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Gonzalo Pelegrín Coto


La memoria es frágil, recordar años duros, de penurias, de escaseces… es difícil. En Los Monegros fue una constante, la falta de agua y cosechas, se pasó sed y hambre; mucha gente emigró. Tocó sobrevivir, luchar, ayudarse, tener ingenio y sobre todo trabajar duramente. Gonzalo Pelegrín Coto es pura memoria de aquellos tiempos, de una forma de vida que nos cuesta entender, cuando cada día era una lucha para poder llevarse algo a la boca. Vidas que forjan.

Gonzalo y Victorina.

Gonzalo Pelegrín Coto nació en Lanaja, el 12 de enero de 1937. Era de casa muy humilde, sus padres no tenían tierras -ni un palmo de tierra-. De oficio esquiladores, era solamente un trabajo temporal, así que había que trabajar en todo lo que se podía. La casar era pequeña, dos habitaciones, cocina y corral. Los colchones eran de paja y en una cama dormían cuatro hermanos: -el primero que se levantaba tenía albarcas, el resto se tenían que conformar con ir descalzos-. Gonzalo ha sido el segundo de diez hermanos, tres chicos y siete chicas.

Su padre no paraba, esquilaba, cazaba y cualquier faena que pudiese realizar. Cazaba conejos, liebres, perdices, pájaros… entonces se comían todo lo que podían, incluso muy guisada la carne de rabosa, o los gustosos fardachos o serpientes, los gorriones fritos, huevos de los nidos, caracoles que cogían en el Matical, -aunque casi todo eran cabras-. Ponían cepos para coger pajarillos, que antes había muchos, apunta Gonzalo. -¡Y, si había suerte, liebre con arroz!-.

Gonzalo no fue a la escuela, solamente fue un día, el maestro le dio cuatro reglazos en la mano y ya nunca más volvió. Un hermano suyo incluso durmió en el calabozo por cantarle a Fernando el maestro -Tolón, tolón-.

-Cuando se aprendía a andar ya se valía para trabajar-. A pozales iban a buscar agua a la balsa de la Cruz, cuando se los dejaban, pues ni pozales tenían para ir a buscar agua. También acudían a la balsa Alta, en el parque, y a la de Tres Castillos. Luego estaba la balsa El Tejar, para las mulas o el resto de animales de trabajo. Cuando llovía, en el barranco de “Árboles de Campos” se formaban pozas que duraban algunos meses y allí se bañaban y aseaban mientras las mujeres lavaban la lana.

Gonzalo ha ido a respigar con las mujeres y otros niños, los campos recién cosechados, tanto trigo como cebada, olivas, almendras o maíz. Hacían fajos de sosa para leña y a veces la hacían para otros -si se hacían dos fascales, uno para ellos y el otro para quien tenía la concesión-.

De muy joven aprendió a esquilar, su padre esquilaba todo, además del ganado, esquilaba las mulas e incluso a algunos hombres, lo hacía hasta gratis, había gente muy pobre. Con las mulas era habitual marcar con las tijeras un dibujo a mitad de lomo o en las ancas para distinguir las mulas y saber a quién pertenecían, de qué casa eran.

Solía vigilar el muladar y si tiraban alguna mula iban a por la piel que luego vendían en Sariñena, a Modesto Giral el Peletero. Según cómo estaba la piel pagaban más o menos. Un año cayó un rayo matando un potro, a la media hora no quedaba ni herradura. Su padre se enteró enseguida, estaba cazando cerca de la aldea de Escanero.

Con tan solo 7 años, Gonzalo marchó a trabajar de rebadán, de ayudante de pastor. Comenzó con el ganau de Los Campetes, a los pies de la sierra de Alcubierre y recuerda que también pastaban por los alrededores del pueblo, corrían todos los yermos, incluso las tierras donde actualmente se encuentra su casa.

