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Gaudencio Beltrán Pallarés, el peón caminero curandero


La figura de peón caminero respondía al operario encargado de cuidar, a pie del camino o carretera del estado, una determinada distancia, aproximadamente, en este caso, de unos seis kilómetros. En España, esta figura es creada en el siglo XVIII, concretamente en 1759, durante el reinado de Fernando VII. Así, en Bujaraloz, en su paso de la nacional II, resultó celebre el peón caminero Gaudencio Beltrán Pallarés, pero no por su oficio, sino por un don divino que le hizo celebre por su capacidad de curación y sanación. Una historia a la que nos adentramos a través de las crónicas de Marcial Buj publicadas en el Heraldo de Aragón.

Gaudencio Beltrán Pallarés, peón caminero al que se le atribuyen curaciones sobrenaturales.

Gaudencio Beltrán Pallarés nace en Bujaraloz en febrero de 1885. En el censo electoral de Bujaraloz, correspondiente al año 1913, aparece registrado a sus 27 años de edad, domiciliado en la calle Alta n.º 42, de profesión “jornalero” y con un “No” en el apartado de – ¿sabe leer o escribir? -.

Era de mediana estatura, enjuto de carnes, correctas facciones, ademanes expresivos y una gran agilidad de pensamiento, que expresaba con torpeza por su falta de instrucción, como el confesaba en un alarde de humildad. Gaudencio estuvo casado y tuvo tres hijas. Fue peón caminero de la carretera de Madrid a Francia por Barcelona, actual Nacional 2; antiguo camino de los Fierros, vía romana. Su puesto correspondía a la casilla más cercana a Bujaraloz, dirección Zaragoza. Se encargaba de seis kilómetros de carretera que estaban a su cargo “manejando la pala o la azada”, comenzando a trabajar con el sol hasta que este se ponía, cuando terminaba su tarea: “Golpea con el pico, araña con la pala y traslada capazos llenos de tierra, de uno a otro lado; más todas esas labores van acompañadas de unos divinos coloquios de San Antonio”.

El peón caminero, Gaudencio Beltrán al que se atribuyen curas sobre naturales, conversando en el lugar donde trabaja con los enfermos que acuden a consultarle.

Muchos son los que aparecen a su encuentro, a suplicarles sanación a lo que siempre respondía “Pueden marcharse por donde han venido. Yo no puedo curar hasta el sábado por la noche”.  Es lo que más le molesta, ver como los enfermos y familiares que los acompañan se van aglomerando en la carretera allí donde se halla. Esto lo subleva, porque, en aquel momento, sólo es un funcionario de Obras Publicas que se está ganando el sueldo que recibe del estado. Pues para Gaudencio el trabajo era sagrado “El que quiera comer pan, que cave la tierra”.

Todo comienza un 19 de enero de 1926, cuando Gaudencio regresa de su trabajo bastante fatigado -cosa extraña, porque nunca se cansa de trabajar-, el sueño le resulta imposible de conciliar y, al apagar la luz de cabo de vela, quiere ver en las paredes de su alcoba “ciertas fosforescencias que llegaron a ser ráfagas como las de relámpago”.  De repente, una de aquellas ráfagas se torna permanente inundando la alcoba de vivísima luz -lo mismo que la del sol; aún más potente y cegadora-. Gaudencio, emocionado y a su vez con su respiración paralizada, en sus pulmones y la sangre en vena, ve a San Antonio junto a la cama “tal y como se representa en sus imágenes”. A través de San Antonio -vi a Dios, nunca lo había visto-.

En declaraciones al periodista Marcial Buj, Gaudencio declara que había hablado con San Antonio:

-Si, señor. Hablóme y muy claro. De parte de Dios. -me dijo- vengo a enterarle que te ha sido concedida la gracia de curar las dolencias que padezcan tus semejantes, aunque se trate de enfermedades ante las cuales se declaró impotente la ciencia.  

Pues “Dios todo lo puede y, los hombres, nada pueden sin Dios. El te concede esa merced divina, de la que tú harás buen uso los domingos; el día del Señor”.

-¿Y desapareció?

-No, que se detuvo atendiendo a mis suplicas.

-¿Qué le dijo usted?

-Le dije que las gentes, casi siempre separadas de Dios no creerían en la merced divina que se me acaba de conceder y que, como una prueba palpable del prodigio, pusiera en mi cuerpo alguna señal que no dejara lugar a duda.

Y aquí las tiene usted. Fíjese bien en esta mano; la derecha ¿No ve grabada una cruz? Vea usted ahora el pecho; mi pecho ¿No ve nada?

La alcoba queda a oscuras.

Su celebridad pronto es recogida en las crónicas de la época de la que se hacen eco: “El peón caminero Gaudencio Beltrán Pallarés ha recibido de Dios, mediante la intervención de San Antonio, una gracia casi limitada para curar todo género de dolencias y adivinar los más recónditos secretos, según dicen y creen firmemente las gentes, muchas gentes: Y esa fe ciega, que avanza y se extiende invadiendo Cataluña, Valencia, Vizcaya, Navarra y todo Aragón, como se puede demostrar con casos prácticos, es una fe sin disciplinas, ni garantías”.

Honrado y humilde, cuentan que de nadie aceptó un solo céntimo y, pretender entregarle dinero, es el mayor agravio que se le puede inferir. Incluso hubo familia distinguida zaragozana que le puso respetable suma de dinero que no dudó de devolver.

Automóviles, que conducían enfermos, aguardando a la puerta a la casilla del peón caminero Gaudencio Beltrán.

Gaudencio tenía normas claras. Llega el enfermo a su presencia y, como puede leer en las conciencias, le dice, en la generalidad de los casos, casos recientes: “A ti no te puedo curar porque estas en pecado mortal. A ti no te puedo curar porque no has restituido seis pesetas que hurtaste en cierta ocasión; y tú, faltaste a tal mandamiento, y tú a este otro.” Por ello, antes de proceder con la curación ha de confesar y perdonar, limpiar la conciencia del enfermo. Es entonces cuando les entregaba un escrito, de su propia mano, indicando el tratamiento que debían de seguir “siempre a base de manteca de cerdo, si es para mujer y de cerda si ha de ser hombre el curado. Todo Bujaraloz sabe el gran consumo que hace de dicho artículo traído de Barcelona por comerciantes de la plaza. Extrañados de lo de la manteca, nos atrevimos a interrogarle y nos contestó: -Igual curaría sin ella, pero es algo que va ligado al pecado original-”.

“En sus ojos, que parecen muertos, hay esplendidas corrientes de vida y la paradoja podría explicarse diciendo que mira para adentro. Cuando agita nerviosamente sus brazos, la imaginación de quien lo mira levanta un pulpito en sus pies y siempre, siempre, toda la vida del peón caminero da las sensaciones de un iluminado. Tiene visiones de taumaturgo y estremecimiento de poseso.»

Pero Gaudencio no escapa de las habladurías y mentiras y bulos.  Por toda la comarca y fuera de ella se lanza la noticia de que, el último sábado, obrará un milagro, dando vista a una ciega de Bujaraloz. El anuncio de ese prodigio atrae a gentes de distintos puntos y el mismo Gaudencio afirma enérgicamente —no he dicho semejante disparate.

Baste decirle—añadió–que hasta comenzada la curación de un enfermo, no obtengo el permiso de Dios para sanarlo.

Ese milagro anunciado ha sido obra de quienes pretenden impedir que la gracia de Dios se manifieste a través de este humilde siervo de San Antonio; pero contra Dios no se puede ir. El que pretenda marchar por ese camino, será destruido.

El corresponsal acaba matizando que  -Es tan interesante y digno de estudio todo esto, que nos permitimos estampar la tan sobada y muchas veces alarmante advertencia de “se continuará”-.

Gaudencio les recibe en su casa, cerca se encuentra la Posada nueva, en ella se alojan algunos enfermos y sus familiares, haciendo a su vez de sala de espera:  

En la plaza de Bujaraloz hay una posada; la Posada Nueva, cuyo propietario se llama Gregorio Escanilla, quien ha visto entrar en su casa, con motivo de esto acontecimiento, las siete vacas gordas de la Biblia o quién sabe si más de siete, Junto a la posada, tocando a ella, levántase una casuca, de aspecto mísero, que es la casa del caminero.

Esa razón de vencidad convierte la posada en una especie de sala de espera, aguardando el turno para visitar al que ha de poner remedio a las más incurables dolencias.

La posada tiene un gran patio y a los lados de este patio hay bancos rústicos que ocupan hombres, mujeres y niños, en espera de poder besar las manos del caminero, a cuyos pies se postrarán de hinojos, para moverle a compasión y conseguir que les de la salud.

La posada está colmada de viajeros.

 Los que llegaron tarde, alojanse en casa de huéspedes que se han abierto y en algunas particulares y cuando de nada de esto se dispone, el buen mesonero habilita dormitorios en cualquier parte.

El último viernes, por la tarde, habían llegado a Bujaraloz, para visitar al iluminado, 114 personas.

Algunas llevaban esperando seis y ocho días.

Para el día siguiente, sábado, esperabase la llegada de más de 150, de Mequinenza, Fraga, Pina y la mayor parte de Zaragoza.

Grupo de enfermos esperando la llegada del peón caminero Gaudencio Beltrán Pallarés.

Al parecer fue una contaste de enfermos los que acudían a Bujaraloz, en gran cantidad van queriendo visitar al curandero caminero, afamado en gran parte de Aragón y mucho más allá de sus límites:

No hay turno, por orden de llegada; no hay excepciones ni preferencias que pudieran determinar los casos graves – ¿Y qué es eso de casos de gravedad? ¿Quién sabe lo que es grave y urgente y lo que no es? Una persona está muriéndose; en la agonía, pero reacciona y se salva, volviendo a la vida sana y fuerte que tenía y otro que se encontraba completamente sano, muere en un momento a consecuencia de una desgracia. ¿Quién estaba grave?.

Conozco a cuantos me esperan; sólo veré a diez, los más necesitados, los más graves; pero sólo yo puedo conocerlos.” Y este es el procrecimiento para poder ser “visto y tratado”.

Cuando estamos hablando con enfermos y recogiendo notas que ya saldrán, llegan varios automóviles abarrotados de forasteros atraídos por las prodigiosas curaciones que ge cuentan,

Detallaremos a la ligera la llegada de esos automóviles, Z, 1.252; Z. 1.163; Z, 1.205; L, 1.195; B. 16.750.

Llegan con el completo, ¡Todos son enfermos y familiares que los acompañan; en su mayoría, mujeres y niños!.

Todo lo que lega tras la curación del caminero, ha sido desahuciado por la ciencia.

Lo dicen las madres, entre sollozos de angustia y esperanza, a un tiempo.

Mire usted: A este hijo de mi vida lo han visto muchos médicos. Todos me dijeron lo mismo; que no tenía remedio, ¿Qué iba a hacer yo? Si me hubieran dicho que en el fondo del río Ebro estaba la medicina para curar al hijo de mis entrañas, al río me habría tirado de cabeza.

Y Bujaraloz se va inundando de peregrinos y todos entonan igual plegaria de dolor.

En esa incesante romería, en el mayor contingente los barrios de Zaragoza, pudiendo asegurarse que “el sábado habría en Bujaraloz más de cien personas de Montañana, Santa Isabel, la Cartuja, etc.

De Pina, Quinto, Castejón, Fraga, La Almolda, Osera, La Puebla y otros de esa comarca, un buen núcleo.

 Al caer la tarde, cuando habían llegado ocho automóviles, con más de cincuenta personas, llegó a la casilla un autobús de Zaragoza, de la Compañía Berna, el núm. 1.190, con 28 viajeros.

Autobús con 25 viajeros, llegados de Zaragoza anteayer para ver al caminero.

Marcial Buj imprime su impronta sobre la historia que le ha llevado a Bujaraloz, tratando de recoger lo que puede atestiguar entre la ciencia y lo divino, dejando impronta de una carismática figura que respondió a Gaudencio Beltrán Pallarés, peón caminero y curandero:

No hacemos otra cosa que referir todo lo que presenta esta palpitante actualidad. Lo que hemos visto; lo que hemos oído; como lo ven y lo oyen diariamente centenares de almas. Y hemos limpiado esta información de todo aquello que nos contaron y que entendíamos caía dentro de lo chabacano y poco serio.

¿Qué debo hacerse? ¿Qué hay en todo esto? ¿Nadie contesta? Desde luego, es indudable la existencia de un gran movimiento ritual cuyo radio de acción va tomando proporciones que aconsejan una intervención.

Dictarla nosotros, habría de ser tanto como invadir un terreno extraño.

En cambio, pisamos el nuestro exponiendo la situación, en toda su inquietante realidad y opinando, que todo ese estado que se forma que, aceleradamente se agranda, debe ser sometido a una inmediata depuración por parte de los dos fueros llamados a intervenir: La Iglesia y la ciencia, Y, como amparador de todo derecho y corregidor de cualquier ilegalidad, la autoridad gubernativa.

Esta es la historia de Gaudencio Beltrán Pallarés, peón caminero y curandero, que trabajó junto a otros camineros como Elías Broto del Río y Pedro Royo Asín o Pedro Luy Grañena como capataz caminero. Oficios desaparecidos, al igual que virtudes desaparecieron con la ciencia pero que, en su divina medida, ayudaron en la curación y sanación de muchas personas con el tan solo hecho de creer.

