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Barrio de la Estación


Segundo premio.- XXII CERTAMEN DE LITERATURA «MIGUEL ARTIGAS” Monreal del Campo.- Año 2022.

Este relato se basa en una foto que existe en realidad y que fue realizada -posiblemente en 1933- por un fotógrafo desconocido en un barrio rural ferroviario.

El topónimo Parrasernil es ficticio.

Rosalía y Dionisio y sus hijos Lourdes y Esteban en el Barrio de la Estación de Sariñena.

Por Victoria Trigo Bello .

A mi padre.

Barrio de la Estación

Aún pudo ver y verse mi padre en esa foto con las últimas luces de sus ojos. Hija mía, hija mía, sollozaba mi niño anciano y rendido… Esa foto, salvo en el número de personajes, se parece un poco al cartel de la película Los Santos Inocentes. A Delibes le hubiera inspirado una familia tan pobre, la misma que compondría una estampa pintoresca para aquel fotógrafo anónimo que recogía las imágenes de una barriada crecida junto al ferrocarril. A Delibes y a su castellano profundo les habría dictado una novela esa familia con lo mejor de su armario, varada en ese tiempo desde el que miran los muertos, una familia con la sorpresa de ser fotografiada allí, en el Barrio de la Estación de Parrasernil, a pocos metros de donde la vida era un estruendo de ruedas y del fuego que circulaba por los carriles.

Esa foto hoy comparte escritorio con mi ordenador. Como telón de fondo de la misma, tras el grupo aparece una parcela de planta única, vivienda alquilada por lo poco que pudiera permitirse un sueldo de mozo de tren asignado a esa estación, que llegó con su mujer y con una hija y apenas instalados vio nacer al heredero de su miseria al que tuvieron que meter en agua helada para que rompiera a llorar. Mis abuelos con expresión de estupor, ambos sentados en el centro de la escena. Ella, repeinada, mira con la desconfianza propia de una montañesa que sabe de las soledades de mil senderos de herradura y de la aspereza de una aldea perdida donde vale más un buey que una persona. Tiene a su izquierda a la primogénita, de cinco años y con la falda levantada por una ráfaga que le deja la braga al descubierto. El patriarca, envejecido de todos los peonajes de sol a sol que jalonaron su juventud, luce su chaqueta que huele a alcanfor, la que se pone con el pantalón bueno -el de tela de rayita y que también huele a alcanfor-, y calza los zapatos brillantes de cuando se casó -que le incomodan porque sus pies tratan más con las alpargatas que con el material fino del calcero para señoritos-, sostiene un cigarro de picadura en su mano diestra y con la otra respalda al chaval. Por último, este chaval, una criatura con un triciclo famélico al que una piedra ante la rueda delantera frustra el intento de escapar del posado.

La estación era el arrabal, el Gólgota de los obreros donde el tiempo y la existencia se medían en trenes. Ningún reloj mejor que el péndulo de esos dioses de hierro en sus idas y venidas, la carbonilla como estela, el vapor acolchando la mordedura de bielas y contra bielas. Una iglesia pequeña, suficiente para almas sin otra esperanza que la de marchar. Una cantina en la que algún trago de más y alguna mala racha en los naipes suponía más dificultad en la dificultad. Y los trenes, los trenes cargados de noches gélidas o de soles de brea, espadas que atravesaban ese paisaje de tierra roja, tierra de carne y sangre que adivinaba la proximidad de una guerra y que intuían que con ella todas las desgracias conocidas resultarían, por comparación, penurias aceptables, pecados veniales que con un poco de penitencia serían perdonables y no supondrían nada más grave que un diminuto borrón en un lienzo inmenso.

Esteban Trigo Estúa en la Estación ferroviaria de Sariñena.

El casco urbano de Parrasernil era otra cosa, otro planeta. Parrasernil era el pueblo. Parrasernil era la laguna, el ayuntamiento, las aceras, la escuela, las casas más habitables, el palacete venido a menos –la parte baja eran cuadras- pero con un escudo que hablaba de una lejana hidalguía, los edificios para gente que, aun siendo humilde, no se rozara mucho con el mal. El mal verdadero y mayúsculo se quedaba en el Barrio de la Estación, en sus calles polvorientas, en el paso a nivel que se abría y cerraba como las fauces de un monstruo. El mal era aquel calor que se pegaba amarillo y pajizo a las paredes, el otoño larguísimo como una culebra o una maldición, las lluvias que caían con desgana, hijas de nubes aburridas, los cristales eternamente sucios, las bombillas heridas de melancolía, los gatos apedreados, la jaula de una cardelina muda. El mal era el hambre en la infancia de rodillas huesudas, en las botas de puntera descosida, en la roña tras las orejas. El mal era el aviso de los trenes taladrando el silencio sin cesar, esposados a la vía hasta que se cayeran a pedazos.

Mi padre conservaba esa foto amortajada como un cadáver que no quería enterrar por completo. Era el fósil de su niñez, el único vestigio de su lugar de nacimiento en un verano de moscas que tejían su plaga sobre el cesto en que lo dejaba su madre para irse a lavar la colada de quien pudiera pagarle por la ofrenda de su espalda sacrificada, por sus manos de esparto, con las uñas comidas por la sosa. Esa foto de los cuatro ante la parcela, esa foto de esos pobretones hoy a pocos centímetros de la pantalla donde desfilan cotizaciones de bolsa y valores con los que configuro un sinfín de gráficos e informes, fue rescatada por mí cuando buscaba la póliza de decesos suscrita por mis abuelos en la década de los cuarenta, cuando se puso de moda asegurarse un hueco digno para los restos mortales. Me iba a tocar en breve utilizarla y ya se había interesado gentilmente por ella la directora del geriátrico para saber a quién llamar si usted no estuviera localizable cuando se produzca el óbito.

Esa foto me traslada a las últimas semanas de mi padre, cuando él deambulaba penosamente con el andador por los jardines, todavía saludando a otros residentes entre resoplidos asmáticos, sus paseos de calvario –los médicos, erre que erre en que saliera a tomar el aire- antes de fracturarse la otra cadera y quedar definitivamente encamado. Esa foto en sepia, con sus piernecillas tiernas en tensión, sus músculos aún de leche, pero ya rabiosos sobre los pedales como jinete en un caballo torpe, sus labios apretados tragando aquella frustración, negando una sonrisa al hombre desconocido que se la pediría tras una cámara montada sobre un trípode, marcó un hito en la vida de mi padre. Ese día de la foto, mi padre descubriría que no había camino posible con la barrera de un guijarro cerrándole el paso. Ese día mi padre aprendería a perder, a prensar la ira mandíbula contra mandíbula, a aguantar esa detención, esa brida, porque un fotógrafo daba órdenes y todos le obedecían.

Aún pudo ver y verse mi padre en esa foto con las últimas luces de sus ojos. Hija mía, hija mía, sollozaba mi niño anciano y rendido. Aún pudo sostenerla con sus manos ya abanico de venas secas, archipiélago de manchas, flores de cementerio. Aún pudo sonreír su rostro de mejillas hundidas al chiquillo que se empinaba sobre los pedales de aquel trasto, quizás préstamo de algún amigo un poco menos pobre. Aún pude yo encontrar en las piernas lacias de mi padre moribundo -sus pies presos en las taloneras, con las úlceras ansiosas de graparse a su pellejo- la fragilidad de aquel niño que no podía remontar el dique, la oposición de esa piedra. 

Enmarqué la foto y la coloqué como detalle vintage en mi despacho de ejecutiva. Aunque cercana a mi jubilación, no quiero privarme de esa imagen en el lugar donde desde hace muchos años paso más horas que en mi casa. He pensado también en el regreso que cinco décadas después del disparo de aquel fotógrafo hicimos al Barrio de la Estación con mi padre -entonces ya padre y abuelo-, para rastrear algún vestigio, algún hierro de triciclo oxidado que aún latiera por allí. He pensado en la búsqueda infructuosa que hicimos de alguna brizna de raíz, en nuestro tímido pulsar el timbre de la puerta de una casa –la única que parecía habitada-, en pronunciar el apellido Clavería ante una mujer, aproximadamente de mi edad, que hizo salir a su marido, algo mayor, y en cómo, entre ella y él, los dos a una, apenas pudieron tejer una sombra de lo que fuera aquel ayer tan lejano. Que si la harinera, que si una firma de gaseosas, que sí, que sí, que en una parcela hubo una pareja que venían -¿de dónde dicen ustedes que eran…?- con una chica y pronto les nació un chico, pero que no podían precisar más, porque todo eso era lo que ellos habían oído contar de siempre… De siempre y ya de nunca. Y luego, en aquella visita a Parrasernil, mi padre, cincuentón de buena planta, posó con estilo de actor bajo el cartel que identificaba la estación, jefe onírico de aquellos trenes tan perdidos.

Esteban y Victoria Trigo.

He pensado en lo que serían esos amaneceres de somier de paja y sábana basta, con el sueño hecho ojeras, los adultos siempre madrugando para hacer cualquier chapuza para algún amo pasajero, que la nómina del tren daba poco de sí. Lo que usted mande, no se preocupe. O si no me paga ahora, ya me dará algo para mis hijos, que les gustaron mucho los bollos y el chocolate de la semana pasada. He pensado en ese cuarteto de mis abuelos, mi padre y mi tía, ante la novedad de un fotógrafo, en el repetido estate quieto, hijo mío, no seas travieso, que este señor nos va a retratar. He escuchado a mi abuela preguntar si aquello costaría mucho dinero. He escuchado a mi abuelo responderle que no importaba, que así tendrían una foto para enviar a los parientes de Argentina, para que vieran qué majos estaban los chicos. He escuchado a mi tía decir que hacía frío, que se le metía el aire en los ojos, que le daba miedo aquel hombre tan serio que se escondía al otro lado de ese armatoste. He escuchado a mi padre insistir con un quiero marcharme y exprimir un chirrido de aquel cacharro, aquel jamelgo rodante que se negaba a avanzar.

Y también he escuchado la agonía de esas locomotoras cansadas pero a pesar de ello siempre grandiosas con su cargamento larguísimo, diosas descendientes de dinosaurios que evolucionaron del reino animal a un reino metalúrgico en el que latía un infierno. Y los juramentos de algún fogonero si el carbón era de mala calidad y las paladas resultaban insuficientes para alimentar aquel vientre de fuego. Y el silbato del Jefe de Estación que, banderín rojo enrollado, daba la salida a un maquinista que se sentiría, quizás, piloto de un avión que volaba por tierra.

Y junto a ellos, como coro gris e imprescindible decorado de la epopeya ferroviaria, he visto a los viajeros de maleta pobretona y pañuelo paquetero asomados a esas ventanillas para los adioses añadidos. He visto a las mujeres de abrigo raído y medias de muchos inviernos. He visto las lágrimas de todos los nunca jamases, las últimas recomendaciones en el andén. Porque la gente, más que venir se iba. Era raro ver a alguien esperando a quien llegara. Era raro un abrazo de bienvenida. Y, como bastidor del escenario, las traviesas crucificadas bajo aquellos carriles que las convertían en teclas de un piano trágico.

En esa foto de aquella familia ferroviaria está la negación de la esperanza. Y ahora yo, con mi padre ya ceniza a pie de vía, retorno a ese instante ahogado en el océano de trenadas de esa playa parrasernillense hoy casi desierta. Y desde la nostalgia heredada puedo inventar la historia de un crío navegando con un triciclo por los charcos, un crío al que un día cualquiera, un día sin marca alguna en el calendario, llama su padre desde lejos para que vuelva a casa. Allí, en el reducido comedor de aquella parcela, un señor se toma una copita de anís y dice al padre que les hará la foto en cuanto estén los cuatro listos, que mejor que no tarden para aprovechar la luz, que pronto dejará de ser tan buena para impresionar el negativo. Y su padre contesta que enseguida, como usted diga, y lleva al hijo recién entrado de la calle a lavar las manos y la cara con una astilla de jabón que huele a sebo que hay junto a un cubo de cinc que reposa en el pequeño patio interior, bajo los tendedores de alambre, cerca del ponedor donde una gallina vieja ejecuta cada pocos días el milagro de un huevo para alejar un poco la sombra del cuchillo. La madre, que ya ha abrochado a la chica los zapatos de ir a misa el domingo, aguarda a su retoño con una camisita limpia, sacada del paquete de ropa que recibieron de unos primos de Madrid, que les mandan todo lo que ya no sirve a sus hijos.

El fotógrafo comienza a preparar su equipo. Primero sale el padre, con orgullo de cabeza de familia, que pone dos sillas ante la puerta de la casa. Le sigue la madre, con las dudas de qué se le ha perdido allí a ese individuo un tanto atildado, de bigote pelirrojo y manos blanquísimas, que les ha entregado una tarjeta con la dirección de su estudio en Barcelona –la abuela, analfabeta, coge con recelo ese rectángulo de cartulina- y el artista visitante asegura que enviará antes de un mes la fotografía. Mejor dicho, las fotografías, porque serán dos copias, que el señor me ha pedido una para sus parientes, ¿verdad? Tras mi abuela va la chica, vergonzosa, que se arrima a su madre y, a regañadientes, se separa un poco obedeciendo al fotógrafo. Venga, guapa, no te pegues tanto a tu mamá, que llevas un vestido muy bonito y no lo vas a lucir. No, no coja a la chica en brazos, que ya es muy grande, no se la ponga encima. La chica ha de estar de pie y a su derecha, señora. Usted está ahí bien, sentada junto a su esposo. Por último él, mi padre, que no ha consentido en dejar dentro de casa el triciclo. Bueno, no importa, queda bien el niño así, con los pies en los pedales, aclara el fotógrafo. A ver, ahora miren todos aquí sin pestañear… No, no, no, que el chico se mueve. Nuevo intento. Otra vez el crío haciendo mención de largarse. No, hombre de Dios, no le pegue al chico que si se pone a llorar será peor porque perderemos más tiempo. A ver si esto sirve para conseguir que se esté quieto… Y el fotógrafo del bigote pelirrojo y las manos blanquísimas, se agacha, coge una piedra y la coloca allí, en la base de la rueda delantera, como un cepo que la amarrara y la soldara al suelo. Y mi padre callado, impotente ante esa piedra que ha hecho encallar su triciclo.

