Archivo de la etiqueta: Rostros

Inocencia Salillas Vived


Inocencia es una mujer que ha trabajado toda su vida, activa y dinámica que continúa redescubriendo la vida, creando verdaderas obras de arte con la talla de madera. Ha trabajado en el campo, en el cultivo de la remolacha, cuando la mujer desempeñaba un papel fundamental en la agricultura. El trabajo de la mujer rural fue vital para el desarrollo familiar y social de nuestros pueblos, un pilar que sustentó las precarias economías rurales. De la mano de Inocencia, nos acercamos al esfuerzo, a la dedicación, al trabajo y al cariño por nuestro pequeño mundo que nos rodea.

 

Inocencia Rostro

 

            Inocencia nació un 28 de agosto de 1938 en Lanaja, aunque su vida ha transcurrido principalmente en la localidad monegrina de Grañen. De casa de “los Simpato”, su padre Lorenzo Salillas se dedicó a la fabricación de tejas, las hacía a mano y fue hermano del famoso corredor Julián Salillas. Julián Salillas fue un corredor muy conocido en su época por participar y ganar carreras pedestres “corridas de pollo” en los años treinta, el ganador ganaba tres pollos, el segundo dos y el tercero un pollo. Julián también corrió la tradicional y singular carrera del hombre contra el caballo de Lanaja y trabajó de guarda de caza por la sierra de Lanaja.

            Su madre Gregoria Vived, de familia de guarnicioneros tuvo un primo muy reconocido por su trabajo de guarnicionero, que ejerció en la localidad monegrina de Huerto. Fueron ocho hermanos, cinco chicos y dos chicas. Inocencia fue muy poco a la escuela, pues tuvo que ayudar en casa y cuidar de sus hermanos. En Lanaja vivió cerca de tres años, pero el trabajo de tejero de su padre les llevó por diferentes lugares. De Lanaja, la familia Salillas-Vived, marchó a Lalueza, luego a Grañen y al poco a Tormos, donde estaban construyendo el embalse de La Sotonera. Cuando llegaron a Tormos, Inocencia contaba con unos siete años y trabajó ayudando a su padre ante la gran demanda de tejas que requería la construcción del nuevo pueblo de colonización de Ontinar de Salz. Inocencia iba a preparar el barro, lo pisaba como las uvas para hacer vino, luego lo cortaba con una enorme cuchilla de más de un metro de larga y más de siete kilos de peso. Las tejas las horneaban, Inocencia iba a buscar leñas para alimentar el horno, quemaban lo que podían: carrizo, coscojo, ontinas, sisallos, paja…

            En Tormos aún fue algo a la escuela, como el trabajo de tejero implicaba vivir a las afueras del pueblo, para Inocencia era una forma de juntarse con amigas y jugar, sobretodo a las tabas. Pero Inocencia no aprendía mucho, del “a e i o u” pasaron al “mi mama me ama y mi mama me ama a mí”. Le mandaban a buscar leñas para la escuela, iban al borde del embalse y recogían aliagas, con el pie las apretaban y las ataban haciendo fajos. Se llevaban más de un pinchazo e Inocencia aún no entiende como algún día no cayeron al embalse, arriesgaban mucho. Las aliagas las llevaban a la escuela donde al final se acababan calentando los niños de las casa ricas, mientras los pobres recogían la leña. Al final, la madre de Inocencia la sacó de la escuela: “para que se calienten los hijos de los ricos, que se calienten tus hermanos”.

IMG-20171104-WA0008            Con la llegada de las cerámicas el trabajo artesanal de tejero desapareció. A los catorce años, Inocencia comenzó a trabajar con la remolacha y a arrancar lino. En Grañen la remolacha fue un cultivo muy importante y ocupó a muchas mujeres. Se cargaba en el tren y se llevaba a la azucarera de Monzón. Inocencia trabajaba plantando la remolacha y la recogía en invierno, hacía mucho frío. Cando se recogía se “escoronaba”, se quitaba la corona de la remolacha. Para calentarse se daban repetidamente palmadas en la espalda, con gran energía para tratar de entrar en calor. A veces hacían alguna pequeña hoguereta, pero no podían estar mucho rato paradas, tenían que trabajar. Les pagaban 25 pts al día, más medio pan que el sábado se concretaba en tres panes que alimentaban, durante toda la semana, a la familia Salillas-Vived. Para plantar la remolacha, Inocencia se ataba un saco a la cintura donde guardaba la planta que una a una iba plantando. Para la recolección se tenía que inundar de agua el campo, como si fuese arroz, “se arrancaba con el agua hasta las rodillas”. Había dos clases de remolacha, una forrajera, para los animales, y otra para azúcar.

            Jesús y Félix, hermanos de Inocencia recuerdan aquellos años: “entonces si que había crisis, se pasaba mucha hambre, la comida estaba muy racionalizada y había que estirarla para al menos comer un poco cada día”.  Félix marchó muy joven a trabajar de cabrero por la sierra de Alcubierre, vivió un tiempo en Lanaja pero pronto se volvió para trabajar haciendo tejas con su padre y aunque trabajaba igual que él, ganaba muchísimo menos. Se hacían los pitos, las canicas, de barro y los cocían en el horno con las tejas, también hacían comederos y bebederos para gallinas y pollos. Entonces el colchón era de cascarota del panizo.

            Inocencia trabajó sirviendo en casas de Grañen, limpiando, cocinando, lavando… los cristales los limpiaban con periódicos. También sirvió en una casa de Tramaced, mientras un hermano suyo se dedicó a realizar labores del campo, a Inocencia más de una vez le tocó ir a espigar.

            En tiempos Inocencia fue a huronear, a cazar conejos para comer, en casa siempre han tenido huerto, gallinas, pollos, tocinos y vacas. En 1959 se casó con Julián Gracía, descendiente de Bespén. Han vivido en una torre próxima a Grañen, Torre Bespén. Al principio tuvieron bueyes de labrar y después se pusieron vacas de leche, su marido las ordeñaba a mano. Inocencia fregaba hasta 34 cantaros de leche cada día, hasta que cerró la RAM, “Sacabamos el fiemo a carretillos hasta que nos compramos una pala para el tractor”.  Actualmente la explotación continúa en manos de uno de los dos hijos que tuvieron, dedicándose a la cría de terneros. El otro hijo se dedica a la fabricación de remolques.