Camino de los Fierros, vía romana


Los Monegros, lugar de paso, a mitad camino entre Madrid y Barcelona. Paisaje árido, casi desértico del Aragón profundo, la nada… Pasa la nacional II, la AP2 y la línea ferroviaria del AVE, atravesando Los Monegros en un eje que se remonta a la antigüedad. Una vía de comunicación que ha convertido a Los Monegros en tierra de paso mirando a una tierra despoblada que ha suscitado una cierta seducción y misticismo en el subconsciente popular.

Aquella percepción de desierto viene ya de lejos tal como deja constancia, por los años 1465 a 1467, León de Rosmithal, relación de Shaschek, en su descripción del camino en su tramo de Zaragoza a Osera “Cerca del camino por donde íbamos crecen enebros dobles, vulgares y rojos, tienen el tronco tan grueso que apenas lo pueden abarcar dos hombres con los brazos extendidos, son tan altos como pinos y las ramas se extienden formando pira. Más allá va por unos desiertos que no crían más que romeros, salvia y ajenjo”. Como curiosidad, Alfonso Villuendas Diaz, en su obra Deforestación y repoblación en Aragón, destaca el matiz que no comprende en la distinción en tres especies de la sabina de Los Monegros.

Años más tarde, Enrique Cock en su viaje de Zaragoza a Fraga en 1585 describe su paso como “montes estériles y sin gente” resaltando la curiosidad del cultivo del azafrán: “A la mano izquierda del camino hay montes estériles sin gente, de manera que se hallen pocos pueblos en el camino, y los que hay sus vecinos se mantienen con ganados y azafrán que allí produce la tierra”.

En 1660, un autor anónimo relata su tránsito en la forma siguiente “Este país es todo desierto hasta Alcarraz”. Y en 1755, el padre Norberto Caíno, de Cataluña a Zaragoza, expone que encuentra el itinerario de Fraga a Candasnos como un terreno inculto. Incluso en Candasnos se llega a preguntar: “¿No os parecería por esta pintura que viajo por los desiertos de África?”.

Bujaraloz (Burjalajos), acuarela de Pier Maria Baldi, Biblioteca Laurenciana de Florencia, recogida en Sánchez Rivero A, Mariutti de Sánchez Rivero A. «Viaje de Cosme de Médicis por España y Portugal (1668-1669)», Madrid: Sucesores de Rivadeneyra; 1933. 11 – 10 – 1668 Vista general. Silueta de las iglesias de Santiago el Mayor y la Merced y del palacio de Torres Solano, construidos poco antes de la visita principesca.

El relato continúa a través de José Townsend en 1786, quien, al entrar en Aragón hacia Zaragoza, vía Lérida, ve una gran diferencia de terreno entre Cataluña y Aragón: Townsend observa como el terreno no es completamente árido, pero sin cultivo y abandonado “Durante varias millas no encuentra ni casa, ni árbol, ni hombre, ni animal”. Su viaje lo encontramos descrito gracias a Alfonso Villuendas Diaz “De Fraga a Candasnos hace el comentario de que estas montañas no producen más que plantas aromáticas. La califica de comarca árida, con arenas finas, muchas piedras calcáreas y algo de yeso. Candasnos a Zaragoza lo califica también de llano árido, de finos arenales durante el espacio de veinte millas, y puntualiza más: «sin ver casa, ni hombre, ni animal, ni pájaro, ni árbol, ni matorral». El mismo aspecto desolado le ofrece el paisaje desde Candasnos hasta Zaragoza, donde no ve más que roca desnuda y yesosa, hasta llegar a los regadíos de la huerta”.

En 1792, el barón de Bourgoing, describe el itinerario Zaragoza-Barcelona: «No hay nada tan desierto, tan repelente como una gran parte de la zona que se recorre desde Villa-franca hasta dos leguas más allá de la triste villa de Fraga».

Está claro que hay un denominador común en los diferentes relatos a través de los tiempos, la idea de territorio árido, casi desértico, de tierras baldías y estériles y de un absoluto desierto demográfico. Pero volviendo al camino, históricamente la vía siempre ha formado parte del corredor del valle del Ebro, en su unión de Zaragoza con Tarragona.

Conocido como el camino de los Fierros, este respondía a un antiguo camino romano que unía Iltirta (Lérida), capital de los dominios ilergetes con Celsa (Velilla de Ebro), y que correspondía a un ramal de la vía romana Augusta. Celsa es la primera fundación en el valle del Ebro de una colonia inmune de ciudadanos libres romanos, fundada con el nombre de Colonia Victrix Iulia Lepida en honor a Lépido. En el año 36 a. C. cae en desgracia, y la ciudad romana cambia su nombre por el de Colonia Iulia Victrix Celsa, latinizando el nombre de la probable antigua ciudad ibérica sobre la que se emplazó, Celse. La población es abandonada poco después del 70 d. C., probablemente debido al auge de Cesaraugusta.

Calzadas romanas en la península ibérica.

El camino de los Fierros para Antonio Beltrán Martínez repite una denominación que se halla en las canciones de gesta franceses con el nombre de «Chemin Ferré» y en Bretaña y el Pirineo como «Chemin de Aucfer» y «La Herrade» respectivamente. (Beltrán Martínez, Antonio. La red viaria en la Hispania Romana: Introducción. Vías Romanas, topografía y ocupación del suelo).

Pero su origen se remonta mucho más y según el análisis de M. A. Magallón Botaya (Vías Romanas, 1991) se desprende el hecho de que Roma construye, en esta zona del Valle Medio del Ebro, gran parte de sus calzadas sobre antiguas vías indígenas: “Los principales sistemas de comunicación están conectados con la fundación de las dos colonias que se establecieron en el Valle del Ebro: Celsa y Caesaraugusta. la construcción de caminos que debió producirse a comienzos del siglo II a. C; cuando todo el Valle se verá inmerso en las guerras celtibéricas, con el consiguiente movimiento de tropas que conocemos por las fuentes escritas, reduciéndose todos los estudios a la reconstrucción teórica de los itinerarios seguidos por los diferentes ejércitos”. 

La calzada romana de época republicana Ilerda-Caesaraugusta, discurría por Soses y Alcarrás, para subdividir su recorrido en tramos que pasaban por la Llitera, Aitona, Serós, Massalcoreig, Torralba, hasta llegar a Cardell, Candasnos y Peñalba (Salleras Clarió, Joaquín en La Voz del Bajo Cinca. La vía romana a su paso por el Baix Cinca). Desde Peñalba continuaba hacia Bujaraloz, Hostal del Ciervo, ventas de Santa Lucía, Pina del Ebro, Fuentes del Ebro, Burgo de Ebro y Zaragoza.

Es curioso que Fraga no es relevante en su trazado hasta el medievo. Si que, en 1113, la vía sirve de vía al asedio de Fraga en 1134 por parte de las tropas aragonesas bajo el mando del rey Alfonso I “El Batallador”.  Para Joaquín Salleras Clarió: “De todos modos, el desvío por Fraga, pasando por el Barranc de Castelló, es un desvío posterior, porque la vía principal cruzaba el río por Massalcoreig y por Torralba”.

«La adecuación de la red viaria romana a los caminos naturales y a las necesidades estratégicas se comprueba por su persistencia a lo largo de la Edad Media y en buena parte en tiempos posteriores, en España, hasta el siglo XVIII cuando la centralización y los planteamientos radiales desde Madrid llevaron a un plan nacional de distinta concepción.»  

Beltrán Martínez, Antonio.
La red viaria en la Hispania Romana: Introducción.

Vías Romanas, topografía y ocupación del suelo.

Igualmente hay constancia de diverso patrimonio ligado a la vía carretera, como es el caso en Bujaraloz de la balsa de la Calzada, y el pozo del Pedregal y la Venta de la Perdiz donde se han encontrado fragmentos de Terra Sigillata. Algunas balsas documentadas que abastecían al camino eran la balsa de Boberal (Bujaraloz); y desde Velilla primero la balsa la Rostana, luego la balsa del Gango, el pozo del Pedregal, la balsa de Peñalba y la balsa de Candasnos (Beltrán, A.: «El tramo de la vía romana entre Ilerda y Celsa y otros datos para el conocimiento de Los Monegros». I Congreso Int. del Pirineo. Zaragoza, 1952, págs. 5-24. Pita Merce, R.: «La vía romana desde Lérida a Bujaraloz», Ilerda. 27-28, Lérida 1963-65, págs, 51-77).

En Bujaraloz hay restos en «Venta de la Perdiz» y «Pozo del Pedregal», y vestigios de una posible villa rústica en la partida de Las Vales, con cerámicas ibéricas pintadas, y romana campaniense y sigillata. Este yacimiento se asociaría también a la vía, cuyo nombre se conserva en la «Balsa Calzada».

Mapa del Instituto Geográfico y Catastral, 1953. Se aprecia parte del trazado del camino de los Fierros, la balsa de la Calzada y el pozo del Pedregal. Término municipal de Bujaraloz.

En Peñalba, Hübner documenta varios miliarios de los años 7-8 a.C., uno en la Venta de la Perdiz, y otro a un kilómetro de Candasnos. Un miliario o piedra miliar es una columna cilíndrica, oval o paralelepípeda que se colocaba en el borde de las calzadas romanas para señalar las distancias cada mil passus (pasos dobles romanos) es decir, cada milla romana, lo que equivale a una distancia de aproximadamente 1480 metros.

La importancia de las balsas y elementos auxiliares queda patente en Antonio Beltrán Martínez “la extraña sequedad de Los Monegros hace de capital importancia para el conocimiento de la política que presidía el trazado de las vías, la situación de balsas de agua potable y la utilización de pozos salobres, pero aprovechados por las bestias, como el del Pedregal, mostrando que las dificultades que podían plantear terrenos poco accesibles eran superadas con realizaciones que no han sido mejoradas hasta tiempos muy recientes” (A. Beltrán, «Notas sobre construcciones hidráulicas de Los Monegros», Congreso Nacional de Arqueología, Almería, Cartagena, 1959, p. 236 y «El tramo de la vía romana entre llerda y Celsa y otros datos para el conocimiento de los Monegros», I Congreso Internacional del Pirineo, Zaragoza, 1950, p. 5.).

También apuntar como tanto Bujaraloz como Peñalba se establecieron sendos hospitales, tal vez ligados a la existencia del camino: “Sobre los hospitales de la región, el ejemplo más antiguo es la fundación del hospital de Peñalba por parte de Alfonso II en 1170. Muy cerca de la localidad de Peñalba y por indicación del mismo monarca, parece ser que fue fundado el hospital de Bujaraloz” (Villagrasa Elías, Raúl. La red de hospitales en el Aragón medieval ss. XII – XV).

Pues durante la edad media continúo siendo una importante vía de comunicación entre Zaragoza y Barcelona, de acuerdo con María Teresa Iranzo Muñío, el camino tradicional entre Zaragoza y Barcelona, citando A. Magallón, ob. cit., pp. 227-245 y A. Gargallo y M. J. Sánchez, Cuenta de un viaje, cit., este «Se superponía a una calzada romana, la vía Augusta, y el itinerario medieval es, según se describe en un viaje de 1366, Alfajarín, Pina, Bujaraloz, Peñalba, Candasnos, Fraga y Mequinenza, donde se cruzaba el Segre» (Iranzo Muñío, María Teresa. Los sistemas de comunicación de Aragón en la edad media: una revisión).

Agustín Ubieto Arteta, en su obra Los caminos peregrinos de Aragón, lo cita como Camino de San Jaime y que a partir del siglo XVI es el más transitado de todos los aragoneses. El camino responde a la prolongación de Camino de Sant Jaume catalán: «Procedente nada menos que de Barcelona (foco de concentración de peregrinos), pasa por Lérida y entra en Aragón por Fraga hasta acabar en Zaragoza, desde donde los romeros tienen varias alternativas en función de su destino final. Su mayor activo y propaganda serán, sin duda, las facilidades físicas de tránsito aunque recorre parajes inhóspitos según cuentan algunos caminantes, pero no deja de mostrar varios signos propagandísticos: aparte de las 19 tumbas de santos concentradas en Zaragoza, vemos en él veneras, iglesias y ermitas de los santos de referencia, bastantes fiestas y calles dedicadas a éstos y templos cuya titular es la Virgen del Pilar lo que nos habla de su permanencia en el tiempo. Momento llegará en el que será el más transitado de todos los caminos romeros aragoneses«.

Ubieto Arteta, Agustín. Los caminos peregrinos de Aragón.

A pesar de haber sobrevivido el paso del tiempo, la vieja calzada romana conocida como el camino de los Fierros ha desaparecido con las relativas recientes roturaciones agrícolas. Un camino, del que Pascal Madoz decía ser tan sólido que se hacía impenetrable al arado: “Hacia la parte del S. se conserva una travesía de 5/4 de hora de la famosa vía Pompeya, construida por los romanos desde Tarragona á Lisboa, cuya dirección ha desaparecido en tantos puntos de la Península: es tanta la solidez de las varias argamasas con que está fundada, que la hacen impenetrable al arado, y por eso se le llama á aquel sitio el camino de los Fierros”. Madoz, en su descripción de Peñalba decía que los caminos eran de rueda y de herradura y conducían a los pueblos limítrofes (Madoz, Pascual. Diccionario Geográfico – Estadístico – Histórico de 1845-1850).