Ya está. Mire, ya que ha sido usted tan amable de invitarme a esa copita, le hago un descuento y así la mujer se queda más tranquila. Seguro que habrán salido los cuatro estupendamente. Yo conozco bien mi oficio. Antes de un mes pondré en camino la fotografía. Dos fotografías, sí señora, dos. Luego, lo que tarde en llegar, que eso ya no depende de mí. Sí, descuide caballero, que ya he anotado las señas. Sí, le prometo que en letra bien grande pondré Parrasernil y, en letra aún mayor, Barrio de la Estación, para que no se pierda dando vueltas por la localidad. No, si la quieren enmarcada, eso es otro precio, señor mío. Además, hágame caso, aunque costara lo mismo, mejor enviarles solo la foto –dos fotos, señora, dos, duerma tranquila-, porque seguramente les llegaría el cristal roto, que ustedes mejor que nadie sabrán lo mal que tratan los paquetes en estos furgones, que agarran las sacas del correo y las lanzan como si las quisieran despeñar. Luego ya, compren un marco en Lérida o en Zaragoza. O quizás lo haya en Huesca, que para algo es también capital de provincia. La verdad, no creo que en un pueblo tan pequeño como Parrasernil haya alguna tienda de cosas finas así, vamos, me extrañaría mucho. Y gesticulaba como si sus brazos remataran en abanicos en vez de en manos.

Para la abuela, cada vez que veía pasar al cartero era un interrogante. Que no, mujer, que no hay nada a nombre de ustedes. Joder, qué pesada, todos los días preguntando. ¿Se cree que voy a quedarme para mí algo suyo? Igualmente cada día, bronca con el abuelo. Que si ese fotógrafo les había sacado los dineros y no les iba a enviar nada. Que si a saber si se perdía el sobre. Que si en mala hora le habían pagado por adelantado, que si algo quería ese hombre, que hubiera vuelto con la foto –con las dos fotos-, y entonces, después de ver si merecía la pena el resultado, le pagarían. Y el abuelo, harto de escucharla, le replicaba siempre lo mismo. ¡Qué termita eres, como si fuera el fin del mundo que ese floripondio nos hubiese timado! ¿Para qué iba él a querer la foto de unos pobretones? ¿Te crees que no fotografiará a gente importante y se sacará copia bien grande de militares y actrices, para poner en el escaparate? Y la abuela, vuelta a la carga de que eso de la foto sería una estafa, un sacaperras. Entonces el abuelo, incapaz de hacerla callar, pegaba un golpe en la mesa y se marchaba a la cantina dando un portazo.

Pero el sobre llegó cuando el tema estaba casi olvidado. En papel marrón rígido, con las señas puestas como había dicho el remitente, recibieron la foto –las dos fotos- y quedó atrás la pesadilla de la abuela de haber tirado el dinero y las discusiones con el abuelo. Y era cierto lo anunciado por el fotógrafo: habían salido muy bien. Hasta el vestido de la cría abanicado por el viento les hizo gracia. Fíjate, qué moza se le ve ya, apuntaría la abuela. Y mira el chaval, qué fuerza se le nota en las piernas, añadiría el abuelo satisfecho de la bravura que apuntaba su vástago.

Y, casi al instante, se pondría a buscar papel fino para escribir con bastante soltura a los parientes de Argentina. Queridos todos: os mandamos una foto para que conozcáis a los chicos. Nosotros vamos tirando, gracias a Dios. Ya nos contestaréis y nos diréis si os ha gustado. El crío no se quería estar quieto y el fotógrafo le puso una piedra delante de la rueda, ¿la veis? Ya llevamos dos años aquí en Parrasernil, en el Barrio de la Estación. En cuanto pueda, pediré cambiar a otro destino y a ver si allí encontramos una casa más grande, porque otra vez estamos esperando familia. Nos va mal, pero hay que aceptarlo a ver si trae un pan bajo el brazo. Nos da igual si es chico o chica con tal de que venga bien. ¿Qué tal estáis vosotros? Escribidnos pronto, que nos agradará leer lo que contéis. No sé cuándo os llegará la presente. Aquí termina el verano y ya hay alguna tormenta. Recibid el cariño de vuestros hermanos y sobrinos que no os olvidan.

Aún pudo ver y verse mi padre en esa foto con las últimas luces de sus ojos. Hija mía, hija mía, sollozaba mi niño anciano y rendido.

Los trenes rugían al otro lado, muy cerca. Él ya no podía pedalear.

Puentes de guerra, Sariñena


La historia de los puentes sobre el Alcanadre, a su paso por Sariñena, es una mirada a la lucha contra el tiempo, contra la naturaleza y las guerras, una mala relación que nos ha ido dejando un montón de hechos y sucesos que repasamos acercándonos a nuestro río Alcanadre. Sobre todo, los últimos puentes desaparecidos, destruidos por las fuerzas republicanas en su huida ante la avanzada militar del bando nacional. Puentes que han sido grandes obras de ingeniería y que respondían a construcciones de gran belleza que, lamentablemente, no han llegado a nuestros días.

Artículo enmarcado en la serie sobre la guerra civil en Sariñena

Carros y caballerías, 1920. Puente sobre el Alcanadre, Sariñena.

A su paso del río Alcanadre por Sariñena todavía quedan restos del viejo puente medieval a los pies de la ermita románica de Santiago, datado en el siglo XII, en el antiguo camino que iba de Sariñena a la ermita, viejo ramal del camino de Santiago. De acuerdo con el Sistema de Información del Patrimonio Cultural Aragonés “Quedan escasos restos del puente, reducidos a las pilas correspondientes a los 5 ojos que tuvo la construcción, construidas en sillería y mampuesto grosero (este último puede corresponder a reparaciones posteriores). Las arcadas originales debieron de ser de medio punto. En el estribo de la orilla derecha se abrieron dos hornos de cal de forma circular, construidos en adobe, con una abertura en la parte baja para el combustible. Estas boqueras y el frente donde se abren son de sillarejo lavado.” Tristemente, los restos van deteriorándose ante la desidia y el abandono.

No son los únicos restos, pues aguas arriba, justo por encima de la ermita, hay restos del antiguo azud de Sariñena y aguas abajo de Sariñena, poco antes de llegar a la zona de la desembocadura del barranco de Malfaras, hay restos de pilastras de sillerías de un viejo puente.

El antiguo puente de Sariñena fue obra de Joaquín Pano y Ruata y respondió a un puente metálico de arcos parabólicos, como los desaparecidos puentes de Ontiñena, Graus y Monzón. Construido en torno a 1880, en una comunicación del ingeniero Joaquín Pano a Magin Cornet, la Maquinista Terrestre y Marítima, manifiesta su intención de introducir innovaciones “Disponer las juntas como en el puente de Sariñena” (Los puentes parabólicos de hierro y el ingeniero D. Joaquín Pano y Ruata (1849-1919) Pilar Biel Ibáñez y José Luis Pano Gracia).

En el Diario de Huesca del 31 de julio de 1916, sabemos que en 1883 estaba en plena construcción. En su sección de hemeroteca “Hace 33 años” recoge como el 31 julio de 1883 “Trabajaban en la colocación del puente de hierro sobre el Alcanadre en las inmediaciones de Sariñena, según proyecto del ingeniero don Joaquín Pano”.

Sin embargo, el puente de Joaquín Pano Ruata no fue el primer puente de hierro sobre el Alcanadre a su paso por Sariñena. El 28 de octubre de 1879 una gran avenida destruyó el puente de hierro de Sariñena, tal y como queda recogido en el Diario de Huesca 30 de octubre de 1879: “El Alcanadre experimentó una importante crecida, arrastrando el puente de hierro de Sariñena”.

“Terrible avenida del Alcanadre. Arrancado y arrastrado el puente de hierro de esta villa. Tememos hayan acontecido desgracias en los pueblos ribereños La corriente ha subido en el cauce del rio 7 metros sobre su nivel ordinario.”

El corresponsal. Diario de Huesca – 30 de octubre de 1879.

De la misma manera lo comunicaba el Correo de Madrid del día 30 de octubre de 1879: “El río Alcanadre ha destruido y arrasado el puente de hierro de Sariñena, cuyo coste era de 10.000 duros. Es seguro que han ocurrido desgracias personales en los pueblos de la ribera, y que los destrozos en la huerta han sido inmensos. El tren correo que salió a las diez de la mañana de Barcelona se halla detenido entre Selgua y Sariñena, por estar interrumpida la vía por las aguas. Estas han tenido una subida de siete metros sobre su nivel ordinario”.

La avenida causó grandes daños en diferentes localidades sumándose a un año malo de cosechas: “Vacíos los graneros por la total pérdida de la cosecha del pasado año; sin esperanzas sobre el presente, pues en los yermos campos la lluvia no abrió blando lecho a la semilla; agotados los recursos de la caridad privada; en forzada holganza los hombres útiles al trabajo; apurados hasta los más rudimentarios medios de alimentación, el hambre arroja de sus hogares a los habitantes de algunos pueblos del Bajo Aragón, de Los Monegros, Sariñena y Tamarite” (Diario de Avisos, 23 de noviembre de 1879).

SARIÑENA 29 DE OCTUBRE.  

Escríbole a V., señor Director, bajo la triste impresión que me produce la terrible avenida del rio Alcanadre. Temíamosle ayer cuando el deshecho temporal duraba horas y más horas y las tormentas se sucedían unas a otras sin interrupción, arrojando gran cantidad de agua sobre esta ribera y a lo que ahora se ve sobre toda la cuenca hidrográfica del rio que riega nuestra huerta. Más de siete metros ha subido el agua sobre el nivel ordinario de la corriente, y ante esta devastadora avalancha de agua, ni puentes, ni árboles, ni diques, ni murallas han resistido su destructor ímpetu.  

Corresponsal de Sariñena. Diario de Huesca – 30 de octubre de 1879.  

Aquello llevó a la necesidad de construir un puente provisional, esta vez de madera, aunque lamentablemente poco duró. El “Diario de Avisos” de Zaragoza del 2 de noviembre de 1879 daba cuenta de su destrucción: “Las avenidas de los ríos Cinca, Gállego y Alcanadre, por efecto de los últimos temporales, han ocasionado perjuicios de consideración de aquella provincia y han arrastrado el puente provisional de madera construido en Sariñena (que sustituía al puente de hierro arrasado en la inundación del mes de octubre)”. Mismamente el Diario de Huesca, del 2 de diciembre de 1879 comentaba “La corriente de las aguas destruyó y arrastró el puente provisional de madera construido con no pucos sacrificios en sustitución del que desapareció en la desgraciada noche del 28 de octubre”. El recuerdo de aquel suceso volvió a aparecer en la sección “Hace 33 años” del Diario de Huesca del 7 de diciembre de 1912 “En Sariñena destruyó y arrastró el puente provisional de madera, sustituto del que desapareció el día 28 de octubre último”. Igualmente, la sección “Hace 33 años” Diario de Huesca del 10 de diciembre de 1912, recordaba: “En Sariñena se llevó el río el puente de hierro, valorado en 10.000 duros, y en las huertas hizo bastante daño”.

Es en el Diario de Avisos de Zaragoza, del 13 de octubre de 1873, cuando encontramos como ese mismo año fue señalado con la colocación de aquel puente de hierro sobre el Alcanadre destruido en 1879: «Realizándose esta delicada operación sin contratiempo alguno bajo la dirección de D. Juan Escala, dependiente de la Maquinista terrestre y marítima de Barcelona, constructora del viaducto. El tramo único de que consta, del género de celosía, sistema americano, y que mide 28 metros de longitud, avanzó majestuoso a impulsos tan solo de seis hombres, en medio del gentío que desde ambas riberas admiraba la hermosa perspectiva del puente, adornado de las obligadas banderas, y no menos los prodigios de la mecánica aplicada para poner en movimiento seguro y ordenado tan enorme peso. Satisfechos deben hallarse los Sres. D. Francisco Mirallas Paño y D. Alejandro Torres, Alcalde y concejal que fueron del Ayuntamiento que en mayo último acordó la construcción de una obra de tan grande interés local, y es bien seguro que al ver realizado aquel pensamiento habrán olvidado los disgustos que como comisionados del municipio han tenido que arrostrar, venciendo los muchos obstáculos que la indo le especial de esta clase de obras y la fuerza de las circunstancias por que el país atraviesa han levantado. El vecindario a su vez puede hallar se satisfecho de la acertada inversión dada a los fondos municipales.»

De nuevo una nueva riada sucedió en 1882, atendiendo a la reseña aparecida en La Unión, Madrid, 9 de septiembre de 1882: “Una grande avenida arrasó el puente provisional que tenía esta villa en el Alcanadre. Las aguas del río subieron cuatro metros 86 centímetros sobre su ordinario nivel”.