IMG-20171104-WA0014

            Inocencia participó en el programa Zarrios de Aragón televisión y siente una gran afición por las antigüedades, gran parte de su tiempo lo dedica a la restauración. Pinta y trabaja la madera con gran maestría, es toda una artista en la talla de madera, laboriosa y perfeccionista crea obras maravillosas llenas de esfuerzo y cariño que dan un valor extraordinario a sus múltiples y variadas creaciones. Una gran mujer por descubrir.

               Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias Inocencia.

María Rebeca Tricas Puyalto


Mujer comprometida por su pueblo: activa, dinámica, concienciada y luchadora. Todo un ejemplo de mujer capaz de articular una intensa actividad asociativa, cultural, artística y conseguir revitalizar la vida de un pueblo que lucha contra la despoblación. Una mujer más de nuestros pueblos, una mujer más y a la vez única, imprescindible para sacar adelante iniciativas titánicas por el bien y el futuro de su pueblo.

Maria Tricas

Mari Tricas

            Mari nació un 15 de abril de 1950 en Huesca y aunque vivió en Peralta de Alcofea, su vida ha transcurrido ligada a San Lorenzo del Flumen. Antes, por un tiempo, vivió en Sodeto, donde contrajo matrimonio. Pero en Sodeto, el joven matrimonio no tuvo suerte, pues no les tocó ni casa ni lote y se vieron obligados a mudarse a San Lorenzo del Flumen. En 1970 consiguieron una casa y un lote en el nuevo pueblo de colonización monegrino. Lamentablemente, el lote era de renuncio y arrastraba una pilma, unas deudas de semillas a la que tuvieron que hacer frente.

            El pueblo de San Lorenzo del Flumen se fundó en 1963 y se construyó en dos fases: la primera fase en 1963 y la segunda en 1968. En la primera casa, los cinco primeros meses los pasaron sin luz, debido a que el transformador se quedó insuficiente para llevar la luz a todas las casas. El lote fue de unas 12 hectáreas y además se complementaba con un huerto y una vaca preñada de la que tenían que devolver una novilla preñada. Compraron una vaca que tuvieron que pagar en tres años y unos años más tarde, por 1971, a un tratante le compraron 2 vacas más.

            Las tierras las tuvieron por la partida de la Mallata, por las Ventas de Ballerías, una huerta vieja pero con una tierra buenísima. Su marido fue tractorista de colonización y siempre trabajó de tractorista y de albañil. Con el tiempo compraron 26 hectáreas que pusieron en regadío. Al principio se puso mucha remolacha, alfalfa, cebada y maíz, pero luego, en san Lorenzo del Flumen, se plantó mucho pimiento. Desde entonces, en San Lorenzo del Flumen se celebran unas jornadas culturales sobre el pimiento y el arroz, pues el cultivo del arroz fue la única solución para muchas tierras salitrosas.

            Mari siempre sintió un interés especial por un terreno singular, un campo con un bello y característico tozal monegrino, propiedad del marques de la Venta de Ballerías. Sin dudarlo trató de adquirirlo, a lo que le marques respondió “que si alguna vez lo vendía, Mari sería la primera”. Al final, el marques cumplió su promesa y el tozal pasó a manos de Mari, quien trabajó su tierra, bordeando el pequeño y gran tozal con numerosos frutales, de oliveras, almendreras y viña.

Mari Tricas (7)

Mari con el logo de Ganadería El Tozal.

            Mari pronto comenzó con las vacas, empezó con dos vacas y al año siguiente sumó otras dos más. Después continúo quedándose con las novillas que las vacas parían, mientras vendía los novillos. Al principio inseminaba las vacas en la parada, la casa donde tenían al macho semental, y después, Mari adquirió un buen novillo semental para su ganadería. Fue pionera con la genética, inseminado sus vacas y creando una ganadería selecta de gran valor. Criaba de la raza “frisona” y su ganadería no pudo llamarse de otra manera: “Ganadería el Tozal”. Llegó a contar hasta con 50 vacas, las soltaba por el corral y montó una de las primeras salas de ordeño por estas tierras. Tuvo las vacas prácticamente desde 1971 a 1998 y fue en 1975 cuando adquirió la sala de ordeño: “mucha gente la venía a ver ya que era la única por la zona”. Antes de la sala de ordeño simplemente tenía dos ordeñadoras sencillas de la época.  Cuando se quitó las vacas en 1998, por la vaca Marisa le daban un millón de pesetas, pero Mari prefirió vender todas las vacas juntas a un ganadero de Asturias, por 170.000 pesetas cada una. Mari siempre ha estado dada de alta, a la seguridad social, como agricultora y ganadera.

“Si quieres beber algo natural, bebe leche de la ganadería el Tozal”

            Mari fue a vender a muchos pueblos la leche, se compró un Mehari y con el iba a todas partes, hasta cargaba las pacas en el Mehari. Las pacas y el alfal de los campos era para mantener la vaquería. En el coche cargaba los cantaros y se desplazaba por los pueblos, en Huesca vendía hasta 300 litros de leche. En 1992 Mari vendía en Huesca la leche en una lechería que ella misma montó en la calle Ramón J. Sender. Para llevar la leche se vio obligada a instalar un tanque refrigerador en el Mehari, pero la tienda apenas duró seis meses. Principalmente, la leche se vendía a la RAM de Grañen, donde la vendían la mayoría de ganaderos y ganaderas de vacas de leche, y a la Letosa de Alcolea. En los últimos tiempos, la leche se tuvo que vender a la cooperativa Copla de Pedrola.

            Su vida social y comprometida con el pueblo resulta igualmente intensa. En octubre de 1984 fundaron la asociación de Amas de casa de San Lorenzo del Flumen, cuando desapareció la Sección Femenina. Fue la primera asociación de ese tipo en Los Monegros y la quinta en la provincia de Huesca. Mari ocupó la presidencia de la asociación los primeros años y retomó la presidencia en 1996, cuando comenzaron con el proyecto de levantar una ermita en la localidad. Para tal fin constituyeron la cofradía y con diferentes actividades y la ayuda de vecinos y vecinas lograron financiar y construir una esplendida ermita. Dedicada a Santa Agueda representando a las mujeres, a San Lorenzo en representación del pueblo y a San Isidro en honor al campo. La ermita fue inaugurada en 2005 y su interior alberga un magnifico retablo de cerámica que ellas mismas realizaron. Un trabajo artesanal que les apasionó y que no dudaron de continuar, creando la Asociación Cultural Flumen Monegros de Cerámica Artesana. La ermita la complementaron con la realización de un vía crucis de diferentes cerámicas.