Efectivamente, tal y como apunta Antonio Beltrán Martínez, las labores de roturación y la paulatina ocupación de los caminos, aparte de la erosión producida por el paso del tiempo, han hecho desaparecer las trazas del camino, como en Bujaraloz, en el llamado «camino de los Fierros», contiguo a la balsa Calzada: “realmente de la Calzada romana y hoy totalmente labrada así como desaparecida totalmente junto a la mutación que hubo junto al pozo del Pedregal, sin duda usado para servicio de los viandantes como lo fueron las balsas dispuestas a una decena de kilómetros una de otra” (Beltrán Martínez, Antonio. La red viaria en la Hispania Romana: Introducción. Vías Romanas, topografía y ocupación del suelo).

También ha seguido los pasos de la calzada romana Isaac Moreno Gallo, la cual aún se puede intuir a través de imágenes aéreas a pesar de su roturación para transformación en tierras agrícolas. Además, apunta Isaac como la vía romana de Julia Lepida Celsa a Ilerda, ha sido conocida como camino del diablo en la cartografía antigua en la parte catalana de Cardiel a Soses “Camino carretero del diablo” y en Candasnos como “Camino Viejo de Tarragona a Zaragoza” (Moreno Gallo, Isaac. Carreteras romanas desde el aire 03. El camino del Diablo).       

En estos llanos áridos casi desérticos, la vía romana casi resulta ya testimonial, mientras la vida pasa de largo por las nuevas vías, que ven un territorio vacío pero que sigue escondiendo una importante riqueza natural, paisajista y patrimonial. La historia de un camino que ya no es lugar de paso.

Enrique Cock en 1585 de Zaragoza a Fraga

“La tierra cuasi toda es sin fruto, si no es la que está cerca del Ebro, una legua de Ucera, donde hay algunas viñas y huertos. A la mano izquierda del camino hay montes estériles sin gente, de manera que se hallen pocos pueblos en el camino, y los que hay sus vecinos se mantienen con ganados y azafrán que allí produce la tierra.  

Aguilar Venta de Santa Lucía: “Habiendo caminado tres leguas de Ucera, está una venta en el camino con una capilla que se dice Santa Lucía, allí quedó Su Majestad a comer y vio con el Duque y el Príncipe y sus hijas danzar los labradores. Para nosotros y otros criados del Rey había tanta falta de todas las cosas, que agua para beber no hallábamos por dinero que fuese buena. Los caballos comían la verdura del campo que ya comenzaba a crecer, y a nosotros convidaba el buen tiempo a tener paciencia. ¡Mirad, por amor de Dios qué cosa es caminar por desiertos! Acordéme lo que Justo Pascasio dice en su libro de los dados de España, el cual como en muchas partes no había hallado cosa para comer, ni pan ni vino, con todo esto dice que nunca halló lugarcillo ni venta por ruin que fuese en que no hallase naipes para jugar. Lo mismo me ha acontescido algunas veces yendo por España, y aca no faltaban tampoco quien engañase el tiempo con ellas.

Después de comer fuimos otras tres leguas adelante y venimos a boca de noche en Borgaroloos, villa donde todos estaban aposentados, y tampoco cuasi no hallábamos qué comer por la muchedumbre de gente que había accedido, por tantas acémilas y carros que habían venido, que todas las calles estaban atapadas que no se podía pasar. Al dormir tomamos la medida de un banco. Había algunas casares un tiro de piedra fuera de la villa, en las cuales los labradores recogen la paja; en estos quedaban nuestros caballos, para que no padesciesen debaxo el cielo.

Jueves a cuatro de abril muy de mañana, siendo el sol levantado dexamos a Su Majestad allí con su gente para entrar en Fraga, la cual villa está seis grandes leguas de Borgaraloos y muy mal camino para proveer en tiempo que no cayésemos en semejante falta de aposientos. Su majestad vino hoy en Candasnos, pueblezuelo, a posar en la mitad del camino lleno de mesones, para no hacer tan grande jornada. Una legua de Borgaraloos está Peña Alva, lugar en un valle, y a la mano izquierda del camino se vee Muella Villeta y no la pejor desta muy estéril tierra, que está de aquí una legua. Los vecinos destos pueblos cogen grande abundancia de azafrán cada año, de cuya ganancia se sustentan.

Dexado que habíamos Peña Alva venimos a Candasnos, adonde los aposientos todos fechos para Su Majestad, no querían estos ladrones de mesoneros a nadie vender vianda por su dinero, de manera que estando en pie habíamos de acabar la comida deste día. De allí acabando lo que nos restaba del camino, a puesta del sol abaxamos en una llanura dexando las sierras y su esterilidad.

José Trallero Buil y Aurora Alfaro Raluy


Natural de El Tormillo, José Trallero Buil nació en la localidad el 20 de julio de 1932. De familia de agricultores, sus padres José y Rafaela eran de El Tormillo de toda la vida. Tenían algunas tierras, más bien pocas y de secano, pues –aquí era todo secano hasta hace dos años comenzó a llegar el regadío-.

José nos recibe en su casa junto a su mujer Aurora Alfaro Raluy, quien también nació en El Tormillo, el 25 de septiembre de 1937. Curiosamente, ambos son mellizos con sus respectivos hermanos. Nos acompaña en esta mañana de verano su hija Aurora Trallero Alfaro. El pueblo está animado, el verano siempre los rejuvenece. Y nos trasladamos a su juventud, a su pueblo, El Tormillo, que siempre ha pertenecido y se han considerado de Los Monegros hasta la comarcalización, por la que fueron incluidos en la comarca del Somontano.

Ambos iban a la escuela, la escuela separada de niños y niñas, en la de chicos unos 30 y en la de chicas unas 25 -Los maestros eran don Francisco y doña Pilar, eran matrimonio, eran muy buenos maestros y siempre han sido muy queridos en el pueblo-. Pilar había estado antes en Sariñena de maestra. Hoy en día, en las escuelas, viejo edificio de 1917, se encuentra el centro social.

Iban a coger el agua a la fuente Vieja, que se encontraba por donde ahora está la piscina, era de manantial y de ahí se distribuía a otras fuentes que estaban por el pueblo. Además, había tres balsas: la del Pueblo, la de La Clamor y la del Tejero.  El lavadero o lavador estaba algo lejos, por el Pantano -Había un grifo por el que siempre salía agua; también era de manantial-.

José apunta como antes se sembraba cebada y trigo, además había almendrales, olivares y mucha viña: -En cada casa había 1 o 2 viñas, un almendral y olivos, según la casa, si era casa rica pues tenían más-.  Había molino de aceite en El Tornillo. En 1950 ni se segó ni se trilló, no se cogió nada por una gran sequía, mucha gente marchó, sobre todo, de aquí a Sabadell. 

Cada casa tenía un par de mulas menos las casas ricas que tenían tres pares de mulas. El panadero tenía una vaca y vendía leche, pero en cada casa había algún tocino, gallinas, conejos y palomos: -El caldo de palomo era muy fuerte-.  Había dos tiendas: casa Gonzalo y casa la Jaima (La Felisa); dos carnicerías, casa Felipe y casa Clau. -Hubo zapatero, esquilador de mulas, carpintero, cura con casa propia…- También, en El Tormillo había unos 4 o 5 pastores, para las casas más ricas del pueblo, casa Ferrer, casa Vicente, casa Blecua y casa Felipe.

Pero lo que verdaderamente fue importante fue su estación ferroviaria, que aportó mucha vida y prosperidad a la población. La estación ferroviaria Tormillo-Lastanosa, que dista unos tres kilómetros del pueblo; distancia que hacían andando o los iban a buscar.

Estación de ferrocarril Tormillo-Lastanosa.

Entonces, recuerdan José y Autora, en El Tormillo había unas cien casas y unos 500 vecinos, el pueblo tenía vida -Sin olvidar la estación de Terreu, donde había jefe de estación, factor y guarda aguja-. En La Masadera había un paso a nivel, pero sin barrera.

José ingresó en Renfe en Vías y Obras el 5 de agosto de 1959, desarrollando una vida profesional completamente vinculada al mundo ferroviario. Y, sin duda alguna, José es memoria viva de la estación ferroviaria Tormillo-Lastanosa.

José y Aurora nos van desgranando sus recuerdos, como en la estación vivían ferroviarios, había viviendas donde se alojaban el jefe de la estación, el factor y el guarda agujas. Había un muelle para carga y descarga de mercancías, se cargaba mucha paja para Cataluña, grano y harina de la harinera de Berbegal, sacos de 100 kilos cada uno. Se descargaba abono.

Estaban las brigadas de mantenimiento, apuntan José y Aurora, la brigada 15 de El Tormillo, la 14 de Lastanosa y la 16 de Terreu. Cada brigada estaba compuesta por 6 obreros, un 1er obrero y un capataz. Cada brigada era responsable de un tramo de vía, arreglaban los baches, cambiaban traviesas, algunas, de madera de haya, se quemaban con la carbonilla que tiraban las máquinas. Pasaban mucho calor y había mucho trabajo ya que pasaban muchos trenes. Muchos obreros vivían en El Tormillo ya que les alquilaban casas.

A su vez había unas tres o cuatro casas en la estación Tormillo-Lastanosa, dos de guardas agujas, la de los Basoles, la de Jaime, Tricas y la de Acacio, el jefe. Además, en el pueblo estaba la Posada en casa de Mariano Pérez, donde se alojaban varios ferroviarios y viajeros.

Pasaban los trenes del correo y el rapidillo. A las diez de la mañana pasaba el tren que iba de Zaragoza a Barcelona, era el tren correo en el que iba mucha gente. El rapidillo pasaba a las 9 de la mañana, de Lérida a Zaragoza y salía de nuevo por la tarde de Zaragoza a las 17:30 horas y pasaba a las 19:30 por El Tormillo continuando hasta Lérida.

Muchos tenían un pase gratis para viajar, José tenía el “carnet ferroviario” y fueran a donde fueran lo tenían gratis. Aurora tenía “El carnet kilométrico”, con el que podía hacer hasta 300 km gratis. Cogían el tren correo a Monzón para comprar y a Selgua para hacer transbordo a Barbastro, donde cogían la Burreta. También contaban con un auto línea Villanueva de Sigena a Barbastro, que paraba en Sena, Castelflorite, Lamasadera, estación Tormillo-Lastanosa, El Tormillo, Peralta Fornillos, Berbegal y Barbastro. Algunos cogían el tren en la estación para irse de viaje de novios a Barcelona.

A la estación acudía el correo de Castelflorite, Lamasadera, Peralta, Berbegal y el mismo Tormillo. -Venían en una burra- El de El Tormillo era el jefe, cogía la saca y en un cuarto de la estación lo repartían

Había un despacho de telégrafos, y telegrafiaban en la estación, era una habitación y la llevaba militares que estaban realizando el servicio militar obligatorio.

Había estraperlo, se llevaban sacos de trigo y los mozos de tren lo cargaban – si iba a 3 pesetas el saco allí lo vendían por 6 pesetas- En Terreu había más estraperlo -En la casilla de Terreu llevaban incluso un vagón vacío que llenaban con el estraperlo-. La Guardia Civil estaba en Peralta, pero todos los días se acercaban por la estación. Igualmente, se recogía algo de carbonilla, carbón a medio quemar para aprovecharlo en las casas.

La estación aún conserva el pozo de agua. De Sariñena acudía un tren con un vagón cisterna que llenaba el pozo de la estación, el depósito. Con una carrucha y un pozal sacaban el agua y llenaban el botijo. También abastecían a las casas de la estación. En Sariñena era donde los trenes repostaban agua y carbón. José y Aurora recuerdan a Cosme García y Pilar Mir, de Sariñena, que vendían refrescos en la misma estación de Sariñena.

Lamentablemente quedan las ruinas de casa Lacoma, quien vivió allí durante muchos años. También queda un almacén, lo hizo uno de Sena en torno a 1965, un particular, y no tiene nada que ver con la estación.

El 2 de octubre de 1958, José marchó como mozo de estación a Lérida, pero volvió a El Tormillo en 1960 como guarda agujas, hasta 1963, cuando se casó con Aurora y volvió definitivamente a Lérida hasta su jubilación. José y Aurora se casaron el 5 de octubre de 1963, se casaron tres a la vez, ellos y sus respectivos mellizos con sus correspondientes parejas, José y Aurora señalan que la boda debería haber sido noticia, según les dijo un corresponsal del Heraldo de Aragón que cubría la zona. En Lérida estuvo como capitán de maniobras.

La estación ferroviaria de Tormillo-Lastanosa estuvo en auge hasta 1965, cuando su actividad comenzó a decaer. Con el tiempo los obreros los concentraron en Sariñena, la estación la cerraron de noche, el personal dejó de vivir en la estación y todo hasta que sobre 1980-1981 dejaron de parar los trenes -Cuando cerró la estación fue una ruina para el pueblo y luego también acabaron cerrándose las escuelas-.    

