Salvador Trallero: Sariñena y el Diario de Huesca, destacando la Visita Escolar a Huesca el 3 de mayo de 1935 y su respectiva crónica el  17 de mayo de 1934: Cristina Lana, directora de la Escuela graduada de Sariñena, habla del entusiasmo que siente por hablar en el acto de los niños y de la escuela. Hace un llamamiento a los padres y las madres. Dice que el trabajo de la Escuela única es hacer hombres cultos y ciudadanos del trabajo. Cada generación o época exige una educación; la de la actual es la Escuela única y laica. No enseña la escuela moderna religión, pero tiene cariño, libertad, orden y trabajo. Y en ellas se aprende a amar a los semejantes y a respetar a los extraños. No mira la condición o belleza de los individuos; para ella todos son iguales. La Escuela antigua se caracterizaba por la severidad, la rigidez y la imposición; la de ahora es toda dulzura, libertad y razonamiento. (Trallero, Salvador. Sariñena y el Diario de Huesca (Vol. II)).

Una jovencísima Cristina, muy comprometida socialmente, colaboró con el Hospital Militar de Sariñena, ayudando al doctor Isaac Nogueras Coronas. Especialmente significativa fue su defensa del doctor Nogueras, a quien reclamaba el comité local de Barbastro, “Más de una vez habían intentado capturarlo sin conseguirlo, gracias a la valiente y decidida oposición de la maestra y de otra gente de Sariñena” (Moises Broggí. Memóries d´un Cirurgiá). Así Cristina dedicó parte de su tiempo a ayudar en el Hospital de Sariñena, un gran corazón por los demás, arriesgando su vida por defender al doctor Nogueras en tiempos muy difíciles donde significarse tenía un alto precio.  Cristina debió de ser una persona decidida, valiente, avanzada a su tiempo, debió de ser un soplo de aire fresco en las escuelas y por ello ha sido recordada con enorme cariño en la población monegrina.

“Una de las personas que tenía más influencia en el Comité era la maestra, una chica joven, muy decidida, de ideas avanzadas de tipo colectivista, y que actuaba con entusiasmo y moderación.”

Moises Broggí

Cristina vivió una época intensa en una convulsa Sariñena. Tiempos de revoluciones pedagógicas, dirigiendo una escuela rural que llenó de luz y cariño y que aún recuerdan muchos de aquellos niños y niñas que vivieron aquellos tiempos. En su memoria continúa viva el cariño mutuo que profesaron y hoy en día aún la recuerdan con la impronta que nunca se olvida. Aquella agitada Sariñena de república y luego de guerra, para una jovencísima Cristina debió de ser muy intensa. A Cristina se le atribuye un novio aviador que al parecer la impresionaba sobrevolando el cielo sariñenense y que por ello fue apercibido, quien sabe, quizá fuese verdad. El cercano Aeródromo de “Alas Rojas” y la proximidad del frente hicieron de Sariñena un centro de guerra donde el trasiego de milicianos y soldados fue constante. Al final de la guerra y con la entrada del franquismo el destino le tenía preparada una mala jugada a Cristina, un acontecimiento que cambiaría su vida.

Cristina Lana

Cristina Lana a la derecha de la imagen con familiares.

Tras la guerra, Cristina fue acusada por el primer alcalde franquista de Sariñena. Fue acusada por la alcaldía de Sariñena por pertenecer al Frente Popular, “siendo propagandista de aquellos ideales”, aunque no se le conocía afiliación a partido político alguno. La información, que el alcalde manifestó, acusó que “presto servicios en el hospital rojo de esta villa, como directivo con gran entusiasmo”. Continúa añadiendo “tomó parte en actos públicos del frente popular en el teatro Romea de dicha localidad, enalteciendo los ideales marxistas”. Además arremetió contra su labor docente: “siendo de sumo agrado durante las horas de clase en la escuela obligar a las niñas de personas de orden a trabajos fuera del orden de la enseñanza, dirigiendo todos sus esfuerzos en la enseñanza laica por ser este el concepto religioso que le merece la encartada, creyendo pertenece a la masonería”. Por último se le atribuyó como cierto un supuesto “rumor”: “Durante el Glorioso Movimiento y a título de rumor intervino como dirigente en los saqueos de las casas del Sres. Torres y Castanera pudiéndose afirmar con certeza absoluta que tanto muebles como ropas que precisaron para el hospital de sangre rojo fueron sacados del establecimiento comercial de D. Joaquín Blasco Mirallas teniendo la certeza que todo ello era debido a sus indicaciones”.