Carta 5 de septiembre. El Corresponsal  

Una grande avenida arrastró en la pasada noche el puente provisional que tenía esta villa en el Alcanadre. Las aguas del rio subieron cuatro metros ochenta y seis centímetros sobre su ordinario nivel, causando también perjuicios de mucha consideración al contratista que levanta el nuevo puente sobre dicho rio. Cinco hiladas de piedra que tenía ya labradas al pie del estribo de la derecha, que es el que falta que levantar, han sido envueltas entre piedras y arenas, arrastradas por las aguas o rotas e inutilizadas para la construcción de dicho estribo. Este imprevisto contratiempo retardará, sin duda alguna, la terminación del puente, legítima aspiración de esta villa, por espacio de cuatro o más meses, causando graves trastornos a los machos propietarios que tienen sus tierras al otro lado del rio. Aunque hasta ahora no se ha podido averiguar, también han debido sufrir mucho los azudes que toman el agua para el riego de nuestra vega, y mucho más los campos situados en la parte superior de la ribera de Alcanadre donde el aluvión ha debido ser excesivamente grande. Esta es una nueva calamidad que tenemos que añadirá las muchas que pesan sobre este poco afortunado país. La sequía continúa, y solé ayer un pequeño chaparrón de agua refrescó algo el polvo de los caminos.  

Un herido que hubo anteayer en esta villa, donde se celebraba la fiesta de su patrono San Antonino, ha fallecido en la mañana de hoy. Son estos los recuerdos que quedan después de celebradas las festividades de muchos pueblos de nuestras provincias.  

Diario de Huesca – 06 de septiembre de 1882.  

Las diferentes noticias dan cuenta de la importancia que han tenido históricamente las avenidas en el Alcanadre y su capacidad de afección a las distintas localidades y terrenos anexos a su recorrido. Así, el Estudio de la calidad ecológica integral de los tramos fluviales más importantes del río Cinca: río Alcanadre (Confederación Hidrográfica del Ebro) define al Alcanadre por su paso por Sariñena como carácter estacional muy marcado en este tramo: “En Sariñena, en julio de 2001 era de 1,6 m/s, mientras que según datos históricos llega a haber máximos primaverales de más de 50 m/s (EA033)”.

Durante la guerra el puente, como infra estructura básica, el puente fue objeto de investigación por parte de los servicios secretos de las fuerzas sublevadas. Estas investigaciones fueron llevadas a cabo por el Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) y el Servicio de Información del Nordeste de España (SIFNE), documentación depositada en el Archivo general Militar de Ávila. En ella aparece una detallada descripción de los puentes sobre el Alcanadre en Sariñena. Curiosamente se apuntan dos puentes, respondiendo el segundo, el número 11, al puente metálico de arcos parabólicos de Joaquín Pano y Ruata:

Número 10. Puentes sobre el Alcanadre en Sariñena

Material ………………………      Metálico

Número de tramos ……..      Tres (3)

Luces ………………………….     Cuarenta y dos metros, cincuenta y dos centímetros (42,52) cada uno de los tramos.

Anchura …………………………. Cinco metros cincuenta centímetros (5´50).

Altura sobre el cauce ……… Siete metros (7).

Observaciones: El puente está compuesto por tres tramos de vigas en celosía, sin riestras superiores y con tablero inferior.

Número 11. Puentes sobre el Alcanadre en Sariñena

Material ………………………      Metálico

Número de tramos ……..      Uno (1)

Luces ………………………….       Cuarenta y un metros (41).

Altura del cauce ………          Siete metros (7).

Anchura ………………………….  Seis metros (6).

Observaciones: El puente está formado por un solo tramo de viga parabólica con arriostramientos superiores en su parte central y tablero inferior.

AGMAV,C.1310,16 / 9 Puente sobre el Alcanadre, Sariñena.

El puente metálico de arcos parabólicos de Joaquín Pano y Ruata, construido en 1883, duró hasta su destrucción en marzo de 1938 por las tropas de la República en su retirada. Para ello colocaron cargas explosivas volando el puente por completo. Quizá, tuvo su implicación el grupo de dinamiteros establecido en Sariñena (La guerra civil en Sariñena).

S.I.F.N.E. 9-9.1937 Sete. Información de un agente destacado en la zona roja.

Funciona actualmente en la zona roja, un cuerpo de dinamiteros que obra con absoluta independencia del ejército y están a las órdenes directas del Consulado de Rusia. Funcionan dos academias para instruir a los individuos del mismo, que son escogidos entre los que forman el Ejercito Popular.

Estas academias están instaladas, una en Valencia -ignorándose su emplazamiento-, y otra en Barcelona, señalándose su emplazamiento por nota de hoy, para ser trasladado al plano general de Barcelona. Los grupos que actúan ya, por haber recibido la oportuna instrucción, se hallan destacados en Alcañiz, Barbastro y Sariñena, y constan de unos 50 individuos cada uno.

Con el avance de las fuerzas nacionales, los pontoneros prepararon un puente provisional para más tarde construir una pasarela de madera, “Quedando durante más de un año los restos rotos y retorcidos del puente en el lecho del río” Salvador Trallero “Sariñena Antigua”.

Jefatura de Obras Públicas. Provincia de Huesca. Anuncio:  “Ateniéndose a lo dispuesto en el decreto de 16 de Febrero de 1932 (Gaceta del ocho de Marzo) y a la Instrucción para su aplicación de 27 del mismo mes y año, (Gaceta del 5 de Marzo), esta Jefatura ha resuelto celebrar un concurso para la ejecución por destajo de las obras de reconstrucción del puente sobre el río Alcanadre en el kilómetro 73’640 de la carretera de tercer orden de Mequinenza a Sariñena (Camino Comarcal C-129), las cuales deberán ajustarse al proyecto redactado en 15 de Junio de 1939 por el ingeniero de Caminos don Gregorio Chóliz Andériz, y cuya ejecución por administración ha sido autorizada por la Dirección General de Caminos en 29 de septiembre de 1939 por su presupuesto de pesetas 225.588’89 (doscientas veinticinco mil quinientas ochenta y ocho pesetas, ochenta y nueve céntimos), y después de ser este crédito favorablemente informado el 24 de Octubre de 1939 por la Intervención General de la Administración del Estado y previa la autorización del correspondiente gasto por el excelentísimo señor ministro. Las obras deberán estar terminadas en 30 de septiembre de 1940.”

Nueva España – 12 de noviembre de 1939.

Así, el actual puente fue obra del ingeniero de Caminos don Gregorio Chóliz Andériz y contó con un presupuesto de pesetas 225.588’89. Después de varios años de construcción, las obras finalizaron dos años más tarde de lo previsto, entrando en servicio en servicio en 1942.

“Tocan a su fin las obras de la construcción del magnífico y airoso puente de tres tramos que sobre el río Alcanadre, en la carretera de Huesca a Fraga y Lérida, a diez minutos de la villa, Obras Públicas de la provincia, por el contratista señor Cuota, está llevando a cabo en substitución del que elegante arcada volaron los rojos en su huida. Dicho puente, buena mejora de comunicación, con el llevado a ejecución por la Compañía del Norte en las cercanías de la estación, considerado como uno de los más grandes y solidos de la línea, marcan firmes jalones en el plan de reconstrucción de nuestra provincia y de España.”

  Nueva España – 19 de marzo de 1942.

“El puente sobre el río Alcanadre (Sariñena) en la carretera comarcal de Mequinenza a Sariñena, Km. 71, de tres tramos de 19,20 metros de luz, ancho siete metros.”

 Datos Jefatura de Obras Públicas Nueva España – 18 de julio de 1954.

El 27 de julio del 2012 se resquebrajaron y desprendieron al suelo trozos de hormigón de uno de los estribos del puente sobre el que se apoya una de las jácenas. Aquello restringió el tráfico y ocasionó graves perjuicios, pues el único paso alternativo dista a unos 50 kilómetros. (Diario del Altoaragón 23 septiembre del 2021 Marga Bretos). El puente estuvo 138 días afectado el tráfico a su paso por el puente, hasta que el 11 de diciembre del 2012 se volvió a restablecer (Diario del Altoaragón 12 de diciembre del 2021 Marga Bretos).

Puente ferroviario sobre el Alcanadre

El antiguo puente metálico ferroviario sobre el Alcanadre de Sariñena pertenecía a la línea ferroviaria entre Madrid y Barcelona, línea que comenzó a funcionar el 18 de septiembre de 1861. Una línea construida por la Compañía de Ferrocarril de Barcelona a Zaragoza, por lo que podemos estimar su construcción en los años anteriores a la puesta en funcionamiento de dicha línea.

Respondía a un puente metálico rectangular con tramos metálicos dispuestos de manera independe, estaban formados por vigas largueros en forma de cruces de San Andrés los extremos, y por una celosía de segundo orden el central. Los vanos salvaban unas luces de 22,8+67,8+22,8 m. (La ingeniería de caminos durante la Guerra Civil española. Destrucción y reconstrucción de puentes. Autor/a: Vanesa M García-Lozano Tesis doctoral / 2015).

El 8 de Julio de 1875, una partida del ejercito carlista, dirigida por Dorregaray, destruyó el puente de hierro sobre el río Alcanadre. Al parecer, el ejército levantó la vía en el último tramo del viaducto y desde Sariñena lanzó un convoy con 25 unidades, entre coches y vagones, y con tres locomotoras por cabeza y una por cola: “Una vez los reguladores de las tres máquinas estuvieron abiertos a todo vapor, los maquinistas y fogoneros abandonaron el tren, dejando inutilizado el viaducto y la línea férrea” (Antoni Nebot).

La Estación de Ferrocarril de Sariñena | os monegros

“Las obras de reconstrucción del magnífico puente de la vía férrea de Zaragoza Barcelona, inmediato a la estación de Sariñena, sobre el rio Alcanadre, están muy próximas a su terminación, debiendo recibirse por los ingenieros del Estado dentro de breves días.”

Diario de Huesca – 20 de febrero de 1877.

“Iban a ser recibidas por los ingenieros del Estado las obras de reconstrucción del magnífico puente tendido sobre el río Alcanadre, en la vía férrea de Zaragoza a Barcelona, inmediato a la estación de Sariñena”.

 Extractado de El Diario, Sección “Hace 33 años”, correspondiente al 20 de febrero de 1877. Diario de Huesca – 21 de febrero de 1910.

El Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) y el Servicio de Información del Nordeste de España (SIFNE), durante la guerra, realizaron la siguiente información sobre el puente ferroviario:

Número 18.

Puente del ferrocarril sobre el río Alcanadre en Sariñena.

Por referencias del personal efecto a la Jefatura de Obras Públicas de la Provincia de Huesca, se tiene idea que este puente está formado por un tramo principal de vigas metálicas en celosía de unos 50 o 55 metros de luz con tablero superior y una altura de rasante sobre el cauce del río de unos 25 metros, siendo su ancho para vía sencilla, creyendo puedan encontrarse los dibujos exactos del mismo en la División de Ferrocarriles de esta plaza.

Desafortunadamente, el puente ferroviario de Sariñena sobre el río Alcanadre fue completamente destruido durante la retirada del bando republicano, el 26 de marzo de 1938, a través de la voladura de la pila de apoyo de los tramos metálicos: “Fue destruido por completo con la caída de su tramo central, que arrastró a los dos extremos que cayeron con grandes destrozos. El Ejército republicano, en su retirada, había volado la pila del lado de Zaragoza a la altura de la cimentación, aproximadamente de unos 20 metros. La otra pila, al salir lanzados los tramos metálicos por efecto de la explosión, fue cortada en bisel, quedando destruida por el frente de aguas arriba en una altura de 10 metros.” (La ingeniería de caminos durante la Guerra Civil española. Destrucción y reconstrucción de puentes. Autor/a: Vanesa M García-Lozano Tesis doctoral / 2015).

El informe S.I.F.N.E. 9-9.1937 Sete, en el que queda recogido la existencia de un grupo de dinamiteros en Sariñena, se señala sus intenciones de dinamitar el puente del ferrocarril (La guerra civil en Sariñena).

Como ejemplo del trabajo que dichos grupos tienen encomendado, se indica en anexo número uno, un método para la destrucción del ferrocarril compuesto de varias unidades; las dos interrupciones del circuito tienden a que una maquina exploradora pase sin que explote la bomba, pues la separación de 25 metros de las dos interrupciones del circuito, hacen necesarias varias unidades para la explosión. La parte marcada en rojo, es para el caso de ser descubierta la instalación, que explotaría al ser removida la bomba del lugar en que se encuentra

En xxx anexo n° 2, combinación a base de tres o más bombas con el fin de que explotando una de ellas al pasar un convoy, explotan las siguientes o anteriores, al ir socorrer al vehículo siniestrado.

Biarritz 7/9/937. II 4.7.

Explosivos

La reconstrucción fue rápida, de alguna manera prioritaria para el avance nacional hacía Cataluña, como puente enmarcado en la línea de ferrocarril de Zaragoza a Barcelona perteneciente a la Compañía del Norte: “Fundamental para mantener la circulación y el abastecimiento al frente”.

Con la 54 División

“Atrás quedó el ferrocarril, imposibilitado para seguir la forzada marcha de nuestras tropas por la voladora de un puente en Sariñena –uno de los mayores de España- que se está reconstruyendo a toda la velocidad y que, por su envergadura, aún tardará cerca de un mes en quedar utilizable.” 

La prensa: diario republicano: Año XXVIII Número 10447 – 1938 mayo 13.