También trabajó como rebadán para los montañeses que bajaban en invierno en trashumancia. Se quedaba todo el invierno en la sierra, sólo bajaba al pueblo algún que otro día. Dormía en la misma paridera, una caseta con corral, dentro tenían un hogar donde se calentaban y cocinaban. Almorzaban y con un piazo de tozino aguantaban todo el día. Un año le bajaron los montañeses 5 o 6 yeguas para que las cuidase aquí abajo. En verano iba a segar a casa Sinpato, con Leandro y Paco. Eran tiempos de penurias, de mucho trabajo y hambre; de miserias.

Su padre iba a Alcubierre a llevar y traer el correo en un saco al hombro, le daban 12 ptas. y un pan. Una vez nevó tanto que tuvo que ir con una pala abriéndose paso. Aquel año fue bueno para los pobres, recuerda Gonzalo, pues alguna oveja o cordero se murió por el frío y la aprovecharon para comer; entonces estaba de rebadán por Balsasmedias.   

Con ocho o nueve años comenzó a hacer esparto, iba a Lalueza y a los campos cercanos a Lanaja, los campos hacia Sariñena o por donde luego se establecieron los pueblos de La Cartuja y San Juan. Se dedicaban a arrancarlo y a la una del mediodía, una camioneta de Basols de Sariñena se acercaba para comprarlo. También lo vendían a Salavert de Sariñena. Su primer esparto lo hizo en el cementerio de Poleñino.

Con 12 o 14 años, con su hermano Emiliano y su primo Lorenzo se compraron una bicicleta. Con ella bajaban a Sariñena los sábados a cobrar el esparto que habían recogido durante la semana. Las bicicletas las pagaron a plazos.

Con su hermano y primo iban a poner cepos por la sierra, también ponían lazos o cazaban con escopeta, hurón o el mismo Gonzalo hacía de perro yendo por los margüines haciendo salir las liebres y conejos. No se podía malmeter ni un cartucho, recuerda Gonzalo. Hacían mucho furtivismo y la guardia civil sabía que iban a cazar y trataban de pillarlos, más de una vez tuvieron que salir corriendo, -nos encorrieron muchas veces-. Si les pillaban les quitaban las escopetas. Había mucha liebre y cuando se cazaba un jabalí era toda una fiesta, se hacían chorizos y guisos y se repartía entre todos.

Una noche, por el barranco de Maza, un hurón cayó por un agujero, Gonzalo se pudo meter por el agujero y descubrió un hueco enorme, con literas, cartuchos y balas, quizá era un refugio de maquis, recuerda Gonzalo. Después, intentaron varias veces volver a localizar el agujero, pero nunca más lo volvieron a encontrar. 

Todos tuvieron que trabajar en casa, siempre intentando llevar algo, lo que fuese, unas almendras, algo de uva, unos huevos o pajarillos… Sus hermanas Concha y Josefa marcharon a trabajar a la fonda, hacían recados para casa Gazol o su madre lavaba la ropa de toda la semana de casa Campana, -les daban un poco de jabón-. Otra hermana Carmen tejía en “Nuestra casa” y las otras bordaban a máquina. Gonzalo ha estado en tres o cuatro casas y en todas le hacían dormir en las cuadras.

Gonzalo realizó el servicio militar en Melilla. Fue un gran tirador y le tuvieron gran aprecio los mandos. Al licenciarse, enviaron a casa de sus padres una carta de méritos y agradecimiento. La carta llegó antes que Gonzalo y contenía tantos elogios que la familia entendió que había fallecido. Comenzaron a llorar su muerte hasta que la carta la leyeron en el cuartel de la guardia civil y estos aclararon que Gonzalo estaba perfectamente y de regreso a casa.