Mari Tricas (6)

            Con la asociación cerámica han acudido a diferentes ferias y mercadillos medievales, llevando como bandera su lugar, San Lorenzo del Flumen. Para el cincuenta aniversario del pueblo elaboraron un impresionante mural cerámico compuesto por unas 220 baldosas.

            Las asociaciones han dinamizado la vida del pueblo, un motor social vital y muy activo que ha ido generando una amplia variedad de cursos, jornadas culturales, café tertulias, charlas, fiestas… Desde el 2011 la nueva Asociación de Vecinos  ha puesto en marcha la encomiable iniciativa de crear una residencia de mayores y un centro de día para el pueblo, una Casa-Hogar que con trabajo y tesón seguro que conseguirán.

            El empeño, el esfuerzo y el trabajo, son cualidades muy necesarias para ir sacando adelante nuestros pueblos y nuestras familias. El valor humano es fundamental y en Mari es desbordante, sorprendiendo con su pasión y su sentimiento, su forma de ver la vida que plasma en versos dando forma a su reciente poemario “Poemas de una Colona”. Su amor por esta tierra queda marcado a fuego en sus poemas, al aire, al cielo, a la niebla, al sol, a su gente… a los sentimientos de una colona, por ser colona pues “Colonos los llamaban/ pero nada les importaba:/ ya tenían bastante/ con salir adelante”.

Poemario Mari

            Y adelante ha salido su poemario, por una buena causa, para contribuir con la Casa Hogar. Un esfuerzo valiente, de una gran mujer que no deja de sorprendernos. Poemas escritos en 1987 que florecen en este 2017 como flores en primavera, aquellas flores: “como el amor/ te dan una alegre sensación,/ están hechas un primor/ que te llega al corazón”. Una mujer más, como todas, indispensable.

               Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas  gracias Mari por abrirme las puertas de tu casa, todo un placer.

Concha Bailo Jaso


En Perdiguera, en plena aridez monegrina, la agricultura de secano, el ganado y la viña ocuparon las principales tareas del campo. En este ambiente la mujer no lo tuvo fácil y el duro trabajo fue una constante para sacar hacía adelante sus familias. Concha es un reflejo de aquellas mujeres que trabajaron sin descanso, contribuyendo, en gran medida, a la complicada y delicada economía familiar.

Concha Bailo.JPG

         Concha nació en 1934 en la localidad monegrina de Perdiguera, en el seno de una familia dedicada a la agricultura de secano, fueron cinco hermanos, cuatro chicas y un chico. Concha fue a la escuela hasta los catorce años y a partir de los diez las lecciones se repetían demasiado, “llevábamos los mismos libros y por las tardes aprendíamos a coser”. Las clases eran separadas, chicos y chicas en diferentes clases.

      Los domingos hacían baile en el bar de casa Felipe, el bar Murillo, era por la tarde, pues por la noche tenían prohibido salir.

         De chica amasaba el pan y lo llevaba al horno para cocer, lavaba a puño duramente en el bazión, preparaba el mondongo en los terrizos, sacaba el agua de los aljibes, gracias a la carrucha, y llenaba los cántaros, entre otras tantas faenas. Entonces, los aljibes los llenaban con cubas los carreteros, pero años atrás eran las mujeres quienes acudían con sus cántaros a buscar el agua a las balsas: “en invierno a la balsa nueva y a la de la villa”. El agua la filtraba con un paño que se volvía rojo debido a unos diminutos crustáceos y unas arañas rojizas que se encontraban en el agua, “otra forma era dejar reposar el agua y después quitar las impurezas posadas en el fondo”.

         Para blanquear la ropa la ponía en agua caliente en un tenajizo, añadía una cuchara de sosa y la dejaba actuar durante un día. Al día siguiente la desinfectaba con un poco de lejía, la aclaraba y la tendía al sol.

         En casa tenían gallinas, ovejas, cabras y tocinos que su madre mataba, hasta cuatro tocinos mataba al año: “¡menudos mondongos hacía!”. Con un candil, Concha subía al granero el pienso para los machos, en casa tenían hasta seis mulas: “cuando se moría un mulo era un drama”. Además, en casa tenían una maquina de tejer y de hacer punto: «mientras una hermana hilvanaba la lana, la mayor cosía». Hacían arreglos y jerseys de lana por encargo, sobretodo para gente del pueblo y de Peñaflor.

         Concha recuerda cuando llegó la luz a Perdiguera, era muy cría y la chiquillería iba gritando por las calles “¡ha llegado la luz!”, sería a principios de la década de 1940.

         En 1958 se casó con José Murillo Escuer, de profesión agricultor, con el que tuvo cuatro hijos. Anteriormente hubo una serie de años muy malos de sequías y muchas parejas se vieron obligadas a retrasar su compromiso hasta que llegó un buen año.

          A principios de la década de 1960, Concha adquirió una vaca lechera para abastecer de leche a la familia. Pronto algunos vecinos comenzaron a comprarle la leche sobrante y así empezó la vaquería de Concha, que pronto llegó a contar  hasta con veinte vacas lecheras y unos setenta a ochenta terneros. Al principio ordeñaba a mano, se levantaba a las cinco de la mañana, pero con el tiempo adquirió una ordeñadora. Limpiaba el fiemo, ayudaba cuando parían y se encargaba de cuidarlas durante todo el día. Concha montó una tienda, con tan mala suerte, que al año se tuvo que quitar las vacas porque no le dejaban vender la leche en la tienda.

         Por las tardes se juntaban las mujeres en la era para coser, al sol. Llevaban la ropa en unas canastillas y apañaban la ropa, zurcían todos los rotos y descosidos: «¡había que aprovechar mucho la ropa!».

         Concha recuerda cuando su madre subía al monte para hacer la comida durante la siega. Llegaban a Perdiguera segadores de Murcia, Soria, Albacete… pasaban días enteros en el monte sin bajar al pueblo, alguno solamente bajaba cada cuatro días para subir el pan. Cuando subían algún ternasco lo colgaban de un árbol para conservarlo, para que ninguna alimaña lo arramblara. En la sierra hubo resineros, se hacía leña y hubo carboneros. Las leñas y el vino los bajaban a vender a Zaragoza, lo que fue una fuente de ingresos muy importante para Perdiguera. También bajaban los corderos al matadero de Zaragoza y  vendían la paja para las papeleras zaragozanas, para la fabricación de papel.