Pasear por El Tormillo, en su paraje quebrado de barrancos y bajo su cantera de elevada pendiente, es descubrir un pueblo tranquilo, con sus casas de arquitectura tradicional, de gran belleza. Es sentir la historia, la vida de un pueblo que guarda una gran memoria muy ligada al ferrocarril que tanto significo para el pueblo. Ahora solamente se ven pasar los trenes por la pequeña estación, soñando con que algún día vuelva a parar.

Gracias a Aurora Trallero Alfaro.

José Trallero Buil falleció el 7 de octubre del 2024, a penas dos meses después de la entrevista.

Las Carboneras de Sariñena


Durante años, muchas mujeres de Sariñena se dedicaron a recoger carbón quemado, «respigar carbón» por la vía ferroviaria de la estación de Sariñena: cagacierros, cagafierros, carbonilla, cascarilla, escoria… carbón quemado o a medio quemar que los trenes tiraban a las vías. Aquellas mujeres lo aprovechaban para cocinar y calentar las casas y/o lo vendían; incluso lo mojaban para que durase más en la estufa. Para muchas familias fue un medio de sustento o un buen complemento en tiempos muy difíciles y duros.

Las carboneras de Sariñena. Ilustración por Tiffany Garzo Camón. La autora ha querido reflejar la idea que tenía en la cabeza al pensar en la situación: «Quería retratarlas con mucho carácter y dignidad. Es de hecho, ilustración digital, imitando carboncillo y textura de papel.»

El 16 de septiembre de 1861 comienza a funcionar la línea Barcelona Zaragoza tras su inauguración, siendo la estación ferroviaria de Sariñena inaugurada dos días más tarde. La línea forma parte de la línea general Madrid-Zaragoza-Barcelona y por ella circulan los trenes de tracción a vapor, movidos por grandes locomotoras que requerían de grandes aprovisionamientos de carbón y agua, siendo la estación ferroviaria de Sariñena uno de los principales puntos de repostaje tanto de agua como de carbón.

Por lo general, los trenes solían ir tirando carbón quemado a la vía y, entre aquellos restos, solía encontrarse carbón parcialmente sin quemar. Además, se realizaba el vaciado total de calderas en varios puntos cercanos antes de llegar a la estación de Sariñena, vaciando completamente los fogones de las locomotoras especialmente en el margen izquierdo del puente sobre el río Alcanadre donde solía acumularse formando un gran montículo. Aquel carbón era recogido y reutilizado, principalmente por mujeres.

Antiguo puente ferroviario sobre el Alcanadre, Sariñena.

En el país vasco se las conocía como Escarabilleras, por el nombre de escarabilla que se le daba al resto del carbón desechado y que no había prendido en su totalidad “Este carbón era recogido por mujeres, conocidas como escarabilleras, y también por niños, para ser utilizado en los hogares como combustible para cocinas y estufas, para uso propio o vendido a bajo precio. ” (Alma de Herrero).

El mismo blog «Alma de Herrero» se resalta como los escarbillos, de acuerdo con la RAE, son trozos pequeños de carbón que salen de un hogar mezclados con la ceniza por combustión incompleta, matizando como la palabra procede del verbo escarbar. Aquí, en Aragón, Cagacierros o Cagaferro se denomina a la escoria del carbón mineral quemado en las fraguas (Diccionario histórico de la lengua española (1933-1936)).  

Diferentes trozos de cagacierros o cagafierros recogidos en el puente de Sariñena.

En la localidad de Basauri (Vizcaya), las mujeres recogían el carbón quemado que la fundición «La Basconia» tiraba a la escombrera junto al Nervión (¿Qué sabes de la Escarabillera?. Kultur Basauri Biblioteka). De hecho, la localidad vizcaína ha dado existencia al personaje folclórico de la Eskarabillera, contando con su representación a modo de giganta siendo considerada, la figura de la Eskarabillera, reflejo de la historia de Basauri y un símbolo para las y los basauriarras (www.basauri.eus). Todo un ejemplo de recuperación, dignificación y puesta en valor.

Humilde oficio de principios del siglo XX en algunas regiones de la España septentrional, que consistía en buscar restos del carbón que no había prendido en su totalidad y que desechaban los trenes de vapor en los cruces de vías, así como de los restos carbón que las empresas metalúrgicas vertían en las escombreras tras las labores de fundición.

Wikipedia.

Así, principalmente a través de diferentes testimonios nos acercamos a esta desconocida actividad que llevaron a cabo muchas mujeres sariñenenses, uno de sus muchos trabajos que emprendieron sin ninguna remuneración, valoración ni reconocimiento «Las carboneras de Sariñena».

¡Esta es su historia!.

«Las carboneras de Sariñena”, una historia de esfuerzo y sacrificio

José Antonio Villellas las veía desde la huerta de Capdesaso cuando de crío, junto a sus amigos, veía como algunas mujeres recogían los restos aprovechables del carbón que los ferroviarios descargaban del tren, a la orilla del rio, en un montón grande, que casi tapaba el ultimo ojo del puente -Aquellas mujeres trepaban por el montón buscando de abajo arriba e iban cogiendo, no había otra cosa que carbón, me parecía raro ya que era una estampa un poco original-. Lo mismo recuerda José Paul -Subían muchas mujeres, iban a esgarrapar con una barra de hierro o un rastrillo y si era bueno el maquinista les tiraba alguna vigueta entera.-

 Imagen del vuelo de 1927 con el antiguo trazado del Ramio.

Subían a la estación ferroviaria de Sariñena pero también al puente sobre el río Alcanadre, puente de hierro hasta su destrucción la guerra civil en Sariñena, a partir del que fue reconstruido y con el tiempo construido el actual de hormigón armado Allí vertían el carbón las maquinas provenientes del sentido Barcelona, tras superar el tramo conocido como el Ramio, antiguo tramo que fue modificado y que consistía en una gran curva y posterior subida que requería del empuje de locomotoras adicionales que sumaban desde la estación ferroviaria de Sariñena.

Aquel mítico lugar fue testigo del estraperlo y de carboneras que se acercaban a recoger el carbón que aquellas máquinas de vapor dejaban de quemar y que eran arrojadas a las vías por los maquinistas. Aquellas mujeres enfilaban todas las mañanas por el camino de los olivares y cruzaban el río camino del Ramio a recoger el carbón que y cuando tenían lleno el saco se lo ponían en la cabeza y regresaban a Sariñena para venderlo por 25 pesetas o utilizarlo en los fogones de su propia casa.

Manuel Antonio Corvinos Portella.

Ladera del margen izquierda del puente sobre el Alcanadre. Aún se aprecia el color negro del carbón.

Se las cruzaba Diega Villellas, natural de Capdesaso, cuando con apenas 9 o 10 años iba con una burra a llevar la leche a casa de Blecua de Sariñena desde Capdesaso: -Que venían a buscarla de Binéfar y después, de regreso a la huerta, que lindaba con las de Sariñena, me cruzaba con las carboneras-.

-Media Sariñena subía a buscar carbón, muchas mujeres- apunta José Paul, que trabajó como ferroviario en la Estación de Sariñena: -La gente iba a buscar carbón al puente, pero también andaba por la vía del tren buscando trozos de carbón y, si había algún trozo mitad bueno y mitad malo, lo rompían y se lo llevaban-.

Van Gogh. Mujeres portando carbón en Borinage, región minera de Bélgica. Acuarela 1882.

Lo llamaban ir a “respigar carbón”, cuenta Maribel Tella Pisa, y llevaban un saco para recogerlo. Su madre, Crescencia Pisa, era una de aquellas mujeres que iban a buscar carbón a la estación de Sariñena: -Subía a la estación con otras mujeres y cogían el carbón que se caía. Iban con frio, lluvia… una vez que nevo mi madre se resbaló y cayó con todo el carbón. Lo cargaban sobre sus espaldas, uno o dos sacos-. También, además de sacos lo cargaban sobre canastos, cestos o pozales.

Ilustración de Montserrat Elena Cenon Moldovan.

Ángeles Ballarin Laín, natural de Sariñena (2 de agosto de 1928), fue una de aquellas carboneras. Con tan sólo 11 años, Ángeles ya iba a buscar carbón andando a la estación. La guerra obligó a su madre a trabajar fuera de casa, mientras Ángeles tuvo que ayudar en casa. Subía por el camino de los Olivares, unos tres kilómetros para coger algo de carbón para el gasto de casa, cuenta que iba a la misma estación y al puente: –Los trenes normalmente iban tirando el carbón a lo largo de la vía y limpiaban la caldera y tiraban el carbón cuando llegaban a Sariñena o un poco antes, solían hacerlo antes de pasar el puente sobre el Alcanadre, si venían de Lérida. Si venían de Zaragoza a veces lo limpiaban en la cuesta de Santa Cruz de Capdesaso o en la misma estación de Sariñena.– Aquellas mujeres lo recogían y cargaban en sacos y/o en pozales: -Se manchaban, sobre todo cuando estaban cerca cuando lo tiraban, pero se lavaban cuando bajaban y pasaban por la acequia-.

Antonio Tella narra como su abuela Petra iba a la estación, allí vaciaban las calderas de los trenes, y se bajaba un «saquer» puesto en la cabeza andando hasta el pueblo: -Yo recuerdo ver a mi abuela Petra la Huertera, era una de ellas, que venía con un saquito de carbón en la cabeza Si nombre era Petra Aineto creo que el segundo apellido era Pinos-.

Carboneras de Sariñena en las vías recogiendo el carbón con palas y cestos. Ilustración del sariñenense y arquitecto Carlos Clavería Huerva. Técnica- Shoreditch Sketcher Black Fineliner Pens.

Para Pilar Sanz Grustán, en Sariñena, las máquinas de carbón descargaban carbón del viejo y metían uno nuevo: -El que tiraban lo cogían las mujeres y lo bajaban a casa, luego lo vendían o quemaban en casa; Iba la gente que no tenía para comprar carbón, se lo ahorraban-. Maribel Tella Pisa apunta que era para la estufa, para aquellas cocinas de carbón y leña que algunas eran de obra y -Si les sobraba algo lo vendían a quien les pedía-.

Aunque los primeros que se llevaban carbón eran los que trabajaban en la estación, señala José Paul -Llevaban una cesta con una cuerdeta y cada vez que bajaban a Sariñena se llevaba alguna que otra vigueta de carbón. Muchos bajaban de medio lau del peso-. José Antonio Villellas se acuerda como algunos llevaban en la bicicleta un cajón pequeño, -cuando subían a la estación llevaban el almuerzo y a la bajada una briqueta de carbón-.

Carboneras de Sariñena, ilustración de Jordi Ponce Pérez.

Como hemos apuntado, en la estación de Sariñena los trenes hacían acopio de carbón para su uso como combustible en los trenes de vapor y limpiaban completamente sus calderas vaciándolas antes de llegar a la estación. El carbón, en forma de «briquetas», lo traían de Asturias, y lo almacenaban en una enorme pila. Era carbón del bueno, apunta José Paul: -Hacían pilastras de carbón y lo custodiaban tres guardias a turnos de ocho horas cada uno. A veces hacían la vista gorda y otras lo robaban directamente. Los guardias le quitaban el carbón a según quien pillaban-. Curiosamente, Maribel Tella Pisa apunta como uno de los guardias era Guillermo Latorre, de quien recuerda -Era uno de los buenos-.

Pero también había a quien se lo regalaban, tal y como contaba Lorenzo Abadías López, del bar el Gorrión, a quien le regalaban algo de carbón en su bar de la estación. Lorenzo recordaba cómo -En la estación había una gran montaña de carbón para los trenes-.

Las Carboneras de Sariñena, por Belén Villadas Yus, ilustradora sariñenense. Técnica rotuladores de alcohol.

Manuel Antonio Corvinos Portella, en su artículo “El Auxilio Social y otros asuntos de aquella época”, apunta como a algunos maquinistas/fogoneros les daban pena las pobres mujeres y les tiraban algún lingote de carbón sin quemar: -Un tren tiró tanto carbón que estuvo muy cerca de no llegar a Barcelona-. Igualmente, Manuel Antonio Corvinos recoge el estraperlo y la importancia que este tuvo: -Las leyendas populares dicen también que, en esos años, en Capdesaso y en La Estación corría el dinero como nunca lo había hecho antes-.

A Sariñena llegaban los estraperlistas desde Barcelona con maletas vacías que llenaban de trigo o de otros productos para luego regresar a la Ciudad Condal. Unos centenares de metros antes de entrar en la estación barcelonesa, los contrabandistas arrojaban a las vías los paquetes con comida, donde eran recogidos por familiares; así evitaban las requisas, multas o incluso la cárcel por realizar un comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado. Dicen que muchos se hicieron ricos con este tipo de comercio. En Capdesaso los trenes llegaban a parar en el paraje llamado de Santa Cruz para realizar operaciones de estraperlo. Allí los ganchines vendían sacos de trigo a los maquinistas y estos los escondían debajo de las briquetas de carbón.  Para dejar espacio suficiente, los ferroviarios arrojaban el carbón sobrante junto a las vías, que inmediatamente era recogido por otros avispados personajes.

Manuel Antonio Corvinos Portella, en su artículo “El Auxilio Social y otros asuntos de aquella época”  

Las briquetas eran muy apreciadas hasta el punto que, en una ocasión, dos mujeres discutieron y pelearon por ver quien se quedaba con una de aquellas apreciadas briquetas, todo un lingote de oro negro.