Tras la mili, Gonzalo trabajó como peón de la construcción, trabajando en la construcción de los nuevos pueblos de colonización. Trabajó con tres amigos de Lanaja y trabajaban tanto que les tenían que hacer parar; iban a destajo y les decían que no les iban a pagar tanto. Llegaban incluso a reñir por la faena, cuando llegaba un camión de piedra reñían por quien se quedaba la piedra, para tener más faena. Todos lo querían, iban a tanto el metro. Mientras, si no había faena, ayudaba a algunas casas con las labores de la siembra.

La familia ha tenido gran tradición en esquilar. Gonzalo ha esquilado durante más de 50 años, esquilando ganados de Lanaja, Montesusín, Sariñena… En Sariñena esquilaba en las eras y corrales a la entrada de Zaragoza, donde estaba el bar el Cubano y donde aprovechaban para tomar algún café. Esquilaban para Pichirrín de Sariñena. Alguna oveja se quedaban cuando iban a esquilar.

Para esquilar tenían unas máquinas de peine, que cuando podían mandaban en el autobús para afilar en Huesca, si no lo hacían ellos. Con el tiempo iban los tres hermanos con los hijos a esquilar. No paraban de esquilar ni un momento, iban sin parar. -Antes la lana valía mucho-, comenta Gonzalo, -ahora no vale nada-. Estuvo toda una temporada trabajando para comprar un colchón de lana, con el centeno o la paja de caña, hacían un montón y cama hecha.

Por ello les han llamado casa El Esquilador. Dani, su nieto, siempre contesta que él es nieto de Gonzalo “El Esquilador”.

También ha cargado alfalfa trabajando para Montreal, cargando pacas de alfalfa en camiones. Llevaban unos zahones para no desgastar los pantalones y con unos ganchos se ayudaban para cargar y colocar las pacas de alfal. Luego pesaban el camión y pagaban al peso cargado. Si había mucho trabajo, Gonzalo buscaba gente para trabajar, iba al bar Navarro, pues a veces tenían hasta tres o cuatro camiones que cargar, y reclutaba una cuadrilla. Merendaban alguna sardina de cubo o pan con vino, siempre a destajo.

Montreal también comerciaba con mulas y toros. Iban a las ferias a comerciar con mulas, iban con unas y volvían con otras. Gonzalo cuidaba 30 o 40 mulas, de Valentín, las alimentaba, sacaba el fiemo… Una vez, un caballo le dio una coz que se le clavó en la pierna, aún lleva marca.

Gonzalo también trabajó en un almacén de vino cuya prensa de vino iba a mano, pues antes -había mucha viña-.

En 1961, Gonzalo se casó con Victorina Val Ezquerra y han tenido cuatro hijos, dos chicos y dos chicas. Victorina, a los 11 años ya la mandaron de niñera. Eran también de casa pobre y Victorina recuerda como, en una ocasión, le pidió a su madre un lapicero: -mama, mama, cómprame un lapicero– a lo que esta respondió –escribe con el dedo-.

Pero también hubo tiempo para las fiestas. -Las fiestas de antes eran otra cosa-, apuntan los dos sonrientes -Venía el turronero y cuando se descuidaba le quitábamos algún piazo de turrón-. Victorina se acuerda mucho de la Recañe, Juliana, de Sariñena, que subía a Lanaja a vender helados. También subía a Lanaja con un carro a vender verdura.

A las fiestas de Lanaja acudían orquestas muy buenas y bailaban mucho. Había carreras, se hacía la carrera del hombre contra el caballo, con los caballos de Escanero y corría el Simpato, Julián Salillas. -Aunque no tenían dinero eran muy buenas fiestas-. Se divertían mucho y las recuerdan con mucho cariño.

Se hacían rondas y se cantaban a las chicas, Victorina se acuerda de alguna de las estrofas:

Arriba la cachipurriana
que se te seca el tomate
Tíralo por la ventana
Y si se mata que se mate.

Tienes la casa muy alta
Y el granero muy vacío
Y este año has sembrado
Porque te han dejado el trigo.