         Tras la guerra de España de 1936 muchas mujeres marcharon a Zaragoza para servir en casas. De la guerra, Concha se acuerda de “El Negus”, un avión que bombardeaba la población, gritaban “¡que viene el Negus!”, mientras la gente corría a refugiarse.

“Pan, pa la zorra!” cuando mataban alguna alimaña, como se suponía que era un bien para el pueblo, la gente necesitada pedía por su contribución, alguna recompensa por las casas del pueblo.

         En épocas duras de sequía las balsas se secaban y tenían que ir a la acequia de Villamayor o a las de San Mateo o Peñaflor a buscar agua. José, el marido de Concha, tuvo que ir más de una vez a buscar agua para la vaquería, pues requerían de abundante agua. El agua corriente, a Perdiguera, no llegó hasta 1977, por lo que el agua fue un bien muy escaso que tuvieron que aprovechar al máximo y reutilizarlo los máximo posible.

          Concha se casó de negro, como entonces se casaban todas las mujeres. Se casó con una mantilla blanca en la iglesia de Perdiguera y el banquete lo celebraron en la famosa Posada de Las Almas de Zaragoza. Muchos recuerdos y muchas historias continúan vivas en su memoria, Gracias Concha por abrirnos la puerta de tu casa, por enseñarnos nuestra memoria y nuestro pasado, a la vez tan lejana y a la vez tan próxima que indudablemente nos agranda y enternece el corazón con tu extraordinaria y entrañable semblanza. ¡Gracias Concha!

            Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Constantino Escuer Murillo.

 

Carmen Pueyo Dueso


Tiene 90 años en la actualidad y es viuda del que fuera su consorte D. Fausto Gonzalvo Mainar, Director del Grupo Escolar de Sariñena, en las décadas 50 y 60 del pasado siglo. Por Juan Antonio Casamayor Anoro.

20170504_083222

Carmen Pueyo de maestra con el grupo escolar de Sariñena, año 1959. 

      A pesar de su largo trayecto de enseñante en Sariñena, hasta la edad de su jubilación, la maestra reconoce que su vocación de seguir impartiendo clase y formando a los jóvenes no ha disminuido y aún afirma que le gustaría seguir en las aulas formando chicas y chicos como en sus buenos tiempos. Yo me he sentido muy gratificada a lo largo de aquellos ( casi 50 años ), en que estuve ejerciendo, hasta que me tocó optar por la jubilación.

        Su madre de hecho le inculcó el amor por el Magisterio al que se dedicó y más tarde sería ella, la protagonista de este reportaje, quien recogiera la vocación de ésta. Con ella, su progenitora, vivió en la casa de la Travesía del Enado nº 1, y la cuidó hasta su fallecimiento y es en la misma casa familiar donde reside hoy la maestra.

     Cuenta Carmen Pueyo, que tras de cursar Magisterio en las Teresianas de Zaragoza, ejerció en las escuelas rurales de Bubal, en el valle de Tena, en la villa de Tardienta, de Pertusa y después en la localidad próxima al nudo ferroviario de Selgua, Monesma de San Juan, localidad a la que se desplazaba cada lunes en el tren, desde Sariñena y enlazaba después con su bicicleta, la cual guardaba en la estación del ferrocarril. De allí por caminos inhóspitos pedaleaba durante casi una hora hasta la escuela del pueblo, en el que residía durante la semana. El esfuerzo era importante y las condiciones de vida duras, debido a las escasas comodidades existentes en las casas del pueblo en que nuestra maestra impartió la enseñanza durante casi 40 años. Mi vocación por el magisterio me compensaba sin embargo y en ningún momento pensé en abandonar, – cuenta Carmen –  aunque la compensación económica de los maestros era bastante exigua por aquel entonces. Unas 600 ptas. al mes, era lo que percibía y debo admitir que me podía permitir muy pocos ratos de ocio y mucho menos practicar algunas aficiones que estaban entre mis preferencias, desde mis tiempos de enseñante en el Pirineo oscense. Este es el caso del esquí, que siempre  había deseado el practicarlo.

     Y algo que me fue muy difícil de realizar, viajar a las Fiestas del Pilar de Zaragoza, que más tarde realizaría con mi esposo, aunque Fausto no era un hombre de “muchas fiestas”.

      De los años vividos en Momesma de San Juan – resalta la maestra-  lo complicado que era mantener una higiene aceptable dadas las carencias de instalaciones adecuadas en las casas. Los orinales en las habitaciones y los vertidos en el corral de nuestros excrementos eran lo cotidiano y las camas habían de calentarse con elementos muy rudimentarios.

     ¿Quizá hubiera de calentar un ladrillo, o una botella, con los que elevar la temperatura de la ropa de la cama – le preguntamos?

     – Y duda,…. pero nos sonríe al responder,….”El frío en invierno era penoso de soportar y las estufas y los braseros eran elementos casi de lujo”. Todo ello, -refiere- lo viví en primera persona.

20170509_103455

Juan Antonio Casamayor y Carmen Dueso.

     Pero mi deseo más importante era venir a Sariñena, bastante difícil por lo que representaba el acceso a una localidad de importancia, Cabeza de Partido en la Organización Territorial de entonces y la suerte se me acercó, al conocer a quien sería mi esposo, Fausto el Director del Grupo Escolar, en unas jornadas de teatro que se organizarían en la villa de Sariñena. Solicitar la plaza de hecho, lo pude hacer, “por concurso de consorte”, al desposarme con el Director D. Fausto Gonzalvo Mainar, un hombre de recia personalidad, que pesó bastante en mi ánimo de hacerlo mi esposo, en octubre de 1957.

     Dña. Carmen que es una mujer de gran entereza y carácter, con algo de ironía en sus apreciaciones, -no duda en afirmar– como tomó su decisión de desposarse, para poder venir a ejercer la enseñanza en Sariñena. De hecho, tras de su solicitud y aceptación de la misma, obtuvo la plaza en propiedad ( como ella había deseado siempre ) y dedicó el resto de sus años de ejercicio a la docencia, en la Escuela en que había enseñado también su madre, María Dueso.

    Dña. Carmen no tuvo descendencia y ello le permitió una gran dedicación a la profesión que tanto amaba, introduciendo algunas disciplinas deportivas en las clases habituales como la gimnasia, -que reconoce– era muy apreciada por las chicas del Grupo Escolar de Sariñena.