Sin embargo, lo primero fue restablecer la comunicación ferroviaria a Sariñena:

Se restablece la comunicación ferroviaria

Santander. El ministro de Obras Públicas ha manifestado a los periodistas que han sido restablecidas las comunicaciones ferroviarias entre Tardienta y Sariñena. Este servicio se dedica, de momento, solamente a transporte militares.

El Diario Palentino: defensor de los intereses de la capital y la provincia. El más antiguo y de mayor circulación: Año LVII Número 16332 – 1938 marzo 30.

Las comunicaciones ferroviarias de Aragón se restablecen

«También se ha restablecido el tráfico entre Zaragoza y Sariñena.»

El Adelanto: Diario político de Salamanca: Año 54 Número 16548 – 1938 marzo 31.

En la reconstrucción del puente participó Didac Ortiz Pérez de Tudela, dejando constancia de su testimonio en Diario de un Biberón, de Manuel Fernández Sosa, La Patumaire Edicions SL, pág. 191. Didac, prisionero de guerra, al cumplir los 18 años fue destinado al Batallón de trabajadores nº 151, destinado por un tiempo en la reconstrucción del puente ferroviario de Sariñena:

¨Llegamos de noche a la estación de Sariñena y nos instalan en una casa sin luz, a tientas nos acomodamos como podemos para pasar la noche. De madrugada, todavía de noche, nos levantan y, tras un café aguado, nos dirigimos vía abajo hasta llegar a un puente.


La riada se ha llevado un pilar del centro y nuestro trabajo va a consistir en poner travesaños en forma de columna -los travesaños son las piezas de madera que sostienen los raíles de las vías del tren-. Es un trabajo muy penoso por el peso de las maderas, sobre la tierra y el agua vamos subiendo la plataforma, entrecruzando entre si y reforzándolas con unas falcas hasta llegar arriba. Con gatos se consolida el puente y los trenes pueden circular lentamente mientras en el río se empieza a cavar los cimientos de un nuevo pilar. Esto lo hemos hecho sólo en tres días. Maltratados, mal alimentados, con un frío terrible proveniente del fuerte viento del Moncayo, que es peor que la tramontana de mi país. Si tenemos que cruzar el puente por arriba, debemos hacerlo a rastras y agarrados a los raíles para no salir despedidos al vacío debido al viento, que tiene 30 o 40 metros de altura.

Hoy, domingo, parece que vamos a descansar, pero no es así. Otra vez al puente. A media mañana llega una máquina con un solo vagón, encima montan un altar y allí un cura nos dice misa. Personalmente no hago ni caso de lo que está diciendo aquel buen hombre, me encuentro en un agujero con agua hasta media pierna y helado por el frío. ¡Esto es bestial! También recibimos <<obsequios>> de los trenes sanitarios, ya que al pasar lentamente por el puente, tienen tiempo de lanzarnos lo que quieren, tenemos que protegernos con las palas. Por fin podemos ver el lugar donde hemos estado viviendo estas terribles jornadas de hambre, frío y mucha mala leche de los mandos. Salimos de noche y entramos de noche. Es un caserío en ruinas al lado de la estación, y al fondo, a unos tres kilómetros, se ve el pueblo de Sariñena.

Le decimos adiós muy contentos de dejar este infierno, si hubieran tardado más en sacarnos de aquí, dejamos la piel”.

Para su reconstrucción se utilizaron los tramos metálicos del puente Adaja, que pertenecía a la línea Villalba a Medina (por Segovia), una información muy detallada recogida en La ingeniería de caminos durante la Guerra Civil española. Destrucción y reconstrucción de puentes. Autor/a: Vanesa M García-Lozano Tesis doctoral / 2015:

“Con los dos tramos laterales (Del puente de Adaja) se salvó el vano central del puente de Sariñena, tras la construcción de un castillete central de madera en el que se apoyaron. Con el tramo central del puente Adaja que se dividió en dos, y un trozo nuevo de 5m, se salvaron los laterales del mismo viaducto.

Como particularidad en este viaducto no se reconstruyó la pila de lado Zaragoza sino que se situó un castillete en su lugar donde situarían los tramos con pescante de 15 m. Como había que adaptar los tramos del río Adaja, se desmontó el terraplén de acceso del lado de Zaragoza hasta conseguir una caja de 40 m de larga por 7 m de ancha y 6 de profundidad para efectuar el montaje al nivel definitivo. Se ejecutó el castillete central de madera sobre una losa de cimentación de hormigón armado para la que hubo que hincar pilotes debido a la gran cantidad de agua que apareció, mientras se reparaban el resto de los elementos dañados (pilas y estribos). Se realizó el montaje de los tramos metálicos y se corrieron hasta su posición definitiva, dando paso tras rellenar de tierras la caja del terraplén abierto.” (La ingeniería de caminos durante la Guerra Civil española. Destrucción y reconstrucción de puentes. Autor/a: Vanesa M García-Lozano Tesis doctoral / 2015).

“De este modo, desde Altos Hornos de Vizcaya, se transportaron los materiales y medios auxiliares hasta Sariñena y desde allí hasta el puente sobre el río Cinca en el PK 125,725 de la línea de Zaragoza a Barcelona de la Compañía del Norte.” Reparación y construcción de puentes durante el Glorioso Movimiento Nacional. Compañía de los Caminos de Hierro del Norte. Revista de Obras Públicas, número especial 1936-1939, número 07.

“Los materiales que se emplearon en los castilletes dependían de los existentes en la zona. En la reconstrucción provisional del puente de Sariñena se emplearon dos tipos de castilletes, metálicos y de madera, debido a la facilidad de disponer de estos elementos en dicha zona de manera inmediata.” En Reparación y construcción de puentes durante el Glorioso Movimiento Nacional. Compañía de los Caminos de Hierro del Norte. Revista de Obras Públicas, número especial 1936-1939, número 07.

Sariñena, la retirada. | os monegros

Finalmente, el nuevo puente ferroviario entró en funcionamiento en mayo de 1938, apenas un mes después de su voladura. Tanto el ministro de obras públicas en Zaragoza como el mismo Francisco Franco acudieron a visitar el puente ferroviario sobre el Alcanadre a su paso por Sariñena:

El ministro de obras Públicas en Zaragoza

«Mañana visitará la línea del Cinca inaugurando los puentes de Monzón y Sariñena, volados por los rojos.«

La prensa: diario republicano: Año XXVIII Número 10448 – 1938 mayo 14.

El Caudillo visita el Frente (Visita realizada el 20 de mayo)

«Desde este punto se trasladó Franco al puente de Sariñena, la famosa obra de 23 metros de altura que ha sido reconstruida en menos de un mes, a pesar de sus sesenta metros de largo.» 

Imperio: Diario de Zamora de Falange Española de las J.O.N.S.: Año III Número 476 – 1938 mayo 21.

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Esta es parte de la historia de los puentes sariñenenses sobre el Alcanadre, parte porque seguro que quedan muchas cosas por descubrir y contar pero que forman parte esencial de nuestras vidas, de nuestras comunicaciones y relaciones y sobre todo de un gran curso fluvial, un río que permitió asentarnos como población y al que debemos nuestra propia existencia: el río Alcanadre.

Historia de los puentes sobre el río Alcanadre a su paso por Sariñena

Paco Villellas Arasanz


Natural de Capdesaso, Paco Villellas Arasanz nació en 1933.Su padre fue ferroviario en la Estación de ferrocarril de Sariñena: “Limpiaba y encendía las máquinas de vapor. Las reparaba y las volvían a encender con leña, primero echaban unas pastillas y luego la leña para después ir echando viguetas de carbón”. Su madre trabajaba en casa, fueron tres hermanos.

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Paco fue a la escuela de Capdesaso hasta los 13 años. Primero les daba clase uno de casa Paul quien, aunque no era maestro, enseñaba a los críos. Luego ya llegó un maestro oficial “Don Andrés”. Entonces igual estaban una treintena en la escuela “Había clases separadas de chicos y chicas”.

De crío, Paco iba a la fuente a refrescarse y jugaban con una pelota de goma, a marro, a burrico falso (churro, media manga, manga entera), a ladrones y ministros y al frontón. Durante las fiestas patronales disfrutaban de la orquesta “Estrellas Negras” de Binaced y la orquesta “Colombia”, con 16 años los mozos pagaban a los músicos y, para que saliese más económico, iban a comer cada día a una casa. Se hacían carreras de bicicletas: “Se colocaba una cuerda con anillas y tenían que pasar un lapicero por las anillas”. Para los quintos se hacía merienda y bailes y para Santa Agueda las chicas les sacaban a bailar, hacían merienda y baile tarde y noche. En las fiestas del 3 de mayo se iba a Santa Elena.

Paco bajaba mucho a Sariñena, en la plaza del ayuntamiento estaba la tienda de bicicletas de Perico. Una vez, por la plaza, conoció a quien luego fue su mujer Magdalena Laín Martín, natural de Sariñena de casa Carrasca por parte paterna y Cuquera por parte materna. Luego, Paco bajaba a Sariñena al baile, con la bicicleta “Una vez volviendo, a las dos de la mañana, se me reventó una rueda a la altura del olivar de Juanillo, tuve que volver andando”. Han tenido dos hijos, su hijo Paco ha continuado en el mundo ferroviario y Elena es periodista.

De chico, Paco trabajaba en la huerta, iba todos los días con la burra hasta que a los 18 años entró a trabajar en la Renfe. Empezó de ayudante con su padre, ayudando a encender maquinas. Le hubiera gustado ser fogonero o maquinista pero no pudo ser. Al principio iba andando desde Capdesaso hasta la estación, hasta que ganó algunas perricas y se pudo comprar una bicicleta, una Orbea, después tuvo una BH.  Al tiempo comenzó como ayudante mecánico y a los ocho años le hicieron mecánico “Oficial montador”.

En la estación había una rotonda para dar la vuelta a las maquinas, los maquinistas hacían noche en la estación, en el edificio en el Cuarto de Agentes, “Tanto los que venían de Lérida o Zaragoza pernoctaban en Sariñena”. Paco estuvo por lo menos veinte años trabajando en la estación ferroviaria de Sariñena, pero cerraron el depósito de vapor y lo mandaron a Barcelona. Allí estuvo 2 años temporal en calderines, cobraba como jefe de equipo, luego al puerto a carga y descarga de contenedores. Después lo trasladaron a la Barceloneta a material móvil y más tarde en Can Tunis, cerca de la Seat, donde estuvo de mecánico de trenes hasta que se jubiló. En Barcelona estuvo en total veinte dos años y cuando se jubiló volvió a Sariñena.

“En la estación de ferrocarril de Sariñena había varias secciones de material y tracción, de material móvil, el jefe de estación y obreros…. Estaban las brigadas de mantenimiento y arreglo de vías. Entonces no había maquinaria y se hacía todo manual.  Había guarda frenos cada pocos vagones para frenar el convoy ferroviario, hasta que llegaron los frenos automáticos y desaparecieron la figura de los guarda frenos.”

Paco es memoria viva de lo que significó la Estación Ferroviaria de Sariñena, una gran actividad que nos ha acercado con gran cariño, gracias Paco.

Gracias a Pilar Guerrero y Aimar Mir de la Residencia de la tercera edad de Sariñena por su colaboración para la realización de las entrevistas, gracias!!

María Jesús Millera Casañola


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María Jesús nació en Sariñena el 17 de junio del 1929, en la calle Mercado, donde antiguamente estaba telégrafos, en el 2º piso. Era la misma casa donde luego estuvo la carnicería del Carrizo. Sus padres llevaron El Casino de Sariñena, del que su padre fue conserje hasta que estalló la guerra.

Fueron seis hermanos, cuatro chicos y dos chicas. María Jesús fue poco a la escuela “Se interrumpió con la guerra”. Durante la guerra tuvieron que evacuar el pueblo y la familia marchó a Francia. De Sariñena partieron con un tren de carga, recuerda María Jesús: “En Francia estuvimos refugiados unos tres meses”. A su padre no lo dejaron pasar a Francia así que al poco los reclamó y pudieron volver.

Al principio vivieron en un pueblo cerca de Bilbao, en Las Arenas, donde su padre se colocó en un taller mecánico y su hermano se incorporó como tornero. Cuando por fin regresaron a Sariñena fueron a vivir al barrio de La Estación de Sariñena. Llevaron el bar enfrente de la Estación Ferroviaria “El Parador”, donde actualmente está casa Francisquer. En el bar daban de todo: cafés, desayunos, almuerzos, comidas, meriendas y cenas; su madre era quien cocinaba. Al bar iban los jefes, los factores y el resto del personal de la estación. María Jesús fue a la escuela del barrio que se encontraba en el antiguo puesto de la Cruz Roja. Aún recuerda mucho a una maestra que se llamaba Amalia. Eran otros tiempos: “En el barrio no había ni agua por las casas, solamente había una fuente pública donde teníamos el bar”.

“En el barrio de La Estación las fiestas eran muy buenas”, recuerda María Jesús, “Duraban tres días”. Con el tren se hacía mucho estraperlo: “Muchos ferroviarios compraban saquetes de trigo”. Muchas mujeres subían a la estación con el coche que hacía viajes de la estación a Sariñena y viceversa: “Tenían que esconder el estraperlo para que no les pillasen las fuerzas del orden público, no te podían ver, si te cogían te multaban”. Otras mujeres subían a coger carbón, las briquetas, “Cuando paraba el tren, por donde estaba la maquina fija, las mujeres recogían el carbón”. Hubo dos atropellos mortales debido a las maniobras que hacían los trenes y que en una ocasión arrollaron a dos mujeres mientras recogían carbón; una mayor y otra más joven: “Cada día había unas cuatro mujeres fijas recogiendo carbón por las vías”.