Ambos, Gonzalo y Victorina apuntan lo dura que ha sido la vida, el trabajo y esfuerzo, pero también de la solidaridad entre la gente, aunque no tuviesen para comer siempre había un plato para algún amigo; muchos en casa tampoco tenían mucho o nada para comer. Ahora, a veces, no se sabe lo que hacer para comer, -abres la nevera y hay de todo, puedes elegir, pero antes el problema es que no había nada-, apunta Victorina. La abuela con poco hacía unos platos deliciosos -¡Aquellas farinetas!, y de nada hacían una sopera-.

Han pasado mucha hambre. Todo lo que pillaban era para casa, cogían hasta la última almendra, aunque estuviese arriba del todo de la almendrera. Gonzalo ha ido a regar por las noches para otros. ha sido muy setero, ha sido quien más cogía setas de cardo por el monte y también ha sido muy setero, ha sido quien más cogía setas de cardo por el monte. El Chutis, le vendió muchos caracoles y al caspolino y particulares. Era un ingreso económico muy bueno.

Gonzalo acabó trabajando de nuevo en la construcción, con Armando Borraz, jubilándose en una obra en Naval.

No han sabido lo que es guardar un día fiesta. Gonzalo recuerda como su madre nunca paró de trabajar y nunca protestó. No paraba ni un segundo, si el pantalón estaba roto o sucio, al día siguiente limpio y arreglado. Limpiaba las tripas de cordero, cuántas limpió su madre, con tanto trabajo y delicadeza. Limpiaba y trenzaba los chichorros, lo que llaman también “menudos”, los guisaba muy, muy buenos, incluso amigos de Gonzalo bajaban de Huesca para comerlos.

Su madre Donata Coto Martínez, mujer incansable, atenta con todos y muy feliz, cuando su pequeña casa estaba llena de gente para navidades, fiestas o cumpleaños. Siempre decía que había pasado necesidades pero que en su vejez no le había faltado de nada. Disfrutó en las bodas y comuniones de sus nietos. Murió muy mayor, rodeada de sus diez hijos, sus veinte nietos y sus diez biznietos.

Pilar Mari Pelegrín.

Gonzalo y Victorina guardan la sabiduría de esta tierra dura y salvaje, una vida que hemos dejado atrás pero que vivieron nuestros abuelos y abuelas. Saben del esfuerzo y del trabajo, pero también guardan esa sonrisa al pasado, de los recuerdos y de una vida de la que se sienten orgullosos, que se la ganaron cada día. Resistencia y fortaleza. Pura nobleza.

Marcos Rodés Pueyo


Continuado la estirpe familiar, Marcos ha trabajado como pastor de ganado ovino en los montes de Sariñena. Una tierra que ha visto transformarse con la llegada del regadío y un mundo agrario en plena ebullición, con el que ha convivido y convive con su ganado en un oficio cada vez más difícil, donde continuar es toda una lucha diaria.

Marcos Rodés Pueyo, natural de Sariñena, nació en casa el 15 de septiembre de 1957. Vivían en una casa de la calle Enado hasta que se mudaron a la calle Peñetas. Su padre, Marcos, sariñenense, era pastor y trabajó para casa Castanera y casa Torres. Mientras, María, su madre, trabajaba en casa. Son cuatro hermanos Marisa, Marcos, Silvia y Marian.

No tenían tierras, solamente un pequeño huerto. Aunque en casa siempre tuvieron algo de ganado, -muy poco, unas 10 o 12 ovejas-. Las encerraban en las cuadras de abajo de casa y en casa su abuelo tenían tocinos. Las ovejas las llevaban a la dula cada mañana, las juntaban en un corral y un pastor común las llevaba, se hacía cargo del ganado compuesto por ovejas de casas pequeñas. De alguna manera, aclara Marcos, la dula era un pastor particular que pagaban entre todos y que juntaban por la zona del Mercadal, que antes eran corrales, -por lo menos había una docena de corrales-. También, por la misma zona, estaban los corrales de Blanco y Torres, que tenían grandes ganados: -Antes, igual para un rebaño de unas 1500 cabezas había unos 10 pastores-.