     Muchos son los alumnos y alumnas que esta buena maestra tuvo bajo la batuta de su disciplina y varias las anécdotas que de algunos recuerda, así que,… concluir esta historia para nuestro Blog de Mujeres Monegrinas, con algún recuerdo acerca de anécdotas que vivió a través de sus alumnos, nos gustaría mucho referirlas, si bien deseamos respetar su memoria, y sólo rememorar la entereza de esta maestra singular de Sariñena, Dña. Carmen Pueyo Dueso.

     Los desvelos de esta gran mujer y cuanto hizo conjuntamente con su consorte D. Fausto Gonzalvo, por nuestra formación. La nuestra  y la de muchos otros sariñenenses, quedan implícitos en la personalidad y formación de los autores de esta historia.

Juan Antonio Casamayor Anoro

 

     Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Juan Antonio Casamayor por participar aportando una entrañable y magnifica entrevista, gracias Juan Antonio!.

 

Joaquina Cáncer Bailo


Para muchas mujeres del mundo rural, servir en las casas ricas fue su única salida laboral. Otras muchas mujeres marcharon a servir a Barcelona, Madrid o Zaragoza, donde ganaban más. Ha sido un trabajo escasamente reconocido, por no decir nulo, no se pagó la seguridad social ni repercutió en su pensión. Pero no todo fue malo y Joaquina guarda muy buenos recuerdos de su época en casa Ruata de Alcubierre y así nos transmite sus memorias con una envidiable y entrañable vitalidad.

Juaquina Rostro

Joaquina Cáncer Bailo

            Joaquina Cáncer Bailo nació en Zaragoza el 3 de febrero de 1938, aunque su vida siempre ha transcurrido en Alcubierre y es toda una alcoberreña de pies a la cabeza. De familia de labradores, sus padres Eulalia Bailo y Antonio Cáncer tuvieron cuatro hijos Pilar, Carmen, Pascual y Joaquina.

            Con el inicio de la guerra de España de 1936, su familia marchó a Zaragoza, junto a sus vecinos de la posada de “La Campana”. Primero pasaron unos días en la posada de Leciñena donde encontraron muy buena acogida, pero ante la falta de trabajo se vieron obligados a continuar su viaje hasta Zaragoza. Una vez en Zaragoza, su padre encontró trabajo en la base militar, gracias al coronel Antonio González Gallarza. Allí trabajó de portero en la base y al finalizar, el teniente González le redactó una carta de recomendación, un salvoconducto. El militar González Gallarza (1898-1986) fue pionero en la aviación española y se retiró en 1957 con el grado de Teniente General.

            La familia de Juaquina marchó a Zaragoza sin nada. Gracias a José Lacruz, natural de Alcubierre, que tenía el establecimiento zaragozano de telas “La Palma”,  cerca de la plaza del Pilar, pudieron tener sabanas y mantas. La madre de Juaquina fue muy buena costurera y junto a una modista prepararon el ajuar necesario para la ordenación de Vicenta Ruata en la orden religiosa de Santa Ana, de la que llegó a ser superiora. La familia Ruata también se había instalado en Zaragoza durante la guerra. Eulalia pasó muchos días cosiendo los hábitos y poco a poco se fueron apañando y pudieron ir tirando adelante.

            Joaquina nació en Zaragoza, en el Barrio del Arrabal, en la Calle las Ranas. Juliana «La Calderera» (hija de Mariano Gavín Campo, hermano de Cucaracha, por parte de padre), tenía teléfono en casa, y cuando Eulalia Bailo tuviese los primeros síntomas de parto, debía telefonear a Ascensión Rufas (esposa de Agustín Ruata) para poner en marcha la asistencia al difícil parto que se avecinaba. Ascensión preparó todo lo necesario (paños, ropa…) y bajó con el médico al domicilio de Eulalia y Antonio.

            A su vuelta a Alcubierre, la familia encontró la casa familiar desvalijada y gracias a unas pocas gallinas y unos tocinos pudieron ir subsistiendo. Compraban al trueque, huevos por lechugas, hortalizas o verduras.., la moneda más común era la cebada o el trigo. Juaquina fue a la escuela hasta los 14 años, recuerda con gran cariño a la maestra Doña Rosario Rodriguez Román, una maestra toledadana que sufrió la represión franquista y fue desterrada de su tierra para acabar ejerciendo en Alcubierre. Su marido vino con ella y trabajó como practicante. De joven, Joaquina iba a segar, las mujeres daban las mies y los hombres ataban los fajetes, cuando tenían 7 u 8 fajetes los ataban con los fencejos. También iban a coger olivas, recogían grandes olivares de familias ricas y se quedaban con una cuarta parte de lo recolectado.

            En Alcubierre había viñas y almendros y siempre ha habido una excelente miel, en casa Andresa (La Leciñenera), casa Licer y casa Barrios. Para la siega llegaban muchos segadores a Alcubierre y en casa Ruata una vez faltaron dos personas para llegar al centenar de segadores. Se formaba una gran fila a la hora de comer, dormían en las cuadras y venían de Murcia, Soria… A Juaquina le gustaban muchos los higos verdes.

            A los 20 años Joaquina sirvió en casa Ruata, durante cinco años, “estuvo muy bien, aunque carrañaba mucho con la dueña, pero siempre en un tono muy familiar”. Una vez discutieron fuertemente Juaquina y la Tía Ruata, Ascensión Rufas Aguareles, Juaquina no quería bajar a la bodega a coger el agua, tenía miedo a las ranas. Tras la discusión, Juaquina se marchó de la casa pero enseguida Ascensión la fue a buscar y Joaquina volvió a casa Ruata. Las tinajas las llenaban en invierno y de ella bebían todo el año, también tenían un deposito y cada día, con cantaros, subían el agua necesaria para la casa. Juaquina trabajó muchísimo: lavó, fregó, planchó… vivía en la misma casa y cobraba 825 pesetas al mes. De cocinera estaba Silvestra, de casa Silvano. Recuerda un cumpleaños del amo Agustín Ruata, el 28 de agosto, cuando a Juaquina la llevaron a Zaragoza para uniformarla de sirvienta, fue una ocasión especial.

            Años más tarde Juaquina marchó a servir a casa del Médico y a casa Gavín, las dos a la vez. Cuando algo se rompía o se hacía perder dinero los amos decían “iras al descuento” y descontaban del jornal la parte proporcional.