“Ampliando informes olvidaba decir, que como la referida lana Villacampa negaba la existencia de Dios con las niñas, reproducía con frecuencia en la clase la frase siguientes: ¡niña!  Llama a Dios, ¿no ves como no contesta? ¡Ahora pide a un caramelo a Dios! ¿No ves como no te lo da? En cambio, pídemelo a mí, y verás cómo te lo doy, lo que demuestra claramente el sentir completamente antirreligioso y de pésimos antecedentes”.

Una joven Cristina se vio de repente acusada y ante un proceso judicial con pocas garantías. Considerada “completamente identificada con aquellas tendencias disolventes marxistas”, de conducta “mala” y perteneciente a “clase baja y muy culta”, la acusada se tuvo que enfrentar a un proceso que ponía en peligro su vida.

Pero los siguientes informes políticos sociales no corroboraron las anteriores acusaciones. Gabriel Portolés, como responsable de Falange en Sariñena, no le inculpó delitos, simplemente reconoció que fue “Algún tiempo administradora del Hospital Militar rojo, cargo que dejó voluntariamente al abrirse las escuelas para dedicarse a su profesión”.

El 4 de marzo de 1940 Cristina compareció ante un juez en Madrid, negando las acusaciones  y manifestando que ya había sido juzgada por los mismos delitos, el 25 de octubre de 1938 ante el auditor de guerra de la quinta región Militar, siendo absuelta “libremente con todos los pronunciamientos favorables”. Aún así, Cristina tuvo que continuar con el proceso y en un acto de apoyo popular, en unos tiempos de tanto miedo y represión, el resultado fue sorprendente.

A la entrada de las tropas sublevadas fue juzgada en Huesca y absuelta tras una brillante autodefensa”.

 Manuel Antonio Corvinos

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Cristina presentó en su defensa diversos documentos que respaldaron su inocencia, una declaración de familiares de niñas del colegio con catorce firmas, redacción de las niñas con veintinueve firmas, certificado del pueblo de Lechago expedido por la alcaldía, certificado de las catequistas de Sariñena de 1936 (Señoritas Aurora, María y Pilar Basols, María cruz Torres y Matilde Cascales, todas ellas destacados y valiosos elementos de Falange Femenina y profundamente católicas). Declaración de “No Propaganda” firmada por vecinos de la localidad, dos oficios “por mi apercibimiento a mi proceder” por la Comisión Escolar de Barbastro, declaración de D. Crescencio Lacruz y D. Martín Solano Buil, seis declaraciones de madres de niñas de derechas, comunicado del ayuntamiento de Sariñena de 8 de febrero de 1936, el trabajo escolar desde 1934 a 1938, fecha por fecha, sin interrupción y de una misma niña, declaración de D. Ignacio Gabasa, capitán de Regulares, excautivo y combatiente, y la declaración de las religiosas de las carmelitas de la localidad. (8 de marzo de 1941)

Además, Benjamín Portera aportó su testimonio en la defensa a Cristina, a la que definió como “modelo de laboriosidad”, que dio a sus dos hijas una “educación perfecta en todas las asignaturas” e impartiendo “las primeras nociones de catecismo y religión” que recibieron sus hijas: “Jamás tuve una queja por parte de mis hijas por malos tratos recibidos por su maestra a la que todas las discípulas habían de acompañar a su casa y la salida de clase, disputándose todas ellas la mayor proximidad a su maestra, como demostración de más gratitud  y cariño pudiendo afirmar esto el 99 por 100 de los vecinos de esta localidad.”  

Manuel Basols Salaver también declaró en el proceso, manifestando que fue concejal del ayuntamiento de Sariñena del 12 de octubre de 1935 a marzo de 1936 cuando entró el Frente Popular. Durante aquel tiempo tuvo relación con Cristina Lana que trabajó con “empeño” para que la cantina escolar funcionase correctamente, “El trato afable, maternal, que daba a los niños, no solo a los asistidos a las cantinas sí que también a todos en general”. En las diversas inspecciones observó: “el buen trato y cariño que tenía para los pequeños, a los que antes de sentarse en la mesa, les hacía ofrecer la comida y bendecía la mesa”. Además, durante esa época, Cristina trató de llevar a efecto un proyecto de implantación de un jardín infantil y consiguió realizar un Homenaje a la vejez, por lo que Manuel Basols la llegó a definir como “Una verdadera entusiasta de todo lo que fuese cobijar al desvalido y amor a la familia”.