Marcos fue a las monjas, en la actual casa de la cultura, y luego a las escuelas nacionales, ahora Casino Nuevo. También estudió bachiller elemental a distancia, iban los que decían que valían para estudiar y se examinaban en Huesca, en el Ramón y Cajal, 4º y revalida.

Sus padres querían que estudiase, pero lo suyo era el campo, pura y dura vocación. Desde los 7 año los veranos se los pasaba con su padre, su mayor ilusión era ir a ver las ovejas y los corderos. Luego, si podía, se escapaba de la escuela para estar con el ganado. Pero, sobre todo, al terminar la escuela pasaba por casa, comía algo rápidamente o cogía la comida y su pequeño palo de pastor y corría a reunirse con su padre que estaba con el ganado en el monte. Iba a donde se encontrase, ya fuese en las Almunias, Miranda o Moncalver; a veces corría hasta más de 7 kilómetros -antes no había peligro para nada-.

Entonces los montes eran secos, no había regadío, pero había más pastos, apunta Marcos. Tras la siega se pastaban los rastrojos del cereal, la huerta en invierno y algún campo de alfalfa. En primavera se hacían mucho los barbechos, que antes, en secano se hacía mucho. Entonces el ganado tenía mucho más terreno para pastar. No había trashumancia, aunque sí pasaban pastores trashumantes de la montaña y algún pequeño rebaño se quedaba porque había huerta Los pastores se juntaban mucho más, hacían vida en el monte y se quedaban en las parideras hasta quince días seguidos o más.

Marcos recuerda que antes el tiempo era más extremo, más calor en verano y mucho frio en invierno, con duras heladas, con los típicos chupones de hielo y nevadas. Se acuerda de crio, tendría unos tres años, ver subir a su padre por el Enado en un surco abierto en la nieve. En casa Torres había muchas almendreras y remolacha en la huerta.

A los 14 años comenzó a trabajar para Antonio Trillo, tenía la paridera en Bancels, camino Lalueza, ahora carretera. Estuvo cuatro años hasta los 18, cuando marchó un verano a recoger fruta a Fraga, luego se pasó un año y medio de pintor con Manuel Millera, junto a sus amigos Alfonso y José. Luego tuvo que realizar el servicio militar obligatorio, 15 meses en Huesca. En el ejército obtuvo el carnet de camión y cuando salió se fue a trabajar como camionero a una empresa en Lagunarrota. Allí estuvo 7 años.

Marcos se casó con Visi Zapater y han tenido dos hijas, Beatriz y Julia. A los 28 años se hizo autónomo, pidió un crédito y compró su propio rebaño. Adquirió unas 800 ovejas, de rasa aragonesa, y arrendó el corral de Blanco en las Almunias: -El oficio se lleva dentro, es vocación pura y dura. Esto no es por dinero-.

El monte de Sariñena se ha transformado mucho -sin la llegada del regadío a saber que sería de Sariñena y sus alrededores-, apunta Marcos. Hay menos pastos y los pastores han tenido que poner sus propios campos y sembrar hierba para el ganado. Pero también han aparecido nuevas técnicas que benefician a todos -A veces va bien que se coma el ganado el maíz viejo para que salga el nuevo sembrado-.

Con el tiempo le dieron un lote del IRYDA (Instituto Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario) y construyó su propio corral, por las Almunias. A Marcos siempre le ha gustado el extensivo, ni siquiera le ha gustado vallarlo o colocar el pastor eléctrico. Todo ha cambiado mucho, ha mejorado la crianza de corderos, antes nacía uno y ahora dos, era muy raro que saliesen gemelos. -Es muy importante estar en el momento que paren, le puedes engañar a una oveja, frotándole al recién parido hace salvar muchos corderos-.