“Entonces había un gran movimiento en la estación, ahora da una gran pena verlo todo tabicado”.

A pie, María Jesús bajaba a Sariñena junto a otros chicos y chicas del barrio, bajaban a bailar al casino y al cine Victoria: “Al baile no entraba todo el mundo, ni de cualquier manera, había mucho control”. A veces iban al baile del bar de Porra, pues allí podían entrar todo el mundo.

María Jesús se casó a los veinticuatro años con Manolo Mir., cuya familia regentaba una taberna en Sariñena. Los abuelos de Manolo ya habían tenido la taberna hace años, era un negocio familiar. Reformaron la taberna y la transformaron en un bar restaurante. Allí nacieron los hijos pequeños, el mayor nació en la estación. María Jesús ha sido cocinera, hacía de todo, todo tipo de comidas y eventos como comuniones “En el bar siempre han trabajado los de casa”.

A María Jesús le gusta mucho la música y sabe muchas canciones. Su hermano mayor era músico, tocaba el violín y el piano y su hijo Alfonso fue cantante en la Orquesta Cobalto. Es algo que han heredado sus nietos a quienes les gusta también mucho la música.

Pero esta historia no podía terminar sin conocer el origen del mote “El Cubano”. Todo se debe a que una tía de Manolo trabajó de ama de llaves en una casa de cubanos en Sitges. Manolo, de joven, pasó allí alguna temporada y, una vez en Sariñena,  al verlo Moreno y con el pelo rizado comenzaron a llamarlo “El Cubano”, quedando para siempre el sobrenombre de Manolo “El Cubano”. Gracias María Jesús por todo lo contado.

Gracias a Pilar Guerrero y Aimar Mir de la Residencia de la tercera edad de Sariñena por su colaboración para la realización de las entrevistas, gracias!!

Crónica de un domingo en los años 60/70


Durante muchos calurosos domingos de julio y agosto en los años 60 y principio de los 70, unas cuantas familias del Barrio de la Estación y de Sariñena nos juntábamos en una arboleda a la orilla del río Alcanadre para pasar el día. Crónica de un domingo en los años 60/70, por Asun Porta Murlanch. Fotografías Asun Porta y Araceli Pueyo.

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La aventura de “ir al río” empezaba en la puerta de casa porque el juego y la diversión estaban garantizadas desde el minuto uno.  Mis padres, mis hermanos y yo bajábamos andando sobre las nueve o las diez de la mañana, a esas horas que, aunque nos diéramos un buen paseo al sol y cargados con toda la comida y la bebida, el aire todavía era fresco y se podía respirar.

Había varios caminos, pero solíamos ir por el más corto, que además era el más emocionante. Dejábamos a la derecha la iglesia del barrio y cogíamos un camino paralelo a la vía del tren por la parte de arriba del terraplén, después nos encontrábamos lo que llamábamos “la fija”(*). Cerca había un puente sobre la vía, era una parada obligatoria, allí nos entreteníamos un buen rato, buscábamos unos surcos que alguien había marcado en el borde de las dos barandas, colocábamos una piedra pequeña y la empujábamos suavemente al vacío, esperábamos en silencio unos segundos hasta que oíamos el sonido metálico y agudo que hacía la piedra al darle al raíl de la vía del tren.

Un poco más adelante bajábamos a la vía por el terraplén con mucho cuidado, el sendero era muy estrecho y resbaladizo por las piedras.  A veces, mientras caminábamos al lado de la vía pasaba algún tren y nos separábamos un par de escasos metros, allí se mezclaban los gritos, el miedo, el atrevimiento, las risas, esas emociones que hacen que esos momento no se olviden.

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Por fin llegábamos a un camino más ancho que enlazaba hacia el pueblo con el de los Olivares de Sariñena y pasábamos la vía por debajo, por un túnel que nos inspiraba a jugar: a pasar el túnel sin respirar, a pasarlo gritando sin parar, a pasarlo a la pata coja sin caernos, sin reírnos, callados, a oír el eco…, lo que daba de sí aquel estrecho y oscuro túnel.  Un poco más abajo estaba el camino que discurría entre la acequia del Molino y las huertas y más adelante cogíamos otro más estrecho hasta la arboleda de Chabarriga.

Al llegar dejábamos las cestas y capazos encima de la hierba, todos llevábamos algún bulto y nos tirábamos largos, entre risas, rodando por la hierba, a veces nos quedábamos descansando tumbados a la sombra respirando el aire más fresco y mirando los rayos de sol, que vistos desde allí debajo eran como destellos, pequeños rayos que pretendían pasar entre las hojas de aquellos enormes chopos, álamos y sauces. Era una sensación muy agradable poder disfrutar aquel descanso después de una hora caminando bajo el sol.

Mi madre colocaba la manta o el mantel en el suelo para coger sitio, al lado dejábamos las cosas y llevábamos el melón, los tomates, cebollas y bebidas a la fuente, lo depositábamos todo entre las piedras debajo del chorro de aquella agua fresca y cristalina, las botellas un poco más abajo atadas con una cuerda para que la corriente no se las llevara, así asegurábamos que se refrescara todo para la hora de comer. En el lecho de la fuente y hasta que salieron las típicas neveras azules de hielo, cabíamos todos, allí reposaban todos los tomates, melones, sandías, melocotones, botellas, de todas las familias que allí pasábamos el día. Algunos llevaban una gaseosa de brida así una vez que nos bebíamos el contenido, la llenábamos del aquel agua tan buena de la fuente y la poníamos otra vez a refrescar.

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Al poco rato llegaba Luis Pueyo con su Vespa y su familia, todo perfectamente colocado para que en el viaje desde Sariñena no se perdiera nada ni nadie. De conductor iba Luis, entre él y el manillar de la moto la más pequeña, Ana de pie, sentada detrás de su padre  Mariceli y  después Rosario, su mujer,  que se agarraba a Luis con una mano sujetando a la vez a Mariceli  y con la otra la cesta de la comida, porque a pesar de que iba bien atada al portamantas que llevaba la moto en la parte trasera, Rosario no se fiaba de que en algún bache saltase alguna fiambrera. Venían por la carretera hasta que ya no les quedaba otro remedio que recorrer los caminos y entonces debían evitar los agujeros, pedruscos y charcos del riego manteniendo el equilibrio por la seguridad de la comida y los pasajeros.

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Otra familia que solía venir eran Emilio Pallás, René y sus dos hijos Jos y Emilio, lo que era un lujo para los críos que estábamos por allí pues nos abastecían de flotadores hechos con las cámaras de las ruedas de motos, coches y alguna enorme de camión. Pallás les quitaba las válvula para que no nos hiciéramos daño y sellaba el agujero con el buen hacer de un gran profesional de las ruedas.

Nos juntábamos también con Paco el relojero y su familia, Teresa, su hija Tere y sus dos hermanos pequeños, Jesús Maza, Nati su mujer y sus hijas Mª Rosa y Nati y otras familias de Sariñena y la Estación.

Quizás recuerde mejor a las familias que nombro porque la amistad, la complicidad y el cariño que surgió en aquella arboleda entre las chicas y chicos que nos reíamos y jugábamos juntos muchos domingos, se ha mantenido en todas las etapas de nuestra vida. Recuerdo, con el mismo cariño y la ternura que ella repartía siempre, a Tere, que se fue demasiado joven.

Acudían también otras familias de la Estación. Cuando venían los Sanclemente no hacía falta que lleváramos tomates, cebollas o pepinos para la ensalada y algún melón o sandía para el postre porque, al pasar por delante de su huerta, cogíamos para todos. Eso nos encantaba, primero porque no teníamos que llevar peso desde la Estación y luego porque todo estaba buenísimo por recién cogido, por natural y por el hambre que un día de baño al aire libre nos levantaba.

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Una vez colocado todo, era la hora de bañarse en la “badina de la piedra”, debíamos cruzar el río delante de la arboleda, en esa parte  llevaba poca agua pero había muchas piedras, muchos cantos rodados de todos los tamaños, así que íbamos muy despacio y con mucho cuidado para no caernos, y así acercarnos a la badina que estaba a unos doscientos metros del puente de la vía, el sitio era además de bonito muy singular porque saludábamos con entrega a todos los trenes que pasaban por el puente y porque en esa badina aprendimos todos a nadar y a tirarnos de todas las formas posibles al agua.

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El hambre que teníamos al acabar la sesión de baño era tremenda, en la arboleda nos esperaba una buena ensalada, carne rebozada, tortilla de patata y una buena tajada de melón.  Otras veces hacían fuego, la leña no faltaba por los alrededores, y allí se cocía poco a poco una buena caldereta de cordero o conejo que nos encantaba. A algunos les gustaba comer a rancho directamente de la cazuela y a los críos nos la repartían en plato para controlar lo que comíamos. Ni que decir tiene que los platos quedaban limpios. Así era mejor, porque aquellos platos de metal había que fregarlos junto a la cazuela con la arena del río.

Recuerdo la arboleda siempre limpia, era la época que todo se aprovechaba y todo se recogía, la comida venía en fiambreras, la bebida en botellas retornables y lo metíamos todo en cestas o capazos, el uso de los plásticos aún no era muy habitual y si había restos orgánicos los tirábamos lejos, seguro que algún conejo, ratón o jabalí acabaría con ellos.  Encendíamos fuego entre los árboles en plenos meses de verano y no recuerdo que nunca hubiera ningún incendio porque se tenía mucho cuidado. Nos gustaba mucho ese rincón que año tras año la naturaleza nos regalaba y que su dueño, Chabarriga, nunca puso objeción alguna para que lo utilizáramos.

Después los mayores se echaban la siesta con unas mantas o trozos de telas, o se quedaban charlando o jugando a las cartas a la sombra de los árboles y nosotros nos dedicábamos a buscar culebras, ranas, renacuajos en las charcas que hacía el río entre las piedras, nidos entre los arbustos, también nos gustaba jugar al escondite y escondernos entre los cañaverales, carrizos y tamarices.

Siempre se oía a alguna madre gritar: -¡¡ Ven!!  ¡qué te voy a dar crema! ¡¡qué te vas a poner malo con tanto sol!!- Daba igual embadurnarnos de Nivea para que no nos “quemáramos con el sol”, ese remedio según se ha demostrado en el futuro no era eficaz y siempre regresábamos rojos como tomates.

La vuelta a casa también era una odisea porque al atardecer y al lado de la acequia había verdaderas nubes de mosquitos, entonces arrancábamos cañas con sus hojas largas y verdes y con las uñas las rasgábamos a lo largo para hacernos espantamoscas, y con las últimas hojas de la caña nos hacíamos un chuflete.  Así que entre los improvisados antimosquitos, el ruido de los chufletes acompañados de las risas y el bullicio, no sé si espantábamos algún mosquito, pero no había gorrión que se acercara por muy atrevido que fuera.

Como volvíamos sin peso, nos gustaba mucho, si era la época, coger moras en las abundantes zarzas que había al lado de la vía del tren o caracoles al lado de los brazales y la acequia.

Esperábamos a nuestro regreso coincidir con algún tren que nos pasaba al lado lleno de pasajeros, les decíamos adiós saltando, gritando y braceando y con ese gesto despedíamos también el día porque al llegar a casa caíamos rendidos.

“La fija”

En el Barrio de la Estación llamábamos así a un lugar dónde estaban los depósitos que recogían agua de la acequia Valdera. Había una casa con una chimenea que albergaba un motor que bombeaba el agua hasta un tanque en el Barrio de la Estación. Este motor funcionaba con el mismo sistema que las máquinas de vapor del tren de aquella época, había que echar carbón y mantenerlo en marcha para que el agua llegara a su destino. Vicente Sanclemente me contaba que con solo diez años se pasaba allí muchos días echando carbón ayudando a su padre, Teodoro, que era mecánico de RENFE. Años después colocarían un motor más moderno que era eléctrico, pero cuando se estropeaba se volvía a usar el de carbón. Con esos motores, el primero era muy antiguo,  se llevaba el agua tan necesaria para el Cuarto Agentes, las máquinas de tren, los lavabos, y al final para todo el barrio. El carbón que se utilizaba se quemaba a medias y se acababa de quemar en las casas porque los vecinos del barrio iban allí a recogerlo. En esos tiempos se aprovechaba todo.

Vicente Sanclemente (hermano de Teodoro) era el guarda de “la fija”. Allí había una cama, más bien camastro, y a Vicente más de una noche le tocaba quedarse a dormir.  En una ocasión, cuando ya estaba durmiendo, oyó un tremendo ruido que lo despertó, salió con su lámpara de carburo a averiguar qué había pasado, entonces encontró una gran roca que se había desprendido de un lateral del terraplén y había caído en la vía, al tiempo oyó el pitido de un tren que se acercaba, corrió hacia el tren haciendo señales de stop con sus candilejas. El tren consiguió parar a pocos metros de la roca, el maquinista bajó y le dio un gran abrazo a Vicente. Mi padre nos contaba muchas veces este hecho con verdadero orgullo de amigo.

Asun Porta Murlanch

 

 

Un día de verano de 1966…. Tenía diez años.


Asun Porta Murlanch nos comparte sus recuerdos de infancia con el relato: «Un día de verano de 1966… Tenía diez años». Un relato ameno, entrañable y agradable. Recuerdos de su infancia y del Barrio de la Estación de Sariñena, un barrio pequeño donde gozaban de gran libertad y familiaridad. Gracias Asun por compartir tu valioso y fantástico testimonio.