            Joaquina se casó en 1977 con Alfredo Valero de casa El Molinero. La familia de Alfredo se encargaba del horno de pan, donde la gente del pueblo llevaba su masa, ya preparada, y la cocían en el horno. La familia de Alfredo construyó el molino, María y Cecilio eran hermanos del padre de Alfredo, vinieron de La Zaida (provincia de Zaragoza, en la Ribera Baja del Ebro), y llevaron la corriente eléctrica para mover el molino, (aún sigue en pie el edificio, aunque por dentro está totalmente cambiado). El viejo horno se encontraba en el edificio que el gremio de Los Ganaderos construyó para aquel fin y donde ahora aún podemos encontrar la tradicional panadería familiar Valero.

            En Alcubierre había y siguen estando dos hornos de pan, el de la familia Valero fue construido por el Tío Calvo. Después de la guerra, la gente iba a cocer el pan al horno llevando las masas en una tabla que la llevaban sobre la cabeza. Como combustible usaban aliagas, paja… “entonces los hornos conservaban mucho el calor”. Juaquina comenzó a trabajar en el horno al pronto de casarse con Alfredo, la gente ya no llevaba la masa y el oficio de panadero era como actualmente lo conocemos, “aún hubo un tiempo que la gente traía su propia harina”. Cada día se hacían unos 180 panes de kilo que las familias consumían durante dos semanas, todo se anotaba en una libreta y se contabilizaba todo lo elaborado. También se hacía alguna barra y algún chusco, cuando el pan se hacía duro lo llamaban pan asentado. Antiguamente se cocía un pan que se llamaba la Polla.

            Joaquina y Alfredo continuaron con la panadería, tuvieron dos hijos, chico y chica, que aún continúan con la panadería. Juaquina trabajó haciendo las faenas de la casa y la panadería, sobretodo atendía en el despacho de pan. Juaquina destaca el trato con la gente, cercano y familiar, en un pueblo que a principios del siglo XX contaba con cerca de 1600 habitantes y que actualmente apenas llega a los 500.

            Tortas de almendra, de anís, de coco, farinosos, empanadicos… y torta legañosa, una torta de pan con aceite y azúcar, una larga tradición panadera y repostera de sabores auténticos. Juaquina aún permanece por la panadería, con sus hijos y nietos, con los recuerdos que tanto marcaron a las generaciones pasadas. Vidas pretéritas que permanecen con el sabor de siempre, en nuestra memoria y en nuestros corazones.

  Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Alberto Lasheras Taira.

19059589_10213081818865205_1937810209215983778_n

Elena Encuentra Nogues


El éxodo rural provocó la migración a las grandes ciudades, principalmente a Barcelona, Madrid o Zaragoza. Muchas mujeres marcharon a servir en busca de una vida mejor y allí acabaron haciendo su vida.  La vida de Elena es una de aquellas historias, historias que el  paso del tiempo y la distancia se han ido borrando de la memoria colectiva.

Elena Rostro

Elena Encuentra Nogues

            Elena Encuentra Nogues nació en Sariñena en 1944. Su padre Placido Encuentra, natural de Ballobar, fue sereno de Sariñena junto a Paco “El Manco”, ambos vigilantes de la noche sariñenense con su chuzo y capote característico. Su madre Antonia Nogues Roy trabajó de cocinera en las escuelas nacionales. Se conocieron en Barcelona, donde Antonia había emigrado para servir en una casa, mientras Placido trabajaba como portero. De familia humilde fueron cuatro hermanos: Nati, Elena, Leonor y Placido, todos acabaron emigrando a Barcelona. No tenían tierras, solamente un pequeño huerto que su padre cultivaba cuando podía.

            Elena iba a la escuela con alpargatas de esparto, eran blancas y las llevaba hasta en invierno. De camino a la escuela pasaban por la plaza de la Iglesia donde se formaba un gran charco que en invierno se helaba, rompían el hielo por diversión y se mojaban las alpargatas, luego iban a clase con los pies mojados y completamente helados. Elena recuerda su amistad con las chicas del Hotel Anoro.

Elena encuentra madre

Antonia Nogues

            Su madre iba a recoger el carbón que tiraban a la vía los trenes que pasaban por Sariñena. Iban muchas mujeres y volvían con los sacos llenos de carbón sobre sus cabezas, recorriendo los más de tres kilómetros que dista la vía férrea de Sariñena. Recogían el carbón quemado que aún se podía aprovechar y algún lingote que los maquinistas tiraban desde el tren. Una vez, un lingote de carbón le dio en la cabeza a la pobre Antonia, que quedó muy dolorida. A veces llevaban una pequeña carreta para transportar el carbón, pero lo normal era que lo llevasen en sacos. Una vez en casa clasificaban y separaban el carbón según la calidad, por el color a veces cogían los “cagacierros”, carbón quemado que ya no servía y que tenían que tirar. La gente iba a las casas de las carboneras a comprar el carbón para calentarse en casa. Era una forma de ganarse el pan, para quitarse el hambre que tanto padeció la sociedad española de postguerra.

          Iban a respigar los campos una vez segados, en una ocasión un guardia les denunció. El trigo lo iban a moler para hacer pan o hacer aquellas farinetas que tanta hambre quitaron. Con la cartilla de racionamiento iban al estanco donde les daban un kilo de harina o de arroz. Elena recuerda ir a pedir el Cabo d´año por las casas de Sariñena, a veces les daban un higo. Cuando había una boda ofrecían las sobras a las personas más necesitadas. Al Romea iban a pedir los posos del café que aprovechaban para hacer de nuevo café: “No había leche y así se hemos quedado, con males de huesos”.

           De Fraga venía Beltran a vender naranjas, a la plaza de la constitución, donde estaban los coches de Anoro y de Hispa. Su madre cambiaba un pozal de naranjas por trapos y para ganar peso ponía viejas alpargatas mojadas, así podía llevarse un pozal repleto de naranjas que hacía los gozos de Elena y sus hermanos. Una gran felicidad, la necesidad, el hambre obligaba. Una tía que servia en Terrasa les mandaba ropa que su madre cosía y arreglaba para que tuvieran ropa. La madre de Elena no era modista, pero sabía coser muy bien. A lavar iban al río o al lavadero que había cerca de las monjas.