Pero el sector se enfrenta a una crisis permanente y en su opinión son varios los problemas:

1º La zancadilla de la administración, si uno que quiera empezar de cero le exigen demasiado.

2º El sacrificio, es todos los días, te tiene que gustar mucho, o que fuese muy rentable. Podría ser dos pastores, pero no da. Además, es muy complicado encontrar mano de obra cualificada.

3º. Se disparan los precios, los piensos, la paja… ha habido sequía, menos paja y menos corderos, nacen menos.

Siempre ha participado llevando ganado a Femoga, la feria agrícola y ganadera de Sariñena, y ha ganado premios con sus chotos, en los concursos. Siempre le ha gustado participar, para Marcos es importante teniendo animales. Además, está asociado a la cooperativa Oviaragón, que agrupa a pastores de todo Aragón. Para Marcos, estar en Oviaragón, da tranquilidad y servicio, buscando ser más competitivos. Desde la cooperativa, el 22 de septiembre de 2019, le hicieron un homenaje junto a Benjamín Fantova.

Marcos continúa disfrutando con su ganado, siempre ha sido –Oír cuatro esquilas e ir a mirar el rebaño-. Con su rebaño recorre las tierras, con sus perros ayudándole a controlar el ganado, – son muy importantes, dan mucha tranquilidad-. Pues siempre se aprende: -Los animales, si quieres te enseñan, si los observas aprendes. Las ovejas son muy dóciles, pero las cabras hacen lo que quieren, van ciegas. Las ovejas saben el campo, los límites, no los pasan, se saben los horarios y los recorridos, son más inteligentes de lo que la gente cree. –

Pastores de Los Monegros:

Santa Águeda y el juego de las olletas en Huerto


Hoy es día de Águeda Santa
que tantos martirios le hicieron pasar
.

Cuplilla a santa Águeda.

Cada 5 de febrero, como en muchos lugares, en Huerto se conmemora la festividad religiosa de santa Águeda; una de las fiestas más populares, conocida principalmente por conmemorarse y celebrar el día de las mujeres. Gracias a Maribel Ferrer, Marimar Alquezar, Conchita Casbas y Tere Zubiri, nos acercamos a conocer esta particular celebración de santa Águeda en el lugar de Huerto.

La fiesta de santa Águeda en Los Monegros, como en muchos otros lugares, cobra mucha importancia como festividad donde las mujeres son las protagonistas. Lo refleja perfectamente Elisa Laúna a sus 93 años de edad, recordando como antes los hombres no podían salir ni participar en nada “Sí se veía a un hombre por la calle se le encorría y se trataba de desnudarlo. Si se le veía trabajando, con la obra, se le tiraba el yeso o el cemento, se le tiraba la obra”. Solamente podían salir los hombres al baile y eran las mujeres quienes les sacaban a bailar. Pero en Huerto la fiesta adquiere una singularidad especial, muy identitaria, de la que, en palabras de Pablo Gracia Castel, Huerto siente un especial orgullo por esta fiesta” y así lo demuestran cada año, sin duda son “sus raíces culturales más propias”.

Aunque no se había perdido, algunas partes se dejaron de realizar por algunos años y había perdido vitalidad; en gran parte debido a la continua despoblación que afecta desde hace décadas al medio rural. Gracias al folclorista Pablo Gracia Castel, a su labor ingente de investigación y empuje por el pueblo, en sus tradiciones, folclore y cultura, los festejos tradicionales de santa Águeda volvieron a revivir con fuerza en Huerto. “Antes había mucho más folklore, había mucha más gente viviendo en Huerto, se ha pasado de los 1000 habitantes a unos 200” recuerda Elisa Laúna.