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Asun Porta Murlanch

Un día de verano de 1966…. Tenía diez años.

 Por Asun Porta Murlanch

Todavía no era hora de levantarse, no teníamos ningún reloj en la habitación, pero no era necesario, intuíamos la hora que era con la misma exactitud que podíamos sentir el sabor de la leche de vaca al desayunar o el sonido del tren cada vez que pasaba por la estación. Seguí dando vueltas en la cama procurando no despertar a mi hermano mientras miraba hipnotizada el movimiento de las motas de polvo iluminadas por los rayos de sol que entraban por las rendijas de la persiana. Por fin mi madre vino a llamarnos.  Después de desayunar había que echar una mano en casa, ir a comprar, barrer las escaleras, fregar el suelo, cuidar a mi hermano pequeño si ella iba a hacer algún recado y mientras hacía esas tareas mi mente ya escapaba imaginando en qué ocuparíamos el día.

Cada día era una aventura, vivir en un pueblo, mejor dicho, en un pequeño barrio en el que había una estación de tren, vías, vagones aparcados esperando ser arreglados o ya  retirados del servicio, una vía por la que pasaban a menudo trenes de viajeros o mercancías, una carretera que atravesaba el barrio por la que circulaban pocos vehículos y cuyo asfalto parcheado  utilizábamos frecuentemente para jugar, una fábrica de harinas, campos que lo rodeaban, corrales, en mi casa una fábrica de gaseosas con almacenes llenos de botellas, cajas, y una fábrica de hielo, grandes silos al lado de grandes explanadas asfaltadas en las que podíamos patinar que otras veces estaban cubiertas por enormes montañas de grano…, salvo en los lugares de trabajo, nos metíamos por todos los sitios. Nunca planeábamos nada con mucha antelación, nuestra desbordante imaginación estimulada por la cantidad de opciones que el barrio nos ofrecía hacía que los juegos aparecieran solos.

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Asun Porta de pequeña

Esa mañana teníamos que llevar con mi hermano el pan a mi tía Asunción, decidimos ir equipados por si nos dejaba bañarnos en el tanque de riego que tenía en el huerto. El tanque lo teníamos medido nadando, cuatro brazadas de largo y dos de ancho, y un agua helada que nos llegaba a algunos al cuello aun estando de puntetas, allí disfrutábamos muchos días del verano dándonos chapuzones y  aguadillas, a veces nos juntábamos cinco o seis amigos del barrio, mi tía nos vigilaba “de oído”, le bastaba oír el griterío y las risas para saber que todo iba bien.

 

Volvíamos a casa cansados, mojados y sobre todo hambrientos, en el camino íbamos pisando con fuerza las “pompollas”, como nosotros las llamábamos, que crecían en el alquitrán de la carretera producidas por el intenso calor de agosto, competíamos para ver cual sonaba con más intensidad al reventarla, gritábamos y nos empujábamos para llegar el primero cuando divisábamos alguna y nos reíamos porque más de una vez se nos quedaban las sandalias pegadas al caliente alquitrán. Al pasar por la puerta del Sr. Pablo a veces llamábamos a su timbre, nos hacía reír el sonido que tenía, un sonido ronco y grave, él salía raudo, palo en mano que siempre guardaba detrás de la puerta, pero al no ver a nadie daba cuatro gritos amenazadores y tras esperar unos minutos a ver si nos veía por algún lado, volvía a sus quehaceres con una sonrisa en la boca.

En mi casa se comía a la una que era la hora que mi padre venía de trabajar y después la siesta si o …¡sï!, nunca entendimos por qué había que dormir otra vez a esas horas pero la verdad es que a veces nos dormíamos y otras con mi hermano hablábamos sin parar planeando, inventando trastadas y riéndonos lo más silenciosamente que podíamos. A veces también tirábamos de la cuerda de la persiana con mucho sigilo para que se enrollara un poco más y nos dejara suficiente luz para leer, nos encantaban los TBO, los del Capitán Trueno, Jabato y a mí me gustaba leer algún libro de “Los cinco” de Enid Blyton cuyas aventuras  todavía estimulaban más mi imaginación.

Nosotras éramos tres amigas: Mª Rosa, Mª José y yo, Mª Asunción, en la década de los 50 pocas nos libramos del María delante de nuestro nombre siguiendo la moda eclesiástica del momento. Esa tarde, después de la obligatoria siesta, nos encontramos con las bicis en la curva del Parador, un nombre muy apropiado para un pequeño bar-hostal que había enfrente de la Estación del tren, nos sentamos en la acera aprovechando la sombra del edificio y sacamos del bolsillo nuestras pequeñas bolsas de tela en las que llevábamos la colección de chapas planas, era todo un ritual, las extendíamos en la acera formando filas o ruedas y las contemplábamos orgullosas, las contábamos una y otra vez, a cada una nos parecía tener la más bonita o eso decíamos para picar a las demás a jugar “al quite” y conseguir un número mayor, las escondíamos debajo de una de las dos palmas de la mano, si acertabas  en cual estaba escondida pasabas a ser la dueña de la chapa. A menudo comentábamos el día que las pusimos en la vía, con cuidado y muy centradas para que el tren al pasarles por encima las dejara lo más planas posible, era toda una habilidad además de la emoción que suponía tumbarnos a unos pocos metros de las traviesas de madera que sujetaban los raíles y mirar de reojo, estremecidas por el peligro al ver el tren tan cerca y oír el tremendo ruido que hacía al pasar, mirábamos como las chapas desaparecían bajo las ruedas, recogerlas tan planas y calientes era el mayor de los logros.

Pasó un rato y nos dimos cuenta que los chicos no aparecían, era raro, el barrio no era tan grande para que dando una vuelta en bici de dos minutos no los encontráramos o los oyéramos en algún rincón, decidimos ir en su busca, seguro que se querían esconder de nosotras, pensamos, la tormenta de verano del día anterior junto con los caminos de tierra arcillosa hizo posible que unas cuantas bicicletas dejaran sus huellas, nos pareció emocionante irlas descubriendo.  La intuición nos decía que esta vez la dirección era la carretera de Huesca, y hacia allí nos dirigimos. Dejamos las últimas casas del barrio detrás, el desvío a Capdesaso a la izquierda y nos dirigimos a la laguneta, llegamos a  la bajada, así la llamábamos, primero pedaleábamos muy rápido para después abrir las piernas a modo de alas y bajar a toda velocidad mientras gritábamos a todo pulmón, era todo un disfrute, una bandada de patos salió volando entre los carrizos, los despedimos entre risas,  esta vez se fueron a un carrascal que había cerca de allí y al que raras veces nos acercábamos,  era un lugar misterioso , un bosque distinto, esos troncos tan gruesos, ese suelo de hojas que crujía al pisarlo, los esqueletos de aves, nos daba miedo, a veces nos quedábamos en silencio cerca pero sin entrar en él pretendiendo escuchar aullidos u otros sonidos, ya habíamos empezado a inventar historias de la existencia de algún fantasma en el lugar.

Seguimos las rodadas de las bicicletas por un camino que iba hacia las huertas y más huellas frescas  por un desvío señalaban el paso de unas cuantas bicicletas no hacía mucho. Estábamos un poco asustadas porque nunca habíamos ido tan lejos, ahora las huellas eran más visibles porque el camino era de tierra, cogimos otro desvío, paramos al perder el rastro convencidas que entre el silencio de las huertas que nos rodeaban oiríamos sus voces, nos comimos unos cuantos alberges que aunque calientes tenían un sabor muy dulce, cuando nos dirigíamos hacia otro albergero que estaba huerta adentro entonces oímos claramente los gritos de los chicos, cogimos las bicis y las voces lejanas nos llevaron  por un estrecho camino entre hierbas muy altas al río Alcanadre a un sitio que no olvidaré nunca, ¡el puente roto!, había restos de un puente pero sólo a cada uno de los lados del río, no habíamos estado nunca allí ni habíamos oído nunca hablar de ese lugar a los mayores y eso que íbamos siempre a pasar los domingos al río toda la familia, a la arboleda de la fuente de Chabarriga, o a la presa de Sena,  mi padre nos había enseñado a nadar en las badinas del puente de la vía. Nos dimos cuenta que estábamos bastante lejos de los sitios que nos eran conocidos.

Impresionadas por el descubrimiento del puente comentamos que quizá fue destruido en esa guerra que nuestros padres tanto nombraban, era muy extraño, opinamos, que dónde había algún puente tenía que haber carretera o camino y ¡no!, nosotras habíamos llegado por caminos estrechos entre huertas. Nos gustaba divagar e inventar qué pudo pasar, qué sucedió si encontrábamos algún resto, tanto daba si fuera una lata vieja como las ruinas de un puente, nuestra imaginación siempre se disparaba. Los chicos se sorprendieron al vernos y después de contarles nuestra “hazaña” nos invitaron a jugar, algunos estaban al otro lado del río, habían pasado a la otra orilla saltando entre tres grandes piedras y se escondían en una especie de trincheras que el agua había ido esculpiendo entre los sillares del puente y los restos de piedras y ramas acumuladas durante años, el juego consistía en tirarnos las piedras que allí eran abundantes de un lado al otro y esquivarlas. Nuestra habilidad y destreza para esquivar y la poca para apuntar junto con la distancia que estaba una orilla de la otra hizo que esa tarde no hubiera heridos, ni los hubo las tres o cuatro veces que volvimos a jugar a “guerras” en nuestro secreto puente roto.

Volvimos al barrio emocionadas por todo, hoy nos esperaba una buena regañina en casa pues no habíamos ido a merendar, ya les contaríamos que habíamos comido fruta en las huertas.

Chicos y chicas volvimos juntos al Barrio, en el camino les relatamos cómo los habíamos encontrado, nunca creyeron que había sido siguiendo sus huellas y prefirieron creer que los habíamos seguido de cerca, su ego de chicos no les dejaba pensarlo y decidimos no discutir sin embargo nosotras estábamos emocionadas, hay logros que no se olvidan nunca.

EN LA ESTACIÓN DE SARIÑENA

Asun Porta jugando en el Bario de la Estación.

Después de ir cada uno a su casa a explicar nuestra tardanza para la hora de la merienda, alguien propuso ir a la era de Francisquer, el sitio lo conocíamos todos bien porque estaba cerca de la escuela,  había llovido el día anterior y allí se hacían unos charcos que duraban algún día más que los demás lo que para jugar a hacer canales, puentes, montañetas y desniveles, presas y acequias era idóneo, aprovechábamos trozos de ramas, cañas, tejas, latas, piedras planas que buscábamos por los alrededores y nuestras propias manos. Al acabar entre todos toda aquella estructura que dependiendo de los que jugábamos a veces media varios metros de larga, buscábamos en los alrededores alguna lata vacía, botella o recipiente que nos ayudara a tirar agua en la parte más alta y ver como iba atravesando los canales, pasando por debajo de los puentes, llenando huecos, parando en las presas, y cuando llegaba al final sonaba un gran aplauso acompañado de gritos de alegría por el trabajo realizado.

Chicos y chicas compartíamos a menudo algunos juegos como hacer casetas, tirarnos con las bicis por los barrancos, inspeccionar los alrededores buscando tesoros, restos de no sabíamos qué y que nunca encontramos, el escondite, las canicas, las tabas o “churro media manga y manga entera”; otros juegos y conversaciones ya los realizábamos en el grupo de chicas o de chicos por separado y ahí rara vez se traspasaba la raya.

Estaba ya anocheciendo y era la hora de volver a casa, oímos el silbido de mi padre que nos llamaba y eso significaba que mi madre estaba ya impaciente porque regresáramos cuanto antes y que la mesa estaba ya puesta.

La cena me supo a gloria, una tortilla francesa entre pan y pan untado con tomate y un vaso de leche, estaba hambrienta, había sido una tarde muy emocionante y unos cuantos alberges calientes no eran suficientes para la cantidad de energía física y emocional gastada.   Después venía uno de los momentos más agradables del día: “salir a la fresca”. Era la hora de oír y compartir las historias de los mayores. Cada vecino sacaba su silla y los más críos nos sentábamos en la acera o en el suelo,  hacíamos un corro más o menos grande y oíamos con curiosidad cómo les había ido el día, si había sucedido algo importante no sólo a ellos sino lo que  habían oído de algún vecino del barrio o de algún familiar, también contaban chistes, anécdotas de otros tiempos,  a veces también éramos nosotros los protagonistas  y no sólo nos preguntaban por lo que habíamos hecho sino que también nos advertían de los peligros del tren, de alejarnos mucho del barrio, pensábamos que en el barrio no había problema, nos sentíamos seguros porque todos nos cuidaban a todos y si teníamos algún incidente o accidente podíamos llamar en cualquier casa para que nos ayudaran. El barrio entero era nuestro hogar. Si hacia mucho calor mi padre solía sacar un porrón de cerveza y gaseosa o el botijo con agua fresca y la Sra Simona sacaba alguna fruta recién traída de la huerta, claudias, higos, melocotones, alguna tajada de melón o de sandía … y así hasta la hora de ir a dormir, caíamos rendidos.