Conchita Porta Llamas, de las carboneras, solo tiene un remoto recuerdo, era una niña, pero las recuerda con un pañuelo en la cabeza y vestidas de negro, recogiendo la carbonilla o carbón junto a las vías del tren: -En la Estación el carbón siempre fue un misterio, para mí, en todas las casas teníamos estufas de carbón, en la escuela recuerdo un cuarto con un montón de carbón tremendo, solo llevábamos leña y papel para encender. Tal vez los ferroviarios que en aquella época eran muchísimos lo podía coger, gratis. Algo que no he olvidado nunca, oír hablar bajo y con misterio. decir, hoy han pillado robando briquetas de carbón.

La frágil memoria de las Carboneras de Sariñena. Ruiz Gaspar, Joaquín.

También lo vivió Berta Castanera Lascorz -A la estación iban a buscar desde Sariñena carbón, china chana por el camino de los olivares, después de comer, y lo recogían por las vías, donde había carbón que aún servía-. Berta se bajaba dos sacos con su madre, con cuidado que no les pillasen los guardias. Iban escondiéndose, algunas por las noches, pues había dos guardias vigilando.

Algunas iban con sus hijos o hijas, algunos ayudaban, otros los llevaban encima, a cuestas, para no dejarlos solos en casa. Celia Oliván Colado solía acompañar a su abuela Dominica: -Mi querida abuela Dominica también recogía carbón, alguna vez me llevaba con ella-.

Cristina Millera Lacuna con apenas 8 años acompañaba a su hermana mayor Charo a buscar carbón. Entonces vivían en las casas nuevas de la «avenida de la Victoria», actualmente calle La Paz. Su hermana Charo, con su vecina Rosa y su hija Francisca, que tendrían unos 13 años, iban a buscar carbón al puente del ferrocarril del Alcanadre. Iban algunos sábados y domingos, cuando no iban al colegio. Subían camino de los Olivares hasta el terraplén, andando. Charo cogía su carbón y algo se lo daban.  Cristina recuerda ver a los maquinistas tirar algo de carbón bueno, les debía de dar pena aquellas mujeres y niñas. Cristina fue un par de veces, por el capricho de ver donde iba su hermana Charo y acompañarla -Llevaban un pozal o un saco pequeño, que llevaban sobre la cabeza o debajo del brazo.-. Elena Torres, hija de Charo, apuntan que a pesar de lo duro eran felices e incluso lo recordaban con una cierta nostalgia, cuando ya de mayores, Charo, su hija y su amiga Montse subían caminando hasta la Fija de la estación de Sariñena, recordando aquellos tiempos yendo a buscar carbón; tiempos duros, pero a la vez felices.

Carbonera, carbonera/ no sufras por, no sufras por tu color/ que tu cari, que tu carita relumbra/ más que la luna, mas que la luna y el sol. Jota a las Carboneras de Sariñena que José Antonio Villellas escuchó y aprendió de su tío Perico que era ferroviario.

Hay quien apunta como aquellas mujeres tenían que esconderse de la guardia civil para que no les confiscasen el carbón quemado, cuando volvían de la estación. Ocurrió durante la dictadura, de acuerdo con el testimonio de Manuel Olivan Foj: -Muchas mujeres de maridos republicanos encarcelados o muertos, para poder alimentar a sus hijos y sobrevivir, iban a recoger el carbón quemado que tiraba el tren en un terraplén de la vía. Aquel carbón aún servía y las mujeres acudían a recogerlo, les costaba llenar sacos que después debían de llevar hasta el pueblo, a más de tres kilómetros de distancia. Volvían negras, destrozadas por el peso y la distancia, y asustadas por no encontrarse con la guardia civil, quienes les quitaban el saco a las pobres mujeres, les hacían la vida imposible-. Igualmente, Manuel recuerda esconder los sacos en el carro cuando volvía con su padre de recoger leña, normalmente romeros, para el horno de pan: -El saco lo vendían por unas tres pesetas, para aquellas mujeres tan represaliadas y humilladas era la única forma de sobrevivir-. (La post guerra, Conversaciones con Manuel Olivan Foj).

En la misma línea se manifiesta Maribel Tella Pisa: -Tenían el problema de encontrarse con la guardia civil por el camino, a su madre no le pararon nunca, pero a alguna que llevaba mucho cargamento le quitaron parte-.

También nos dejó su testimonio Elena Encuentra Nogues, quien recordaba como su madre iba a recoger el carbón que tiraban a la vía los trenes que pasaban por Sariñena: -Iban muchas mujeres y volvían con los sacos llenos de carbón sobre sus cabezas, recorriendo los más de tres kilómetros que dista la vía férrea de Sariñena. Recogían el carbón quemado que aún se podía aprovechar y algún lingote que los maquinistas tiraban desde el tren. Una vez, un lingote de carbón le dio en la cabeza a la pobre Antonia, que quedó muy dolorida. A veces llevaban una pequeña carreta para transportar el carbón, pero lo normal era que lo llevasen en sacos. Una vez en casa clasificaban y separaban el carbón según la calidad, por el color a veces cogían los “cagacierros”, carbón quemado que ya no servía y que tenían que tirar. La gente iba a las casas de las carboneras a comprar el carbón para calentarse en casa-. Era una forma de ganarse el pan, para quitarse el hambre que tanto padeció la sociedad española de postguerra.

Isidra Novellón Calatayud subía a la estación a recoger el carbón que caía de los trenes al subir la cuesta, luego lo utilizaba para calentarse y lo vendía para ir obteniendo pequeños ingresos (José María Cabellud Novellón).

Sonia recuerda las historias que su abuela Cristobalina Lapiedra contaba: -Su historia, en el puente y cerca la estación de tren fueron muy duras, porque iba sola con mi madre pequeña. No sé si tendría 7 o 8 años, mi abuelo tuvo que emigrar a Francia 17 años sin poder volver a Sariñena y mi abuela Cristobalina Lapiedra tuvo que apañarse para criar a mi madre. Fue a buscar carbón para poder pagar y alimentarse ellas dos, fue duro como para muchas mujeres. Iba con un grupo de mujeres y decía cuando se acercaba el tren -recoger sacos y sacos por cuatro pesetas pa un pan negro y comprar leche a un lechero-.No había tiempo de enfermar solo la oportunidad de recoger.-

Van Gogh. Mujeres de los mineros llevando sacos (Las que llevan el peso) refleja el trabajo de las familias mineras en Borinage, Bélgica. Año1881. (Archivo Histórico Minero).

Cabe señalar que la vía ferroviaria y la misma estación resultaba peligrosa, sucediéndose algún que otro percance o accidente. Ángeles Ballarín Laín lleva una cicatriz en la cabeza de cuando le cayó un trozo de carbón y que tiraron uno de Murillos cuando se subieron al vagón “cortaba y le hizo un buen corte en la cabeza, cerca de la frente”. También, Josefa recuerda como al crio de la Amada un tren le cortó dos dedos del pie.

A Nieves Ropero, Manoleta Vicente Julián le contó la historia de «La Querebazas» que, estando allí recogiendo carbón, se puso de parto y allí mismo, con las manos sucias de carbón, palabras textuales, le cortaron el «melico» (cordón umbilical)”. 

Peor le sucedió a María Calatayud Lapiedra, de 65 años, quien, recogiendo carbonilla en la estación de Sariñena, fue alcanzada por una máquina y resultó con los pies y una mano seccionados. El suceso fue recogido en el Heraldo de Aragón del 5 de marzo de 1933: «La víctima se encuentra en el Hospital de Huesca en gravísimo estado». Su nieta Dora Buil, da cuenta de lo que realmente sucedió: -Por desgracia la que atrapó el tren era mi abuela María Calatayud Lapiedra, murió en el hospital de Huesca era sorda y pensamos que no escuchó llegar la máquina. Yo vivía junto al puente donde de echaban las escorias de limpieza de las máquinas de vapor y este carbón era el sustento nuestro. Por mucho tiempo recuerdo mucho a María la Cuquera que el saco lo cargaba en la cabeza hasta el pueblo unos 3 km también Petra que era bajita y con el saco en la cabeza, son años para recordarlos con mucho cariño.

Heraldo de Aragón del 5 de marzo de 1933.

La Voz de Aragón, 1 de marzo de 1933. Recorte aportado por Gemma Grau.

Para Dora Buil era una supervivencia -añadida a nuestro huerto y a la crianza de nuestros animales-. Dora recuerda a personas muy mayores como Petra o Antonia con sus sacos en la cabeza –Yo era la más joven unos 9 o 10 años, en esta edad podía meterme en medio de la descarga mezclada con ceniza, cagacierros y carbón. Mi saca, detrás de una de las columnas del puente de hierro, llenándola con mucha rapidez y luego atravesando el río; era el mejor camino para el transporte. En invierno no era agradable.

Familia Buil, año aproximado 1948. Fotografía Rosendo.

«Familia Buil, al fondo cuando tiraban la limpieza de las maquinas de tren de carbón en estos momentos trabajábamos el campo y el carbón. La casa la teníamos en este mismo sitio de la fotografía -¡ha cambiado tanto!-, el rio casi ni se ve correr el agua toda mi familia carbonera mi pobre abuela murió en la estación cogiendo carbón. Lo de carbonera me gusta, es un sello de gente fuerte y trabajadora.»

Dora Buil.

Es en 1971 cuando desaparece la tracción vapor en la línea en trenes de viajeros y en 1972 de mercancías, siendo reemplazadas por máquinas de motores diésel hasta su electrificación sobre 1980. Por lo tanto, la actividad de las carboneras de Sariñena duró apenas durante algo más de un siglo, desapareciendo su actividad a partir de 1970, a la vez que va decayendo toda actividad alrededor de la Estación Ferroviaria de Sariñena. Pero, sin ninguna duda, la estación y su vía de comunicación ferroviaria fue vital en Sariñena, donde el propio transito de viajeros y mercancías, además del estraperlo, ayudó a sobrevivir la miseria de esta tierra.

Una actividad humilde, de «respigar» al igual que iban a recoger las espigas que se quedaban tras la siega, las almendras o las olivas tras su recolección o como ir a buscar caracoles y otras muchas más labores que se realizaron en el medio rural y en Sariñena.

En su memoria rescatamos una práctica que con tanto esfuerzo desarrollaron, principalmente, muchas sariñenensas. A todas aquellas mujeres, mujeres manchadas de negro, portando el carbón a medio quemar, recorriendo los tres kilómetros distantes entre Sariñena y su estación ferroviaria, con los pesados sacos sobre sus cabezas y espaldas. Mujeres olvidadas, memoria perdida, carboneras de Sariñena, carboneras sin mina, carboneras de las vías, del trabajo, del esfuerzo, encorvadas por el peso cargado al igual que “Les carboneres del pozu San Antonio de Aller” y las “Escarabilleras” del País Vasco.

Carboneras de Sariñena. Ilustración Jordi Ponce Pérez.

Memoria, dignidad y orgullo, a vuestra memoria ¡Carboneras de Sariñena!.

Carboneras de Sariñena
de paso lento y carga de carbón
a sus espaldas, portan su carga
en sacos de carbón a medio quemar
llevan a cuesta el carbón.

Negras de hollín, negras de la vida
a paso lento, portan su carga
apesadumbradas, portan los cagacierros
a lomos de sus espaldas
o sobre sus cabezas
la escoria de los trenes.

Cargan su pesar
carboneras de Sariñena
vienen de la mina
de la vía ferroviaria
de trenes a vapor
que escupen carbón
carbón a medio quemar
para cocinar y calentar.

Mira, mira como vienen
las carboneras de Sariñena
Santa Barbara bendita
tranlaralará, tranlará, tranlará,
mira, mira como vienen
las carboneras de Sariñena.

Las carboneras en el diario del Altoaragón del 30 de junio del 2024.

Las Carboneras de Sariñena, el «!documental»

Ruta de las Carboneras de Sariñena

La ruta de Las Carboneras de Sariñena es una propuesta trasladada al ayuntamiento de Sariñena para su creación. La propuesta consiste en la señalización del camino de Los olivares de acuerdo con la ruta que realizaban desde Sariñena las carboneras hasta el puente ferroviario. Además de su señalización, se plantea la instalación de paneles explicativos sobre las Carboneras de Sariñena al principio y al final de la ruta.

Ruta en Wikiloc «Carboneras de Sariñena».

Las Carboneras, motivo creativo

La recuperación de la historia de las Carboneras de Sariñena ha iniciado un espacio de creación artística y reflexión abierto a la participación, donde reflejar la esencia de su memoria.

Desde Os Monegros os animamos a participar y agradecemos a todas las personas que se han aportado sus obras, dibujos, ilustraciones, escritos o poesías, siendo muchas de estas creaciones las que ilustran y acompañan el presente artículo Todo un lujo ¡Muchísimas gracias!!

Oda a las Carboneras por Manuel Antonio Corvinos Portella.

Mujeres esforzadas caídas en el olvido.
Mujeres valientes que lucharon en la posguerra
para sacar adelante una vida dura y férrea.
Caminantes al alba sin hacer apenas ruido.

Mujeres atrevidas en busca de un mineral
que mejore su vida con un trabajo olvidado.
Mujeres fuertes recogiendo carbón quemado.
Mujeres valientes buscando un sustento vital.