A las 6:30 de la mañana, cada 5 de febrero, como manda la tradición, comienza la festividad de santa Águeda en Huerto. Suena una campana y las mujeres, reunidas en la plaza de la iglesia, comienzan a recorrer las calles de la localidad entonando, a modo de despertaderas o auroras, las tradicionales “cuplillas” a santa Águeda. Durante el recorrido van llegando a los sitios prefijados donde, de forma grupal, entonan las cuplillas. Para Pablo Gracia Castel “Este ha sido el acto que, según cuentan las mujeres de Huerto, ha persistido inalterable y continuado, ya que se conserva tal y como se ha hecho siempre”.

Cuplillas de santa Águeda

Hoy es día de Águeda Santa

que tantos martirios le hicieron pasar.

Y su padre como un gran hereje

sus divinos pechos le mandó cortar.

Ya se sube Águeda a un castillo

por ver si la muerte se puede librar.

Es Águeda, mártir soberana

que por Jesucristo la vida perdió

Y prefiere derramar su sangre

por todas devotas de su devoción.

Devotas ¡venid!, devotas ¡llegad!.

A rezar el Rosario de Águeda,

si de Dios la gloria queréis alcanzar.

¡Viva Santa Águeda!

A las cuplillas le sigue el rosario, desde la iglesia se parte en procesión rezando el rosario “Allí están preparados los faroles, la cruz parroquial y el estandarte de la parroquia con la imagen de la Inmaculada”. Rezando el rosario, con los faroles y el estandarte, se da una vuelta al pueblo y se vuelve a acabar en la iglesia.

En cada uno de los misterios se canta una “Dios te salve”, variando la melodía entre tres, todas ellas populares. Entre un misterio y otro se canta una canción o plegaria diferente, entre las siguientes:

-Eres más pura.

-Tomad Virgen pura.

-Estrella de los mares.

-Salve madre.

-Divina Virgen.

Al llegar a la Iglesia, se acaba de rezar, y antes de la última oración se canta la salve en latín, que es popular. Para acabar este acto se entona un canto de despedida que dice así:

“Adiós Madre, adiós Virgen querida,

otro año esperamos volver,

a ofrecerte las bellas rosas

de esperanza, de amor y de fe”.

A la salida de la Iglesia, me cuentan las mujeres, que antiguamente era el momento de gastar bromas a los hombres que acudían a trabajar, o preparaban las labores de este día.  Algunas de esas bromas consistían en tirar la carga de paja, o de agua, o de leña, que traían de las eras hacia las casas. También se solía correr tras los hombres, y si se cogían, se les bajaba los pantalones.

Luego toca cargar fuerzas y llega el momento dulce de la mañana, las participantes se deleitan con un chocolate caliente. Elisa Laúna recuerda como “Casa Arasanz celebraban mucho santa Águeda y Aguedeta de Arasanz preparaba chocolate y rosquillas para todas”.

Llegado el mediodía, se parte desde la iglesia en procesión. Las mujeres llevan la peana con la santa, la llevan las mujeres recientemente casadas, que hayan parido o vayan a parir.

Se sale en procesión, igual que para el rosario, con la cruz de la parroquia y el estandarte. Ahora el cura está presente, y se coloca en el centro de la procesión. Se cantan los mismos cantos que por la mañana, las salves, las plegarias… dando la misma vuelta al pueblo. Todas las mujeres van en dos filas, bastante organizadas.

Al regresar a la iglesia se celebra la misa a santa Águeda, se cantan los cantos de la celebración y se realiza el ofertorio, el martirio y la ofrenda. El Martirio no se hacía antes pero se incorporó para que no se pierda.

En el ofertorio se colocan dos cestos que contienen trozos de bizcocho, en el altar para que el cura los bendiga. Es el llamado “pan bendito” que al término de la misa se repartirá entre los asistentes. Son trozos cuadrados de unos quince centímetros de lado y no demasiado gruesos. Están hechos en la panadería de Huerto. Lo hornean en unas tapas grandes que las señoras cortan luego en los trozos y los colocan en los cestos.