Contaba en un programa de radio uno de los colaboradores en una tertulia, era de Madrid, que nunca había jugado en la calle, eso sí era muy deportista y naturalmente muy sociable. A mí me entró una especie de escalofrío interior, me dio algo de pena, y fue entonces cuando me puse a recordar mi infancia, nuestros juegos, la libertad con la que nos movíamos, lo que no significa que nuestros padres no nos advirtieran de los peligros o no hubiera normas, pero era distinto y me sentí muy afortunada, lo que está claro que entonces no había tantos coches por las carreteras y por las calles, que los que había circulaban despacio, cuantas veces ya de adolescentes paseando por la carretera paraba algún coche y nos preguntaba por gente del  barrio o de qué familia éramos, que los trenes también iban a menos velocidad, que hacían más ruido, o lo sentíamos así, lo que era un aviso para estar atentos, que aunque empezábamos a entretenernos con la tele ni los mayores ni nosotros la cambiábamos por todo lo que nos ofrecía la calle y por convivir con todos los habitantes del barrio, que los regalos eran muy escasos lo que nos facilitaba poder imaginar juegos con cualquier papel, lata, cuerda, o trozo de tela. Recuerdo el patio de la escuela, con tierra, piedras, hierbas, barro, trozos de ladrillo, palos y sin vallas como en muchos pueblos pequeños, así que no sólo jugábamos en lo que se suponía que era el patio sino que la temporada del escondite nos alejábamos bastante hasta las casas que había detrás, en la escuela antes de los diez años tampoco había muchos libros ni muchos cuadernos, escribíamos mensajes secretos en las hojas de los gladiolos con los espinas que cogíamos de las acacias. También había temporada de los pitos, de las tabas, del corro, de las muñecas de papel, del pañuelo…

Eran otros tiempos pero no hace tanto y creo que sin intención de comparar me siento afortunada por la infancia que viví, por haber nacido en el Barrio de la Estación, por toda la gente que vivía allí y por mi familia que nos dio esa libertad que siempre nos estimuló para aprender, para leer, para descubrir,  que nos apoyó cuando llegó la hora de decidir, nos enseñó a ser buenas personas y sobre todo nos hizo creer lo valiosos que éramos y que con esfuerzo podríamos conseguir aquello que nos propusiéramos.

Asun Porta Murlanch

 

 

 

 

 

Conchita Arilla Campo


Concha Arilla Campo nació el 8 de julio de 1925, en una casilla de vías y obras por la Peña del Agua, entre Poleñino y Grañen. Su madre Fermina trabajaba de guardia barrera en el paso a nivel del tren, tenía que poner una cadena cada vez que pasaba un tren. Una vez había dado paso a un gran ganado que, cuando el tren dio aviso de su paso, casi no le dio tiempo a pasar a la gran cabaña que bajaba en trashumancia desde la montaña.

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Conchita Arilla Campo

Era una casa baja preciosa donde jugaba mucho con su hermano Eusebio Joaquín. Eran cuatro hermanos: Pilar, Vicente, Eusebio y Conchita. Eusebio era el heredero de la casa y en la guerra le tocó ir en la retaguardia, era herrero y fue muy útil para herrar las caballerías. En cambio, Vicente murió en el frente de Extremadura.

Cuando Conchita tenía unos ocho años, su familia se trasladó al puesto de El Tormillo. Allí Conchita pudo ir a la escuela y aún se acuerda cuando su hermano Vicente le regaló un plumier, pinturas y un sacapuntas desde el tren. Consiguió entregárselo cuando, una vez reclutado, de viaje entre Zaragoza y Barcelona se detuvieron por un momento en la estación de El Tormillo y a través de la ventanilla consiguió alcanzarle el regalo. Durante la guerra algunas noches iban a dormir a un refugio por miedo a la aviación: “Se quisieron llevar, gentes de afuera, a algunas personas de la localidad, los montaron en un camión pero el alcalde lo evitó, menos al pobre cura que se lo llevaron”.

La vida en la estación era diferente. Tenían un pase y podían ir en tren a Zaragoza cada 14 días. Les daban carbón, viguetas y boletas, y el pan les llegaba a la casilla desde Grañen por el tren. En El Tormillo Jugaban a muchas cosas, Concha era muy alegre y divertida, era la pequeña y muy traviesa. Jugaban al Cocherito Lere, a la comba..,  a veces tiraban de la cuerda para que perdiese la que estaba saltando. El agua la iba a buscar  a la fuente nueva y también estaba el carruchón, había unas pilas de arena y un pocico donde siempre emanaba algo de agua, allí iban a lavar. A la fuente nueva iban con una burra, con argadas para cuatro cantaros. Les dejaban la burra.

Concha fue a la escuela hasta los catorce años, había buenos profesores, enseñaban de todo, eran clases separadas y al recreo salían por partes: “Primero las chicas y después los chicos”. Por las tardes le enseñaban a hacer labores. Luego fue a una casa donde aprendió el corte y así se hizo modista, llegó a tener hasta tres chicas trabajando para ella.

De joven se enamoró de un chico que era forestal, Juan Antonio. Le llevaba ocho años, pero la cuidaba mucho, la llevaba como a una flor. Pero a la familia no le gustaba y unos primos la quisieron ajuntar con otro chico, Ramón, era muy guapo, pero no le gustaba, era muy soso y no sabía bailar. Su madre siempre preguntaba «¿Con quién ha bailado Conchita?» Y mal le sabía si había bailado con Juan Antonio. A El Tomillo iban músicos para las fiestas, El Mediero o Antolín de Peralta, uno tocaba el violín y el otro la guitarra, no se acuerda quien cada cosa, tocaban pasodobles, vals, rancheras…

Concha se casó con José Loscertales Ulied, natural de El Tormillo. José era muy bailador, lo que le gustaba mucho a Concha, y una gran persona. José se quedó sin padre a edad muy temprana y tuvo que trabajar mucho en Casteflorite para salir adelante. Fue a la escuela hasta los doce años, su madre lo tuvo que sacar para ir a trabajar a pesar que el maestro no quería que abandonase la escuela. José era muy listo, hasta ejerció de maestro aunque cobró muy poco por ello. Trabajó mucho para un tío de Casteflorite, una vez cuidando a dos mulas y un burro, perdió el burro y su tío le dijo que no comería hasta que lo encontrase, al final lo encontró, pero al día siguiente se volvió a El Tormillo.

José encontró trabajo en un taller en Barbastro y se dedicó a arreglar radios, televisiones… la tienda se llamaba “Murillo”.  Cuando se casaron, José se dedicó a llevar las tierras, compraron tractor, semillas, abonos… pero tres años sin llover, de sequía, hicieron unos comienzos durísimos. Concha y José iban a buscar olivas, almendras, vid… “No había huerta, por El Tormillo era todo secano”. Gracias a que Concha cosía y a la tienda de ultramarinos que instalaron pudieron ir tirando. La tienda de comestibles se llamaba “Casa El Peraltes”, Concha se ponía a coser, especialmente en el patio en verano, cuando alguien entraba, dejaba de coser y atendía.

Concha y José tuvieron dos hijos Inmaculada y Carlos, con esfuerzo y trabajo sacaron adelante su familia. Ahora Conchita ha compartido sus recuerdos, con esa sabiduría del paso del tiempo y que es una enseñanza en sí misma, gracias Concha. Y un agradecimiento a Pilar Guerrero y Aimar Mir de la Residencia de la tercera edad de Sariñena por su colaboración para la realización de las entrevistas, gracias!!.

La Estación de Ferrocarril de Sariñena


 La Estación de Ferrocarril de Sariñena se encuentra en el punto kilométrico 90,9 entre la línea ferroviaria Madrid y Barcelona, a 308 metros de altitud. Comenzó a funcionar el 18 de septiembre de 1861, tras su construcción por parte de la Compañía de Ferrocarril de Barcelona a Zaragoza.  Fue una estación de dimensiones considerables, con un potente muelle de carga en relación a la población. Distante de unos tres kilómetros de Sariñena, en su entorno se desarrolló un prospero barrio que gradualmente ha ido cayendo en decadencia con el paulatino abandono de la estación que le dio origen.   

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Artículo enmarcado en la serie sobre la guerra civil en Sariñena

La llegada del ferrocarril a Sariñena, a principios de la segunda mitad del siglo XIX, conllevó la presencia y trasiego de numerosos trabajadores y viajeros. El floreciente barrio de La Estación rebosaba vida y actividad, un barrio que nació entorno a la estación,  a una vía férrea de comunicación que implicó una nueva vía de desarrollo y el flujo de ideas políticas y sindicales. En este mismo sentido, la construcción del canal de Monegros también significó un movimiento de trabajadores que despertó conciencia de clase y la necesidad de la revolución social en el medio rural monegrino.

Antigua estación ferroviaria Sariñena

Antigua estación de Sariñena.

El trazado se diseñó a principios de la década de 1850, donde se plantearon diferentes alternativas entre el tramo Monzón-Zaragoza. Principalmente con el objetivo de salvar el accidente geográfico de la sierra de Alcubierre, pero también con el interés de acercar la línea a Huesca capital, lo que generó alguna que otra desavenencia. Este fue el caso de Manuel Foncillas, diputado por Sariñena que impugnó, en el pleno de la Diputación de Huesca, la propuesta de elevar una exposición a la reina solicitando su paso por Huesca. Manuel Foncillas aludió lo siguiente:

«Además de las dificultades naturales con que tendría que luchar la empresa, y por consiguiente el mayor coste de la construcción de la línea, no vendría a reportar mayor utilidad a estas dos ciudades, por cuanto ya tienen abierta una fácil comunicación, al mismo tiempo que se lastimaban considerablemente los intereses del partido que represento al carecer de todo camino o conducto por donde extraer la abundancia de cereales que produce.»

Estos hechos los recoge Julio Alvira Banzo en “A 22 kilómetros del futuro: El ramal ferroviario Huesca-Tardienta” en la revista Argensola nº 124. Julio Alvira relata que “hubo un debate en torno a la intervención de Foncillas y se rechazaron sus planteamientos. En la votación, la propuesta recibió el visto bueno de todos los diputados provinciales, excepto del de Sariñena, que salvó su voto”.

El sariñenense Antonio Torres-Solanot fue representante en la Junta del Ferrocarril en Madrid.

El edificio principal responde a 1863,  edad contemporánea-S. XIX, igual que el almacén (desaparecido) y el muelle. También han desaparecido varios de sus elementos, como el deposito de agua. El conjunto se complementa con el antiguo edificio de agentes, donde se alojaban los trabajadores y maquinistas, la Harinera de Monegros y los silos.

Guardias a jornal, maquinistas,  mozos de aguja, mozos de tren,  montadores, guarda-frenos, peones de tracción de ferrocarriles, encendedores o fogoneros del deposito de maquinas, lamperos, electricistas, visitadores del material móvil de la estación, mecánicos, obreros de vías y obras… un numeroso y variado conjunto de trabajadores que conformaron el grueso de la gran compañía de los Caminos de Hierro del Norte en la estación de Sariñena.

El sabotaje Carlista

El  8 de Julio de 1875,  una partida del ejercito carlista, dirigida por Dorregaray, destruyó el puente de hierro sobre el río Alcanadre. Al parecer, el ejercito levantó la vía en el último tramo del viaducto y desde Sariñena lanzó un convoy con 25 unidades, entre coches y vagones, y con tres locomotoras por cabeza y una por cola. «Una vez los reguladores de las tres máquinas estuvieron abiertos a todo vapor, los maquinistas y fogoneros abandonaron el tren, dejando inutilizado el viaducto y la línea férrea» (Antoni Nebot).

Sariñena 8-7-1875

Movimiento social

Así, la estación de Sariñena no fue ajena a los tiempos convulsos de la sociedad española. Durante la primera década de 1900, el jefe de la estación Agripino Fernández Sisniega, fue expulsado de la compañía a raíz de una denuncia colectiva de varios trabajadores. Eran tiempos de confrontaciones, en que la clase obrera luchaba por sus derechos ante una patronal que no dudaba en mantener su poder y privilegios. De hecho, en la huelga de 1917 fueron expulsados algunos trabajadores, tal es el caso del agente del ferrocarril Aurelio Ruiz Álvarez, quien además: “fue detenido por sospechar pudiera ser uno de los firmantes de la denuncia contra el jefe de la estación”.

Noticias de la estación

Entre las estaciones de Zuera y la de Almudébar, se verificó un robo en el tren que procedente de Sariñena iba a terminar en la estación del Arrabal en Zaragoza.

Iban en un coche de tercera unas doce mujeres y tres hombres de aspecto poco simpático y mal vestidos, cuando en el trayecto entre las dos estaciones citadas, éstos comenzaron a cerrar las ventanillas, lo cual llamó la atención de sus compañeras de viaje que habiendo preguntado por qué cerraban haciendo tanto calor, los individuos de referencia respondieron que para evitar que penetraran los rayos del sol.

Hecha esta operación, los criminales intimaron a las viajeras que les entregaran los dineros que llevaban, amenazando con asesinarlas en caso contrario, y uno de ellos dio un golpe en la boca a una de las mujeres, produciéndole bastante sangre. Registradas, arrebataron a una pro

cedente de Poleñino, cinco mil reales a otra de Almudébar, dos mil ciento sesenta; sobre mil doscientos, a una tercera, y de cincuenta a sesenta a otra, no habiendo robado a las demás porque nada llevaban en metálico.

Perpetrado el robo, los delincuentes siguieron en el tren, hasta que próximo éste a la estación de Zuera, fue disminuyendo su velocidad y entonces descendieron y escaparon por los campos.

Diario de Huesca 23 de agosto de 1916

Robo en una estación

El factor de la estación ferroviaria de Sariñena don Fernando Gracis, sorprendió al vecino Miguel Novellón en el momento de apoderarse en el muelle de mercancías de tres talegas de trigo.