Paisajes grises de unos tiempos ya pasados.
Paisajes oscuros de una España ya cansada      
de tantos muertos y viejos fanatismos.

Mujeres duras como carbones derramados.
Mujeres de luto a causa del radicalismo.
Vida, miseria y sueños no alcanzados.

Pobreza energética

Las Carboneras de Sariñena, ilustración de JR Econoplasta.

«Al conocer la historia de las Carboneras se me ha venido a la cabeza el concepto de «pobreza energética!, Nuestra sociedad ha progresado mucho durante el último siglo aunque demasiadas familias sufren durante las crisis (Digo etapas).

Aprovechando que el Alcanadre pasa por Monegros he pegado el dibujo de rotulador y barniz sobre un cartón un recorte de prensa publicitario sobre el nuevo «Maná» con el que seguir cebando los beneficios del oligopolio energético y las ansias de nuestro insaciable e injusto sistema económico.»

Jreconoplasta.

Carboneras de Sariñena, por Faustino Blanco Gari

Faustino Blanco Gari aporta su propio relato de las Carboneras de Sariñena y las ilustra portando el carbón en sacos sobre sus cabezas o a sus costados.

Carboneras de Sariñena, por Faustino Blanco Gari.

Desde que se inauguró el ferrocarril, de una línea Barcelona cuyo destino no lo sé ahora y que pasaba por Sariñena, a finales de 1800, debieron de nacer las personas dedicadas a buscar el carbón. Carbón que tiraban las maquinas para limpiar los hornos y llenarlos de briquetas. Unas piezas de carbón, como adobas de grandes, o acaso lo que quedaba en el horno que producía el vapor que movía el tren y lo tiraban desde la vía a la ladera del río Alcanadre donde mujeres, más que hombres, y jóvenes de 8 a 12 años se dedicaban a recoger los restos sin quemar, más o menos grandes, generalmente como un huevo.

Igual tiraban un cuarto de briqueta, la que la cogía era una afortunada. También cogían carbón porque si era poco lo robaban en los costados de las vías dirección Zaragoza, que había vías muertas, allí lo cogían también.

Una vez, en los años 40, murió una chica muy joven cogiendo carbón del que tiraban limpiando los hornos.

El carbón se consumía en estufas, cocinillas y hornillos hechos de obra donde guisaban las mujeres. Cuando acabó la guerra no había ni cinco para comprar, que lo traían de Mequinenza.

Iban diariamente 12 o 14 personas, pocos hombres y mujeres y críos, allí removían la cascarilla, ya sabían las horas que llegaban los trenes ya que tenían que darse prisa para dejar la vía libre para que pasaran los trenes Barcelona vía Zaragoza. Normalmente lo cogían hasta mediodía y después, encima de la cabeza o en su costado, traían el carbón por el camino de los olivares, sacos entre 15 o 18 kilos. También lo traían en cestos y pozales. El saco lo solían vender sobre 2,50 pesetas, la mayoría lo empleaba en casa. Había críos y crías que no iban a la escuela porque les faltaba el padre por diferentes motivos y estaban obligados a hacerlo si querían comer algo.

Por Faustino Blanco Gari.

Carboneras de Sariñena 1950, por Juan Antonio Casamayor Anoro

Juan Antonio Casamayor Anoro aporta dos ilustraciones de aquellas mujeres que lleva en su memoria, además de dos textos relatando aquellas mismas memorias.

-Nadie mejor que algunos de los niños, como yo en los años 1955 al 60, que apenas llegaba a los pedales de la bicicleta de mi padre, Pascual Casamayor Gavín, empleado en el Servicio Nacional del Trigo con José María Coronas, y que dejaba la bici a su hijo, a mí, Juan Antonio Casamayor Anoro, después de llevarle el almuerzo al silo, como cada día, para que recogiera el saquete de «cagacierros», que mi madre Pilar Anoro, recogía en la vereda del río Alcanadre «bajo el Puente del Ferrocarril de Barcelona a Zaragoza», cercano a la Estación de Sariñena. Todos los días desempeñaba esa tarea, en la que podía percatarme de lo duro del trabajo adicional de aquellas mujeres-.

Las Carboneras de Sariñena 1950 y condiciones de vida de las mujeres de la época

Descripción de las condiciones de vida de esos años, entre 1950 Y 60, para las mujeres del medio rural en Sariñena y poblaciones circundantes, en torno a las rutas del Ferrocarril en Aragón.

La actividad que las mujeres rurales de los pueblos pequeños y “no tan pequeños como Sariñena“ de esos años, consistían muy básicamente en recoger, “o respigar“, los restos y desechos, que las explotaciones de los ricos propietarios, derramaban en las actividades de la recolección en sus explotaciones y fincas.

Asimismo en las líneas del Ferrocarril de Barcelona- Zaragoza, que atravesaban nuestra Comarca se generaban desperdicios importantes, en la combustión del carbón de las máquinas de vapor, que entre el Puente del río Alcanadre y la Estación de Sariñena, antes de la entrada en la propia estación, vertían en la vereda del río, al pie del Puente sobre el Alcanadre a la salida del convoy del túnel de la Cuesta de Ramio. Los empleados fogoneros de las máquinas del convoy que venían de Barcelona, descargaban a su paso por el Puente del río, algunas cantidades de “carbón a medio quemar” de los propios restos de la combustión de la locomotora, conocidos como “los cagacierros“, que las mujeres carboneras recogían y amontonaban, en las mismas laderas de las columnas del Puente ferroviario sobre el río.

Los saquetes eran transportados por las propias mujeres de  forma rudimentaria en carretillas, en pozales, o sacos reducidos que portaban sobre sus cabezas, para el uso propio en sus hogares. También se hacían, entre los restos amontonados,  con unos preciados trozos denominados “ briquetas “, que podían vender a quienes disponían de mejores instalaciones para la calefacción en sus viviendas. Las mujeres rurales de la época podían, de esta forma, respigando el carbón, que descargaban ocasionalmente los ferroviarios desde las máquinas del convoy, el contribuir al difícil sustento de sus familias.

Así los niños, hijos de estas mujeres, y en mi caso, un niño de 8, y 10 años, con gran dificultad para alcanzar los pedales de la bicicleta de mi padre, y aún para mantener el equilibrio portando un medio saquete de cagacierros“, llegar a recorrer desde el Puente del Ferrocarril al pueblo, todo el Camino de los Olivares, hacia nuestra casa en la calle Goya, y contribuir así con mi ayuda al sustento energético de nuestra cocina y del hogar familiar.

Y muy habitualmente, estas mujeres carboneras recogían también ese preciado carbón a medio quemar, en sacos y pozales, para llevarlo hasta sus casas, y portando los saquetes sobre sus cabezas, y sujetando con una mano, y agarrando con la otra, el pozal de cagacierros“. Para compensar el esfuerzo de las sufridas mujeres, que veían su gratificación en las cocinas donde calentar sus viviendas y o también, en las estufas y hogares, o en muchos casos para su venta a otras personas que lo demandaban.

La muy loable y generosa actitud y esfuerzo de nuestras mujeres rurales en general, de ese tiempo pretérito, ha sido bien reflejado en las publicaciones que el Portal “Os Monegros“,  realizado por el sariñenense Joaquín Ruiz Gaspar, han movido la “bolsa de nuestra memoria“, para contribuir al recuerdo que nuestras progenitoras realizaron para sacar adelante a nuestras familias. Un gran reconocimiento a todos y todas, por vuestras aportaciones a este gran trabajo y a Joaquín por haberlo creado, dirigido e impulsado.

Juan Antonio Casamayor Anoro.

Inteligencia Artificial

Poesías a las Carboneras de Sariñena concebidas a través de Inteligencia artificial (IA), con alguna pequeña corrección humana, de uno mismo. Idea a raíz de una conversación en la calle con Pili Barcos. ¿creación?.

En la bruma del alba, Sariñena despierta,
las carboneras susurran secretos de antaño,
con el humo danzante que al cielo se asienta,
pintan paisajes de un pasado extraño.

Entre trenes y vías, la vida se forja,
las manos laboriosas modelan el destino,
en cada purna que vuela, la historia se ahorra,
de generaciones que luchan por su camino.

El aroma a carbón y a tierra árida,
te envuelve en un abrazo de tradición viva,
las carboneras cantan su balada sagrada,
un legado de esfuerzo que nunca se olvida.

Así en Sariñena, donde el tiempo se frena,
el fuego arde fuerte y el alma se eleva.
Las carboneras son más que solo memoria,
son el corazón de un pueblo que siempre persevera.

************************************

En la Sariñena ardiente, donde el viento susurra,
las carboneras valientes al amanecer se alzan,
mujeres de fuerza y coraje, su esencia perdura,
recogiendo el carbón que las locomotoras lanzan.

Con manos callosas y miradas de fuego,
suben a la vía, entre humo y cenizas,
cada trozo que encuentran es un sueño añejo,
un legado de lucha que el tiempo no regala.

Los cagacierros del carbón son recuerdos latentes,
de un pasado de esfuerzo que nunca se olvida,
cada paso en la vía cuenta historias valientes,
de mujeres que forjaron su propia salida.


Sariñena las recuerda con orgullo sincero,
su espíritu libre en cada brasa encendida,
las carboneras son eco de un mundo entero,
que en la lucha y el amor encuentra su vida.

Camino la estación

Camino la estación, por los olivares y el cementerio blanco, con sus cipreses. El cierzo, viene de cara, de frente, el aíre que a veces baja frio de los Pirineos, aquellos que aparecen al fondo, tras la sierra de Guara.

He subido viendo las hojas caer y con el hielo y la boira hasta en los recodos de cada piedra del camino, he subido arrastrando el barro de la lluvia y he levantado el polvo que luego se posaba pegajoso sobre mi piel. He subido con el sol rabioso de calor, ardiendo, quemando, abrasando, sediento de mi sed.

La huerta, un nogal al lado del azarbe, algún chopo, algún olmo. Camino por la huerta, paralelo al sinuoso y sosegado cauce del Alcanadre. Zarzamoras negras, al borde del camino, zarzamoras, barzas y barzal de moras negras, de espinas que se clavan en la piel, que arañan y hieren. Camino la estación, entre espigas bordes secas en el camino.

Atrás dejo Sariñena, villa curiosa que sabe estar distante y a la vez cercana. Quizá sea su gente, sí, tal vez sean sus calles, sus casas… y de nuevo su gente. Miro hacia atrás, vuelvo la mirada, pero no me despido, no sé si de verdad voy o ya me fui.

Camino la estación, donde ya nadie se apea ni nadie sube, pasa un tren de mercancías que solo pasa, aplastando una moneda que puse sobre un rail. Queda aplastada. Busco la moneda como cuando buscaba carbón por la vía, voy hacía el puente, recorriendo las viejas vías de hierro, que tiemblan cuando te sienten acercar.

He tropezado, he caído, he vuelto y he regresado, a lo mejor sea una ola de mar, que va y viene y vuelve a pasar como si fuese la misma sin serlo. Y camino entre zarzamoras de moras negras, negras como el carbón que bajabas, negras como tu sudor y tus lágrimas. Vuelvo sobre tus pasos, camino del olivar, entre las zarzamoras negras, a esa villa distante a esa ola de mar que va y viene, que viene y va.

Camino la estación, camino los olivares, de zarzamoras negras que ya no regresan, ya no regresan las estaciones de esa moneda aplastada entre el carbón negro que recogías y que cargabas sobre tus hombros, para regresar y volver, entre brazales de zarzamoras negras. Para volver a subir, camino los olivares, con los blancos tapiales y los verdes cipreses mirando al cielo, para continuar hasta la próxima estación entre caminos de barzales de negras zarzamoras que tanto te vieron pasar.

Un lugar llamado Peñalba


Peñalba, lugar de paso del antiguo camino de los Fierros, donde confluyen varios barrancos y discurre el barranco de La Valcuerna; el único río que nace en Los Monegros. El monegrino pueblo, al sur de la provincia de Huesca, se enclava en una pequeña ladera, coronada por un letrero de grandes dimensiones que nos advierte que estamos en Peñalba, dejándose caer hacia los barrancos que han moldeado el paisaje, frutos de la erosión y del paso del tiempo. Pascual Madoz, en su diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar 1845-1850, lo describe -al pie de una colina, en medio de dos barrancos denominados Val de Castejón y Val Cardosa-.

Panorámica de Peñalba (Peñalba.es).

-L. con ayunt. en la prov. de Huesca (19 horas), part. jud. De Fraga (8), aud. terr., c. g. de Zaragoza, dióc. de Lérida (15). Con buena ventilación y clima sano; las enfermedades comunes son fiebres intermitentes y gastritis. Tiene 120 casa que forman cuerpo de población; una escuela de instrucción primaria dotada con 2,200 rs. vn., concurrida por 40 alumnos, y otra de igual clase para niñas a quienes se les enseñan las labores propias de su sexo, y cuya maestra disfruta 600 rs. de pensión anual; concurren 20 educandas, y ambas dotaciones se pagan de los fondos de propio. –

Pascual Madoz.

Restos del antiguo castillo de Peñalba (Castillos.net).