Después de bendecido el pan, el cura procede a dar a besar una reliquia de Santa Engracia, que es patrona de Huerto. Mientras los asistentes pasan a besarla, se entona un canto llamado “MARTIRIO DE SANTA ÁGUEDA”. Voy a explicar cómo se recuperó este canto más detenidamente:

Este canto dejó de cantarse hace más de 50 años, aunque se guardaba vivo en la memoria de algunas de las mujeres de Huerto. Para su recuperación hubo un dato que según cuenta Pablo Gracia, despistó bastante, ya que D. Juan José Demur (organista de la Catedral de Huesca) lo recoge en su cancionero, aunque las fuentes que él cita, como informantes, no lo recordaban. Otras personan lo sabían únicamente recitado, otras lo entonaban utilizando la melodía de “EL ROMANCE”, siendo incorrecto, ya que este canto es de muy diferentes características.

Tras la misa, se canta el Romance de santa Águeda. Las mujeres, describe Pablo, se colocan a los pies del altar, en dos grupos enfrentados y comienzan a cantar el romance «Lo más peculiar de este canto es la forma en la que se realiza.» Comienza a cantar el primer grupo y canta las dos primeras frases. El segundo grupo comienza a cantar repitiendo la segunda frase y añadiendo la tercera. El primer grupo repite la tercera e incorpora la cuarta. Así sucesivamente hasta el final. Las dos últimas frases las cantan los dos grupos juntos.»

Luego se celebra el juego de la olleta, “uno de los actos más particulares de la festividad de santa Águeda en Huerto”. Para ello, las mujeres se juntan a las afueras de la iglesia formando un corro, separadas a cierta distancia, y comienzan a lanzarse las olletas a modo de juego. Las olletas o cazueletas de barro se las van lanzando una a una hasta que van cayendo al suelo y terminan por romperse: “Se utiliza la picardía para lanzar la cazuela, la fuerza, la altura del recorrido, …”. Antiguamente, apunta Elisa Laúna, “Se guisaba con cazuelas y otros recipientes de barro. Los que se quedaban inservibles se guardaban para el día de santa Águeda para el tradicional juego de las olletas. También se empleaban los cantaros de agua, perolas u ollas.” Para Maribel “Es una renovación”, aunque actualmente se compran.

Luego vermut y comida. Hasta las cinco de la tarde, cuando se celebran las corridas, una serie de tres o cuatro carreras entre diferentes grupos:

  1. Entre mujeres casadas.
  2. Entre mujeres solteras.
  3. Entre hombres, (moderno).
  4. Entre niños y niñas.

Se realizan cuatro carreras. La primera de las niñas más pequeñas (3, 4, 5 y 6 años). Corren unos 30 metros. La segunda es de las niñas más mayores (7, 8, 9 y 10 años). Corren unos 100 metros. La tercera es la de las mujeres más jóvenes, solteras y casadas, entre 25 y 40 años. Corren también unos 100 metros. La última carrera es para las más mayores, entre los 50 y 60 años. Ellas sólo corren unos 50 metros. La salida a todas las carreras la da el alguacil del pueblo con una vieja trompeta que servía antiguamente para pregonar.

De premio se entregan unas roscas, unas tartas de bizcocho de forma circular adornadas con merengue y que se acaban compartiendo entre todas junto a un chocolate que de nuevo realizan. Para finalizar, se hacía baile, las mujeres sacaban a bailar a los hombres. Por una vez, eran ellas quienes podían elegir.

La festividad de santa Águeda goza de gran vida en Huerto, su arraigo, su singularidad, la hacen muy especial. Gracias, de nuevo, a Maribel Ferrer, Marimar Alquezar, Conchita Casbas y Tere Zubiri que han trasmitido el orgullo por su tradición y que cada año vuelven a realizar con gran ilusión. Y también gracias a Elisa Laúna, por esos recuerdos y a Pablo Gracia Castel, por compartir sus investigaciones y sabiduría.

Textos: La fiesta de santa Águeda en Huerto. Gracia Castel, Pablo.