Cristina Lana Villacampa fue familiar de Casimiro Lana Sarrate, un ingeniero químico industrial de gran prestigio, diputado a Cortes por Huesca y que consiguió llevar a Cataluña a Albert Einstein. Casimiro inauguró la cantina escolar de Sariñena el 14 de enero de 1933 y tal y como cita la noticia de entonces “Casimiro Lana Sarrate va siguiendo la táctica del León de Graus”, enarbolando la bandera con el lema “Escuela y Despensa” (Trallero, Salvador. Sariñena y el Diario de Huesca (Vol. II)). En esa línea se debió de mantener Cristina, comprometiéndose con la cantina escolar y satisfaciendo una necesidad muy básica en niños y niñas, de una Sariñena rural muy empobrecida y necesitada. El homenaje a la vejez se llevó a cabo el 30 de mayo de 1935: Tuvo lugar en el teatro Romea la celebración del simpático y humanitario acto de Homenaje a la Vejez, viéndose el teatro completamente lleno. La noticia, que aparece en el libro de Salvador Trallero Sariñena y el Diario de Huesca (Vol. II), matiza que “el acto, lleno de plausible caridad a la vejez desvalida, fue justamente celebrado y aplaudido. El fin de fiesta hecho por la compañía ecuestre Asensio en honor y festejo de los homenajeados, llenó con broche de oro el segundo aniversario de Homenaje a la vejez”.

Efectivamente, Cristina ya había sido juzgada el 25 de octubre de 1938 ante el auditor de guerra de la quinta región Militar, entonces no fueron considerados delito por estar bajo las órdenes del dominio rojo. Aún así, Cristina se enfrentó a un proceso largo, incomprensible, que el mismo expediente de 1940, en la declaración de Manuel Basols, nos da alguna clave de lo que verdaderamente debió de suceder: “No concibe el que suscribe como se ha podido mezclar a esta señorita en hechos que no tomó jamás parte, a no ser que sea debido a envidias y celos por ser la que más y mejor enseñaba a sus discípulos”.

Cristina fue más fuerte de quien quiso acabar con ella, tenía un gran corazón y a pesar de las acusaciones y del expediente de depuración, el cariño que había sembrado dio sus frutos y el pueblo la apoyó, lo que no deja de ser excepcional con el miedo que había en aquella época de postguerra. Como anteriormente se ha dicho, Cristina fue avanzada a su tiempo, de joven debió de revolucionar la escuela, debió de ser un aire fresco y la recuerdan con especial cariño. Pero ello le generó envidias y en la memoria colectiva cuentan que le raparon la cabeza y la pasearon en un tractor por la localidad. Cristina pasó siete meses en la prisión de Zuera, todo tras aquella fatídica denuncia. Tras aquel trágico episodio, Cristina Lana Villacampa emigró a Madrid.

En Madrid Cristina se alojó en casa de su hermana Isabel, que vivía con su marido. Allí adquirió un piso y comenzó a dar clases hasta que gestiono su propio colegio. Cristina ejerció de propietaria y directora del colegio “santa Cristina”, cercano al colegio de Nuestra Señora del Pilar, proporcionando una “Enseñanza de calidad y atención al alumno”. Al principio fue un colegio femenino para más tarde pasar a ser mixto. El colegio estuvo en la calle Castelló, esquina con don Ramón de la Cruz, y a los años se trasladó a la Avenida Comandante Franco nº 10, probablemente por falta de espacio, compró un edificio construido para ser colegio. El santa Cristina funcionó como colegio de educación infantil hasta que muchos de sus alumnos/as pasaban al colegio Nuestra Señora del Pilar.

“Era un centro distinto, la metodología de enseñanza no era al uso”, apunta Ricardo Paraled, sobrino de Cristina Lana, Cristina decía que había que explicar las cosas para que lo entendiese al que más le costaba, así lo entendía todo el mundo. Maribel Martínez Lana, hija de Isabel Lana Villacampa y sobrina de Cristina, se licenció en Filosofía y Ciencias de la Educación y ejerció de docente en el santa Cristina. Maribel recuerda que Cristina tuvo una gran vocación de enseñanza, pedagógica, innovadora, disciplinada y desde su despacho dirigía el centro, formaba equipos de maestros de primaria y de profesorado de bachillerato. Practicó una enseñanza seglar, además, su personalidad moderna y avanzada hizo introducir disciplinas de baile, teatro, gimnasia… pronto obligó que las chicas, en vez de llevar esas faldas cogidas, llevasen pantalón y camiseta para hacer gimnasia.

Cristina Lana Villacvampa, El arte de ser

Cristina Lana, El arte de ser. Por Apuleyo Soto.