Pasa La Valcuerna al continuo paso que se ha sentido el pasar, por la localidad, el antiguo camino de los Fierros, vía imperial romana que unía Lérida con Zaragoza, con su desaparecida Venta de la Perdiz, a la nacional II hasta la liberación de la autopista A2. Hileras de camiones y vehículos cruzaban la localidad, como en la época romana discurrían por el camino de los Fierros carruajes y caminantes, atravesando la árida estepa monegrina. Madoz, en el siglo XIX, decía que los caminos eran de rueda y de herradura y conducían a los pueblos limítrofes, además de la carretera general de Barcelona a Madrid que cruzaba el término y la población. Peñalba abastecía de agua de aljibes y balsas al pasajero bajo la protección del desaparecido castillo que la localidad lleva por escudo, bajo los palos de gules y coronado por una corona real cerrada. El castillo, recogido por Madoz, se sumaba a otras destacadas construcciones -hay casa consistorial, cárcel’, un antiguo edificio llamado el Castillo y una iglesia parroquial-.

Además, Peñalba es paso del ramal catalán de San Jaime, ruta Jacobea que discurre desde Barcelona pasando por Lérida, recalando Peñalba para reunirse después, en Fuentes de Ebro, con el camino Jacobeo del Ebro. Desde allí, se encamina hacía Zaragoza para acabar en Logroño desembocando en el principal Camino de Santiago. 

Lugar de acogida y hospitalario, Peñalba aparece citada en 1170 en una «carta de fundación» que Alfonso II dispuso para la fundación de un Hospital para transeúntes -libre e ingenuos de todo tributo a todos los que fuesen a poblar aquel lugar- Hospital que Francisco Castillón Cortada cita que perteneció a la Orden del Temple. En 1737 lo visitó ya en ruinas Gregario Galindo, obispo de Lérida, –tiene la Villa un Hospital que está casi destruido por una avenida grande de agua- (Archivos de la Catedral Nueva de Lérida).

Documento de Jaime I de Aragón, 1225.

En 1225, Peñalba y su término, fue donado a Pedro Lobera, rico hombre de Aragón, señor así mismo del casal de Munébrega y de los castillos de Manchones, Murero y Peñalba (Los Lobera y Ximénez de Lobera- Linajes en Aragón). La donación aparece en un documento de Jaime I de Aragón «El Conquistador» confirmando la entrega que ya realizó Alfonso II del pueblo de Peñalba -El rey Jaime I confirma la donación que Alfonso II hizo de la villa de Peñalba y del lugar de Boarç a favor de Pedro de Lobera y sus sucesores-. (Biblioteca Catalunya. ES/BC – ARXIUHISTORIC_PERGAMINS/3568). Aunque el término mantenía enfrentamientos entre Fraga y Peñalba por sus lindes, la administración, gobierno y posesión del hospital fue concedida a Pedro Lobera, quien llegó a percibir la cuarta parte de los tributos que el monarca imponía a Peñalba, así como los hornos y las tierras roturadas. Aunque Agustín Ubieto Arteta, entre 1333 Y 1397, señala Peñalba como aldea, vemos en el documento que ya presenta el titulo de Villa. Un privilegio que, Agustín Ubieto Arteta, recogió fue alcanzado en 1785, todo muy lejos de la creencia popular que dicho título fuese otorgado por la reina Isabel II, cuando la reina realizaba un viaje hacia Barcelona, otorgando el título de Villa -por el trato recibido de sus habitantes-.

Diez años después, en 1235, el mismo rey Jaime I dona la villa de Peñalba al monasterio de Sigena -Jaime I de Aragón dona al monasterio de Sigena el castillo y la villa de Peñalba, con todos sus habitantes y pertenencias- (Biblioteca Catalunya. ES/BC – ES/BC – ARXIUHISTORIC_PERGAMINS/3565). El monasterio de Sigena hizo suyos los montes de omprio (de sombra en aragonés).

Documento de Jaime I de Aragón, 1235.

En 1237, los derechos de Peñalba sobre sus termino son restituidos a la baronía de Fraga por Guillén de Moncada -reservándose el derecho de ser albergado en el castillo de Peñalba-. Así quedó dictado por el rey Alfonso IV: «…castrum et vil/a m de Fraga, in Cathalonia consistencia, necnon loca de Vallobar et de Pennalba et cetera loca Baronie de Fraga, quem Nobilis Guillelmus de Montecatheno quondam pro nobis tenebat in teudum». El mismo rey, el 25 de febrero de 1331, cede a su esposa, la reina Leonor, -la villa de Fraga con sus aldeas, entre las que estaba Peñalba. (Sinués, nº 896). Esto mismo lo fecha José Salarrullana de Dios el 5 de Julio de 1331-.

Sus lindes volvieron a estar en conflicto en 1686, en la Capitulación y concordia entre Bujaraloz y Peñalba sobre el libre tránsito por los caminos del monte de Fraga (Adicción a la concordia en 1694).

Detalle del mapa de Bourguigno,1719.

Durante la Guerra de Sucesión española, a principios del siglo XVIII, en Peñalba se produjo un enfrentamiento entre las tropas días antes de la batalla de Zaragoza -Los aliados se pusieron en marcha hacia Zaragoza y trataron de picar la retaguardia borbónica en Peñalba el 15 de agosto de 1710- (Revista de Historia Militar. Guerra de Sucesión Española). Durante la guerra española de 1936 a 1939 Peñalba se quedó en la retaguardia del frente de Aragón, en el lado republicano. La población albergó un pequeño hospital, una clínica médica que se ubicó en las escuelas (La organización sanitaria del XI Cuerpo del Ejército Republicano (1937-1939) Closa Salinas, Francesc). La escuela estuvo encima del actual banco Santander, durante la guerra.

Documento Pedro II, 1198.

Etimológicamente, una de las denominaciones de Peñalba responde a Penalba, citada en el documento del rey Pedro II de Aragón en el que prohíbe cazar, pastar o cortar leña en el vedado del pinar de Peñalba, y autoriza a Diosdado de Lobera –a que embargue a cualquier pesona que trate de hacerlo- (1198/07. Zaragoza ES/BC – ARXIUHISTORIC_PERGAMINS/1720). El mismo documento recoge la denominación “Valle de Valcorna” refiriéndose al barranco de La Valcuerna. Agustín Ubieto Arteta, «Documentos de Sigena», en Textos Medievales, 32 (Valencia 1970)” también recogió su denominación “Pennalba” en 1229, en una carta de población de Sariñena otorgada por el rey Jaime II de Aragón. En la carta se puede leer «usque ad Penalba».

Recopilando podemos decir que se hallan las referencias históricas de Penalba, Pennalba y Penyalba [1229]. Existe la idea que Peñalba debe su nombre a “altura blanca” y que estuvo bajo la protección de un castillo o atalaya. Pero su origen es más que posible que fuese ibero. El estudioso de lengua ibera Bienvenido Mascaray, quién además ejerció de maestro en la misma localidad de Peñalba, durante el curso 1956-57, atribuye su origen a la composición -Pena (étimo del castellano pena) que vale por «trabajo, fatiga», al que se une Alba con elipsis al final del primer término con encuentro de vocales iguales, Pen(a)Alba, voz esta que significa jadeo, respiración fatigosa, asfixiante. La traducción: «El trabajo asfixiante»-. Igualmente, Peñalba atesora una rica toponimia recogida y estudiada por María Ángeles Lax Cacho en su trabajo “Toponimia de la zona meridional de Los Monegros”.

– ¿cómo de dura y penosa era la labranza? Respuesta: «Bueno. No se labraba todo el terreno ni mucho menos; se aprovechaba solamente el fondo de las vaguadas donde la tierra era más dulce. Por encima de éstas, las calizas y los yesos hacían casi imposible la labor». Si, además, retrocedemos a los tiempos de los iberos y sus aperos, el cuadro de penosidad y fatiga queda completo. –

Peñalba, por Bienvenido Mascaray.

Peñalba, 1925. Archivo Histórico de la Fundación Telefónica. Línea Barcelona Zaragoza.

El pueblo ha tenido gran actividad en torno a la nacional II, restaurantes, hoteles o empresas de transporte. Sin embargo, históricamente se han dedicado a la –producción de trigo, cebada, centeno, avena; cría ganado lanar y cabrío; caza de perdices, conejos, liebres, palomas, lobos y zorras; a la importación de aceite, vino, legumbres y otros artículos que faltaban, y exportación de los sobrantes- (Madoz, 1845-1850).

-Participa de tenaz y flojo y aunque de secano y pedregoso es fértil y muy productivo en años lluviosos; abundan los pastos, y hay bastante bosque de arbustos y mata baja que sirve para leña-

Pascual Madoz.

Reseñable es la cita que Madoz realiza sobre una fábrica de vidrio -Industria: una fábrica de vidrio ordinario de propiedad del ayuntamiento-. Curiosamente, la familia de Vicente Calvo Martínez se dedicó a la fabricación de vidrio blanco –La casa es de 1837, calle el Rosario nº 33, hacían jarrones y porrones de vidrio que vendían en Zaragoza y en la montaña. En su fachada aún se puede observar tallada en piedra la figura de un porrón-.

Así mismo, Vicente cuenta como en Peñalba había muchos tocineros, entre unos 10 o 12, que bajaban de la montaña lechones en febrero o marzo para criar en casa y estos aprovechaba para vender vidrio por la montaña. Los lechones los vendían por Pina de Ebro, Fuentes, Osera, Quinto, Gelsa… La fábrica de vidrio se cerró a finales del siglo XIX principios siglo XX.-

En Peñalba se hace vidrio
En Bujaraloz la sal
En Caspe las olivetas
Y en La Almolda los jarretes.

Como en muchos pueblos de Los Monegros el agua se recogía en balsas, algunas como la balsa Lugar, la Fraguada, la balsa Nueva o la balseta Hoguera. Vicente recuerda como de crio iban a patinar a la balsa cuando helaba. Cogían leña para calentarse en invierno y cuando cogían ontina y romero verde y encendían la estufa la escuela se llenaba de humo. El agua corriente comenzó a llegar a través de una tubería desde la salida del túnel de Alcubierre del canal de Monegros a finales de la década de 1960. Años atrás se había construido un pequeño embalse, el de Valdecabrera, luego llegó el agua del canal de Monegros y la transformación a regadío. 

En el vuelo de 1956-1957, la fotografía aérea muestra el núcleo de Peñalba y algunas de sus balsas. Estas responden a la “Balsa Lugar”, apunta Paco Beltrán Calavera, donde actualmente están las piscinas y al lado, donde está la pista de tenis, se encontraba la “Balsa Fraguada”. También se observa, abajo a la derecha, la «Balsa Nueva».

Balsa Peñalba. Proyecto terminación. Peñalba regiones devastadas 1950.

Entre las calles peñalbinas se halla la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario o de la Santa Cruz, obra finalizada en 1691 -con su fachada de piedra sillar y puerta en arco de medio punto, su planta parece más una cruz griega que latina, con gran nave central y dos laterales, separadas por pilares y arco de medio punto-. La antigua iglesia, de época medieval, se ubicaba en el castillo, dedicada a Ntra. Sra. de los Ángeles. De acuerdo con Eladio Gros -el deterioro del castillo acarreó el deterioro de la iglesia, por lo que se pensó en la construcción de una nueva-. El antiguo retablo gótico fue quemado en 1936, siendo reconstruido posteriormente. El Altar Mayor, Madoz (1845-1850) lo atribuye a la Invención de la Sta. Cruz, iglesia -servida por un cura de segundo ascenso de provisión real y ordinaria, y 2 beneficiados de patronato familiar; este templo fue fundado en 1692; es bastante capaz, y nada notable ofrece su arquitectura-.

Dibujo de la plaza de Peñalba con su iglesia. Paco Beltrán Calavera.

En una loma al sur de Peñalba se encuentra la Ermita de Santa Quiteria, originalmente templo románico. En su devoción se celebran las fiestas de mayo, de la santa Cruz, en el primer fin de semana del mes. Antes coincidían con la festividad y eran de tres días. En octubre son a la patrona del pueblo la virgen del Rosario -Por testimonios de algunas personas se recuerdan otros patrones, por lo que parece que el patronazgo de la Virgen del Rosario es relativamente reciente. En 1783, de acuerdo a los archivos diocesanos, como patrono de la villa figura San Francisco de Paula- (Peñalba.es).

-Fue muy importante la devoción durante los siglos medios, extendida por juglares, limosneros, cruciferarios, colectores de aceite, vino. Nuestra ermita poseía en 1702 un artístico altar con escenas de la Santa, auténtico libro catequético que entraba por los ojos de los romeros». El 22 de mayo se celebra la festividad de la Santa. En 1828 contaba con un olivar y un rebaño administrado por el prior de la cofradía-

Peñalba.es

El Obispo de Lérida, Don Gregario Galindo, en su visita a Peñalba en 1737, hace referencia a la ermita de Santa Quiteria, -que tiene ermitaño y otra ermita que se va haciendo con las limosnas de los fieles – (Archivos de la Catedral Nueva de Lérida). Según la web municipal -Actualmente no existe ningún resto arqueológico que testimonie esta segunda ermita, ni tampoco en la memoria colectiva-.