            Elena no llegó a acabar sus estudios, con unos doce años se iba a cuidar a niños. Con unos 13 o 14 años fue a trabajar a casa de Salavert. A los quince años, sobre 1958, marchó a servir a Barcelona. Marchó en tren con su hermana y gracias a su tía pudo comenzar una nueva vida. Ya sabía lo que se iba a encontrar, escuchaba la radio y estaba muy informada. A pesar de las inseguridades, los sueños se abrían a un mundo de posibilidades. Al principio trabajó en una casa con seis hijos, trató de prosperar y estuvo sirviendo hasta en tres casas más. Con su hermana lucharon para conseguir un piso de protección oficial que al final consiguieron.

         Su madre murió en Sariñena en 1963, a los 54 años, y a los dos años su padre y hermano se trasladaron a Barcelona para vivir con ellas. Elena se casó en 1969 y ha tenido dos hijos y seis nietos, actualmente reside en Sabadell. Elena mira a su pasado sariñenense con sentimientos y sensaciones encontradas, de unos tiempos humildes donde gracias al trabajo y al esfuerzo de su madre pudieron salir adelante: “Las mujeres sufrían todo, soportaban la casa, eran las que más trabajaban y las que menos recibían”.

               Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros.

Joaquina Ardanuy Ripoll


Joaquina me recibe en su casa junto a dos de sus tres hijas, con Pili y Josefina Monter. Sorprende su vitalidad, su  memoria y aspecto físico a sus 102 años, lo que no es de extrañar en una casa que rebosa armonía y creatividad, música y pintura, espiritualidad y creatividad. Gracias a Joaquina descubrimos un valioso testimonio de la vida monegrina, de una generación que vivió una gran transformación tecnológica y social.

joaquina-rostro

Joaquina Ardanuy Ripoll

            Joaquina nació en Sena el 25 de noviembre de 1914. De casa “La Morena”, familia de labradores y hortelanos, fueron cuatro hermanas y dos hermanos. Tenían un pequeño rebaño ovino y cuatro mulas que pastoreaba un pastor común a otras casas de Sena; Joaquina recuerda como a su madre le gustaba mucho ir a pajentar el ganado.

            Joaquina fue a la escuela hasta los catorce años y aprendió a coser con las monjas. Desde niña hacía labores de casa, como ir a buscar agua a la acequia de Sena y al río con una burra. En verano, el río Alcanadre llevaba poca agua, “por eso lo llamábamos el matapanizo”. En la acequia existía un molino harinero y un lavadero donde iban las mujeres a lavar la ropa. El lavadero era muy bonito, con unas losas grandes y allí se juntaban para lavar la ropa. Era un lugar de encuentro social muy importante para las mujeres, donde hablaban y contaban chismes. También se juntaban las casas vecinas y familias para “tomar la fresca”, por las noches de verano después de cenar.

            En Sena siempre ha habido una buena huerta y los melones han sido el producto estrella, la tierra y las semillas de toda la vida han dado melones de un sabor exquisito: “para melones, los de Sena”.

joaquina-ardanuy

Joaquina por Josephine Monter.

            En casa de Joaquina tuvieron dos vacas que debían de ordeñar, la leche la vendían a otras casas. Las mujeres se ocupaban de hacer la comida, de lavar, de fregar, de cuidar de los hijos… múltiples tareas en un sin parar. En Sena había dos hornos, se amasaba en casa y se llevaban al horno para cocer. Durante la época de siega subían a las masadas de los campos las familias enteras, se pegaban más de un mes sin bajar a Sena, así que se llevaban hasta las gallinas al monte. Subían antes del mes de agosto hasta que terminaban las faenas de la siega del cereal. Existían balsas fraguadas en piedra que conservaban bastante bien el agua para consumo humano, tristemente han desaparecido casi todas. Para el ganado aún se conservan dos grandes balsas comunales

            Joaquina vivió la llegada de la radio a Sena y también del cine. De la mano de Mosén Rafael Gudel, Joaquina escuchó, a través de unos auriculares, por primera vez la radio en 1920. “El Cureta”, como cariñosamente conocían en Sena a Mosén Rafael Gudel, fue una revolución para la localidad monegrina, una persona muy culta, amante de la música, la fotografía, la arqueología… “aunque tenía mucho genio”. Gracias a su amistad con unos ricos cazadores barceloneses consiguió regalos difíciles de obtener que sorprendían en el pueblo. Mosén Rafael trajo el cine a Sena, Joaquina recuerda verlo en la abadía durante la doctrina (catequesis). El Cureta ponía en las escaleras una tela blanca y proyectaba cine mudo. “Cuando en alguna película una pareja se besaba, Mosén Rafael decía que la mujer era sorda”, por eso el hombre se acercaba tanto, para decírselo al oído.

            Fueron tiempos que el mundo cambiaba rápidamente, donde pasaban de alumbrase con velas, candiles de aceite o el quinqué de petróleo a ver llegar la luz eléctrica. La luz llegó a Sena gracias al molino de harina. Al principió, en casa de los padres de Joaquina pusieron dos luces. Una luz en la cocina y otra en la cuadra, pero al ser conmutadas no podían tener encendidas las dos a la vez, así que cuando encendían la luz de la cuadra se quedaban sin luz en la cocina.

joaquina-ardanuy-2

Manos, por Josephine Monter.

            Joaquina vivió la Guerra de España, su padre y su novio tuvieron que ir a luchar al frente. Sena estaba lejos del frente, pero la aviación pasaba a menudo y tenían que correr al refugio. El paso de tropas por Sema protagonizó uno de los hechos más tristes para el patrimonio monegrino y aragonés: la destrucción de parte del conjunto monástico de Santa María de Sijena por milicias catalanas. Joaquina fue testigo directo de la profanación del sepulcro de Doña Sancha de Castilla, un testimonio muy importante que reproducimos en su integridad: “En Sena había militares que venían a descansar del frente, unos iban y otros venían. Entonces se fueron a Sijena (al monasterio) donde estaba la momia de Doña Sancha, estaba allí enterrada. Los militares estaban sin hacer nada y bajaron a Sijena donde destrozaron bastante y sacaron monjas que estaban allí enterradas. Por Sena estuvieron jugando con una momia que el médico reconoció como Doña Sancha, a quien al final tiraron tras una tapia. La tiraron al corral de una tía mía y la pobre mujer fue a dar vuelta a las gallinas y se encontró con la momia, dime tú que susto se llevó. Entonces avisó al pueblo y el pueblo la subió al cementerio y la enterraron”. No se sabe exactamente en que parte del cementerio de Sena se enterró, para el pueblo no fue fácil.  Joaquina recuerda que el cuerpo de Doña Sancha se conservaba bastante bien, “debía de estar muy bien embalsamada”. En el saber popular de Sena se cuenta que la momia de Doña Sancha presentaba el abdomen característico de mujer que había tenido descendencia, por eso la reconoció el médico senense.