Cristina fue innovadora en la pedagogía, “fue en demasía, para su tiempo, demasiado encorsetado en una enseñanza a la antigua usanza, con una filosofía basada en la libertad personal autónoma que Cristina dirigía, supervisaba y protegía. Cristina Lana Villacampa estaba en todo, desde los alumnos a los profes, a los responsables del comedor y a los/las responsables de la economía general, sus más íntimos/íntimas en la gobernación del colegio, con comedor incluido”, señala Apuleyo Soto, escritor y periodista que ejerció la docencia en el Santa Cristina. No impartía ninguna materia “pero todas por su superioridad fundamental” manifiesta Apuleyo Soto “Era muy mandona. Quería que se hiciera lo que ella mandaba, y no toleraba insolencias de ninguna clase. Todo se hacía como ella demandaba, y sin rechistar, aunque a veces rechistaran  profesores, profesoras, alumnos/alumnas o personal administrativo”.

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Cristina era dulce y fuerte a la vez, porque mandaba y sabía mandar como extraordinaria aragonesa que era de nacimiento, todo el mundo la respetaba, recuerda Apuleyo Soto: “A mí me montó un teatro de más de doscientas butacas en el subterráneo del Colegio, que le costó lo suyo, para que diera clases de expresión corporal a los alumnos/alumnas de primaria y secundaria, entre las que sobresalieron Ana Torrent la protagonista de Víctor Erice en El espíritu de la colmena, hoy todavía en boga cinematográfica, y Rosa María Bule, más tarde directora del Real Ballet de Bélgica  con su marido”.

Cristina lana

Cristina lana con Armstrong, Aldrin y Collins.

Cristina llegaba la primera al centro y cuando llegaban los alumnos los recibía a la entrada al igual que a la salida, se despedía de todos. Dirigía en centro con seriedad y disciplina, había dos grandes pastores alemanes que vigilaban el colegio cuando estaba cerrado y querían tanto a Cristina que la acompañaban por el colegio. Cristina vivió en el centro de Madrid y los veranos los iba a pasar a Valencia, a santa Pola, donde tenía un apartamento y otro por la  isla de Tabarca. Fue viajera y estuvo en Estados unidos con los tres astronautas de la misión Aplolo 11 que pisaron la Luna, Armstrong, Aldrin y Collins. También estuvo en Egipto.

 

Cristina se retiró aproximadamente en 1975 (teóricamente se debería haber retirado en 1973), cuando comenzó a crear la Granja escuela y el centro didáctico activo El Sotillo: “Diez hectáreas para el estudio de la naturaleza y el trabajo autosuficiente con huerta, viveros, cultivos, frutales, animales, zonas verdes y piscina”. Al poco tiempo el santa Cristina cerró sus puertas, diciendo adiós a un proyecto de vida con la impronta de una personalidad fuerte y con una extraordinaria vocación docente y pedagógica meritoria de reconocer y dignificar. En el lugar del santa Cristina, actualmente se encuentra la Facultad de Música y Artes Escénicas de la universidad Alfonso X El Sabio. Cristina murió a los 79 años de edad, en 1988, legando parte de sus bienes a las Hermanitas de la Caridad y a la Universidad Complutense de Madrid.

El colegio santa Cristina fue conocido como el «Santa» por sus alumnos/as y así continúa siendo recordado. El colegio se ha considerado como «Uno de los centros con más historia de Madrid y que por sus aulas han pasado políticos, artistas y empresarios, como Eduardo Serra Rexach, exministro de Defensa; Ramón Espinar, diputado actual de Unidos Podemos; el periodista Juan José Millás o el expresidente de la constructora FCC Baldomero Falcones». Además, por el centro pasó el séptimo presidente de la democracia española, Pedro Sanchez estudió en el «santa» y en una de las anteriores fotos se le puede observar tocando la flauta durante una actuación en el santa Cristina (lainformación.com).

Cristina Lana Villacampa dedicó su vida a la docencia, luchando por conquistar sus sueños, su colegio y aquel jardín infantil que se materializó con la finca El Sotillo. Un colegio que formó durante cincuenta años alumnos y alumnas con la impronta de una maestra cuya vida es en sí misma toda una lección. Cristina fue un gran corazón en tiempos de guerra, pero su vocación docente fue más fuerte y superó todas las vicisitudes a la que se vio obligada a enfrentarse.

Muchas gracias Luisa Casañola Andrés a Ricardo, Eva y Fernando Paraled Santos, a Maribel Martínez Lana, a Mónica Enriquez Paraled y Apuleyo Soto Pajares. Gracias por ayudar, contar y participar en recuperar una extraordinaria figura que merece ser recodada, su memoria queda viva.