Este sujeto huyó y la benemérita se hizo cargo de dos caballerías menores donde iba aá cargar el fugitivo los sacos que se proponía robar.

Diario de Huesca 6 de septiembre de 1916

SARIÑENA 9 (11 n.).—Cuando regresaba del trabajo una brigada ferroviaria en una vagoneta de servicio, fue lanzado a la vía el obrero Joaquín Olivan, de veinticuatro años, soltero, vecino de Sariñena, que resultó con heridas de pronóstico reservado. El accidente ocurrió al frenar violentamente el vehículo.

El Sol, Jueves 10 de febrero de 1927

En la estación ferroviaria de Sariñena, donde se forma un nuevo pueblo ferroviario con gran solemnidad ha sido bendecida por el obispo de Huesca la primera piedra de la iglesia que se ha de construir.

La Vanguardia, 24 de octubre de 1928.

En la madrugada de ayer se declararon en huelga de brazos caldos cincuenta y siete obreros de la contrata del deposito de máquinas de la Compañía del Norte de esta ciudad, y pocas horas después, y por solidaridad, se planteó la huelga por los equipos de la contrata de Cervera y Sariñena.

Estos obreros, que pertenecen a la Unión General de Trabajadores, tenían anunciada la huelga desde hace veintisiete días y habían llevado a término varias gestiones en la consejería de Trabajo de la Generalidad, y sin poderlo resolver por varias circunstancias, no por culpa de los obreros, puesto que éstos no plantearon la huelga hasta el último momento.

La Vanguardia, 11 de julio de 1936.

La estación en la Guerra Civil

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Edificio con la inscripción: Hospital de Evacuación.

Durante la Guerra de España de 1936 a 1939, la estación de Sariñena sirvió de punto estratégico de enlace entre el frente de Aragón y Barcelona. De la estación llegaban y marchaban las tropas republicanas. Además fue un lugar de evacuación de heridos y aún se puede observar, casi desaparecida, una inscripción en el edificio de agentes de la estación «Hospital de Evacuación». Así, desde el hospital evacuaban a los heridos, en trenes medicalizados, de 1ª línea, frente, a los hospitales de 2ª línea, retaguardia, y a los de Barcelona. Sin embargo, antes de ser «Hospital de Evacuación» fue «Hospital de Sangre del POUM».

Hospital Estacion Sariñena POUM

Almacén de Alas Rojas

A medio kilómetro de la estación de la población de Sariñena hay unos barracones donde se almacenan camiones y material de guerra.

3.000 =15= 28-10-37.
Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) C2896, 8.

José Porta Martín, vecino del barrio de la estación, relató como uno de los almacenes de su casa lo utilizaron para guardar bombas destinadas al aeródromo “Alas rojas”. José las veía desde una ventaneta: “Estaban sin la espoleta, para que no explotasen”. Es de suponer que llegarían a bordo de trenes y se almacenarían en algunos almacenes hasta su posterior traslado al aeródromo.

Una anécdota

Nos la cuenta Salvador Coll empleado de la compañía de vagones camas.

El vagón quirófano -se dice- tiene un valor histórico. Antes era un vagón-salón en el cual viajaba Francesc Macià cuando iba a Madrid a llevar el Estatuto de Cataluña. Precisamente va a seguir la misma ruta: Lérida, Sariñena… Es el vagón número 4.168.

La Humanitat: Any 5, núm. 1426 (20 set. 1936).

Conocidos fueron los hechos de la expulsión de mujeres del frente aragonés a Barcelona. Todo a partir de una orden dada por Durruti que culpaba a las mujeres del aumento de enfermedades venéreas entre sus filas: «que causaba más bajas que las balas enemigas». Un hecho recogido en la película Libertarias de Vicente Aranda. También aparece recogido por Jesús Arnal Pena (Por qué fui secretario de Durruti: Memorias del cura que ayudó al líder anarquista en la guerra civil (1936-1939)): «Habla con la gente de Transportes y manda todos los vehículos disponibles a las centurias. Que recojan a las milicianas, sin dejar ni una; que las lleven a la estación de Sariñena y que las facturen a Barcelona en vagones precintados. ¿Lo oyes bien? ¡Precintados!.» 

«Hay un capítulo sobre la columna que me gustaría aclarar: es totalmente falso que Durruti hiciera fusilar prostitutas. Efectivamente, llegaron algunas prostitutas por su cuenta y se les hizo regresar a Barcelona ante los temores de contagio de enfermedades venéreas, eso es todo. Esa imbecilidad del fusilamiento la inventó una escritora comunista.» El amor y la lucha de un anarquista, entrevista a Emilienne Morin compañera de Durruti, realizada el 12 de febrero de 1977 en Francia, por Pedro Cuesta y Luis Artime, revista «Interviú».

Durante la guerra, en la Estación de Sariñena existió una tienda de comestibles llamada “El miliciano”, gestionada por Miguel Masferrer. También existió un Pub del que no he podido conocer su nombre, tan sólo una referencia incompleta “Pub ..esnite”.

 Ayer, a la noche, llegaron (A Lérida) procedentes de Tardienta, algunos milicianos heridos. Antes de ser hospitalizados tuvieron el infortunio de dejar de existir los dos héroes combatientes del frente aragonés llamados Josep Saavedra, caporal de la guardia de asalto y Nicolás St. Miquel Martínez, factor de la estación de Sariñena. 

La Humanitat: Any 5, núm. 1397 (18 ag. 1936).

En la edición del viernes 11 de junio de 1937, La voz del combatiente, diario de los comisarios de guerra del ejército del pueblo, recogía un bombardeo sobre la estación ferroviaria de Sariñena. A la vez, daba cuenta de la existencia del cercano aeródromo de alas Rojas.

Bombardeo estación sariñena

Tras la guerra, muchos trabajadores fueron depurados y en los archivos de Sariñena se encuentran abundantes solicitudes de Informes Políticos-Sociales a personal de la estación. A Julián Sierra Hecho se le atribuyó haber formado parte del comité férreo de CNT y UGT. A José Mora Gómez se le consideró de “Ideas extrema izquierda, afiliado a la C.N.T., activo propagandista del marxismo, voluntario en las milicias rojas y al que se le desconocen actos delictivos”. Antonio Lombarte Val, obrero de vías y obras del ferrocarril se le anotó como “C.N.T. antes del 18 de julio del 36, comunista. Peligroso, perteneció al comité de la estación como miembro, se ignora interviniera en hechos delictivos, elemento peligroso”. A Alejo Sierra Bernad, maquinista del ferrocarril y subjefe del departamento de Sariñena, le avaló el maestro de la estación de esa localidad, Don José Castanesa Escamed. José Clemente Félix, mozo guarda aguja de la estación fue descrito como “de la C.N.T., abandonó su servicio 15 días durante los cuales hizo salidas a los pueblos, después se incorporó a la estación. Estuvo siempre en contacto con los dirigentes de los comités de la estación, fue miembro de la junta de abastos. 12 días antes de la liberación escapó a Barcelona”. Ramón Pérez Larrea, ferroviario: “Afiliado a la C.N.T., miembro del comité del poblado de Sariñena, persiguió a miembros de derechas. Se presentó a mi y a mi hijo una detención falsa y por lo tanto no es digno… con la… de que pague todo el mal que nos ha hecho”… Un largo repertorio de solicitudes de expedientes que evidencian el gran número de trabajadores y su gran actividad sindical y durante la guerra.

ferroviario 1.jpg Circular del Consejo Obrero de Sariñena del Sindicato Nacional Ferroviario. Pieza séptima de Huesca. Actuación de las autoridades gubernativas locales FC-CAUSA_GENERAL,1414,Exp.6. PARES.

Estación Ferroviaria de Sariñena

Plano de la estación ferroviaria de Sariñena. Servicio de Información y Policía Militar (SIPM). AGMAV,M.2207,2 / 2.

El 25 de marzo de 1938 la Legión Cóndor bombardeó Sariñena y el barrio de la Estación (Sariñena Antigua, Salvador Trallero 2005), «cuatro escuadrillas de tres aviones Heinkel-111». La imagén del bombardeo al barrio de la Estación de Sariñena está extraída de la web www.borgato.be. 

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Bombardeo barrio La Estación

El lunes, 10 del actual, se publicó solemnemente en la Audiencia de lo criminal de la provincia de Huesca la sentencia dictada por la misma en la causa seguida contra José y Nicolás Allué, por robo con homicidio de un casillero o guarda vía del ferrocarril de Zaragoza a Barcelona, que prestaba servicio en las inmediaciones de la estación de Poliñino.

Por dicha sentencia se absuelve libremente a José Allué y se condena a Nicolás Allué a sufrir la pena de muerte en garrote, que deberá ejecutarse en Sariñena. 

Esta es la primera sentencia de muerte pronunciada por aquella Audiencia desde su creación.

Quiera Dios que el Tribunal Supremo, en el recurso de casación necesario en que ha de entender, o la regia prerrogativa, en su caso, encuentren méritos para conmutar tan terrible pena libren y libren a aquel país del tristísimo espectáculo que, de otra manera, habría de presenciar.

La Vanguardia, 13 de enero de 1887.

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«Este edificio se destinaba como muelle de carga y descarga de los trenes, siendo un edificio presente en todas las estaciones de ferrocarril de mayores o menores medidas. Generalmente (como en este caso), los muelles siempre solían contar con un gran almacén o nave en uno de sus lados para almacenar el producto y guardarlo.»

SIPCA

La posguerra

A mitad del siglo XX se construyeron dos silos para almacenaje por parte del ministerio de agricultura. La función de estos grandes edificios fue el almacenaje del grano previo a su transporte ferroviario, mucho de aquel grano fue destinado para siembra. Dos edificios de gran envergadura, robustez y hermetismo que configuran el paisaje del peculiar barrio de la Estación, junto a su singular Harinera de Monegros. Construida en 1949, la Harinera de Monegros resulta una esplendida edificación industrial racionalista de posguerra. La estación aún conserva parte de su historia que poco a poco va desapareciendo y olvidando, que tristemente continuaremos perdiendo sino sabemos valorar. ¿Y qué decir de aquel almacén de madera?

«Generalmente (como en este caso), los muelles siempre solían contar con un gran almacén o nave en uno de sus lados para almacenar el producto y guardarlo. El almacén junto al muelle es de grandes dimensiones de planta rectangular y con una pronunciada cubierta a dos aguas con una estructura totalmente metálica, de cerchas y tirantes en la cubierta, estando  construido en su totalidad con madera. Debido al abandono y la erosión, este edificio de madera se encuentra prácticamente en ruinas.»

SIPCA

Tristemente el almacén ha desaparecido.

Dionisio y Rosalía Sariñena

Rosalía y Dionisio y sus hijos Lourdes y Esteban en el Barrio de la Estación de Sariñena.

ESTEBAN TRIGO ESTÚA (Sariñena 3 de agosto de 1930, Zaragoza, 18 de junio de 2019)

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Nacido en el barrio de la estación de Sariñena, su padre Dioniso estuvo destinado unos dos o tres años en un puesto humilde de la estación de sariñena, se alojaron en casa Porta. Criado a pie de ferrocarril en el zaragozano barrio del Arrabal, pasó buena parte de su infancia en Jaca, Bergosa, Villanúa y Canfranc. Hijo de una humilde familia ferroviaria, su formación académica apenas rebasó lo aprendido en la escuela de Matilde Sangüesa, donde lector devoto del Quijote manifestó su inclinación hacia las letras. Autor desde joven de artículos y relatos, fue colaborador en diversos periódicos, especialmente Heraldo de Aragón, en El Pirineo Aragonés y en El Periódico de Aragón, y también en los antiguos estudios de Radio Zaragoza en la calle Almagro. Persona inquieta y observadora, se introdujo de modo autodidacta en el mundo de la cinematografía, donde estuvo delante y detrás de la cámara. Miembro de la Escuela de Cine de Aragón, como actor encarnó papeles secundarios hasta protagonizar Últimas Cartas de Amor (2002), con guión propio y bajo la dirección de Octavio Lasheras.

Su trayectoria profesional se desarrolló en la banca en puestos de discreto nivel pero de proximidad al público, cuando sólo existían los cajeros humanos. Fue ahí, en la cercanía, donde Trigo destacó como excelente comunicador capaz de encontrar el aspecto divertido de situaciones complejas.

Lo más relevante de su legado cultural son dos libros de memorias publicados con Ediciones 94 (Mi pequeña Historia de Aquel Viejo Arrabal, 1998 y La Zaragoza que yo conocí, de 2015, ambos utilizados para estimulación cognitiva en personas mayores), video documentales dedicados a Belchite y a la línea del Canfranc, cortometrajes, contribuciones a movilizaciones en defensa de la naturaleza y muchas grabaciones de eventos familiares, escolares y sociales.

A los ochenta y ocho años se ha ido un hombre sociable, generoso y carismático hasta sus últimos días. Deja mucha tristeza en el barrio de San José del que fue vecino desde 1956. Las calles Doce de Octubre y García Lorca tardarán a olvidar a ese voluntario conseguidor de monedas de cambio para las cajeras del supermercado, al cliente de prensa, al improvisado camarero llevando cafés a sus compañeros de banca en activo y al conversador siempre con la frase oportuna.

Enamorado del ferrocarril, en mayo de 2017 subió a despedirse de su Canfranero. Hoy sus restos han regresado a su niñez de higos y moras en una humilde casilla. Allí le saludan y le lloran todos los trenes del mundo.

Victoria Trigo Bello

Barrio de la estación.

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