            Joaquina se casó con José Monter Escalona, carpintero y constructor de carros de profesión. Tuvieron cuatro hijas, Teresa, la primera, murió con tan sólo tres meses, después nacieron Pilar, Josefina y Charo. A Sena venían muchos chicos de otros pueblos a trabajar en el campo y en los talleres de carros. Fue el caso de José Monter, que se inició en el taller de Agustiner hasta que años después instaló su propio taller de carpintería.

           Los carros los venían a comprar desde toda la provincia y muchos se vendían en Fraga y después se mandaban a Cataluña. Los cuatro talleres de carros de Sena fueron los de casa de Timoteo, de casa Agustiner, de casa el Chel y el taller más antiguo de casa el Carretero.

            En Sena había dos cafés bastante grandes, había mucho ambiente en el pueblo y gozaba de mucha vida, en las fiestas había hasta dos orquestas. Una noche muy especial era el canto romance, que permitía salir a los más jóvenes hasta muy tarde. También se hacía baile y el dance en la plaza, se juntaba todo el pueblo, era una verdadera fiesta. Por Sena pasaban comediantes, algunos llevaban música y al final pasaban el plato, pero mucha gente no tenía mucho que darles, “unos comediantes traían una mona y la hacían bailar”.

            Joaquina y su marido José adquirieron la casa del antiguo cuartel de la Guardia Civil, donde ahora reside con sus hijas Pilar y Josephine. José monto su carpintería en los bajos de la casa y se le recuerda como a un gran artesano de la madera.

       Queda la nostalgia de aquellos tiempos pasados “cuando no había mucho pero se disfrutaba de lo poco que se tenía”.  Tiempos que quedan en los recuerdos y en la memoria, que gracias a Joaquina continúan vivos formando parte de nuestra historia, donde las mujeres jugaron un papel fundamental.

          Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Pilar y Josefina Monter.

Aurora Ezquerra Serrate


  Aurora Ezquerra Serrate me recibe en su actual vivienda de la casa de La Cera. Una antigua casa donde antaño trabajaban la cera para la fabricación de velas y donde  aún se conserva una espectacular prensa de cera. Aurora ha vivido toda su vida en  Castejón de Monegros, un lugar donde  las mujeres han revitalizado la manifestación folklórica del dance, asumiendo un papel reservado tradicionalmente para los hombres. Aurora es una de las muchas mujeres del secano aragonés, donde la carencia de agua ha caracterizado una vida unida al campo. Una historia más  de una mujer del secano monegrino.

aurora-rostro

Aurora Ezquerra Serrate

            Natural de Castejón de Monegros, Aurora Ezquerra Serrate nació en 1919. De casa Lorenzo “El Bruto” fueron siete hermanos. Su padre luchó en la guerra de Cuba y, tras sufrir una amputación en un dedo de una mano, le quedó una pequeña paga que ayudó bastante a su vuelta. En la guerra de Cuba aprendió a tocar la bandurria y cuando volvió a Castejón de Monegros iba a tocar por los pueblos y así se ganaba unos dineros extras.

            Una jovencísima Aurora comenzó a estudiar en la escuela de las hermanas del cura, unas mujeres que enseñaban a cambió de pequeñas cantidades de dinero o algún que otro pago en especias. Después pasó a párvulos en las escuelas municipales, su padre quiso que aprendiese letras, a escribir bien: “si hubiesen tenido dinero hubiera estudiado una carrera”.

20170111_140339

Prensa de cera.

           Su madre cosía, apañaba pantalones, calzoncillos, cosía camisas, tejía jerseys de lana… hacia trabajos de costura a la gente y le pagaban por ello, a veces con dinero y otras veces le daban algo a cambio. Con el tiempo se compró una maquina de coser y mejoró su trabajo. Aquellos pequeños ingresos eran muy importantes para la economía familiar y gracias a ellos no pasaron hambre. Con parte del dinero que ganaba su madre se pagaban los libros escolares de la pequeña Aurora.

            En Castejón de Monegros iban a buscar el agua a una fuente del pueblo y a una balsa. En casa criaban un tocino y hacían la matacía, también tenían gallinas y un pequeño ganado de ovejas y cabras. Aurora aún recuerda ordeñar las cabras y con la leche hacía quesos para casa, mantenía su propio suero. Las mujeres se juntaban a lavar en un lavadero. Toda la familia iba a segar, las mujeres daban gavilla y ataban las garbas.

aurora-ezquerra-2

Aurora Ezquerra

            Amasaban el pan y luego lo llevaban al horno. En Castejón de Monegros hacían “largos”, unas tortas de pan con algo de aceite. No había mucho dinero y tampoco había azúcar. También hacían “gorros de cura” unos panes macerados, que llevaban mucha harina y que retorcían, era un pan especial, un capricho que hacían de vez en cuando. Al pan duro y que no crecía, que no subía, lo llamaban “coto”.

            Aurora se casó con Leandro Puey Castejón, quien trabajó como labrador y pastor. En Castejón de Monegros los hombres hacían mucha leña de romero, la bajaban a vender a Sariñena unas dos veces por semana. Las mujeres se juntaban para coser en las calles, también era muy común quedar las noches de verano para salir a tomar la fresca.

            Aurora llegó a hacer hasta de albañil en casa, pequeñas obras hasta hacer una escalera hasta la terraza y un mosaico. Las mujeres en Castejón de Monegros tenían pocas salidas, algunas servían en alguna de las tres casas ricas del pueblo y la mayoría trabajaban llevando las múltiples faenas de casa y del campo. Se ha dejado atrás una forma de vida muy dura, las mujeres trabajaban de sol a sol e incluso cuando llegaba la noche. Un pasado que va quedando en el olvido pero que testimonios como el de Aurora nos describen una realidad de trabajo y esfuerzo que debemos de valorar y reconocer.

             Esta mirada se enmarca dentro de la serie “Rostros”, que va relatando diferentes visiones de mujeres monegrinas y su trabajo en el medio rural de Los Monegros. Muchas gracias a Ana Puey Campos y a José Puey Ezquerra, hijo de Aurora .