Dibujo de Santa Quiteria. Paco Beltrán Calavera

Pasa el cauce sereno del barranco de La Valcuerna como queriendo pasar desapercibido, con su lecho encauzado, donde unos caballos pastan tranquilamente. Es fruto de una pequeña depresión en el corazón del valle del Ebro, en el aparecen diversas hoyas de fondo plano con prados de vegetación salobre y lagunas saladas temporales, las llamadas salinas. En la cuenca -cualquier lluvia o precipitación que caiga en la cuenca permanece allí, abandonando el sistema únicamente por infiltración o evaporación, lo cual contribuye a la concentración de sales-. Su cuenca abarca unos de 2.552 Km2 desarrollando el cauce del río La valcuerna que alcanza los 37 km de longitud, desembocando en el embalse de Mequinenza.

La Valcuerna a su paso por Peñalba (Peñalba.es).

La escasez de precipitaciones, una constante en Los Monegros, y su irregularidad, hace escasa las aportaciones a su cuenca, con una media de 350 mm/año. Sin embargo, la cuenca no está exenta de crecidas extraordinarias por fenómenos torrenciales de lluvia. Madoz (1845-1850) apuntaba -Uno de los barrancos mencionados recoge mucha agua de los montes inmediatos, y en las grandes avenidas son perjudiciales sus desbordaciones-. La Valcuerna goza de instrumentos de protección como Zona Especial de Protección de Aves (ZEPA) ES0000182 Valcuerna, Serreta Negra y Liberola y Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) ES2410030 Serreta Negra. El barranco llegó a formar un bosque en galería de tamariceras, constituyendo un ecosistema único y de gran valor ecológico.

Cuenca de La Valcuerna. CHE.

En la misma Varcuena, hace unos 140.000 años, existió un asentamiento prehistórico. La historia de Peñalba se hunde hasta épocas remotas y en su término municipal hay constatados de hasta unos 107 yacimientos del paleolítico y neolítico; de acuerdo a un estudio arqueológico llevado a cabo por la Universidad de Zaragoza con motivo de la transformación de regadíos de la localidad. Hay hallazgos de industria lítica en las vales de Valcabrera, Valdecaldes, Valcelada, Royano y La Valacuerna. El estudio describe 33 referencias de restos cerámicos hechos a mano, la mayoría ligados a industria lítica paleolítica en Calvera, Valdelalmolda, Valdeladroneslos igualmente vestigios de la Edad del Bronce y I Edad del Hierro que se localizan en Puyaldelobos, Valdeladrones. El máximo exponente de estas épocas se encuentra en el tozal de los Regallos en Candasnos, justo en la huega de Peñalba. Allí se halló una espada de hierro y los restos de un poblado íbero hoy accesible y señalizado. Restos menores de la misma edad en la val de Ladrones y habitaciones de planta rectangular, el poblado de Valdeladrones, y el Cabezo de la Vieja en Peñalba, de la edad del Bronce. (Peñalba.es).

Escena de Los Monegros de la joven artista peñalbina Judith Lerín Gros

Lugar de paso, Madoz (1845-1850) decía que el correo se recibía de Bujaraloz por medio de valijero. Vicente se acuerda del correo de Monegros –un furgón iba de Valfarta, Bujaraloz, La Almolda a Castejón de Monegros, un camión con dos o tres líneas de asientos y un cajón donde ponían corderos para llevar a matar a Sariñena y que a la vez traía medicamentos, sería por la década de 1970-. Antes estuvo la tartana del Petiforro, cuenta Vicente, que iba de Sariñena a Candasnos, también Ontiñena Villanueva de Sijena, Sena y Sariñena.

Motel Aragón. Peñalba.

La vida en Peñalba transcurre sosegada entre sus calles y comercios locales, en el ir venir de sus gentes. Está la «Posada Peñalba» con Asún y Jesús, lugar entrañable y familiar, el hogar del jubilado, la panadería, las tiendas o las peluquerías son lugares de encuentro. Atras queda en la memoria del cine Avenida, que luego fue también discoteca o el celebre restaurante, bar y pub Patxy.

Peñalba es un lugar acogedor, históricamente de paso, con el testimonio de construcciones en desuso que daban servicio a la nacional II y su característico toro de Osborne inmortalizado en la película de Bigas Luna “Jamón, Jamón”. Cerca, pasa la línea ferroviaria y aunque no se ve, el meridiano de Greenwich. Algunos de sus comercios ligados a la nacional eran el bar la Mallena, donde paraba el coche de línea Zaragoza- Lérida, el motel Aragón, La Ruta, el Trigal y otro al lado del silo. También estaba el bar de las Mañas, que era una fonda y además funcionó como pub. Con el tiempo se construyó una variante que alejó el trafico por el casco urbano, luego llegó la liberación de la A2 y actualmente la nacional II queda lejos de lo que un día fue, de un continuo pasar de vehículos y coches.

Escena de Los Monegros de la joven artista peñalbina Judith Lerín Gros.

Peñalba rebosa de vida, a pesar de su extinto dance, pero continúa con fuerza la rondalla de Peñalba o la orquesta laudística de Peñalba. Sin duda, Peñalba ofrece una actividad cultural intensa en un pueblo que lucha por seguir vivo. Un lugar con historia, un lugar de paso donde detenernos y descubrir un lugar llamado Peñalba en el antiguo camino de los Fierros.

María Jesús Millera Casañola


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María Jesús nació en Sariñena el 17 de junio del 1929, en la calle Mercado, donde antiguamente estaba telégrafos, en el 2º piso. Era la misma casa donde luego estuvo la carnicería del Carrizo. Sus padres llevaron El Casino de Sariñena, del que su padre fue conserje hasta que estalló la guerra.

Fueron seis hermanos, cuatro chicos y dos chicas. María Jesús fue poco a la escuela “Se interrumpió con la guerra”. Durante la guerra tuvieron que evacuar el pueblo y la familia marchó a Francia. De Sariñena partieron con un tren de carga, recuerda María Jesús: “En Francia estuvimos refugiados unos tres meses”. A su padre no lo dejaron pasar a Francia así que al poco los reclamó y pudieron volver.

Al principio vivieron en un pueblo cerca de Bilbao, en Las Arenas, donde su padre se colocó en un taller mecánico y su hermano se incorporó como tornero. Cuando por fin regresaron a Sariñena fueron a vivir al barrio de La Estación de Sariñena. Llevaron el bar enfrente de la Estación Ferroviaria “El Parador”, donde actualmente está casa Francisquer. En el bar daban de todo: cafés, desayunos, almuerzos, comidas, meriendas y cenas; su madre era quien cocinaba. Al bar iban los jefes, los factores y el resto del personal de la estación. María Jesús fue a la escuela del barrio que se encontraba en el antiguo puesto de la Cruz Roja. Aún recuerda mucho a una maestra que se llamaba Amalia. Eran otros tiempos: “En el barrio no había ni agua por las casas, solamente había una fuente pública donde teníamos el bar”.

“En el barrio de La Estación las fiestas eran muy buenas”, recuerda María Jesús, “Duraban tres días”. Con el tren se hacía mucho estraperlo: “Muchos ferroviarios compraban saquetes de trigo”. Muchas mujeres subían a la estación con el coche que hacía viajes de la estación a Sariñena y viceversa: “Tenían que esconder el estraperlo para que no les pillasen las fuerzas del orden público, no te podían ver, si te cogían te multaban”. Otras mujeres subían a coger carbón, las briquetas, “Cuando paraba el tren, por donde estaba la maquina fija, las mujeres recogían el carbón”. Hubo dos atropellos mortales debido a las maniobras que hacían los trenes y que en una ocasión arrollaron a dos mujeres mientras recogían carbón; una mayor y otra más joven: “Cada día había unas cuatro mujeres fijas recogiendo carbón por las vías”.

“Entonces había un gran movimiento en la estación, ahora da una gran pena verlo todo tabicado”.

A pie, María Jesús bajaba a Sariñena junto a otros chicos y chicas del barrio, bajaban a bailar al casino y al cine Victoria: “Al baile no entraba todo el mundo, ni de cualquier manera, había mucho control”. A veces iban al baile del bar de Porra, pues allí podían entrar todo el mundo.

María Jesús se casó a los veinticuatro años con Manolo Mir., cuya familia regentaba una taberna en Sariñena. Los abuelos de Manolo ya habían tenido la taberna hace años, era un negocio familiar. Reformaron la taberna y la transformaron en un bar restaurante. Allí nacieron los hijos pequeños, el mayor nació en la estación. María Jesús ha sido cocinera, hacía de todo, todo tipo de comidas y eventos como comuniones “En el bar siempre han trabajado los de casa”.

A María Jesús le gusta mucho la música y sabe muchas canciones. Su hermano mayor era músico, tocaba el violín y el piano y su hijo Alfonso fue cantante en la Orquesta Cobalto. Es algo que han heredado sus nietos a quienes les gusta también mucho la música.

Pero esta historia no podía terminar sin conocer el origen del mote “El Cubano”. Todo se debe a que una tía de Manolo trabajó de ama de llaves en una casa de cubanos en Sitges. Manolo, de joven, pasó allí alguna temporada y, una vez en Sariñena,  al verlo Moreno y con el pelo rizado comenzaron a llamarlo “El Cubano”, quedando para siempre el sobrenombre de Manolo “El Cubano”. Gracias María Jesús por todo lo contado.

Gracias a Pilar Guerrero y Aimar Mir de la Residencia de la tercera edad de Sariñena por su colaboración para la realización de las entrevistas, gracias!!

Lorenzo Abadías López


La vida de nuestros pueblos es la historia de nuestra gente y la vida de Lorenzo es la vida de un hombre llano, forjado en la vida rural que tanto nos caracteriza. Lorenzo y su mujer Leandra regentaron “El Gorrión” un bar del barrio de la Estación de Sariñena. Tiempos de trasiego y vida, sobre todo de vida de un barrio rebosante de actividad que hoy en día es paradigma de la despoblación y del abandono del medio rural.

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Lorenzo nació en Novales en 1929 en el seno de una familia de agricultores. En casa fueron tres hermanos y aunque fue a la escuela hasta los 13 o 14 años, pronto Lorenzo tuvo que trabajar; “El maestro era hijo de Compaire”. De joven Lorenzo cogió las fiebres de malta, una enfermedad muy normal en aquellos tiempos causada por una bacteria que afectaba, principalmente, a personas que trabajan con animales o productos infectados. Su padre estuvo en la cárcel tras la guerra, lo que obligó a Lorenzo a llevar el huerto y las tierras. A los 10 años ya iba al huerto: “En Novales había bastante huerta y todo era para casa”. Con una burra de su abuelo y una mula de casa iba a labrar al campo, de lo bien que lo hacía los mayores se quedaban sorprendidos: “Tenía una faja muy larga”. En la huerta se ponía mucha patata: “Entonces comenzó a aparecer el cuco de la patata, al principio los quitábamos a mano con mi madre, después llegaron los tratamientos”.

Lorenzo se acuerda de ir a visitar a su padre, estaba trabajando en una carretera  por la zona de Campo o por allí cerca, se encontraba preso en las capuchinas de Barbastro.

Con los años Lorenzo comenzó a trabajar de mozo mayor en Callén, llevaba las tierras de la casa, labraba, sembraba, cosechaba… y apacentaba las mulas: “Fue un año muy seco y no se sacó nada de la tierra”. Luego realizó el servicio militar en Melilla, estuvo 18 meses en transmisiones. Al acabar el servició volvió a Callén, donde estuvo dos años de mozo en otra casa. Pero un año antes de hacer la mili, Lorenzo había conocido a Leandra Peña, quien con el tiempo fue su esposa. La familia de Leandra tenía un bar en Fraella: “Tuvieron la primera televisión del pueblo y la gente acudía al bar para verla”.  Lorenzo y Leandra se casaron en Fraella, donde Lorenzo trabajó para un tío suyo.

Tras unos años de casados se vinieron a vivir al Barrio de La Estación de Sariñena, donde adquirieron el bar “El Gorrión”, Lorenzo por entonces tenía unos 35 años. El bar “El Gorrión” además fue tienda, lo inició la familia Porta y después lo tuvo Rafael. En “El Gorrión” daban comidas y les fue muy bien cuando renovaban las vías: “Entonces había mucha gente en la estación”. También estaban los de las oficinas que se quedaban en casa a dormir y de la harinera alguno se pasaba a tomar algún café. A Lorenzo le regalaban carbón: “En la estación había una gran montaña de carbón para los trenes”.

Casi siempre cocinaba Leandra, algunas veces Lorenzo, aunque más bien pocas, normalmente él estaba en la barra. Además atendían la tienda donde además de comida vendían de todo. “Había días que repartíamos hasta 40 comidas y algunas pocas cenas, unas cuatro o cinco, pues muchos trabajadores bajaban a dormir a Sariñena, sólo algunos dormían en el Cuarto de Agentes”.

Lorenzo y Leandra llevaron el bar y la tienda durante unos treinta años, hasta que se jubilaron. En el mismo bar han hecho la vida, han tenido tres hijos, dos chicos y una chica. “Antes pasaban muchos trenes y paraban todos, había mucho movimiento, ha cambiado mucho la estación”.

Un agradecimiento a Pilar Guerrero y Aimar Mir de la Residencia de la tercera edad de Sariñena por su colaboración para la realización de las entrevistas, gracias!!.